lunes, 27 de enero de 2025

Amor de nadie

“Pero a los ciegos no les gustan los sordos

Y un corazón no se endurece porque sí”

La hija del fletero, Patricio Rey

 

 

 

  La primera vez no le dio importancia. Tomó la tarjeta y ni siquiera miró el nombre. La desolación no lo dejaba conectar con nada ni con nadie. La casa era linda, amplia, con muchos ventanales. La agente inmobiliaria recorría la casa, él la seguía y trataba de escucharla. Luego de la segunda recorrida por la casa se dio cuenta porque el precio era bajo: los ventanales estaban mal orientados. El que diseñó la propiedad no había tenido en cuenta el recorrido del sol, por lo cual la iluminación era pobre (a pesar de los grandes ventanales) y la humedad en el ambiente lo confirmaba. Vio que la humedad subía por algunas paredes y supo que también había problemas en la capa aisladora. La agente seguía con la recorrida mientras él hacía un esfuerzo por escucharla. Ni siquiera la belleza de la agente lo sacaba de su ensimismamiento.

   Mientras ella le hablaba de la casa y de  las facilidades para adquirirla, sus pensamientos estaban en otro lugar. Creyó mejor construir su propia casa, a su manera, a su estilo. Pensaba, mientras ella hablaba y le sonreía, en hacer una casa estilo Le Corbusier: minimalista, de trazos gruesos y rígidos, con ventanales como los de la casa visitada pero bien orientados hacia el sol. También pensó en algo estilo Bauhaus. Le gustaba la casa que  MiesVan der Rohe le había hecho a la doctora  Edith Farnsworth en Estados Unidos. Sus pensamientos estaban entre Le Corbusier y Bauhaus. Ella lo acompañó hasta la puerta. Se despidieron. Ella se fue en su auto, él esperó un taxi. Mientras esperaba miró la tarjeta: Inés Suárez, agente inmobiliaria.

 

 

***

 

 

  

Había pasado un año. Todavía despertaba sobresaltado, apretando las manos, creyendo que apretaba sus manos, creyendo que estaba sentado a su lado buscando que mejore. Para él el tiempo no había pasado. Todo se había detenido en las quimioterapias, las recaídas, las internaciones; a veces una semana, a veces meses. Aunque se daba cuenta de que el tiempo se acababa no se rendía a la esperanza de la mejora.

  Los últimos meses habían sido años de días muy largos. Los médicos se habían resignado a que no la dejaría por nada del mundo. Siempre se había sentido afortunado por el ángel que Dios le había puesto en su vida para que su vida tuviera un sentido, un propósito. Ahora no sabía qué sentir cuando pensaba en Dios y por todo lo que ella estaba pasando. Así y todo el amor lo mantuvo firme hasta el día en que tuvieron que dormirla. Si hubiera una ley que le permitiera que lo duerman al lado de ella, esa hubiera sido una buena ley y él hubiera acudido a esa ley para que al dejar este mundo supiera que la justicia podría llegar a ser algo justo. Pero no: ella se durmió y él tuvo que convivir con la angustia, el vacío y la desolación de una existencia despierta.

 

***

 

 

  Ella no le dio importancia la primera vez. La visita a la casa fue una más entre tantas casas que visitaba con clientes. Pero había notado en él algo de sombras, de melancolía, de aislamiento. Por lo general los hombres solos que buscaban casa siempre se le insinuaban, a veces de manera sutil, otras no tanto. Esa primera visita a la casa de los ventanales mal orientados y con humedad él casi no habló. Ni siquiera la miró. Eso la hizo sentir diferente ya que siempre era objeto de miradas, de deseo, de esas sutilezas que todos los hombres que la rodeaban competían por su atención. Ella había desarrollado ciertos artilugios que mantenía a raya a los hombres que ella no quería que estuvieran cerca de sus emociones, de su lado más íntimo, de su corazón.

   Creyó que después de esa primera visita ya no lo volvería a ver. Pero a veces lo que uno cree no es lo que pasa en la realidad.

  Revisando el diario vio su nombre en la sección de artes y espectáculos. Supo que era poeta y que presentaría su próximo libro en el salón blanco de la municipalidad. Mientras leía la nota la asaltaron los recuerdos de la niñez y la juventud. El ritmo voraz de la vida y el trabajo la habían alejado de las letras, del arte, del espectáculo. A veces pasaba días enteros hablando con clientes, visitando propiedades, haciendo tramites en todas las oficinas burocráticas. Almorzaba parada a lado de la fuente que estaba en el patio de luz de la oficina. Llegaba tarde a todos lados. Una o dos veces por semana se encerraba en el baño de la oficina a llorar y después salía esplendida como una gladiadora romana. Cuando vio que su cliente silencioso de sombras se dedicaba a la poesía una pequeña pulsión empezó a crecer en ella.

  Había tenido una relación intensa con la poesía en el pasado. De niña su madre le hizo leer a Alfonsina Storni y su mundo cambió para siempre. Cuando empezó la secundaria una compañera le recomendó a Alejandra Pizarnik. Fueron años de fiebre para ella. Llenaba cuadernos y cuadernos con versos de todo tipo. Vivía, soñaba y respiraba poesía.

  En quinto año conoció al amor de su vida. Supo que era el amor de su vida después de unas cuantas clases. El profesor de literatura de ese año le había enseñado sobre las vanguardias. A ella le fascinó el formalismo ruso. Le fascinó como él recitaba los poemas de Mayakovsky. Su mundo adolescente voló por los aires con el poema Amor. Mientras el profesor lo recitaba e iba recorriendo la clase con la mirada, y cuando la mirada de él pasaba por su mirada, ella creía que ese poema tan hermoso él lo había escogido para ella. Porque ella pensaba y estaba convencida de que él también la amaba y esperaba a las clases para verla. Que los poemas de amor que seleccionaba eran para ella. Porque ella hermosa y le gustaban los animales, como en el poema. Porque ella era el centro de atención de su clase, de su escuela, del barrio, de sus primos, hasta de los amigos de su padre. Soñaba con el día en que él le declaraba su amor, que la tomaba en algún lugar secreto de la escuela y la hacía mujer. Pero el sueño de la adolescente se hizo añicos y la realidad le mostró a su profesor paseando por el parque con otro hombre. Los siguió y vio cómo se besaban a escondidas de las miradas prejuiciosas. Ese día sí se hizo mujer porque la adolescencia había terminado y el dolor y la desilusión le habían mostrado que no todo era como en la ficción. A veces lo que uno cree no pasa en la realidad.

 

***

 

  Le llamó la atención  descubrirla entre el público. La presentación del libro había sido emotiva para él y ya no esperaba más emociones por el resto de la noche, de los días, de la vida. Ella se acercó para que le firme el libro. Mientras lo firmaba ella le preguntó por qué el título del libro: No soy el amor de nadie. Se miraron y sonrieron. Había ocurrido un milagro. Él había sonreído y por un momento las sombras habían desaparecido de su espíritu dando paso a algo de luz. Las ventanas de su corazón también estaban mal orientadas. Fueron por un café y le contó sobre el título del libro.

 

***

 

  

  Al principio todo funcionó de maravilla. Parecía como si los dos hubieran empezado a vivir como si fuera la primera vez. Las salidas, las tardes, los paseos, la intimidad, todo se ejercía con tierna ferocidad. Habían construido una casa estilo Le Corbusier. Habían pactado que si algún día todo terminaba, ese final tendría que ser amistoso. Las carreras de los dos fueron creciendo exponencialmente: eran un binomio perfecto. Sus publicaciones se empezaron a traducir en otros idiomas. Llegaban propuestas para conferencias, charlas en otras ciudades y en otros países. Ella había dejado la agencia para la que había trabajado tantos años y abrió su propia agencia inmobiliaria. No tardó mucho en que los carteles de Inés Suárez Propiedades invadieran la ciudad.

 

***

 

  Al principio no le dio importancia. Él no le había dicho nada pero ella después de un tiempo se había dado cuenta. En la parte de atrás de la casa él había escondido, en una pequeña puerta secreta, las cenizas de su difunta esposa. Él la visitaba, hablaba con ella y lloraba en la fecha de su defunción. Ella, que había creído que las sombras se habían ido para siempre supo en ese momento que no. Y las sombras, los recuerdos, que estaban encerrados en esa pequeña puerta fueron creciendo como una metástasis. Tomaron las habitaciones, el comedor, el baño, las sábanas y de a poco fueron creciendo en ellos dos. Las distancias crecieron en la casa. Casi no se cruzaban y si lo hacían parecían dos desconocidos. Ella volvió a sentir la desilusión que sintió cuando encontró a su profesor de literatura con otro hombre. La casa empezó a olor mal, a tener humedad. Y eso que las ventanas estaban bien orientadas y el sol le daba todo el día.

 

***

 

   Luego de hacer la división de bienes ella cayó en una leve depresión. Dejó de ir a la oficina por unas semanas. Tirada en la cama no dejaba de pensar en él, por qué no había funcionado, por qué no había dejado de amar a su esposa, por qué le tocaba todo esto a ella. Volvió a su libros de Storni y de Pizarnik, volvió a sus cuadernos de la adolescencia. Volvió a escribir y volvió con tierna ferocidad.

 

Hicimos la división de bienes

Vos te quedaste con la casa

Yo con la biblioteca.

 

Vos te quedaste con el termo

Yo con la foto

Que nos sacamos en la comarca.

 

Te hartaste de la poesía

Y de Mayakovsy.

 

Te hartaste de la buena iluminación

De la casa

Te hartaste de que todo vaya bien.

 

Lo que el notario no sabía

Cuando firmábamos  los papeles

Era que yo prefería renunciar a todo

Si algo de mí

Quedaba en vos.

 

 Tomó la costumbre de enviarle por carta un poema por semana. Ella también tenía que sacar su oscuridad, su dolor, dejar que la luz vuelva a iluminar cada parte de su ser. Tenía que volver a orientar bien las ventanas de su corazón. Alquiló una casa y adoptó un gato que le puso Sartre. Leía La náusea y la reflexión que más la identificaba era la del martes: Nada. He existido. Así que fue saliendo de su pozo, de su oscuridad,  leyendo, escribiendo, cuidando a su gato. De a poco fue volviendo al trabajo. De a poco fue probando las relaciones con otros hombres pero se dio cuenta de que todavía quedaban sombras por purgar. Podía tener a cualquier hombre que se le antojara. Pero esos hombres no sabían que lo que ellos creían no es lo que pasaba en la realidad. Porque cualquiera puede tener a un hombre, a una mujer, pero eso es superficial, transitorio. Nunca se puede tener a alguien por completo. Ella ya lo había aprendido con su profesor. Lo había aprendido en todas las relaciones que había intentado hasta que lo conoció a él. Creyó que con él finalmente las cosas cambiarían. Pero no. Solo se pude amar una vez en la vida y a una sola persona. La diferencia que ella tenía con él es que él ya había amado a una persona, ella todavía no. Lo intentó, nadie puede decir que no lo intentó. Pero todo resultaba ser una farsa, un simulacro. Y ella lo hacía saber porque después de la intimidad lloraba, pedía que la abrazaran y que la amaran. Y ellos, lo que creían que la podían tener de forma superficial y transitoria,  se asustaban con la palabra amor y huían. Ella volvía a esa tarde en el parque cuando descubrió la desilusión del amor no correspondido.

 

***

 

Limpié los azulejos

Usé el rociador

Que compramos

En la feria vintage.

 

Pusé el cassette

Que escuchábamos

Cuando hacíamos el amor.

 

Traté de que las manchas

No coincidieran con tu rostro.

 

Saqué todo

Absolutamente todo.

 

¿Tu recuerdo?

Tu recuerdo quedó intacto.

 

Tomó la carta y la dejó sobre el escritorio con el resto de las cartas. Se quedó quieto, en silencio. Adentro de la casa luchaba contra los recuerdos de su esposa. En la radio y la televisión eran frecuentes los anuncios de Inés Suárez Propiedades. Lo mismo que en la calle. Todo el día se la pasaba leyendo su nombre. A ella le ocurría lo mismo. Veía su nombre en el diario, entrevistas en la radio y la televisión. Estaban separados pero no podía dejar de verse mutuamente. Los dos estaban llenos de sombras. Los dos no sabían cómo orientar el corazón para que la luz entre para iluminarlos.

 

***

 

Al principio no le había dado importancia. El hombre de sombras silenciosas ya se lo había advertido con el título del libro. No era el amor de nadie y por lo visto ella tampoco. Ahora si le daba importancia.

 Tomó la decisión cuando tuvo que dormir a Sartre. La metástasis en sus pulmones lo deterioró en poco tiempo. Se había cansado de vender casas que ella nunca habitaría. Tenía 38 años y todavía no tenía su casa. Su madre se fue con un viajante cuando ella empezó la universidad y jamás volvió a saber de ella. Su padre se fue a su pueblo natal a morir. No tenía ningún lazo afectivo con ningún ser humano en la ciudad. El nombre de él la perseguía por donde fuera. Ella también se había hartado de todo. Liquidó toda su oficina.  Escribió algunas cartas a la poca gente que estimaba. Volvió al pueblo de su padre y le dejó una carta en su tumba. A su madre también le escribió una carta pero la arrojó al mar.

  Lo último que supo de él lo leyó en el diario en la sala de embarque. La noticia decía que lo habían encontrado gritándole a uno de los carteles de Inés Suárez. Estaba borracho. Colgaba  una soga en el cartel  cuando llegó la policía. Compró una postal en la tienda del aeropuerto y le escribió las últimas líneas. Eligió unos versos de Mayakovsky, del poema  Despedida. Solo le cambió el final

 

Mi corazón

De sentimentalismo se ablanda.

¡Yo quisiera vivir y morir en París!

Si no existiera esta tierra que compartimos.

 

Puso su nombre y dirección en la postal mientras se anunciaba su vuelo por los altoparlantes. Dejó la postal en el buzón. Partió hacia París dejando todas sus sombras.

Solo se llevó de estas tierras las cenizas de su gato.


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