El murmullo ciego se pierde entre paredes de granito reconstituido. Voces que se confunden. Voces que no dicen nada. Voces muertas como las hojas que caen de los arboles y luego descansan en la vereda hasta que la erosión del tiempo las lleve hasta su próximo devenir.
Aún sobreviven (las voces) entre estas paredes frías de temperatura y estética.
Entonces, lo único que queda es esperar. Esperar al otoño. Al otoño que quema las vidas de las culpables hojas. Esas hojas que mueren en la superficie de veredas muertas. La muerte acecha en las veredas y ni siquiera se hace ver. Siempre está ahí sonriendo, paciente, lánguida como el oscuro cielo en la noche que se arrastra en la lúgubre dimensión infinita del caos.
Pensé, al pasar por las veredas y las aulas, que el murmullo de esas voces (de personas y hojas), algún día morirían. Entonces descansé y comprendí que de llegar a ese día, a ese silencio del mundo, recién podría descansar.
Seguiré esperando en las veredas
y fuera de las aulas, junto a las hojas muertas, junto al frío del granito reconstituido, junto al frío de la estética simétrica.
Bahía Blanca 12 de octubre 2016 13:54
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