Aquelarre de tribus nómadas resplandecen en la orilla del río Pilcomayo. Mis propias luces ya no están; están con aquellas tribus que recuerdan el pulso de sus antepasados en el repiqueteo de los tambores. Esto me hace pensar en mis antepasados; mi sangre viviendo en España o Paraguay. Mi sangre tiene ese linaje, y lo sé, vibra en mi cuerpo los antepasados que poblaron el mundo. Yo soy parte de ellos y ellos son parte mía.
Estas lineas tratan de de traer la memoria que está en la sangre, que lucha por no ser olvidada. Lucha por tener su voz, por contar todas esas historias que el tiempo ha guardado celosamente.
Tantas historias por contar y hacerlas parte de este papel para comunicar al mundo que "esta sangre tiene sus cosas por contar y merecen ser contadas", y ese es el propósito de la sangre: contar historias
miércoles, 30 de noviembre de 2016
Memoria
Aquelarre de tribus nómadas resplandecen en la orilla del río Pilcomayo. Mis propias luces ya no están; están con aquellas tribus que recuerdan el pulso de sus antepasados en el repiqueteo de los tambores. Esto me hace pensar en mis antepasados; mi sangre viviendo en España o Paraguay. Mi sangre tiene ese linaje, y lo sé, vibra en mi cuerpo los antepasados que poblaron el mundo. Yo soy parte de ellos y ellos son parte mía.
Estas lineas tratan de de traer la memoria que está en la sangre, que lucha por no ser olvidada. Lucha por tener su voz, por contar todas esas historias que el tiempo ha guardado celosamente.
Tantas historias por contar y hacerlas parte de este papel para comunicar al mundo que "esta sangre tiene sus cosas por contar y merecen ser contadas", y ese es el propósito de la sangre: contar historias
Estas lineas tratan de de traer la memoria que está en la sangre, que lucha por no ser olvidada. Lucha por tener su voz, por contar todas esas historias que el tiempo ha guardado celosamente.
Tantas historias por contar y hacerlas parte de este papel para comunicar al mundo que "esta sangre tiene sus cosas por contar y merecen ser contadas", y ese es el propósito de la sangre: contar historias
lunes, 28 de noviembre de 2016
Caronte
Humedad fría en la mañana
Frío y austeridad
La memoria devuelve las formas
A veces, solo, por un momento
Una memoria frágil y fuerte a la vez
En este espacio lo evoco,
con calor y cierta timidez
Será que aún tengo miedo
(la muerte siempre es la primera vez)
Pero es momento de crecer
(otra vez)
Y estar, despedir, desde el umbral
Ya las deudas las he pagado
A Caronte, el barquero
Ya el viaje ha empezado
Y la despedimos
Ya sabrás quién sos
Ya sabrás tu nombre
Ya podrás conocer tu cara
La cara que tenías antes de que el mundo fuera creado
Frío y austeridad
La memoria devuelve las formas
A veces, solo, por un momento
Una memoria frágil y fuerte a la vez
En este espacio lo evoco,
con calor y cierta timidez
Será que aún tengo miedo
(la muerte siempre es la primera vez)
Pero es momento de crecer
(otra vez)
Y estar, despedir, desde el umbral
Ya las deudas las he pagado
A Caronte, el barquero
Ya el viaje ha empezado
Y la despedimos
Ya sabrás quién sos
Ya sabrás tu nombre
Ya podrás conocer tu cara
La cara que tenías antes de que el mundo fuera creado
Caronte
Humedad fría en la mañana
Frío y austeridad
La memoria devuelve las formas
A veces, solo, por un momento
Una memoria frágil y fuerte a la vez
En este espacio lo evoco,
con calor y cierta timidez
Será que aún tengo miedo
(la muerte siempre es la primera vez)
Pero es momento de crecer
(otra vez)
Y estar, despedir, desde el umbral
Ya las deudas las he pagado
A Caronte, el barquero
Ya el viaje ha empezado
Y la despedimos
Ya sabrás quién sos
Ya sabrás tu nombre
Ya podrás conocer tu cara
La cara que tenías antes de que el mundo fuera creado
Frío y austeridad
La memoria devuelve las formas
A veces, solo, por un momento
Una memoria frágil y fuerte a la vez
En este espacio lo evoco,
con calor y cierta timidez
Será que aún tengo miedo
(la muerte siempre es la primera vez)
Pero es momento de crecer
(otra vez)
Y estar, despedir, desde el umbral
Ya las deudas las he pagado
A Caronte, el barquero
Ya el viaje ha empezado
Y la despedimos
Ya sabrás quién sos
Ya sabrás tu nombre
Ya podrás conocer tu cara
La cara que tenías antes de que el mundo fuera creado
lunes, 14 de noviembre de 2016
Heidegger
Valles de fuego transparente
Desde lo alto, desde las sospechosas cumbres
Bajan con intensidad suave...
Estas ráfagas de aburrimiento tenue
(Yo) me encuentro inmerso,
Aburrido, hastiado
Me observo (a mí mismo), antes de ser y de poder comprenderlo
En mi osamenta libre de carne y razón
Veo a la Nada en el espacio vacío de mis huesos
Veo a las ráfagas de aburrimiento atravesarme
Angustia; temple de ánimo
Todo lo nivela
Todo lo atraviesa
En uno de los flancos violentos del valle
Lo veo, a él, y donde mora
Magnificente, oscuro, místico
Me susurra el misterio;
Como el delicado sonido de un arroyo haciéndose paso entre rocas sin nombre
Me dejo caer y arrastrarme
Por la bruma violácea del aburrimiento
Angustia...Angustia...Angustia...Temple de ánimo
Abismo, cuerda, salto
Y más allá...más allá
Vapor de la irrealidad
Asomando y escondiéndose a la vez.
"La noche en que Eróstrato quemó el templo de Éfeso vino al mundo Alejandro, rey de Macedonia"
Me susurraste el misterio y el propósito de la filosofía a través de un poema que escuche en el vientre de mi madre. Vos ya te estabas despidiendo de este mundo material para volver a iniciar nuevamente el eterno retorno; retomar el estado anterior, el estado optimo, el de la pre comprensión, el estado en el cual las cosas se muestran tal como son. Todo esto lo descubrí en mi niñez, sobre las escrituras de las que hablaba mi padre con devoción y del cual yo también sentí la llama ardiente del espíritu inundar mi corazón ansioso de sabiduría. Descubrí tu voz en mi adolescencia (supe que era tu voz, esa voz que escuché por primera vez en el vientre de mi madre) cuando leí la voz del anti profeta en tu monumental obra.
Entonces la sospecha se apropió de mi pensamiento y mi lenguaje. Emprendí mi aventura espiritual en la antigua Grecia, posteriormente en las obras de El filósofo y luego me apasioné con la vida y los textos de Tomás de Aquino y San Agustin. Todos ellos buscadores de ese misterio que va arastrandose y escapándose en cada época; y yo soy uno más buscando el misterio de ese susurro en la caída de una sola palabra. Avanzada ya mi búsqueda me encontré en un dilema, y comprendí que yo también debía iniciar mi camino circular y eterno por los valles de fuego transparente de la filosofía.
Quizás confundí el espíritu político de mi época en el que me tocó vivir con el espíritu de Dióniso. Así que pagaré por esta decisión por el resto de mi vida y por el resto de lo que pueda llegar a juzgarme la historia; pero sé perfectamente que podré enmendarme a mí mismo y a mi pensamiento en la sucesivas e infinitas vueltas en las que me encuentre reescribiendo esta humilde reflexión. Por eso en la cumbre de mi vitalidad preferí callar y no dar explicaciones. Empecé a comprender la Nada y el poder del Silencio también, en la tranquilidad del oscuro bosque donde me conecto con la esencia, si es que puede llamarse esencia, del mundo.
Ahora, tu, lector, has sentido el llamado del misterio y sientes que tu también tienes que embarcarte en esta aventura espiritual que se nos escapa constantemente pero sabes que está allí, al acecho, sin nombres y a la espera de llenar infinitas páginas de volúmenes incompletos, los míos inclusive. Así que no desesperes lector, nosotros estaremos allí para auxiliarte en los momentos en los que sientas que el significado de las cosas se te escapen de ti mismo. La ventaja de viajar en una rueda es que siempre se vuelve al mismo lugar.
Desde lo alto, desde las sospechosas cumbres
Bajan con intensidad suave...
Estas ráfagas de aburrimiento tenue
(Yo) me encuentro inmerso,
Aburrido, hastiado
Me observo (a mí mismo), antes de ser y de poder comprenderlo
En mi osamenta libre de carne y razón
Veo a la Nada en el espacio vacío de mis huesos
Veo a las ráfagas de aburrimiento atravesarme
Angustia; temple de ánimo
Todo lo nivela
Todo lo atraviesa
En uno de los flancos violentos del valle
Lo veo, a él, y donde mora
Magnificente, oscuro, místico
Me susurra el misterio;
Como el delicado sonido de un arroyo haciéndose paso entre rocas sin nombre
Me dejo caer y arrastrarme
Por la bruma violácea del aburrimiento
Angustia...Angustia...Angustia...Temple de ánimo
Abismo, cuerda, salto
Y más allá...más allá
Vapor de la irrealidad
Asomando y escondiéndose a la vez.
"La noche en que Eróstrato quemó el templo de Éfeso vino al mundo Alejandro, rey de Macedonia"
Me susurraste el misterio y el propósito de la filosofía a través de un poema que escuche en el vientre de mi madre. Vos ya te estabas despidiendo de este mundo material para volver a iniciar nuevamente el eterno retorno; retomar el estado anterior, el estado optimo, el de la pre comprensión, el estado en el cual las cosas se muestran tal como son. Todo esto lo descubrí en mi niñez, sobre las escrituras de las que hablaba mi padre con devoción y del cual yo también sentí la llama ardiente del espíritu inundar mi corazón ansioso de sabiduría. Descubrí tu voz en mi adolescencia (supe que era tu voz, esa voz que escuché por primera vez en el vientre de mi madre) cuando leí la voz del anti profeta en tu monumental obra.
Entonces la sospecha se apropió de mi pensamiento y mi lenguaje. Emprendí mi aventura espiritual en la antigua Grecia, posteriormente en las obras de El filósofo y luego me apasioné con la vida y los textos de Tomás de Aquino y San Agustin. Todos ellos buscadores de ese misterio que va arastrandose y escapándose en cada época; y yo soy uno más buscando el misterio de ese susurro en la caída de una sola palabra. Avanzada ya mi búsqueda me encontré en un dilema, y comprendí que yo también debía iniciar mi camino circular y eterno por los valles de fuego transparente de la filosofía.
Quizás confundí el espíritu político de mi época en el que me tocó vivir con el espíritu de Dióniso. Así que pagaré por esta decisión por el resto de mi vida y por el resto de lo que pueda llegar a juzgarme la historia; pero sé perfectamente que podré enmendarme a mí mismo y a mi pensamiento en la sucesivas e infinitas vueltas en las que me encuentre reescribiendo esta humilde reflexión. Por eso en la cumbre de mi vitalidad preferí callar y no dar explicaciones. Empecé a comprender la Nada y el poder del Silencio también, en la tranquilidad del oscuro bosque donde me conecto con la esencia, si es que puede llamarse esencia, del mundo.
Ahora, tu, lector, has sentido el llamado del misterio y sientes que tu también tienes que embarcarte en esta aventura espiritual que se nos escapa constantemente pero sabes que está allí, al acecho, sin nombres y a la espera de llenar infinitas páginas de volúmenes incompletos, los míos inclusive. Así que no desesperes lector, nosotros estaremos allí para auxiliarte en los momentos en los que sientas que el significado de las cosas se te escapen de ti mismo. La ventaja de viajar en una rueda es que siempre se vuelve al mismo lugar.
Heidegger
Valles de fuego transparente
Desde lo alto, desde las sospechosas cumbres
Bajan con intensidad suave...
Estas ráfagas de aburrimiento tenue
(Yo) me encuentro inmerso,
Aburrido, hastiado
Me observo (a mí mismo), antes de ser y de poder comprenderlo
En mi osamenta libre de carne y razón
Veo a la Nada en el espacio vacío de mis huesos
Veo a las ráfagas de aburrimiento atravesarme
Angustia; temple de ánimo
Todo lo nivela
Todo lo atraviesa
En uno de los flancos violentos del valle
Lo veo, a él, y donde mora
Magnificente, oscuro, místico
Me susurra el misterio;
Como el delicado sonido de un arroyo haciéndose paso entre rocas sin nombre
Me dejo caer y arrastrarme
Por la bruma violácea del aburrimiento
Angustia...Angustia...Angustia...Temple de ánimo
Abismo, cuerda, salto
Y más allá...más allá
Vapor de la irrealidad
Asomando y escondiéndose a la vez.
Y más allá...más allá
Vapor de la irrealidad
Asomando y escondiéndose a la vez.
"La noche en que Eróstrato quemó el templo de Éfeso vino al mundo Alejandro, rey de Macedonia"
Me susurraste el misterio y el propósito de la filosofía a través de un poema que escuche en el vientre de mi madre. Vos ya te estabas despidiendo de este mundo material para volver a iniciar nuevamente el eterno retorno; retomar el estado anterior, el estado optimo, el de la pre comprensión, el estado en el cual las cosas se muestran tal como son. Todo esto lo descubrí en mi niñez, sobre las escrituras de las que hablaba mi padre con devoción y del cual yo también sentí la llama ardiente del espíritu inundar mi corazón ansioso de sabiduría. Descubrí tu voz en mi adolescencia (supe que era tu voz, esa voz que escuché por primera vez en el vientre de mi madre) cuando leí la voz del anti profeta en tu monumental obra.
Entonces la sospecha se apropió de mi pensamiento y mi lenguaje. Emprendí mi aventura espiritual en la antigua Grecia, posteriormente en las obras de El filósofo y luego me apasioné con la vida y los textos de Tomás de Aquino y San Agustin. Todos ellos buscadores de ese misterio que va arastrandose y escapándose en cada época; y yo soy uno más buscando el misterio de ese susurro en la caída de una sola palabra. Avanzada ya mi búsqueda me encontré en un dilema, y comprendí que yo también debía iniciar mi camino circular y eterno por los valles de fuego transparente de la filosofía.
Entonces la sospecha se apropió de mi pensamiento y mi lenguaje. Emprendí mi aventura espiritual en la antigua Grecia, posteriormente en las obras de El filósofo y luego me apasioné con la vida y los textos de Tomás de Aquino y San Agustin. Todos ellos buscadores de ese misterio que va arastrandose y escapándose en cada época; y yo soy uno más buscando el misterio de ese susurro en la caída de una sola palabra. Avanzada ya mi búsqueda me encontré en un dilema, y comprendí que yo también debía iniciar mi camino circular y eterno por los valles de fuego transparente de la filosofía.
Quizás confundí el espíritu político de mi época en el que me tocó vivir con el espíritu de Dióniso. Así que pagaré por esta decisión por el resto de mi vida y por el resto de lo que pueda llegar a juzgarme la historia; pero sé perfectamente que podré enmendarme a mí mismo y a mi pensamiento en la sucesivas e infinitas vueltas en las que me encuentre reescribiendo esta humilde reflexión. Por eso en la cumbre de mi vitalidad preferí callar y no dar explicaciones. Empecé a comprender la Nada y el poder del Silencio también, en la tranquilidad del oscuro bosque donde me conecto con la esencia, si es que puede llamarse esencia, del mundo.
Ahora, tu, lector, has sentido el llamado del misterio y sientes que tu también tienes que embarcarte en esta aventura espiritual que se nos escapa constantemente pero sabes que está allí, al acecho, sin nombres y a la espera de llenar infinitas páginas de volúmenes incompletos, los míos inclusive. Así que no desesperes lector, nosotros estaremos allí para auxiliarte en los momentos en los que sientas que el significado de las cosas se te escapen de ti mismo. La ventaja de viajar en una rueda es que siempre se vuelve al mismo lugar.
Ahora, tu, lector, has sentido el llamado del misterio y sientes que tu también tienes que embarcarte en esta aventura espiritual que se nos escapa constantemente pero sabes que está allí, al acecho, sin nombres y a la espera de llenar infinitas páginas de volúmenes incompletos, los míos inclusive. Así que no desesperes lector, nosotros estaremos allí para auxiliarte en los momentos en los que sientas que el significado de las cosas se te escapen de ti mismo. La ventaja de viajar en una rueda es que siempre se vuelve al mismo lugar.
domingo, 13 de noviembre de 2016
Los turrones
Me toco el pecho y siento como mi corazón late. Me toco la cabeza y late igual que mi corazón. Parece que en cualquier momento va a estallar. Si hago algún movimiento brusco puede que caiga al piso y estalle. Puede que algún pensamiento también la haga estallar. O la luz del sol que entra a través de mis ojos la desinfle y un líquido viscoso y caliente salga por todos mis orificios. Mientras camino me doy cuenta de que no hace mucho que amaneció. La ruta se encuentra transitada. Me pregunto qué ruta será y qué hago caminando por acá. Recuerdo no pensar mucho para que mi cerebro no explote. Un sabor agrio me sube por la garganta, agrio y caliente. Dejo al lado de la ruta mi última bilis. Me retuerzo pero ya no queda nada. Solo el recordatorio de mi hígado que me recuerda como lo sigo maltratando. Voy llegando a una estación de servicio. Busco el baño y me dirijo al último cubículo. Los grilos abajo y también despido lo poco que hay en mis intestinos. Dos puntadas me atraviesan: una en la cabeza y la otra en el hígado. Me quedo sentado con los ojos cerrados. Escucho que entra gente al baño y comentan la bronca que hay. Sigo sentado con los ojos cerrados. Me duermo.
Golpean la puerta y me despierto de un sobresalto. Me preguntan si está todo bien. Digo que sí, que ya salgo. Seguro que es uno de los playeros que escuchó como roncaba. Voy al lavamanos. Me mojo bien la cara y el pelo. Me hizo bien la siesta, ya se me pasó el dolor de cabeza. El hígado parece que también se ha recuperado. Dejo la estación y sigo al costado de la ruta en no sé qué dirección. El sol cada vez calienta más. Ya puedo pensar con un poco más de claridad. El último registro que tengo antes de las clonazepam es que estaba en La Korea. Mientras los autos y camiones pasan a mi lado me pregunto como hice para recorrer catorce estaciones desde La Korea a Retiro y otras diez más hasta esta zona. Porque ya me he dado cuenta de que ando por Burzaco. Estoy caminando por Camino de Cintura y, si no me equivoco, en breve estaré en la rotonda de Lavallol. Y efectivamente, estoy llegando a la rotonda. A pesar de esta laguna mental que es más grande que el Nahuel Huapi, la he sacado barata otra vez. No tengo agujeros, en el baño de la estación no me vi moretones ni chichones. En cana no estoy. Lo que si se está gestando otra vez es el hambre. De a poco va creciendo. Si el hígado lo permite deberé comer algo. Reviso los bolsillos: nada. Estoy en un problema. Llego a la rotonda de Lavallol.
Al llegar a la rotonda agarro por Monteverde. Me acuerdo que hay una parrilla antes de llegar a La 24. El problema es cómo voy a pagar. Creo que no debería pagar. Pienso, algo se me tiene que ocurrir. En la puerta de un supermercado agarro una caja de cartón vacía. Entro a un kiosko con mi caja y le pregunto a la dueña si me presta un fibrón. Le digo que recién vengo del mayorista, que vendo turrones y que quiero ponerle el precio de la oferta al costado de la caja. La señora me da el fibrón y marco en uno de los costado bien grande y con trazo grueso: 4 turrones 5 pesos. Le agradezco y salgo en dirección a la parrilla. Levanto una piedra y la meto adentro de la la caja. Finalmente llego a la parrilla.
Suenan Los palmeras en la radio del parrillero. Ya hay un par de comenzales, colectiveros en su mayoría. Saludo y me siento en el mostrador. Ubico la caja a mi lado con el lado que tiene la oferta para que se vea con lo que me gano la vida. El parrillero se acerca, saluda y me pregunta qué me voy a servir. Mira a la caja. Le pido dos empanadas y un pingüino de vino, y para después un pedazo de vacío al pan. Vuelve con la bebida y la empanadas y pregunta como anda el pique. Le digo que bien, que si sigue así hoy me voy temprano a mi casa. Vuelve a la parrilla a charquear el vacío para hacer el sandwich. Sigue llegando gente a la parrilla. Ahora suenan Los del Fuego con su versión de Persiana amercana.
El hígado resistió a dos empanadas bastante picantes, un buen pingïno de vino con soda y un suculento sandwich de vacío. La parrilla ya está llena. Ahora es el momento. Le pido la cuenta al parrilero. En el momento que va a la caja meto la mano en el bolsillo y le pregunto si tiene cambio de 100. "No pibe, me arruinás", dice. Le digo que voy hasta la agencia de quiniela que está a la vuelta. Le encargo la caja con "mercadería". "Mira que es todo lo que tengo para seguir laburando", le digo y voy hasta La 24. Doblo la esquina, llego a la agencia de quiniela y paso de largo. Hago dos cuadras y me encuentro con un pinta que conozco. Quiere ir a La Itatí a comprar gilada. Me dice que tiene plata. "Bueno", le digo y nos vamos a tomar el 257.
Golpean la puerta y me despierto de un sobresalto. Me preguntan si está todo bien. Digo que sí, que ya salgo. Seguro que es uno de los playeros que escuchó como roncaba. Voy al lavamanos. Me mojo bien la cara y el pelo. Me hizo bien la siesta, ya se me pasó el dolor de cabeza. El hígado parece que también se ha recuperado. Dejo la estación y sigo al costado de la ruta en no sé qué dirección. El sol cada vez calienta más. Ya puedo pensar con un poco más de claridad. El último registro que tengo antes de las clonazepam es que estaba en La Korea. Mientras los autos y camiones pasan a mi lado me pregunto como hice para recorrer catorce estaciones desde La Korea a Retiro y otras diez más hasta esta zona. Porque ya me he dado cuenta de que ando por Burzaco. Estoy caminando por Camino de Cintura y, si no me equivoco, en breve estaré en la rotonda de Lavallol. Y efectivamente, estoy llegando a la rotonda. A pesar de esta laguna mental que es más grande que el Nahuel Huapi, la he sacado barata otra vez. No tengo agujeros, en el baño de la estación no me vi moretones ni chichones. En cana no estoy. Lo que si se está gestando otra vez es el hambre. De a poco va creciendo. Si el hígado lo permite deberé comer algo. Reviso los bolsillos: nada. Estoy en un problema. Llego a la rotonda de Lavallol.
Al llegar a la rotonda agarro por Monteverde. Me acuerdo que hay una parrilla antes de llegar a La 24. El problema es cómo voy a pagar. Creo que no debería pagar. Pienso, algo se me tiene que ocurrir. En la puerta de un supermercado agarro una caja de cartón vacía. Entro a un kiosko con mi caja y le pregunto a la dueña si me presta un fibrón. Le digo que recién vengo del mayorista, que vendo turrones y que quiero ponerle el precio de la oferta al costado de la caja. La señora me da el fibrón y marco en uno de los costado bien grande y con trazo grueso: 4 turrones 5 pesos. Le agradezco y salgo en dirección a la parrilla. Levanto una piedra y la meto adentro de la la caja. Finalmente llego a la parrilla.
Suenan Los palmeras en la radio del parrillero. Ya hay un par de comenzales, colectiveros en su mayoría. Saludo y me siento en el mostrador. Ubico la caja a mi lado con el lado que tiene la oferta para que se vea con lo que me gano la vida. El parrillero se acerca, saluda y me pregunta qué me voy a servir. Mira a la caja. Le pido dos empanadas y un pingüino de vino, y para después un pedazo de vacío al pan. Vuelve con la bebida y la empanadas y pregunta como anda el pique. Le digo que bien, que si sigue así hoy me voy temprano a mi casa. Vuelve a la parrilla a charquear el vacío para hacer el sandwich. Sigue llegando gente a la parrilla. Ahora suenan Los del Fuego con su versión de Persiana amercana.
El hígado resistió a dos empanadas bastante picantes, un buen pingïno de vino con soda y un suculento sandwich de vacío. La parrilla ya está llena. Ahora es el momento. Le pido la cuenta al parrilero. En el momento que va a la caja meto la mano en el bolsillo y le pregunto si tiene cambio de 100. "No pibe, me arruinás", dice. Le digo que voy hasta la agencia de quiniela que está a la vuelta. Le encargo la caja con "mercadería". "Mira que es todo lo que tengo para seguir laburando", le digo y voy hasta La 24. Doblo la esquina, llego a la agencia de quiniela y paso de largo. Hago dos cuadras y me encuentro con un pinta que conozco. Quiere ir a La Itatí a comprar gilada. Me dice que tiene plata. "Bueno", le digo y nos vamos a tomar el 257.
Los turrones
Me toco el pecho y siento como mi corazón late. Me toco la cabeza y late igual que mi corazón. Parece que en cualquier momento va a estallar. Si hago algún movimiento brusco puede que caiga al piso y estalle. Puede que algún pensamiento también la haga estallar. O la luz del sol que entra a través de mis ojos la desinfle y un líquido viscoso y caliente salga por todos mis orificios. Mientras camino me doy cuenta de que no hace mucho que amaneció. La ruta se encuentra transitada. Me pregunto qué ruta será y qué hago caminando por acá. Recuerdo no pensar mucho para que mi cerebro no explote. Un sabor agrio me sube por la garganta, agrio y caliente. Dejo al lado de la ruta mi última bilis. Me retuerzo pero ya no queda nada. Solo el recordatorio de mi hígado que me recuerda como lo sigo maltratando. Voy llegando a una estación de servicio. Busco el baño y me dirijo al último cubículo. Los grilos abajo y también despido lo poco que hay en mis intestinos. Dos puntadas me atraviesan: una en la cabeza y la otra en el hígado. Me quedo sentado con los ojos cerrados. Escucho que entra gente al baño y comentan la bronca que hay. Sigo sentado con los ojos cerrados. Me duermo.
Golpean la puerta y me despierto de un sobresalto. Me preguntan si está todo bien. Digo que sí, que ya salgo. Seguro que es uno de los playeros que escuchó como roncaba. Voy al lavamanos. Me mojo bien la cara y el pelo. Me hizo bien la siesta, ya se me pasó el dolor de cabeza. El hígado parece que también se ha recuperado. Dejo la estación y sigo al costado de la ruta en no sé qué dirección. El sol cada vez calienta más. Ya puedo pensar con un poco más de claridad. El último registro que tengo antes de las clonazepam es que estaba en La Korea. Mientras los autos y camiones pasan a mi lado me pregunto como hice para recorrer catorce estaciones desde La Korea a Retiro y otras diez más hasta esta zona. Porque ya me he dado cuenta de que ando por Burzaco. Estoy caminando por Camino de Cintura y, si no me equivoco, en breve estaré en la rotonda de Lavallol. Y efectivamente, estoy llegando a la rotonda. A pesar de esta laguna mental que es más grande que el Nahuel Huapi, la he sacado barata otra vez. No tengo agujeros, en el baño de la estación no me vi moretones ni chichones. En cana no estoy. Lo que si se está gestando otra vez es el hambre. De a poco va creciendo. Si el hígado lo permite deberé comer algo. Reviso los bolsillos: nada. Estoy en un problema. Llego a la rotonda de Lavallol.
Al llegar a la rotonda agarro por Monteverde. Me acuerdo que hay una parrilla antes de llegar a La 24. El problema es cómo voy a pagar. Creo que no debería pagar. Pienso, algo se me tiene que ocurrir. En la puerta de un supermercado agarro una caja de cartón vacía. Entro a un kiosko con mi caja y le pregunto a la dueña si me presta un fibrón. Le digo que recién vengo del mayorista, que vendo turrones y que quiero ponerle el precio de la oferta al costado de la caja. La señora me da el fibrón y marco en uno de los costado bien grande y con trazo grueso: 4 turrones 5 pesos. Le agradezco y salgo en dirección a la parrilla. Levanto una piedra y la meto adentro de la la caja. Finalmente llego a la parrilla.
Suenan Los palmeras en la radio del parrillero. Ya hay un par de comenzales, colectiveros en su mayoría. Saludo y me siento en el mostrador. Ubico la caja a mi lado con el lado que tiene la oferta para que se vea con lo que me gano la vida. El parrillero se acerca, saluda y me pregunta qué me voy a servir. Mira a la caja. Le pido dos empanadas y un pingüino de vino, y para después un pedazo de vacío al pan. Vuelve con la bebida y la empanadas y pregunta como anda el pique. Le digo que bien, que si sigue así hoy me voy temprano a mi casa. Vuelve a la parrilla a charquear el vacío para hacer el sandwich. Sigue llegando gente a la parrilla. Ahora suenan Los del Fuego con su versión de Persiana amercana.
El hígado resistió a dos empanadas bastante picantes, un buen pingïno de vino con soda y un suculento sandwich de vacío. La parrilla ya está llena. Ahora es el momento. Le pido la cuenta al parrilero. En el momento que va a la caja meto la mano en el bolsillo y le pregunto si tiene cambio de 100. "No pibe, me arruinás", dice. Le digo que voy hasta la agencia de quiniela que está a la vuelta. Le encargo la caja con "mercadería". "Mira que es todo lo que tengo para seguir laburando", le digo y voy hasta La 24. Doblo la esquina, llego a la agencia de quiniela y paso de largo. Hago dos cuadras y me encuentro con un pinta que conozco. Quiere ir a La Itatí a comprar gilada. Me dice que tiene plata. "Bueno", le digo y nos vamos a tomar el 257.
Golpean la puerta y me despierto de un sobresalto. Me preguntan si está todo bien. Digo que sí, que ya salgo. Seguro que es uno de los playeros que escuchó como roncaba. Voy al lavamanos. Me mojo bien la cara y el pelo. Me hizo bien la siesta, ya se me pasó el dolor de cabeza. El hígado parece que también se ha recuperado. Dejo la estación y sigo al costado de la ruta en no sé qué dirección. El sol cada vez calienta más. Ya puedo pensar con un poco más de claridad. El último registro que tengo antes de las clonazepam es que estaba en La Korea. Mientras los autos y camiones pasan a mi lado me pregunto como hice para recorrer catorce estaciones desde La Korea a Retiro y otras diez más hasta esta zona. Porque ya me he dado cuenta de que ando por Burzaco. Estoy caminando por Camino de Cintura y, si no me equivoco, en breve estaré en la rotonda de Lavallol. Y efectivamente, estoy llegando a la rotonda. A pesar de esta laguna mental que es más grande que el Nahuel Huapi, la he sacado barata otra vez. No tengo agujeros, en el baño de la estación no me vi moretones ni chichones. En cana no estoy. Lo que si se está gestando otra vez es el hambre. De a poco va creciendo. Si el hígado lo permite deberé comer algo. Reviso los bolsillos: nada. Estoy en un problema. Llego a la rotonda de Lavallol.
Al llegar a la rotonda agarro por Monteverde. Me acuerdo que hay una parrilla antes de llegar a La 24. El problema es cómo voy a pagar. Creo que no debería pagar. Pienso, algo se me tiene que ocurrir. En la puerta de un supermercado agarro una caja de cartón vacía. Entro a un kiosko con mi caja y le pregunto a la dueña si me presta un fibrón. Le digo que recién vengo del mayorista, que vendo turrones y que quiero ponerle el precio de la oferta al costado de la caja. La señora me da el fibrón y marco en uno de los costado bien grande y con trazo grueso: 4 turrones 5 pesos. Le agradezco y salgo en dirección a la parrilla. Levanto una piedra y la meto adentro de la la caja. Finalmente llego a la parrilla.
Suenan Los palmeras en la radio del parrillero. Ya hay un par de comenzales, colectiveros en su mayoría. Saludo y me siento en el mostrador. Ubico la caja a mi lado con el lado que tiene la oferta para que se vea con lo que me gano la vida. El parrillero se acerca, saluda y me pregunta qué me voy a servir. Mira a la caja. Le pido dos empanadas y un pingüino de vino, y para después un pedazo de vacío al pan. Vuelve con la bebida y la empanadas y pregunta como anda el pique. Le digo que bien, que si sigue así hoy me voy temprano a mi casa. Vuelve a la parrilla a charquear el vacío para hacer el sandwich. Sigue llegando gente a la parrilla. Ahora suenan Los del Fuego con su versión de Persiana amercana.
El hígado resistió a dos empanadas bastante picantes, un buen pingïno de vino con soda y un suculento sandwich de vacío. La parrilla ya está llena. Ahora es el momento. Le pido la cuenta al parrilero. En el momento que va a la caja meto la mano en el bolsillo y le pregunto si tiene cambio de 100. "No pibe, me arruinás", dice. Le digo que voy hasta la agencia de quiniela que está a la vuelta. Le encargo la caja con "mercadería". "Mira que es todo lo que tengo para seguir laburando", le digo y voy hasta La 24. Doblo la esquina, llego a la agencia de quiniela y paso de largo. Hago dos cuadras y me encuentro con un pinta que conozco. Quiere ir a La Itatí a comprar gilada. Me dice que tiene plata. "Bueno", le digo y nos vamos a tomar el 257.
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