Me toco el pecho y siento como mi corazón late. Me toco la cabeza y late igual que mi corazón. Parece que en cualquier momento va a estallar. Si hago algún movimiento brusco puede que caiga al piso y estalle. Puede que algún pensamiento también la haga estallar. O la luz del sol que entra a través de mis ojos la desinfle y un líquido viscoso y caliente salga por todos mis orificios. Mientras camino me doy cuenta de que no hace mucho que amaneció. La ruta se encuentra transitada. Me pregunto qué ruta será y qué hago caminando por acá. Recuerdo no pensar mucho para que mi cerebro no explote. Un sabor agrio me sube por la garganta, agrio y caliente. Dejo al lado de la ruta mi última bilis. Me retuerzo pero ya no queda nada. Solo el recordatorio de mi hígado que me recuerda como lo sigo maltratando. Voy llegando a una estación de servicio. Busco el baño y me dirijo al último cubículo. Los grilos abajo y también despido lo poco que hay en mis intestinos. Dos puntadas me atraviesan: una en la cabeza y la otra en el hígado. Me quedo sentado con los ojos cerrados. Escucho que entra gente al baño y comentan la bronca que hay. Sigo sentado con los ojos cerrados. Me duermo.
Golpean la puerta y me despierto de un sobresalto. Me preguntan si está todo bien. Digo que sí, que ya salgo. Seguro que es uno de los playeros que escuchó como roncaba. Voy al lavamanos. Me mojo bien la cara y el pelo. Me hizo bien la siesta, ya se me pasó el dolor de cabeza. El hígado parece que también se ha recuperado. Dejo la estación y sigo al costado de la ruta en no sé qué dirección. El sol cada vez calienta más. Ya puedo pensar con un poco más de claridad. El último registro que tengo antes de las clonazepam es que estaba en La Korea. Mientras los autos y camiones pasan a mi lado me pregunto como hice para recorrer catorce estaciones desde La Korea a Retiro y otras diez más hasta esta zona. Porque ya me he dado cuenta de que ando por Burzaco. Estoy caminando por Camino de Cintura y, si no me equivoco, en breve estaré en la rotonda de Lavallol. Y efectivamente, estoy llegando a la rotonda. A pesar de esta laguna mental que es más grande que el Nahuel Huapi, la he sacado barata otra vez. No tengo agujeros, en el baño de la estación no me vi moretones ni chichones. En cana no estoy. Lo que si se está gestando otra vez es el hambre. De a poco va creciendo. Si el hígado lo permite deberé comer algo. Reviso los bolsillos: nada. Estoy en un problema. Llego a la rotonda de Lavallol.
Al llegar a la rotonda agarro por Monteverde. Me acuerdo que hay una parrilla antes de llegar a La 24. El problema es cómo voy a pagar. Creo que no debería pagar. Pienso, algo se me tiene que ocurrir. En la puerta de un supermercado agarro una caja de cartón vacía. Entro a un kiosko con mi caja y le pregunto a la dueña si me presta un fibrón. Le digo que recién vengo del mayorista, que vendo turrones y que quiero ponerle el precio de la oferta al costado de la caja. La señora me da el fibrón y marco en uno de los costado bien grande y con trazo grueso: 4 turrones 5 pesos. Le agradezco y salgo en dirección a la parrilla. Levanto una piedra y la meto adentro de la la caja. Finalmente llego a la parrilla.
Suenan Los palmeras en la radio del parrillero. Ya hay un par de comenzales, colectiveros en su mayoría. Saludo y me siento en el mostrador. Ubico la caja a mi lado con el lado que tiene la oferta para que se vea con lo que me gano la vida. El parrillero se acerca, saluda y me pregunta qué me voy a servir. Mira a la caja. Le pido dos empanadas y un pingüino de vino, y para después un pedazo de vacío al pan. Vuelve con la bebida y la empanadas y pregunta como anda el pique. Le digo que bien, que si sigue así hoy me voy temprano a mi casa. Vuelve a la parrilla a charquear el vacío para hacer el sandwich. Sigue llegando gente a la parrilla. Ahora suenan Los del Fuego con su versión de Persiana amercana.
El hígado resistió a dos empanadas bastante picantes, un buen pingïno de vino con soda y un suculento sandwich de vacío. La parrilla ya está llena. Ahora es el momento. Le pido la cuenta al parrilero. En el momento que va a la caja meto la mano en el bolsillo y le pregunto si tiene cambio de 100. "No pibe, me arruinás", dice. Le digo que voy hasta la agencia de quiniela que está a la vuelta. Le encargo la caja con "mercadería". "Mira que es todo lo que tengo para seguir laburando", le digo y voy hasta La 24. Doblo la esquina, llego a la agencia de quiniela y paso de largo. Hago dos cuadras y me encuentro con un pinta que conozco. Quiere ir a La Itatí a comprar gilada. Me dice que tiene plata. "Bueno", le digo y nos vamos a tomar el 257.
domingo, 13 de noviembre de 2016
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