domingo, 22 de mayo de 2016

El fantasma y la oscuridad


     Yo eras un fantasma feliz. Antes de saber que era ser
un fantasma, antes de conocer las palabras y su significado, y conocer el
significado de la palabra feliz.


     Yo era un
fantasma y un día me enamoré. Me desplazaba por aquí y por allá. Visitaba
muchos lugares, muchas naciones y ciudades. En uno de los hogares que visitaba
la conocí e inmediatamente me enamoré. Empecé a desear estar con ella. Pero era
consciente de mi condición de mero simulacro. Sabía que para poder estar con
ella necesitaba corporalidad. Pasé un tiempo de tristeza en la soledad de mi
eternidad, pero no me rendí. Fue cuando el deseo de estar con mi enamorada
empezó a invadirme. Y fue este deseo el que me permitió la corporalidad, ya que
empecé a notar que, muy de poco, empezaba a formar parte del mundo. Tanto deseé
poder estar con ella, que ya estaba formando parte del mundo, y lo notaba en la
manera torpe de manejarme en el mundo. Abría y cerraba las ventanas, rompías
cosas, hacia ruidos y notaba como la gente se asustaba mucho. Lloraban,
rezaban, hasta traían sacerdotes para exorcizar a los espíritus, pero nada de
esto me detuvo.


   Cuando
sentí que ya podía manejarme en el mundo tuve que buscar un anfitrión para
poder usar su cuerpo y así llegar hasta mi amada. El candidato fue un amigo
cercano a ella. En uno de sus sueños pude filtrar hacia su conciencia y de esta
manera ya estaba preparado para cumplir con mi meta. Pero no. Mis dificultades
recién empezaban. Aparte de tener que manejarme en el mundo de lo corpóreo,
tuve que aprender el arte del lenguaje, y estaba otra vez en el mismo punto,
antes de pasar al mundo físico. Pasé unos años en silencio porque no sabía cómo
utilizar el lenguaje. Así que tuve que aprender esta manera de comunicarme, no
solo para llegar hasta ella, sino para poder participar en el mundo. La familia
de mi cuerpo anfitrión notó el cambio y recurrieron a todo tipo especialistas.
Éstos no pudieron explicar el cambio repentino e inventaron un montón de
ridículas teorías que para nada sirvieron. Sin embargo yo ya había empezado a
comprender la importancia del lenguaje e inicié la tarea de aprendizaje.


   Fatigosa
era la tarea en la que me había embargado, solamente para llegar a ella y poder
sentir esa extraña y bella sensación que 
me produjo el haberme enamorado. Con el transcurso del tiempo,
lentamente me pude acercar a mi amada, siempre de manera torpe y dubitativa. Y
es que me faltaba tanta experiencia y manejo de todos estos artefactos de los
que se valen los humanos corpóreos para comunicarse, que en más de una ocasión
quise abandonar  mi empresa y volver a mi
estado originario, donde no hay tantos objetos y obstáculos.



    Como olvidar el día en que nuestro amor se
consumó. Como olvidar la bella sensación de ese primer beso. Como olvidar esos
primeros años de perfecto noviazgo, donde el mundo (nuestro mundo) se comenzó a
idealizar de manera vertiginosa para nosotros. 
Descubrí que el amor todo lo puede. Esos años me sentí invencible junto
a su lado. Y como en todos los cuentos, novelas y películas, donde todo llega a
su fin, nuestro amor llego a su fin, y con el fin descubrí el dolor.






   Así que
quedé arrojado a este mundo, sin el amor de ella, en este cuerpo, y con un
dolor  tan grande que los objetos del
lenguaje me fueron insuficientes para poder describir lo que sentía. Ya que me
encontraba atrapado en este mundo de formas y materias me dedique a
conocerlo  e investigarlo. Por lo menos
ya tenía el dominio del lenguaje y pude aprender muchas cosas importantes, y
otras no tanto, pero el conocimiento del mundo a veces me hacía sentir ese
primer deseo que me llevo a participar de la corporalidad.


   Me di
cuenta, con los años, que ese primer deseo me seguía movilizando en el mundo.
Seguía buscando amor, y lo busqué en los conocimientos, en el arte, en los
viajes, en las culturas, en otros amores, la seguía buscando y no me daba
cuenta que la había perdido. Me di cuenta, también con los años y vastas
experiencias, que el deseo y esa búsqueda del amor, cada vez me alejaba más del
amor y las cosas. Recuerdo mi paso por la academia cuando el mundo ideal de la
filosofía me había seducido de manera embriagadora, y volví a sentir esos
primeros destellos de amor. Pero fue solamente eso: destellos. Comprendí que
cada vez que me quería acercar a las cosas, las categorías me alejaban de
ellas, y muchos fueron los ejemplos y los intentos: empirismo,
trascendentalismo, subjetivismo, estructuralismo, idealismo, nihilismo,
orientalismo y tantos “ismos” como personas me encontré en el mundo. Al fin
había comprendido que a este mundo hay que mirarlo con esas plantillas, que las
cosas no se pueden conocer, incluso el amor, ese amor que busqué tan
ansiosamente y si alguna vez lo alcancé fue de manera momentánea. Los días y
los años pasaron, y con estos también fue creciendo ese dolor que había sentido
cuando me separé de mi amada. Me encontraba en este mundo acumulando una
cantidad de días, recuerdos, emociones, sentimientos, conocimientos que al fin
no me sirvieron de nada. Me hallaba en la cima de una montaña tan solo y
desesperado que empecé a contemplar la manera de volver a mi estado originario.
Para que un cuerpo, para que los sentidos, para que el aparato gnoseológico,
para que las cosas, para que el amor si al final nada se puede conocer, (por lo
menos en este mundo).


    Tuve que
mirar hacia atrás y ver el camino que había recorrido para iniciar mi regreso.
Un regreso plagado de obstáculos, ya que el haber mediado el mundo a través del
lenguaje y los sentidos me sentía engrilletado por todos lados. La tarea se
presentaba imposible pero mi voluntad ya se había direccionada hacia la salida.
Tenía que desaprender todo lo que había aprendido, tenía que despegarme de
todas las categorías que el lenguaje me había impuesto, tenía que superar y
abstenerme de todas las sensaciones que mi cuerpo reclamaba. El camino de
vuelta se había multiplicado de manera significativa, y los métodos también,
pero yo me encontraba decidido a deconstruir 
todo, todo este mundo ilusorio que me habían impuesto. Y pensar que solo
el amor de una mujer me trajo hasta este punto, pero no renegaba de ello, solo
deseaba volver a mi estado, el estado en el cual no había mediaciones, donde
estas palabras son tan insuficientes como los jirones sal, las cartas escritas
en la arena o caballos de marfil con forma de mariposa.


    En mi
viaje de vuelta probé todos los métodos para superarme a mí mismo, y es que
este era mi mayor problema: superarme a mí mismo. Técnicas, viajes, abandono
total, meditación, hipnosis, fármacos, retiros, espiritualidad y tantas cosas
que tuve que aprender para superarme que otra vez apareció la frustración al no
poder lograr mi objetivo. A cada paso que daba tenía que dar otros tres pasos
más dentro de ese paso, y dentro de ese paso, otros tres. Fue entonces que tuve
un sueño, y en el sueño una revelación. Recordé que mi ingreso al mundo
corpóreo fue a través  de un sueño, y en
ese sueño inicié nuevamente mi viaje de regreso. Mi sorpresa me asaltó de
sobremanera, ya que el camino interior hacia la salida estaba mucho más plagada
de objetos, que cuando había ingresado, incluso muchos más objetos que en el
exterior de mi cuerpo. Y otra vez a deconstruir todo un lenguaje simbólico
mucho más alejado del lenguaje mundano, mucho más misterioso e intrincado,
sumado a traumas, complejos, resentimientos, fantasías y tantas cosas sin
nombre que no hay símbolo posible de utilizar en ese estadío.


    No vale la
pena enumerar la odisea interna que fue volver a encontrar la salida hacia mi
estado originario. Solamente diré que después de tantos esfuerzos, primero por
ingresar al mundo y luego egresar de éste, encontré la salida.


   Aquí me
encuentro, luego de tantos años (años de mundo corpóreo), eternidad para mí,
donde al fin pude reconocer la verdad dentro de la verdad, la esencia de las
cosas y la verdadera libertad. Aquí me encuentro nuevamente vagando por los
ilimitados espacios del Ser, de vez en cuando me acerco al mundo y elijo una de
las tantas plantillas para observarlo y para observarla, ya que nunca olvidaré
las hermosas y delicadas sensaciones que mi amada me brindó en ese pequeño
trozo de tiempo tan insignificante como el aletéo de una mosca. Aquí me
encuentro con mi única compañera: la oscuridad





“Tuve un sueño, que no era del todo un sueño


El brillante sol se apagaba, y los astros


Vagaban apagándose por el espacio eterno,


Sin rayos, sin rutas, y la helada tierra”.





OSCURIDAD       LORD
BYRON







Gastón Leandro Ezequiel Vázquez          5 de mayo de 2016             18:17

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