"Más adelante, en la distancia,
vi una luz brillante,
mi cabeza empezaba a pesar, y mi vista oscurecía,
tenía que parar para pasar la noche."
vi una luz brillante,
mi cabeza empezaba a pesar, y mi vista oscurecía,
tenía que parar para pasar la noche."
The Eagles - Hotel California
La tarde
declinaba como arrastrándose sobre el asfalto. Todavía reverberaba los 40
grados de calor y el aire espeso y caliente daba suficientes evidencias. La
semana había sido pesada. Lo bueno es que ya era sábado y mis obligaciones
quedaban suspendidas hasta el lunes. Y ahí me encontraba yo, atravesando toda
la jungla de concreto en mi moto, jungla sobrecalentada por el sol del verano.
Ahí me encontraba planificando alguna salida hasta el centro para poder
despejar mi mente y espíritu y dejar de lado todo aquello que en la semana me
sobrecargó de preocupaciones.
Ya en mi
casa, luego de un reparador baño y una meticulosa afeitada me dispuse a indagar
las carteleras de cine: una actividad como esta nunca falla. Es así como
emprendí el viaje hacia el centro, ya más relajado, en mi vieja moto Guzzi.
Tomé la calle que desemboca justo atrás del cementerio, hasta allí debía
dirigirme para tomar la avenida principal que me llevaría hasta la actividad
nocturna de la ciudad. Unos cincuenta metros antes de llegar a la esquina del
cementerio pude ver que alguien se encontraba allí. Esto me pareció raro ya que
en ese lugar no había ninguna parada de colectivo, y siempre esa esquina me
pareció un lugar… no sé muy bien como describirlo: Si la melancolía se podría
cristalizar en algún lugar, yo elegiría esa esquina sin pensarlo. Al ir
acercándome pude ver que una señorita era la que ocupaba la melancólica
esquina. Han pasado muchos años de esta anécdota, y al ir revisándola una y
otra vez aun no comprendo que es lo que me llevo a detenerme e iniciar una conversación
con la señorita. Lo cierto es que al llegar al lugar donde estaba ella me
detuve, y con una naturalidad (desconocida para mí) la saludé, me presenté,
ella también me saludó y se presentó: Gisela era su nombre y su situación era
la de estar esperando a alguien que por lo visto ya llevaba mucho tiempo de
retraso. Esta fue la oportunidad para ofrecerme a llevarla donde quisiera.
Confesó que su plan con su fallido acompañante era ir a tomar algo por la zona
de la costanera, así que me dispuse a enmendar la falta del fallido
acompañante.
Ya he
dicho que esa esquina me refería cierta melancolía. Gisela, también me refería
sensaciones extrañas, difusas quizás; porque al intentar describirla, siento,
hasta el día de hoy, que toda referencia gramatical es insuficiente. Se podría
decir que ella era como una actriz de esas películas en blanco y negro donde el
tiempo está detenido. En más de una ocasión (después de estos acontecimientos)
la he soñado y en mis sueños la recuerdo en blanco y negro: hasta el día de hoy
no he logrado sacarla de mis recuerdos más profundos. Y es en esos recuerdos
donde el tiempo ha hecho mella ya que ciertos rasgos han sido erosionados por
el tiempo y otros han sido magnificados por la sensibilidad de mi espíritu. Su
pañuelo rojo atado a su cabeza dejando el nudo de éste en la parte superior le
daba un toque angelical que le quedaba a la perfección. A ambos lados de su
rostro, el demiurgo que la deseó, la pensó y la creó, puso de manera acertada
dos lunares (uno en cada lado), lo que hacía que su belleza fuera desbordante.
Esta es la manera más cercana que tengo de describirla. Todo esto sumado al
ceceo de su fonética, lo confieso, me enamoró a primera vista. Un vestido
blanco pasado de moda y unos zapatos blancos completaban la descripción.
Luego del
preámbulo de la presentación y de los posibles lugares a donde ir, nos
dispusimos a recorrer el centro y luego la costanera. Al subir a la moto, ella
me envolvió con sus brazos alrededor de mi cintura y el escalofrió que me
recorrió la espalda, también ha quedado grabado a fuego en mí.
La
actividad en el centro era agitada. La noche se prestaba para los paseos y las
largas charlas que no conducen a nada, y nosotros, Gisela y yo también nos
disponíamos para esos paseos y esas largas charlas que a nada conducen. El café
Faenza fue la parada para degustar una pizza de muzzarella y empezar a
conocernos. Me refirió que venía de un pueblo del interior; hacía ya tres años
que estaba instalada con su familia en unos de los barrios cercanos a la
universidad. Ella estaba estudiando la carrera de filosofía, de la cual se
sentía muy orgullosa. También se sentía orgullosa por sus gustos cinéfilos, y
en este tópico fatigamos un par de horas de conversación. Pedimos café para
seguir con los temas, ahora filosóficos, cuando de repente su taza se resbaló
de su mano y salpicó un poco de café sobre su vestido blanco. Gisela se puso un
poco nerviosa. Traté de distraerla con otro tema para que se olvidara de la
mancha de café sobre su vestido, y en poco tiempo volvimos a la charla animosa.
Al
agotarse los temas sobrevino el famoso “silencio incómodo”. Por mi parte (por
un segundo, o quizás dos), al mirar a través de sus ojos y su hermosa sonrisa
me volvió a invadir un escalofrió más cortante que el primero. El pensamiento
que produjo el escalofrío era: si ella vivía por el barrio universitario que
hacia esperando detrás del cementerio, y a quién esperaba. De manera automática
volvimos a conversar y mi preocupación se dilato lentamente. No tenía formas ni
energía para preguntarle. Traté de pensar en otras cosas, como por ejemplo ir
hacia la costanera. Ella asintió y nos dirigimos hacia allí. Sinceramente no
recuerdo el contenido de las conversaciones, solo recuerdo caminar junto a ella
y estar absorbido por su dulce mirada. En más de una oportunidad estuve tentado
de tomarla de la mano pero no me animé. La mitad de la madrugada nos encontró
en la costanera, yo creí estar enamorándome de ella más de lo que ya estaba y
ella, por momentos, parecía no pertenecer a ningún lugar, no estar en el
tiempo, ni siquiera ocupar totalmente su forma, ni ocupar en su totalidad su
espacio. Estas apreciaciones me parecían raras, pero no era la primera vez que
me enamoraba de una mujer rara.
Repentinamente el cansancio invadió mi cuerpo. Me dispuse a llevarla
hasta su casa, y hacia allí nos dirigimos. Al llegar, ella descendió, me
comunico que la había pasado muy bien y que si quería, esa tarde misma, nos
podríamos volver a ver. Mi corazón se inflamó de amor y sentí un éxtasis
vertiginoso. Una sensación que no sentía desde hacía ya varios años. Nos
despedimos con un tímido beso en las mejillas, ella se dirigió hacia la puerta
y en vez de entrar decididamente se paró en el umbral de la misma y me dedicó
una última mirada. Esa última mirada me produjo un nuevo escalofrío. Por su
parte ella fue como absorbida por la oscuridad al entrar en la casa. El golpe
seco al cerrar la puerta hizo que acelerara a fondo mi moto y conducir de
manera automática por varias cuadras. No supe bien a que se debió esta
reacción. Estaba totalmente confundido. Sin embargo, al reponerme, ya había
empezado esperar a que se hiciera de tarde para volverla a ver.
***
Desperté
sobresaltado en mi cama. Había tenido una pesadilla de la cual no podía recordar
nada. Quizás estuve escapando, quizás volví a tener la sensación de correr y no
disponer de fuerzas en mis piernas, quizás nada de lo que ocurrió en la noche
sucedió, pero al ir recordando los hechos de la velada tuve la certeza de que
sí, todo lo que había sucedido había pasado y podía dar fe de esos hechos.
***
Enamorado, ansioso e impaciente llegué a los umbrales de la tarde. Al ir
llegando a la casa de Gisela mi corazón galopaba de manera casi descontrolada.
Al tocar el timbre me atendió una señora a la que instintivamente supuse sería
madre de Gisela. Me preguntó que necesitaba y yo al preguntar por Gisela la
contestación que recibí fue: “Vos me estás cargando pibe”. Nuevamente un
escalofrío se hizo presente en mí y las imágenes de la noche anterior
destellaron por mi mente: el cementerio, la esquina, su pañuelo rojo, la
sensación de que ella no pertenecía al tiempo ni al espacio y la última mirada
que me dedicó. Quise contestar pero la confusión y cierto miedo y vergüenza no
me dejaban articular palabras. Desde la puerta la señora me imprecaba de manera
angustiosa, ya que ella refería que Gisela había muerto tres años atrás. Pude
disponer de cierta lucidez para defender mi caso y de manera desesperada referí
ciertos datos que Gisela me había comentado. Creo que el escalofrío se
transfirió a la señora ya que se quedó pálida y rígida en el umbral de la
puerta; seguido de esto se desmayó.
***
Es
extraño como la gente se conoce y genera relaciones. Yo generé una relación con
los padres de Gisela. Nos reuníamos frecuentemente, y ellos, no dejaban de recordarla
a través de sus fotos, sus cuadernos, su habitación, los recortes del diario
que referían los hechos de su deceso y de los cuales no mencionaré en este
relato. El deseo (a pesar de saber que estaba muerta) de volverla a ver, las
desplacé hacia sus fotos. Todos esos detalles y gestos de los cuales me había
enamorado estaban petrificados en esas fotografías. Incluso en una de esas
fotografías ella estaba con su pañuelo rojo y el vestido blanco que llevaba esa
noche.
Con el
paso de los meses no podíamos salir de la perplejidad de que yo hubiera estado
con Gisela, y si esto hubiera ocurrido a qué se debía. Con el tiempo nuestros
espíritus se fueron templando de morbosidad. Ellos sugirieron que debíamos ir
al mausoleo donde estaba Gisela y exhumar el cadáver, por mi parte también
tenía la necesidad de ver el cadáver y poder, de una vez por todas, despejar o
concertar todas las incertidumbres que llevaba acumuladas desde esa noche.
***
Nos encontrábamos, esa mañana, en el reducido
mausoleo de la familia. Por mi parte lo único que en ese momento podía percibir
era mi respiración. A mi lado se encontraba la madre de Gisela atestiguando
como su esposo iba sacando los tornillos del féretro con una templanza de
espíritu que, seguramente, ella desconocía. Al concluir con la operación, el
padre de Gisela nos miró como buscando la aprobación para seguir adelante. El
silencio contestó por nosotros. El padre de Gisela miró el féretro y lo abrió violentamente.
El tiempo se detuvo para mí al observar la mancha de café sobre el vestido
desgarrado por las emanaciones putrefactas de la muerte. El reducido edificio
cayó sobre mí y quede suspendido en la oscuridad. Oscuridad, oscuridad;
eternidad.
***
Nunca más, hasta el día de la fecha, volví a
la casa de los padres de Gisela. Pocas veces me he cruzado con alguno de ellos
y si nos saludamos fue de manera distante más que cortés. Como dije al
principio nunca pude olvidarla, o quizás ella tampoco pudo olvidarme. Nos
seguimos viendo en mis sueños, y yo la sigo viendo en la misma esquina del
cementerio cada vez que las circunstancias me obligan a pasar por allí de
noche; pero no me detengo. Al volver a los recortes de diario, su historia
familiar y los recuerdos que atesoro en mi alma me pregunto qué es lo que está
esperando, o a quién está esperando. Sin embargo, la veo siempre cubierta con
un manto de paz.
Mi
visión de las personas cambió después de estos hechos. Así como me había
relacionado y enamorado de un fantasma empecé a pensar en toda la gente con la
que me relacionaba en mi vida diaria, ocasionalmente y regularmente ¿Cuántos de
estos podrían llegar a ser espectros? ¿Cuántos de estos espectros se
encontrarían destinados a la perpetua acción residual de lo que había sido su
vida? Al ir profundizando en estas meditaciones, el escalofrío volvió a hacerse
presente por mi espalda cuando comprendí que yo también podría ser un
espectro…Y, quizás, tu lector, también.
El cuento fue publicado por primera vez en la primavera de 1940 en la revista El oro de los tigres. Luego de la publicación llegaron a la redacción de la revista infinidad de cartas de lectores que aseguraban haber tenido experiencias similares como las que se describen en el cuento. En el diario del Poeta, que fue hallado hace pocos años, está el registro de la noche que dio origen al cuento. Hay que recordar también la famosa foto de la autopsia del Poeta donde se ve un tatuaje en su pecho con un corazón roto y debajo se lee el nombre de Gisela.
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