…”el
hombre es solo la mitad de sí mismo,
la
otra mitad es su expresión.”
El poeta y otros
ensayos, Ralph Waldo Emerson
“Es
tan simbólico que es sospechoso”
Mariano Suarez
“La
natura es un templo donde vivos pilares
dejan
salir a veces sus confusas palabras;
por
allí pasa el hombre entre bosques de símbolos
que
lo observan atentos con familiar mirada.”
Correspondencias,
Charles Baudelaire
Soy
símbolos y habito símbolos ¿Cuáles son los símbolos que habito? Habito la adicción,
el suicidio, el incesto, el cáncer, el aborto, la depresión, la locura, los
despertares espirituales y la poesía. Todos
estos símbolos confluyen en mi carne irrigada de nervios, como diría Artaud,
donde se define el bien y el mal. El
mundo es mi representación
En el
linaje de mi sangre, de parte de mi padre y de mi madre, fluye desde hace
varias generaciones el alcoholismo. Me crie con mi abuelo materno y adopté unos
cuantos símbolos de él. Soy maestro mayor de obras como él, soy adicto al alcohol
y, a parte, a todas las sustancias que alteren el estado de ánimo y psíquico.
Creo que también mi interés por la filosofía procede de él. Mi madre me
comentaba que a su último hijo intentó llamarlo Sócrates. Mi abuelo paterno
también era alcohólico. Su hijo, mi padre, también es alcohólico y adicto a la
cocaína. Mi madre fue drogadependiente
desde los 14 años por una epilepsia nunca declarada. Los neurólogos no pudieron
acertar en el diagnostico pero igual la medicaban. Nunca se encontró la causa a
qué se debían los ataques convulsivos. Ella me comenta que cuando me estaba
amamantando por primera vez y el médico que la atendía en la Maternidad Sarda,
al ver las pastillas arriba de la mesa de luz, le prohibió seguir con el
amamantamiento para que no me pasara el fármaco y la enfermedad.
Dice Borges
en la Biografía de Tadeo Isidoro Cruz que “cualquier
destino por largo o complicado que sea consta en realidad de un solo momento;
el momento en el que el hombre sabe para siempre quien es”. Ese momento
está mojonado el 16 de abril del 2009.
“Dejé los campos de Camboya
Y me fui a vivir
Con mis padres;
Papá me esperaba en la puerta
Y detrás de él
Apareció mamá.
Basta de guerras, me dije
A mí mismo
Y me rendí.”
El recuerdo es tan lúcido como el canto de los
gorriones en el ciruelo de mi patio esta mañana. Me veo comer a cucharadas
soperas (debo tener unos o 2 o 3 años) un pote de dulce de leche de un cuarto. Esa
primera cucharada de dulce de leche, la descarga de adrenalina, la novedosa
sensación de bienestar en un cuerpo que todavía no tiene casi ningún registro,
es ahí donde el germen de la adicción encuentra su canal para instalarse
definitivamente, y va a tomar muchas formas. La profecía del médico se acaba de
cumplir. Termino con el pote de dulce de leche y voy al almacén de mi abuela y
me robo otro pote y también me lo
voy a comer a cucharadas. La incontinencia intestinal va a durar unos cuantos
días. Obsesión, compulsión, egocentrismo y materia fecal a cada paso. Diría que
ya está casi allanado lo que será el resto de mi vida.
Me crio mi
abuela. Mi madre me dejó a su cuidado porque no soportaba las palizas y
violaciones de mi padre. A consecuencia de esas violaciones mi madre optó por
abortar, creo yo, dos veces. Es por esta razón
que me llamo Leandro Ezequiel. Salvador Dalí carga con el nombre de su
hermano muerto. Al nacer Dalí, su hermano mayor había muerto. Esté se llamaba
Salvador, y el padre opto por volver a usar el nombre en el futuro gran pintor.
¿Habrá querido que Salvador Dalí sea el Salvador
de la familia? Pareciera que la elección de los nombre no es algo inocente.
Yo soy
producto de esas violaciones. En mis
primeras rebeldías de adolecente, ella, en un ataque de ira y frustración me
dice que ha tenido abortos y se ha quedado con el peor hijo. Leandro y Ezequiel
pasan a ser una carga, una marca, una
herida de la cual, hasta el día de la fecha trabajo para reparar o sanar. En el
poema Nonatos hablo de ellos:
“Si encontrás a mis hermanos
Si encontrás las voces de mis
hermanos
Deciles que mamá los amaba
Deciles que toda su vida
La atravesó la culpa y el
Remordimiento.
Toda su vida trato de enmendarlo
Lo más que pudo
Y puedo dar fe de eso”…
“Así que si encontrás los restos
de mis hermanos
Entre la materia fecal de
Esa fosa en Quilmes
Rezá un plegaria para niños
Nonatos,
Inocentes,
Y delicados
Yo desde aquí
Trataré de escribir versos para
ellos y para mamá
Para que, a pesar de todo
Nos podamos amar
Ellos allá
Y yo acá.”
La fosa es
un baño. Conocí el lugar de esa fosa y la señora que practicaba los abortos en el
barrio. No hay secretos en mi vida. El poema no habla de mis hermanos. El poema
habla del cáncer y la relación con el aborto. Cuando a mi madre le extirpan
parte del tumor en el colon,” una pelota
negra del tamaño de una naranja”, dice el cirujano, pienso en el color
negro, en la bilis negra como llama
Rober Burton a la melancolía. Papá (llamo papá a mi padrastro y padre a mi
padre biológico) cuidaba de ella con la limpieza de su bolsa de colostomía.
Papá no podrá hacerse cargo de la limpieza de la bolsa y en acompañarla a las
quimioterapias. Un paro cardiaco lo tendrá en coma unos días y varias semanas
en terapia. Tengo que hacerme cargo de la limpieza de la bolsa. Su colostomía
no era una colostomía normal. De su vientre
colgó un apéndice, que algunas veces llegó a ser más
grande que la bolsa. Entonces: el símbolo. Un pedazo de su cuerpo, un tumor, el
recuerdo de esos hijos que optó por no tener y vuelven y se hacen presentes,
recordando un pasado que no ha
pasado.
“Su tumor (el de mamá) ya ha
dejado de crecer
Ya se la ha llevado a una fosa
De cristiana sepultura.”
Y el
símbolo ¿Qué es lo que debo aprender de ese pedazo de carne?, de limpiar la
mierda... ¿Reconciliarme? Con ella, con ellos, con ese peso que también asfixio
mi ser.
Que también gangreno mi sangre.
Sus
últimos tres días la acompañé en su agonía. La solté, le dije que descanse, que
ya había hecho mucho por mí y por los demás, y que yo me ocuparía de papá, su
casa y sus mascotas.
“Y desde el umbral la despedimos
Ya he pagado sus deudas
A Caronte, el barquero”…
…“Ya sabrás quién sos
Ya sabrás tu nombre
Ya podrás conocer tu rostro
El rostro que tenías antes de que
el mundo fuera creado.”
Todas sus
deudas las pagué en mi carne. Pero yo no lo sabía y ella tampoco. Así como
sentí es primera descarga de adrenalina en mi cuerpo con el dulce de leche, la
sensación se volvió a repetir con las primeras ingestas de alcohol a mis 13
años. Las borracheras de fin de semana, tan inocentes al principio, de a poco
fueron ocupando los días de la semana hasta llegar a completarla en su
totalidad. La primera vez que tomé whisky fue como esa primera cucharada de
dulce de leche, me tomé toda la botella yo solo. Luego del primer trago amargo
y caliente se abrió el canal para tratar de aliviar todo el dolor y la angustia
que venía acumulando. Para los 18 años se podría decir que era un alcohólico
completo. Ya ocupaba el lugar que me habían preparado mis abuelos y mi padre.
Cada vez que tomaba no tenía control. No tuve el control hasta que apareció la
marihuana. Y otra vez volvía a buscar esa sensación, la del dulce de leche.
Otra vez la adrenalina. Pero esta adrenalina era diferente, fue mi medicina en
los primeros años. Una medicina que curaba todo mi dolor, toda la angustia
acumulada en mi adolescencia, toda esa angustia que me provocaba ocupar el
lugar de otros hijos a los que se les había privado la vida. El dolor de no
encajar en una familia, el dolor y la impotencia de no saber expresar ese
dolor. Así que todo fue tomando su forma. La marihuana me da el valor de a
poco, y de a poco comienzo a irme de casa.
El día se hizo pesado en el
campo. Luego de descolar alrededor de 100 bolsas de cebollas, ahora resta
cargarlas en el camión. Así son los días en Hilario Ascasubi, trabajar todo el
día por poca plata, volver y calmar los dolores articulares con vino. Volvemos
arriba de la cebolla viendo el majestuoso espectáculo de la luna dorada e
imponente saliendo, pareciera, desde la misma tierra. Entre risas y humo de
marihuana el día se sienta a morir. Tengo 21 años y me siento invencible.
De los 3
amigos con los que empecé a fumar marihuana, 2 están muertos. Ese 2001, el año
en que me sentía invencible, el año en que anotaba en filosofía, ese año muere
Julián, mi mejor amigo. De la inocente marihuana paso al floripondio (catalogada
como La planta de los dioses, una planta que crece en cualquier cantero y de la
que no está contemplada en la ley como ilegal) y en dos años lo consumió.
Recuerdo cuando mi madre me dio la noticia llorando de que había muerto en
Córdoba. La adicción se llevaba a mi primer amigo. Desde ese 5 de noviembre del
2001 hasta el 16 de abril de 2009 todo fue cuesta abajo en mi vida. Como en
toda enfermedad, el alivio de las drogas solo funcionó en primera instancia.
Luego los efectos no alcanzan para aliviar el dolor de la fiera adolorida que convive en mi interior, esa fiera que despertó
el alcohol y que traté de controlar o sanar con la marihuana, millones de
fármacos, cocaína, pasta base, floripondio, cucumelo, etc. No debe haber nada
más desgastante que combatir una enfermedad con otra enfermedad. Pero la enfermedad de la adicción solo es el
síntoma de una enfermedad mucho más profunda. La abstinencia (más de 8 años),
el trabajo sobre mí mismo y la práctica de principios y las debidas enmiendas a la sociedad, de a
poco me van brindando la información necesaria para habitar este símbolo.
La colonización del cuerpo
En las
fotos de mis primeros cumpleaños se pueden ver en la mesa gaseosas de marcas
varias, algunas ya no se fabrican más. Si me vendaran los ojos y me dieran a
probar de todas las marcas de gaseosa, podría acertar a cada una. Coca-cola,
Pepsi, Fanta, Mirinda, Crush, Mountain dew, Pindapoy, Teem, Gini, Sprite, 7up,
de todas tengo registros perfectos de su sabor ¿Será por la azúcar? ¿El fantasma del dulce
de leche? El principio de abstinencia también lo he llevado a las bebidas
gaseosas y sintéticas.
“La primera cucharada de azúcar
es
Insuficiente
La segunda es la
Cantidad justa
La tercera es la de
La ansiedad
La cuarta;
La cuarta es la de
La adicción.”
Cuando voy
a la farmacia a buscar los medicamentos para mi padre y veo las cajas de
clonazepam, alprazolam o Artane, mi cuerpo también tiene registros perfectos de
cada droga. Esas drogas que actúan en el inconsciente, también colonizado por
las compañías farmacológicas y la publicidad: “El dolor para, vos no”, “en tu
vida no hay tiempo para el dolor”, “si es Bayer es bueno”, “alivio inmediato
del dolor”, etc. Todo colonizado. Todo el cuerpo bombardeado. They're fucking with me subliminally.
Para dar un
ejemplo sobre la colonialización de la farmacología sobre el cuerpo, iré a mi
etapa de consumidor del fármaco Artane. Este antiparkinsoniano potente que en
su presentación comercial ofrece pastillas de 5 miligramos, y de la cual el
adicto busca el efecto solo en un cuarto de la pastilla (1, 25 miligramos). Eso
sería una dosis diaria recomendable. Mi pico de consumo llegó a los 15
comprimidos diarios. Esto quiere decir que consumía la dosis de 2 meses en un
solo día. El dolor de la fiera adolorida
es descomunal…y sin embargo no me curé. El dolor nunca cesó.
Ostracismo
Ostracismo:
1. En la
Grecia antigua, destierro a que se condenaba a los ciudadanos que se
consideraban sospechosos o peligrosos para la ciudad.
2. Aislamiento
voluntario o forzoso de la vida pública que sufre una persona, generalmente
motivado por cuestiones políticas.
Cuando me vi
a mí mismo caminado descalzo por la 9 de Julio con una bolsa negra, en donde
llevaba una frazada, recién ahí me di cuenta de que había tocado fondo. Desde
los 12 años que tenía la fantasía de abandonar mi casa e irme a vivir a la
calle. La enfermedad de la adicción
es paciente.
Todos los
símbolos que fui enumerando fueron configurando esa subjetividad que describe
la nota de La nación del 11 de agosto del 2006. Ese punto de fuga fue también
un alivio en ese momento. Fue muy educador ver la caída de todas las
instituciones en ese árido desierto de
lo real. Yo que fui educado para construir edificios de hasta 4 pisos, que
debía ser ingeniero o arquitecto, que debía cumplir con las fantasías de una
madre frustrada y de toda una tradición familiar en la sangre, excesivamente
pesada, ahí quedé arrojado por la
enfermedad de la adicción.
Cuando
comento mi paso por la calle y mi etapa de fumador de pasta base de cocaína, es
casi seguro que el interlocutor haga responsable a la pasta base. Pero esto no
es verdad. Y otra vez vuelvo a la marihuana. Como no quedarse en un lugar en el
que el precio es 10 veces menor. Como no querer ir a Misiones donde el precio
es 30 veces menor. Ese era mi destino,
Misiones, droga barata, cucumelo…Pero perdí el tren y me quedé 4 años viviendo
en las calles de Buenos Aires. El evento lo describo en mi versión de Paso a
nivel en Chacarita de Fabián Casas.
“Las monedas se aplastaron
Y volví a recogerlas
Una por una en cada
Paso a nivel
Hasta llegar a La Chacarita
Y poder reconciliarme con ese
joven
Atontado o desorientado
Que quiere huir hacia Misiones a
perder la cordura
Con el cucumelo.
Lo abracé y caminamos juntos
A pocos metros Fabián Casas
observaba la escena
Y escribía un poema
No tan distinto a éste.”
Hoy ese
pasado es literatura. No sé si las palabras que escribo puedan llegar a
trasmitir lo que en realidad quiero trasmitir. Todas las drogas son duras sean legales o ilegales. Todos los
resentimientos envenenan la sangre, sean justificados o injustificados. Toda la
violencia contra el cuerpo se paga. No sé si al escribir sobre la
humillación que conlleva comer de la basura se entienda lo que quiero
trasmitir. O la desesperación de
rascarse la piel lacerada por la sarna. O como arruinó mi sistema nervioso los
25 gramos diarios de marihuana y las 20 botellas de alcohol, la mandíbula
acalambrada de tanto tomar cocaína, de mis pulmones desgarrados por la pasta
base, de cómo se va fragmentando la realidad, producto de los psicofármacos, al
creer que se está encerrado en un laberinto en el cual los murciélagos picoteaban
mi cabeza, de esas primeras sensaciones placenteras y maravillosas en donde
todo es posible (incluso cambiar al mundo) pero avanzada la película hay que
ayudar a un amigo a hacerse el torniquete en el brazo porque la desesperación
no le deja encontrar la vena. De llorar desconsoladamente después de que se
acaba la última dosis. De tener que visitar a un amigo al cementerio. No sé.
Sin embargo voy comprendiendo que la literatura puede ser ese destino que he estado buscando toda mi vida, ese momento que es para siempre. Todo esto forma parte de la gran educación. Las internaciones por
sobredosis, la comunidad terapéutica de Punta Alta, haber visto a mi tío en su
cama muerto cuando se quitó la vida, el presidio, volver a casa con mis padres,
empezar a construir mi casa, la recuperación, acompañarla a mi madre en su
enfermedad hasta su último día, cuidar de mi padre, que me diga después del
funeral: “Quedate tranquilo Gastón, tu
mamá se fue bien con vos”.
La vida, o
quizás el eterno retorno, me dejó
viviendo con la persona que más odié en mi vida: mi padrastro al que adopté con
mi verdadero padre. Ahora siento lo que es tener que cuidar a alguien y de
ocuparme de que no le falte nada. A pesar de todo tengo que agradecerle a él y
a mi madre por la vida que tengo. Porque a pesar de todo yo ya estoy acá y no
puedo negarlo, ya ocupo un cuerpo, una identidad, un símbolo. No puedo vivir
cargando con más resentimientos. Hacerse responsable de la vida de uno es un
gran riesgo. Ya no le puedo echar la culpa a mi madre, a la familia, a la
sociedad, a dios, a la muerte. Y nombro a la muerte porque me he sentido tan
miserable que ni la misma muerte, pareciera, que era digna de ocuparse de mí.
¿Un
mundo nuevo es posible? Sí. Gracias al principio de
abstinencia puedo habitar de otra manera el capitalismo. Sé que ya no voy a
trabajar para el Estado y si lo hiciese lo haría ad honorem. Sé que militar (como verbo o como sustantivo) en
política ya no va a ser parte de mí vida. Porque la política hay que metérsela
en el cuerpo y yo ya me metí demasiadas cosas en el cuerpo ¿Una política nueva? Sé que
si le debo plata a un amigo y a un usurero, mi deber es con mi amigo: los
usureros que esperen. Sé que la plata está tirada en la calle y que si no hay
laburo hay que inventarlo, como decía mi finado tío. Sé que escribir es un gesto de superviviencia. Sé que hay que
sospechar de las instituciones. Quizás sea pertinente comentar, ahora que la
universidad ya cristalizó que el cannabis es salud, que en el 2001, el año en
que me sentía invencible, ya mi sangre y mi orina estaba saturada de drogas.
Por lo cual no me pareció un problema declarar al psiquiatra de sanidad que era
consumidor de drogas, en especial de marihuana. Fue un escándalo. El doctor a
cargo, un anciano muy conservador de pelo plateado y gafas pequeñas, me decía
que era la primera vez que pasaba que alguien dijera que consumía. Después de
una junta médica de 3 días me permitieron el ingreso. Hoy es al revés, todo va a contramano. Hoy, los cobardes y
mentirosos que ingresaron antes de esa fecha, están ocupando cómodos cargos y
cómodas oficinas y ahora pueden bajar su miseria a la casta aristocrática de la
sociedad. Pero que ellos quieran justificar su miseria en su gramática no hace
que la marihuana sea menos duras que las otras, aunque se cultive en el patio
de la tía Dora. Aunque el Estado la regale en las esquinas o papa pague el
prensado de su propio bolsillo. El
resto, la mayoría, va a una sentencia firme. Cárceles, hospitales y la muerte.
Es aquí donde veo el verdadero terrorismo
de estado. El verdadero plan
sistemático para hacer desaparecer personas. Y para mí sí es real esto. Desde
los 21 años veo como mueren mis amigos (hace 2 meses el más reciente). Yo mismo
he visto los campos de exterminio en las vías de la 21, Zabaleta, Flores, etc.
Los productores de The Walking dead se hubieran ahorrado miles de dólares en
extras y locaciones si hubieran venido a estos pagos. Todavía no he visto
ningún medio documentar esto. En esta ciudad ya se está haciendo evidente. Los apellidos de alta alcurnia ya no lo
pueden encubrir más. Las plantaciones de autocultivo están haciendo su trabajo.
La enfermedad de la adicción es
paciente.
Habitar poéticamente
“Escuché a un ruiseñor en el
parque;
Quizás fue un ruiseñor,
O un colobrí
O una urraca;
Lo cierto es que corrí
A escribir sobre aquello
En un manuscrito
Para poder ver el pulso
De mi sangre
Y para no olvidarme
De su bello canto.”
El pulso
de mi sangre, donde habitan todos estos símbolos. Solo hace unos años la fiebre
bajo su temperatura. Ahora puedo escribir de corrido sin que la ansiedad me
traicione y que corresponda con lo que quiero decir. No mencioné que mi madre
fue prostituta por muchos años. Me educó, me vistió y me alimento a base de
sexo compulsivo. He vivido en cabarets de niño y he conocido a las mujeres,
madres, luchadoras. No estoy en posición de juzgar a nadie, ya sea prostituta,
adicto, delincuente, indigente, abusador, o cualquier tipo de calaña
despreciable. Al fin y al cabo soy un hijo
de puta.
Desde que
falleció mi madre no he dejado de escribir un solo día. Pareciera que no solo
necesito dotar sentido a las experiencias mías, sino la de los demás. Como si
quisiera recuperar esas voces, hacerles justicia, reconciliarme, traer de
vuelta, escribirles cartas a todos aquellos a los que también se les privó la
voz por la adicción, el dolor, la enfermedad y la rutina.
La poesía
me ha ayudado para sanar esas profundas heridas emocionales. En el poemario de
Marina Yuszczuk titulado Madre soltera encontré un indicio:
“Quedar embarazada por error es
una forma de quedar embarazada ¿Y qué es un error? Una cosa que no estaba en
los planes, eso quiere decir que nadie se lo había imaginado. Algo que se
lamenta una vez que sucede, o un deseo tan profundo que no se sabía, y el
cuerpo se adelanta y lo realiza.”
Un deseo profundo.
Me quedo con eso, con que soy un deseo profundo de mi madre, a pesar de todo lo
que contaminó ese deseo.
Hay un
poema que empecé a escribir en la sala de espera del cardiólogo, la última vez
que lo acompañé a mi padre. Habla de los años que viví en la plazoleta de la
embajada de Francia. Habla de mi exilio en la calle, de una Argentina
surrealista, ácida, cínica. Recorre el golpe del 55, la masacre de José León
Suarez, el ahorcamiento de Larraburre, el fusilamiento de Aramburu, los vuelos
de la muerte, la embajada de Israel, el 2001 y muchas cosas más. Trato de no
interferir en el proceso de escritura. De vez en cuando me acerco al final y,
por ahora, parece irrevocable. Dice más o menos así: y de la única revolución/ de la que me siento parte/ es la de cuidar a
mi padre/ y honrar la memoria de mi madre.
“El brasero consume
Lentamente la ramitas
Para calentar la pava;
Un brasero hecho con una lata
De tomates, agujereado en
Los costados y una parrilla
Hecha de alambres en
La parte de arriba.
El Chaqueño de poco va poniéndole
Ramas al brasero,
La yerba ya está húmeda,
El porro está armado
Y circulando,
Al lado de la pava se calientan
Los patys de Mac Donalds
Rescatados en la madrugada
Del Patio Bullrich. Un digno
desayuno
De cirujas en los terrenos
Más caros de la Argentina.
Los ribustrines, el calor
Del brasero hacen cálida
La vida en la calle,
Las hamburguesas sin sabor
Y el prensado paraguayo
Dejan de lado cualquier
Preocupación.
Una señora pasea a su perro
El perro se acerca a la ronda
Atraído por el sabor de la
Carne calentándose.
Su mirada y el mover de
Su cola son recompensados
Con una hamburguesa;
Se queda esperando por otra
Y la señora dice que está bien,
Que no le demos más. El perro
Ladra agradeciendo la onda y
Se aleja con su dueña.
El perro sabe que
en la calle
Todo se comparte.
Lunes
27 de noviembre del 2017 3:21
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