A los quince quise escribir
Canciones que hablen
De la muerte y el diablo.
Quise escribir
Ser cantante
Sin haber tenido experiencias.
A los veinte aprendí algunos acordes
Pero nunca pude seguir el ritmo.
Así que dejé la guitarra en un costado
Y me dediqué a vivir
Y a tener experiencias.
Finalmente conocí al diablo
Y a la muerte, conocí la locura
El pánico a vivir la vida
El vacío y la desesperación.
Así y todo seguía
Sin poder encontrar el ritmo.
A los treinta me encontré
Con muchas experiencias
Pero sin capacidad para contarlas.
Corrí la guitarra y tomé los libros
De poesía y narrativa
Y de a poquito el ritmo empezó
A aparecer.
Para los treinta y cinco estaba escribiendo
En mi hogar.
El cáncer se llevaría mi tía
Y a mi mamá; pero ya tenía
El ritmo y el pulso
Para purgar el dolor.
La tinta no dejó de fluir.
Llegué a los cuarenta
Con algunos libros publicados.
El ritmo está presente en todo.
Estuve al lado de mi padre
En sus últimos días en esta tierra
Leyendo, escribiendo
Afeitándolo y apretando su mano
Para que no se sintiera solo.
El virus chino nos aisló
Y no pudimos despedirnos.
Lo enterré con su anillo de plata
Y el Elogio de la sombra de Borges.
Y ahora que su ausencia puebla
Todo lo que escribo y lo que leo
Aparecen el ritmo de las palabras
Aparecen los poemas y las canciones.
Porque las canciones que no cante
Como dice Vosco Lescano,
Vendrán por mí aunque no quiera.
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