Voy caminando por las calles de Lisboa
De edificios grises y tejados naranjas
De adoquines y rieles tristes
Que saludan con gracia al Río Tejo.
Entro en una tabaquería
Y conozco a un tal Álvaro de Campos.
Fumamos y charlamos sobre el ser nada
La lucidez antes de morir
Los genios que viven en buhardillas
En fin, el desasosiego en general.
Sigo caminando
En la Plaza de los Restauradores hay un poeta
Se llama Alberto Caeiro
Dice que el poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
Que hasta finge que es dolor
El dolor que verdaderamente siente.
Lo despido
En una taberna
El marinero Ricardo Reis alaba
La soledad de los mares
Y yo deseo esa soledad y esos mares.
La biblioteca Nacional fue el lugar
Para hablar con Bernardo Soares
Del Dios que nuestros padres adoraron
Sin saber por qué y del mismo sin saber
Por lo que se lo ha abandonado.
Y en el opiario
Fumando mi alma en una pipa
Viendo a los que me rodeaban
Tuve esa revelación lúcida de la locura.
Todos los rostros que fui conociendo
Desde que llegué al puerto de Lisboa
Eran de la misma Persona;
Y esa misma Persona
Se fue presentando en distintas formas:
Banquero, amarrador, oficinista, traductor,
Músico, pordiosero, rey... quizás hasta yo mismo
Porté con su rostro en las calles de Lisboa.
Antes de zarpar hacia Bizancio
Pregunté a un camarero,
Ya que me encontraba en una especie
De ensoñación de la que me costaba despertar,
En qué ciudad nos encontrábamos:
El rostro que me acompañó
Durante toda mi estadía en Lisboa
Y que ahora mi miraba en su forma de camarero;
Miró primero hacia la ciudad
Luego hacía las aguas del Río Tejo,
Con aplomo en el tono de su voz
Dijo sonriendo
Fernando Pessoa se llama la ciudad.
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