Rutinaria y tediosa. Los días en la oficina son siempre iguales. Después del mediodía estas sensaciones irán decayendo hasta convertirse en alivio.
Pero esa mañana un pequeño suceso interrumpió la rutina desgastante y corrosiva. En el alfeizar de la ventana se detuvo a descansar un colibrí; un colibrí azul y delicado como suelen ser los colibríes. Sin pensarlo y con total naturalidad, Hipólito, mi compañero de sección, saludó al colibrí como quién saluda a un viejo amigo o a algún conocido con el que se tiene simpatía.
El resto nos quedamos mirando a Hipólito como conversaba con el colibrí. Pareciera que para Hipólito esto resultaba de lo mas normal pero a nosotros no; pasamos del asombro al pánico en poco tiempo ya que sentíamos como la imagen de Hipólito y el colibrí era una manifestación clara de la locura colectiva que regularmente acecha en la calle, en los hogares, en los estadios, en las paradas de ómnibus, en los templos y en las cacetas telefónicas. Esta epidemia puede tomar cualquier forma y deja a los seres humanos en contacto puro con sus mas profundos y bellos sentimientos. Y hay que hacer cualquier cosa para detener esta epidemia, ya que en la oficinas y en las fabricas esta prohibido tener experiencias que puedan hacerlo a uno replantearse el lugar en el mundo. Seria un catástrofe para nuestra sociedad. Que la gente pueda pensar y sentir por su cuenta es inadmisible en estos días.
Inundados de pánico en la oficina me decidí a rescatar a Hipólito del influjo salvador del colibrí. No podía dejar que un colibrí acabara con el capitalismo. Así que fui acercándome lentamente hasta donde se encontraban Hipólito y el colibrí. Mientras me acercaba escuchaba como Hipolito recibía y acataba directivas del colibrí. Con sigilo y miedo llegué cerca del hombro izquierdo de Hipólito. Al hacer contacto con él, él se dio vuelta y ya no era Hipólito; era un colibrí. Instantáneamente miré a mis compañeros, ellos también eran colibríes. Sentí que tocaban sobre mi hombre izquierdo y al darme vuelta me vi reflejado en el vidrio de la ventana. Yo también era un colibrí. El capitalismo ha quedado sin efecto.
jueves, 8 de diciembre de 2016
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