El fantasma arrasó con la mente de la gente. Como hace 15 años la gente pareciera volver a ese fatídico diciembre. Como se puede pensar en que la gente quisiera volver a esas épocas. Todavía las imágenes perduran, casi lúcidas, casi vívidas en mi persona.
Cómo olvidar esas épocas, cómo olvidar las rondas de patrulleros yendo y viniendo con un oficial y su escopeta con medio cuerpo afuera del móvil con toda intención de disparar.
En las esquinas se podían ver las fogatas de la gente reunida resistiendo las oleadas imaginarias de los saqueos (solamente uno fue real, los demás fueron inventos y no de los medios), cada cual cuidando su cuadra, cada cual cuidando a su gente. Una fogata en cada esquina, en cada tribu, en cada clan, al igual que en la tercera parte del Señor de los anillos: Una fogata encendida hacia prender a la de la otra esquina invitando a armarse y prepararse para la guerra.
Al igual que en Vietnam, en vez de arrojar bombas de napalm, en este caso las bombas que se arrojaban eran las del miedo. Armas y miedo. Guerra y neurosis.
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