En efecto en las
calles de Buenos Aires se han vendido muchos buzones, por consecuente también
ha habido una legión de compradores de buena fe de estos buzones. Como seres
configurados para consumir cualquier
cosa que pueda llegar a desencadenar, por mínima que sea, esa sensación de
placer y bienestar que nos otorga las
cosas materiales, los oportunistas aprovechan esta fisura en el espíritu para
financiarse en el ocio. Lo importante es tener siempre (según ellos) armada una buena historia con buenos argumentos,
buenas locaciones y hasta con actores y
actrices cuenta este sindicato de la farsa.
Esta situación en la que me vi implicado sería una variación de la técnica para vender buzones. Lo admirable y hasta elogiable
de la situación en la que me vi como principal damnificado fue la originalidad
de los acontecimientos en los que, yo, voluntariamente entregué el dinero por
algo que nunca me dieron. Convengamos; a uno le pueden meter caño, arrebatar, todo en contra de la propia
voluntad. Otra muy diferente es entregar el dinero, sin violencia alguna, y no
recibir nada a cambio. De estas situaciones están atestadas las calles.
Un par de meses
trabajando en los barcos petroleros por el sur me dieron bastantes billetes para poder darme algunos
gustos. Uno de esos gustos derivó en querer obtener un Torino azul, como el
de mi tío, con el cual él me había enseñado a manejar. Siempre fue mi sueño y
estaba a punto de alcanzarlo, o por los
menos eso creía yo.
Un amigo de un
amigo me comenta que por el barrio de él andaba un lindo Torino azul a la
venta, le comento mis intenciones de querer adquirirlo por lo que este sujeto
me contacta con el dueño del Torino. Todo se fue dando naturalmente ya que el
dueño me lo enseñó y permitió que diera unas vueltas hasta que pudiera
decidirme. Confieso que no tardé mucho tiempo en decidirme. El auto era
perfecto. Un sueño sobre cuatro ruedas. El sueño del pibe.
Habíamos llegado
a un acuerdo con respecto al dinero. Acordamos hacer la transacción en su casa
por seguridad. Esta persona vivía en un edifico de departamentos muy elegante de la zona de Barrio Norte así
que antes de ir para su casa pase por el banco retiré el dinero y me dispuse a
ir en busca de mi sueño. En ese trayecto ya voy imaginando todas las cosas que
voy a hacer, donde voy a ir, me veo manejando por todos lados.
Al llegar veo que
el Torino esta estacionado en frente del edifico. El piso era el octavo, el
departamento correspondía a la letra C. Después de tocar el timbre y la
afirmación de que suba seguida de la chicharra que dejaba abrir la puerta del
edificio, en pocos segundos ya me encontraba dentro del ascensor que me llevaba
hacia el último paso para adquirir mi Torino azul modelo 74. La puerta se abre
después de tocar el timbre seguido de los cordiales saludos de buenos días este
personaje me presenta a su esposa y me comenta el nombre de los dos niños que
se encuentran jugando en el living del departamento. La escena es la de una
familia tipo. Algún que otro comentario sobre el clima y algún partido de
fútbol nos disponemos a contar el dinero y establecer las últimas indicaciones
con respecto al auto. Conforme a lo establecido me entrega las llaves del auto
y quedamos en que en la semana nos
encontraremos para realizar la transferencia, yo acepto complacido, ya que no
veo el momento de arrancar el motor y salir lo antes posible de ahí para
disfrutar de mi merecido auto. Un apretón de manos sella el negocio y acto
seguido ya tengo en mi poder las llaves y la tarjeta verde. Mis entrañas están
convulsionadas. Salgo del ascensor y al dirigirme hacia la puerta empiezo a
buscar mi auto, porque ya es mi auto, lo pagué y tengo la llave. Salgo a la
vereda y trato de buscarlo en el lugar donde lo había visto antes de subir pero
para mi sorpresa el auto no está allí. Empiezo a sospechar que he sido víctima
de una estafa y la desesperación se apodera de mí. Vuelvo hacia el edificio y
toco repetidas veces el octavo C pero no encuentro respuesta alguna con lo que
me dispongo a llamar al portero.
Mi agitación no me permite expresarme con claridad.
Cuando puedo explicarle al portero que el inquilino del octavo C me estafó casi me caigo
desmayado al enterarme que en el octavo C no vivía nadie. El portero al ver que
no podía creer en su versión y mi insistencia en que allí vivía una familia me
llevo hasta el departamento. Separó una llave del manojo de llaves que traía
consigo y abrió la puerta: no había familia, no había muebles, no había
vendedor, no había ya más nadie a quien reclamarle.
El portero trató
de consolarme como pudo. Lloré de impotencia y después de pedirle disculpas al
portero por la vergonzosa escena me retiré. Caminé desorientando como diez
cuadras hasta que vi que tenía las llaves del auto en mi mano, las observé y
las arrojé en un cesto de basura. Así concluyó mi sueño del Torino azul.
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