"Aléjate de lo que sabes Reybufón", dijo el niño. Con sus dos manos sostenía un cuenco. Al finalizar la frase dio vuelta el cuenco y no cayó nada: estaba vacío. Entonces desperté. Una fina capa de rocío me cubría el cuerpo, y el de mi perro también. Traté de retener todos los detalles del sueño para poder interpretarlo, pero al final solo detalles parciales pude recordar.
Días y días caminé por un bosque misterioso con la compañía de mi perro. La voz del niño me susurraba de vez en cuando, pero no pude comprender lo que significaba. Así pasaron los días y las noches también hasta que llegué a un valle majestuoso y profundo. Se podía respirar el aire mas fresco que alguna vez haya sentido en mis pulmones. Miles de pájaros diferentes habitaban en la verde espesura del valle, animales de diferentes especies también. A veces me sentada a descansar y comer frutas que iba encontrando, otras caminaba como siguiendo un rumbo del cual desconocía pero la intuición guiaba mis pasos con determinación.
Hasta que llegué a un acantilado y mi corazón intentó querer salir de mi pecho. El vértigo de ver al abismo cara a cara confrontaba todo lo que hasta ese día pretendía yo saber de la vida.
Sentado en el borde del acantilado con mi perro a mi lado pase todo un día mirando la profundidad del abismo a mis pies. En ese momento quise encontrar algún tipo de lenguaje que pudiera traducir todo aquello que ese vacío me trasmitía. Pero no encontré palabras justas, ni siquiera cercanas que se ajusten a esas formas. Solo sé que de vez en cuando lloré y abracé a mi perro. Al llegar la noche vi como el abismo y el valle que se encontraban dentro de él se oscurecía. Comprendí que las cosas al ser impregnadas con el manto de la oscura noche no dejan de ser las mismas cosas que son de día. El árbol oscuro por la noche es el mismo árbol cubierto por la luz del día. Yo soy el mismo que la luz del día alumbró y ahora esta privado de esa luz, pero soy el mismo; salvo mi sombra: ella es siempre oscura en la noche y en el día, y en la noche y en el día también me acompañan incondicionalmente.
Al amanecer me puse de pie, pero no para alejarme del abismo. El único paso que di fue hacia adelante, al interior del abismo. En la caída vi la imagen del niño con el cuenco en su mano dándolo vuelta y la vacuidad se apoderó de mí. Entendí que yo no soy mi nombre, y que mi nombre está vacío, y que el vacío también está vacío, y que el propósito de la caída no tenía sentido, y que yo era ese niño, y también estaba cayendo de ese cuenco que en realidad era el acantilado en el cual estaba sentado.
Una brisa fina y fresca corría debajo del árbol en el que desperté. Mi perro seguía durmiendo mientras repasaba mi sueño. Los sueños también están vacíos.
viernes, 9 de septiembre de 2016
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