martes, 12 de junio de 2018

La guerra de los mundos

    La cantina mantiene despierta a la avenida Pasco. El frente del local se encuentra abarrotado de autos particulares y remises. La noche despierta en sí misma y comienza a estimular a los cuerpos que fatigan las noches de boliches bonaerenses. La cantina es la parada obligatoria de cualquier aventurero noctámbulo. La boletería no da abasto. Los billetes fluyen y fluyen. Adentro ya está toda la ansiedad acumulada de la semana destilando hacia el alcohol, el sexo, el baile y la cocaína. Damas gratis suena por los parlantes. El animador grita por el micrófono:
-“¡¿Qué toma la gente de la cantina?!
-¡Cocaína!-, grita todo el local pisando el estribillo que dice “vitamina”.
   
     No cabe un alma más; ni un alma torturada en este purgatorio nocturno. La madrugada ya está espesa. Los excesos se comienzan a evidenciar. Los nariguetazos en el baño son incontrolables. Esas mismas narices son las que van desesperadas a la barra a ingerir litros y litros de cerveza. La música tampoco respira. Los angeles azules, Los del fuego, Leo Mattioli, Rodrigo, Los palmeras, Pibes chorros, Meta guacha, Yerba brava también hacen más densa la bailanta. Es evidente que en cualquier momento se pudre.
    Un chanta  pide un vaso de cerveza y al darse vuelta se choca con otro chanta y el vaso se derrama sobre el segundo chanta. Comienza la discusión, comienza el pecheo ente ambos, comienzan los insultos y las amenazas de tiros entre ambos. A su alrededor se juntan los amigos y enseguida se forman dos bandos dispuestos a todo. Ya está la dinamita servida, ya está la mecha esperando por el fuego. Y desde algún lugar del local, una botella sale eyectada y  estalla en una cabeza. Comienzan los golpes, los cuerpos enredados, las puñaladas que van y vienen, las botellas que siguen volando, estallando y cortando los cueros cabelludos.
   El estruendo detiene la pelea. El techo del local ha desparecido. En su lugar hay una intensa luz azulina. Todos han quedado estáticos mirando hacia arriba. La luz va sometiendo a cada uno. Cada uno va siendo atraído por la luz que los va devorando a todos hacia su interior. En poco menos de 10 minutos el local queda totalmente vacío. Solo queda la música sonando y las botellas rotas. El vientre de la máquina se cierra y sigue caminando con sus largas extremidades que la desplazan por la avenida. A cada paso, por una compuerta lateral, las ropas de los bailanteros van siendo arrojadas. Flamean con elegancia, con dignidad antes de tocar el suelo. Otra operación que no dura más de 10 minutos.
   La máquina se encuentra con otros cientos de máquinas en unos campos por la zona de Bernal. Desde otra compuerta las máquinas rocían con sangra la tierra, sangre de humanos.
    Pareciera que la noche será perpetua desde ahora. Solo se ve cielo con contornos rosados y violáceos. Fuegos por todos lados, máquinas arrasando y disparando sus rayos a cada paso. Por todos lados flota la ropa y el único olor es el de la sangre coagulada.

     El juicio final ha llegado. Pero el juez que dictó sentencia, ha declarado culpables a toda la Humanidad.





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