La cantina
mantiene despierta a la avenida Pasco. El frente del local se encuentra
abarrotado de autos particulares y remises. La noche despierta en sí misma y
comienza a estimular a los cuerpos que fatigan las noches de boliches
bonaerenses. La cantina es la parada obligatoria de cualquier aventurero
noctámbulo. La boletería no da abasto. Los billetes fluyen y fluyen. Adentro ya
está toda la ansiedad acumulada de la semana destilando hacia el alcohol, el
sexo, el baile y la cocaína. Damas gratis suena por los parlantes. El animador
grita por el micrófono:
-“¡¿Qué toma la gente de la cantina?!
-¡Cocaína!-, grita todo el local pisando el
estribillo que dice “vitamina”.
No cabe
un alma más; ni un alma torturada en este purgatorio nocturno. La madrugada ya
está espesa. Los excesos se comienzan a evidenciar. Los nariguetazos en el baño
son incontrolables. Esas mismas narices son las que van desesperadas a la barra
a ingerir litros y litros de cerveza. La música tampoco respira. Los angeles
azules, Los del fuego, Leo Mattioli, Rodrigo, Los palmeras, Pibes chorros, Meta
guacha, Yerba brava también hacen más densa la bailanta. Es evidente que en cualquier momento se pudre.
Un chanta pide un vaso de cerveza y al darse vuelta se
choca con otro chanta y el vaso se derrama sobre el segundo chanta. Comienza la
discusión, comienza el pecheo ente ambos, comienzan los insultos y las amenazas
de tiros entre ambos. A su alrededor se juntan los amigos y enseguida se forman
dos bandos dispuestos a todo. Ya está la dinamita servida, ya está la mecha
esperando por el fuego. Y desde algún lugar
del local, una botella sale eyectada y
estalla en una cabeza. Comienzan los golpes, los cuerpos enredados, las
puñaladas que van y vienen, las botellas que siguen volando, estallando y cortando los
cueros cabelludos.
El
estruendo detiene la pelea. El techo del local ha desparecido. En su lugar hay
una intensa luz azulina. Todos han quedado estáticos mirando hacia arriba. La
luz va sometiendo a cada uno. Cada uno va siendo atraído por la luz que los va
devorando a todos hacia su interior. En poco menos de 10 minutos el local queda
totalmente vacío. Solo queda la música sonando y las botellas rotas. El vientre
de la máquina se cierra y sigue caminando con sus largas extremidades que la
desplazan por la avenida. A cada paso, por una compuerta lateral, las ropas de
los bailanteros van siendo arrojadas. Flamean con elegancia, con dignidad antes
de tocar el suelo. Otra operación que no dura más de 10 minutos.
La máquina
se encuentra con otros cientos de máquinas en unos campos por la zona de
Bernal. Desde otra compuerta las máquinas rocían con sangra la tierra, sangre
de humanos.
Pareciera
que la noche será perpetua desde ahora. Solo se ve cielo con contornos rosados
y violáceos. Fuegos por todos lados, máquinas arrasando y disparando sus rayos
a cada paso. Por todos lados flota la ropa y el único olor es el de la sangre
coagulada.
El juicio final ha llegado. Pero el juez que dictó sentencia, ha declarado
culpables a toda la Humanidad.
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