miércoles, 14 de noviembre de 2018

El rengo

   La avenida Monteverde separa a Florencio Varela de Quilmes. Del lado de Quilmes, para conseguir pastillas hay que ir a Guadalupe, en Claypole. La única que vende es la Rosa y solo a la mañana, bien temprano, entre las 6 y 8 de la mañana. A veces hace excepciones pero son muy pocas.
   Del lado de Florencio Varela la única linea segura es la del viejo Váldez en el barrio La sirena. El viejo Váldez vive a dos casas del Negro Cala. Al  Negro Cala lo conocí en Mar del Plata limpiando vidrios. Cuando terminó la temporada volvimos en el tren y prometimos encontrarnos por la zona sur; y desde entonces siempre voy para su barrio a comprar pastillas.
   El viejo Váldez está sentado en una reposera. Parte de la familia lo acompaña, es sábado a la mañana y hace calor. Algunos toman cerveza y otros tereré. Llego saludo y pregunto si hay artanes y clonazepam. El viejo asiente con voz ronca  y tono de hampón. Le pregunto por preguntar si hay tamilam. El viejo dice que no se fabrican más. Hace el comentario de que la gente no podía dormir con esas pastillas. Cruzamos un par de palabras más y voy para lo del Negro cala.
   Ya hay cumbia puesta, se está cocinando una falda y el negro tiene la vicera cruzada y está en cuero, signo de que ya está re-loco. Se levanta a los gritos cuando me ve, me abraza y le pide a la mujer que traiga una cerveza. Hay una por la mitad pero no importa, cualquier excusa es válida para escabiar.

-¡Rosa!, trae una cerveza, vino el Negro a visitarnos-, dice el Cala abriendo un bagullo de porro.

   Con él están rancheando 3 pintas más. Hay 2 que son del barrio y los conozco. El tercero es un rengo que me lo presenta como el Juan. El Juan es uno de los tantos rengos que manguean en los trenes y en la capital. Me saludo con indiferencia, casi con desprecio. Se nota la desconfianza mientras la cerveza circula por la ronda. Sin que los demás me vean le paso media artane al Cala. Pregunto si puedo ponerle una clonazepam a la cerveza y el resto asiente, no tienen problemas: La Sirena es un barrio de pastilleros.
   El Negro me presenta con el resto. Cuenta las andadas en Mar del Plata, nos reímos mientras esperamos la falda que cocina la mujer del Cala. El Juan de a poco se empieza a soltar. El cóctel de pastillas, cerveza y faso ya está haciendo efecto.
   Ya entrado en confianza cuenta como perdió la pierna. Fueron a laburar con otro compañero a la capital. Metieron caño en un kiosko, el dueño se retoba, el compañero le pega un tiro en el cuello al viejo y muere casi en el acto. Alguien avisa a la policía y cuando estaban huyendo lo cercan. Al compañero lo acribillan en el acto. El Juan se escapa y toma de rehen a la mujer del kioskero y pretende fugarse con la señora como escudo humano. Como siempre el Juan anda empastillado, por lo que no responde con lucidez. Según él lo acorralan, le piden que suelte a la señora. Pero él está tan loco que en todo momento amenaza con matarla. Uno de los cobanis que estaba con una escopeta ve un tiro seguro en uno de los movimientos que hace el Juan con su rehén. El gorra no duda y le vuela la pierna izquierda. La señora se suelta y el Juan queda por el resto de su vida con una pierna sola.
    Mientras comenta la secuencia se fuma casi todo el porro que le habían pasado. El Cala le dice que pase el porro, que no está fumando solo. No queda casi nada, el Cala vuelve a armar otro porro. Mientras tanto el Juan profesa su odio hacia la policía. Odio, resentimiento, veneno gangrenando la sangre.
    Mi imaginación esquizoide estimulada por la drogas me recreó todo el escenario que él Juan me pintaba. y en efecto ese resentimiento con la policía estaba bien justificado. Pero lo que él no podía ver, era al viejo que había matado, a la mujer que había quedado viuda, a su compañero que había muerto y al gorra, que después de todo solo le voló la pierna y no lo mató. Se sabe que la policía en estos episodios tienen toda la libertad para masacrarte y dibujar la escena a favor de ellos. Sin embargo ese gorra le había perdonado la vida. Pero esto el Juan no le ve y quizás no lo vea nunca.
   En cada porro que se arranca y pasa por el Juan, el Negro Cala le tiene que decir que lo pase. El Juan se cree con el derecho a fumarse todo el faso por su condición. Creo que el resentimiento es la droga más dura.


    Un día pasa por la casa de mi madre un rengo mangueando. El mismo verso de siempre: que no hay trabajo, que es portador de h.i.v, si pueden ayudarlo con algo, etc, etc. Lo escucho desde adentro de la casa y recuerdo al Juan. Mi madre le da un par de billetes, el rengo le agradece y le dice que dios la va a bendecir. Mi madre vuelve adentro y me pregunta( ya que yo anduve en la calle) por qué hay tantos chicos jóvenes discapacitados. Ella quiere saber como este pibe perdió su pierna. Yo le digo que en enfrentamientos policiales es lo más seguro. "Claro", dice ella fumando y tomando mate.































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