domingo, 20 de enero de 2019

La farola

 


"El diablo anda suelto entre todos los locos"


Comprendes Mendez, Control Machete











      El tren llegó a Constitución a las 10. De Solano hasta Mármol fui juntando un poco de cartón y algo de cobre. Los viernes son los mejores días para cartonear. La mayoría de la obras,y la gente que hace limpieza en sus casas, piden los volquetes para el fin de semana. Los tesoros urbanos esperan en las chapas golpeadas. Cobre y aluminio, o bronce es lo que marca la diferencia entre 50 kilos de cartón y un kilo de cobre. Hoy me siento con suerte. Sé que algo voy a encontrar.

   Siempre sigo la misma rutina. Bajo por Brasil hasta Defensa y luego atravieso San Telmo, Monserrat, San Nicolás y, finalmente Retiro.

   A la medianoche ya tengo el carro casi completo. Ya es momento de ir a vender a los peruanos. Retiro está tranquila. La acción está en otro lado. Agarro por Carlos Mujica. Ya hay unos cuantos cartoneros llegando al depósito. Otros, se ve que ya vendieron y fueron hasta la 31 a comprar base. El olor a la pasta quemada me revuelve el estómago. Hoy no tengo ganas de fumar, tengo ganas de hacer plata. Estuve 10 días de corrido fumando base en los Eucaliptus y no quiero saber nada de dureza. Solo escabiar y fumar porro. Me traje una buena piedra para pasar la noche. Eso y birra es todo lo que se necesita para caminar la madrugada de Buenos Aires buscando valores.

    Descargo el cartón. La peruana lo pesa y me da un vale para que los cobre en la ventanilla. Por una ventanita paso el vale y una mano morocha me pasa la plata. Nada mal para el primer viaje de la madrugada. Los que vendieron antes que yo están repartiéndose la plata. Son tres. Uno se va a quedar a cuidar el carro y los otros dos van a ir hasta  la villa a comprar pasta base. Los escucho mientras me armo un porro, un buen porro. Hace como 3 horas que no fumo. Fumé en el furgón con los pintas y la locura me alcanzó hasta acá. Le doy  mecha a la historieta y tiro el carro casi vacío para el lado de la avenida. Estaciono el carro afuera de la panchería. Hay música santafesina al palo. Antes de entrar apago el porro y lo dejo en la bolsa en la que estoy juntando latas de aluminio. Me siento en la barra y pido una cerveza. No se hace esperar mucho. Llega totalmente fría. Todo lo que un trabajador callejero necesita. El primer vaso me lo tomo casi de un saque. El segundo lo disfruto. Hay  dos bolivianos que están borrachos. Se ve que tienen plata. Hay una mina con ellos. Los tiene de punto a los bolitas. Es una paraguaya y los está laburando lindo. La paraguaya es merquera, de eso no hay duda. Ella controla toda la situación. Los tiene como quiere. Yo sigo disfrutando de la cerveza y el efecto narcótico de la marihuana. Si no tuviera que laburar me quedaría a escabiar. Pero no, es mejor hacer plata. Buena plata y después gastarla bien y de corrido. Termino la birra. Salgo a la calle. Prendo la tuca que me quedó y vuelvo a tirar el carro. Ahora tomo dirección hacia Barrio Norte, Recoleta o Palermo. Intuyo que  por esos lados voy  encontrar algo.

   Subo por Juncal luego Avenida Las Heras. Hay algo de cartón, bastante latas de aluminio, papel blanco y poco cobre por ahora. Cables de alguna obra que hay que quemar cuando llegue al barrio.

   Armo otro porro. La madrugada se pone densa. Conozco esa sensación. El humo del porro también se pone denso. No sé en que calle estoy. Sé que en algún punto deje Las Heras y ahora estoy perdido. No es la primera vez que me pasa. No sé para donde ir. Voy caminando por una calle de adoquines. Las pocas luces las apagan los arboles viejos y altos. Esos arboles que forman un túnel lúgubre. Estoy perdido, no me importa, ya voy encontrar alguna avenida que me devuelva el sentido. Hay una farola en la esquina. Debajo hay unas cuantas bolsas de basura. Me tomo el tiempo para revisarlas bien. Nada bueno, solo un par de relojes viejos que quizás pueda vender en la semana en la calle Libertad. Sigo perdido. Miro para los cuatro lados y no sé para donde ir. Sigo en la dirección que venía. Dos, tres, cuatro cuadras y llego a un volquete. Está lleno. Veo perfiles de durlock y otras chapas más. Busco en mi bolsillo mi imán para asegurarme de que sea chapa o aluminio.¡Sí!, el imán no pega, es aluminio. Sabía que iba a encontrar algo bueno. Empiezo a separar los perfiles de durlock del aluminio. Ya tengo el carro completo. Inmediatamente tendría que volver a Retiro para vender esto, siempre y cuando me oriente nuevamente. Voy a tratar de no fumar por un par de horas. Cada pedazo de aluminio que saco me pone más contento. Que bueno es trabajar en la calle. Acomodo bien la carga con una soga. Ahora a caminar y buscar alguna referencia que me acerque a Retiro.

    Estas calles poco iluminadas y con arboles altos y viejos no se terminan más. Al llegar a la próxima esquina giro a la derecha. La calle parece la misma. Camino y camino y encima no encuentro nada. Hago dos cuadras más y vuelvo a girar. Pierdo la cuenta, no sé cuantas veces giré. Llego a una farola, hay unas cuantas bolsas de basura. Las reviso, y mientras las reviso me doy cuenta de que son las bolsas en las que encontré los relojes. Estoy caminando en círculos. Me apoyo en el carro, no sé que hacer. Dije que no iba a fumar pero que se pudra todo. Armo otro porro. Me quedo fumando un  rato largo, me siento en el piso. Es infernal la locura que tengo. También me doy cuenta del cansancio que tengo. Salí de Quilmes a las 6 de la tarde y no paré de caminar desde entonces. Quizás debería acostarme a dormir por ahí y esperar a que amanezca. Creo que con lo que tengo de aluminio ya salvé

la jornada. Los párpados se me cierran. Cabeceo una, dos veces y escucho un llanto. Me despabilo enseguida. Mis sentidos se agudizan. Si, es un llanto. No es de perro, ni de gato. Es un llanto: es de bebé. Pero... ¿De un bebé que está en la calle?, ¿habrá alguna familia durmiendo por ahí y no los he visto? El llanto sigue, se intensifica. Voy a buscar de donde viene, ¿será de una casa? No sé. Salgo del radio de luz de la farola, camino 10 metros. Hay otra pila de bolsas de basura, el llanto está ahí, entre las bolsas o adentro. Tengo miedo. Tanteo las bolsas con precaución. En una se confirma mi sospecha: hay un bebé adentro. La tomo con cuidado y la llevo a la luz de la farola. Abro con suma delicadeza.

El bebé está lleno de sangre. Todavía tiene el cordón umbilical. Los ojos los tiene pegados. Se ve que hace un rato nació. No me animo a levantarlo. Miro para todos lados para ver si hay alguien cerca que me ayude a llevar al bebé al hospital, pero no hay nadie, absolutamente nadie anda en la calle; ni siquiera autos. Finalmente me decido y lo tomo. Lo levanto para  inspeccionarlo mejor en la luz de la farola. Trato de arroparlo en mis brazos. Ahora está tranquilo. Mueve sus manos y pies. Abre un poco la boca y veo que tiene dientes, dientes grandes.

   -Mirá vos che, tenés dientes-, le digo acariciándole una de sus mejilla rosadas.

   Sus ojos se abren de golpe con una mirada siniestra

   -Y también hablo-, dice con una voz seca y rugosa.



   Lo solté y no me importó si se lastimaba o se moría a consecuencia de la caída. Corrí desesperadamente, no sé cuanto tiempo. Corrí, corrí y cada vez que miraba para atrás más pánico me corroía el cuerpo. Llegué con las primeras luces del amanecer a Libertador. A medida  que amanecía el miedo se iba yendo. Ya con el día totalmente declarado, bajé por Libertador hasta Retiro. No volví por el carro  y por el aluminio. Nunca más volví a cartonear de noche.



















 

 

No hay comentarios.:

Una navidad diferente

  “Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti” Friedrich Nietzsche        Pasó por la puerta principa...