jueves, 24 de enero de 2019

Laguna Ortiz

 


"Tu amor es mi enfermedad


Soy un envase vacío"


Paloma, Andrés Calamaro







      En el 88, luego de que falleciera mi abuela, mamá creyó que lo mejor era mudarnos a Río Gallegos con su hermana, mi tía Felisa. Lo que me gustó y entusiasmó era que íbamos a viajar en avión. Fue una de las experiencias que más recuerdo. El despegue, conocer la cabina de los pilotos, ver la tierra desde el cielo y el aterrizaje fue todo un acontecimiento para mí.

    Llegamos en otoño, Río Gallegos me pareció un lugar extraño. Ya habíamos estado un par de veces de paso con una pareja que tenía mamá que era camionero. Pero saber que ahora tendríamos que vivir acá y en casa de mi tía hizo que no me sienta cómodo enseguida.

    Apenas llegamos mamá se puso en campaña para buscarme una escuela. Las que estaban en el barrio no tenían vacante. Alrededor tampoco encontró. Pudo conseguirme una vacante en una escuela que estaba del otro lado de la ciudad. Tuvo que pagar una combi que me llevara y trajera de escuela todos los días. Mi tía, mientras mamá me conseguía escuela, me llevó a la casa en donde trabajaba como empleada domestica para que conociera a los chicos que ella cuidaba. Los chicos eran de mi edad, también estaban en quinto grado. No recuerdo qué hicimos ese primer día. Lo que sí recuerdo es que me invitaron a la mañana siguiente a la Laguna Ortiz para andar en trineo. El barrio quedaba casi a las afueras de Río Gallegos. La Laguna Ortiz queda en las afuera de la ciudad. En invierno la laguna se congela y se puede andar sobre el hielo. Lo que mis nuevos amigo llamaban trineo era una tabla con dos tablas cortas puestas de manera perpendicular en los extremos de la tabla. En esas tablas cortas se atornillan dos perfiles T, dejando la parte de abajo de la T que apoye sobre el hielo y haga deslizar la tabla. La parte que apoya sobre el hielo había que afilarla bien para que el deslizar sea amable. Las piernas se apoyan sobre la tabla y la manera de impulsarse es con dos baquetas que llevan un clavo en el extremo. Hay que clavar las baquetas en el hielo e impulsarse hacia adelante. Era como estar hincado de rodillas y moverse para donde uno quisiese. Yo nunca tuve trineo. A mis amigos se los había hecho su padre. Siempre tenía que esperar a que mis amigos me lo prestaran. Hacer un trineo era una tradición familiar en Río Gallegos. Así como a mis amigos se los había hecho el padre; en otras familias la construcción del trineo era una cosa entre hermanos o tíos. La Laguna Ortiz era un lugar para que cada uno mostrara sus trineos. Cada uno trataba de ser original.

    Los días en la Laguna eran eternos. Jugar carreras con otros chicos, con otros barrios. Siempre volvíamos a la tarde casi noche y con ganas de volver al otro día. Mis ganas de volver a la laguna se acrecentaron cuando conocí a Florencia. Yo estaba con mis amigos. Ella irrumpió como si nada y se unió a nosotros. Ella era de otro barrio y también pasaba las tardes con nosotros. Yo, sin querer, me enamoré de ella. Iba a la laguna incluso en los días en que mis amigos no querían ir. Lo único que quería era verla. Ella nunca supo que estaba enamorado de ella. En las noches, cuando estaba en la casa de mi tía, en mi cama, pensaba en la manera de declararle mi amor. Todas la noches imaginaba una excusa y una manera de decirle que me gustaba. Todos los días, cuando volvíamos a la tarde y nos despedíamos, siempre me reprochaba no haber podido decirle lo que sentía. El día que terminó el mundial 90 decidí que no iba a pasar otro día. Ya lo tenía decidido.

    Era de mañana. Los nervios me tenían paralizado. Quería ir a buscarla, pero saber que me tenía que enfrentar al momento de la declaración me daba pánico. Finalmente no fui a buscarla. Me dije que iría a la tarde. Trate de dormir la siesta pero la ansiedad no me dejaba.  A las 5 me levanté, tomé la leche y fui hasta su casa. Después de tocar el timbre la puerta de su casa se abrió. La madre lloraba. Me abrazó y no podía entender lo que me decía. Florencia había salido en la mañana con su trineo. Mientras andaba en su trineo el hielo de la laguna se quebró. Ella cayó en el agua congelada y se ahogó.







    Es julio. Me miro al espejo. Me afeito. Ya estoy listo. Reviso que no me falte nada, en especial el boleto. Tengo 2 horas para llegar al aeropuerto y embarcar.

    Pasaron 30 años desde ese primer vuelo en avión con mamá. Llego a Río Gallegos a las 11. La ciudad no me dice nada. No encuentro ningún tipo de sentimiento. En el aeropuerto tomo un taxi que me lleve a algún hotel de la avenida Roca. Hace frío y quizás caiga nieve. Mi tía ya no vive en la ciudad. Ya ni me acuerdo de los nombres de mis amigos. Estoy solo. Me quedo en el lobby del hotel toda la tarde. Salgo a la noche a comer por ahí cerca. La apatía no me deja conectar no nadie. Desde que llegue solo intercambié palabra con el taxista y con la recepcionista del hotel. Después de comer camino por el frío seco y cortante de Río Gallegos. Comienzan a caer unos copos de nieve. Vuelvo al hotel, quiero descansar, quiero llegar a mañana.

   



  Finalmente no nevó. Miro la avenida Roca desde el lobby mientras desayuno. La ciudad parece un poco más animada que ayer. El desayuno me levanta el ánimo, las noticias del diario me devuelvan la apatía y mal humor. Salgo a la calle a buscar un taxi. Encuentro uno enseguida. Le indico la Laguna Ortiz, pero primero pido pasar por una florería. Compro rosas y jazmines. Voy ensimismado en el asiento trasero del taxi con mi ramos de flores. Si el taxista intentó entablar conversación nunca me enteré. Solo le hablé cuando llegamos. Pagué y ni siquiera lo saludé.

     La laguna está congelada como ese invierno. Camino. Hay bastante gente divirtiéndose. Están los clásicos trineos, gente que anda en patín, algunos usan los canastos de plástico duro, esos en los que se vende los pollos. La laguna está alegre, inocente. Sigo caminando. Busco un lugar en donde estar solo y tranquilo. Encuentro una piedra en donde sentarme. Me quedó ahí, dejando que el tiempo se gaste, así como la melancolía me ha desgastado todos estos años. Pasan por mi memoria todos esas tardes en las que disfrute sobre este hielo. Mis amigos, la tarde en la que Florencia se juntó con nosotros y nunca se separó, especialmente, de mí. Las vueltas volviendo al barrio, su sonrisa al despedirse, lo enamorado que estaba de ella. La tarde que golpeé por última vez su casa.

    Son las 6 de la tarde. La noche comienza a devorarse al día. Me paro frente a la laguna. Le converso con el pensamiento. Me quedo un rato más como si escuchara la respuesta de la laguna. Tomo el ramo de flores y lo dejo al borde de la laguna. Comienzo a caminar y escucho: "Gastón". Es su voz. Un escalofrío me corta la espalda en dos mientras siento como algo me toma de la mano. No quiero darme vuelta.










No hay comentarios.:

Una navidad diferente

  “Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti” Friedrich Nietzsche        Pasó por la puerta principa...