Noche sofocante en la ciudad, y mucho
más sofocante era en la oficina del flamante candidato. Este, hacía ya varias
horas que se encontraba en su despacho del quinto piso de la calle Juncal. La oficina se
había convertido en un moderno purgatorio dantesco. Los aparatos electrónicos que se
encontraban junto a él también se habían convirtiendo en modernos aparatos de tortura
medieval. El momento de pagar todas sus culpas no reconocidas había llegado. El celular, estando en modo silencioso, no dejaba de vibrar sobre su
escritorio; en su computadora no dejaba de ver como las noticias se hacían eco
del escándalo (ahora su desagracia) que lo tenía en el centro de toda la
opinión pública. En las seis ventanas que tenía abierta en su ordenador, dos se
ocupaban de las redes sociales, una del correo electrónico, y las demás se
ocupaban de los portales de noticia que no dejaban ni un segundo la noticia del
escándalo. Su espíritu trataba de combatir la tortura digital con whisky y
clonazepam. El efecto anti convulsionante del clonazepam estaba siendo
contrarrestado por el alcohol, lo que hacía que fuertes correntadas calientes
de adrenalina recorrieran ferozmente su torrente sanguíneo. Como todo adicto
buscó lucidez en las sustancias, y como todo adicto encontró sufrimiento
y la decisión compulsiva de un espíritu que a toda costa quiere escapar del cuerpo
que lo contiene.
Tomó su revolver 38 largo del cajón y lo
martilló. Una nueva descarga de adrenalina caliente recorrió toda su humanidad
miserable, y más ferozmente. Lo apoyó en su sien izquierda por un momento, apretando los dientes y cerrando sus ojos llenos de lágrimas culpables. Retiró el arma violentamente y la apoyó debajo de su barbilla. Sostenía el arma con las dos
manos temblorosas, como si algo o alguien quisiera arrebatárselo y él no quisiera abandonar
el arma. La transpiración brotaba de sus poros de manera acaudalada. Volvió a
retirar el arma y apunto hacia sí mismo, pero acercó el cañón a su rostro y
miró dentro del cañón por un instante, como buscando la confirmación de que ahí
adentro se encontraba el verdugo de plomo y pólvora que acabaría con su
tormento. Dejó el arma sobre el escritorio y se llevó las dos manos a la cara
abandonándose al llanto desconsolado y desgarrador, pensando en la insoportable vergüenza que sentía por sí mismo y mucho mas por su familia.
Deseaba que todo fuera una pesadilla.
Deseaba despertar y poder sentir que todo lo que estaba registrando era falso,
irreal, que nunca hubiera ocurrido. Pero estas evasiones momentáneas solo
confirmaban que en efecto todo esto era real, nada había de falso. La
comprobación era su computadora, donde el escándalo seguía su curso, curso de
escándalo, curso que en ese momento estaba lapidando toda su carrera política,
su familia y ya estaba por tomar su vida también. Solo era cuestión de tiempo.
La pantalla de su celular le avisaba que su
esposa lo estaba llamando. En Twitter ya era tendencia el escándalo. Todos los
asesores del estado lo llamaban. Todo aquel que se sentía amenazado o
involucrado en el escándalo lo llamaba en ese momento. En cuestión de tiempo llegarían Los muchachos. Pensó que Los muchachos podrían sacarlo de
esta desgracia y, solamente por un instante, sintió que iba a poder salir airoso de
esta situación. Se sirvió otro vaso de whisky y duplicó la dosis de clonazepam,
también duplicó la dosis de cocaína. Armas y drogas no son buena compañía en
una situación como esta. La sensación de seguridad que había tenido unos
instantes antes lo abandonó completamente, lo que hizo que la angustia se
hiciera presente de manera desgarradora para su espíritu atormentado y confundido. Volvió a romper en
llantos. Volvió a tomar el arma y martillar una y otra vez otra vez sobre su
sien sin decidirse a disparar de una vez por todas. Los portales de noticia
seguían magnificando el video del escándalo, y él seguía pensando (por
momentos) que los Los muchachos podrían sacarlo de esta. En la oficina el tiempo
corría tan ferozmente como la sangre en su torrente sanguíneo.
Los jadeos agitados hacían que su pecho pareciera
un fuelle. El sabor salado de las lágrimas se mezclaba con los mocos llenos
cocaína que, al llegar a su boca, esta, lo recibiera de manera agradecida y
furiosa. También había furia en el rechinar de sus diente y en su ojos rojos inyectados de sangre culpable. Cierta lucidez quedaba en su conciencia, ya que no quería usar su
revolver. Sólo esperaba que su corazón explotara de una vez por todas. Si
desfiguraba su cabeza con el disparo lo velarían a cajón cerrado (este dilema también lo atormentaba) y él no
quería eso. La actitud de control persistía, aun teniendo la prueba de que no
podía tener todo bajo control.
Años de controlar todo a su
antojo, desde que el partido lo recibió no dejo de abusar de toda oportunidad
que se le presentase para poder sacar ventaja. Y la política da todo el poder
necesario para abrirse paso cuando la ambición es desenfrenada. Y en esa
ambición desenfrenada había cometido todo tipo (incluso delitos) de atropellos contra
toda persona que interfiriera en su flamante carrera política. Hasta la
viralización del video en internet se consideró intocable para la ley; y como
no serlo si conocía abogados, jueces, comisarios y políticos que siempre
estaban dispuestos para ayudar a los camaradas del poder, más lo que militaban
con ellos.
La habitación comprimía su cuerpo desde
afuera y su espíritu desde adentro. El final se iba acercando y él lo sabía.
Tomó su revolver nuevamente y su corazón bombeaba con más furia. La ventana de
la oficina del flamante candidato daba a la plaza de Las Esclavas de Jesús. El
encajonamiento de los edificios sobre la plaza hizo que la detonación del
revolver 38 se sintiera por un par de segundos. La carrera política del
flamante candidato quedaba acéfala.
A una cuadra venían llegando Los muchachos.
-Llegamos tarde-dijo el que parecía ser el
líder-. Bueno, hay que limpiar todo antes de que
llegue la gorra-, dijo el líder de Los muchachos antes de bajar del vehículo. Ingresaron de manera ordenada y templada en el reducido ascensor. Parecían conocer su oficio como verdaderos baquianos. Nada dijeron durante el corto viaje.
La escena era previsible: el cadáver del
flamante candidato sin parte de su rostro, litros de sangre sobre la alfombra, un revolver,
cocaína, pastillas y su computadora salpicada con sangre al igual que su
teléfono celular. El líder se introdujo en la habitación, seguido de sus tres
asistentes. Miró la escena como queriendo ordenar las prioridades.
-Bueno, hay que limpiar todo- ,dicho esto, el lider peinó la cocaína que estaba sobre el escritorio. Armó cinco líneas abundantes. Tomó
dos. Una por cada orificio nasal y el resto quedó para los asistentes.
Lo importante en la oficina del ex flamante
candidato, no era el video del escándalo, sino documentación de negocios que
comprometían a los jerarcas del partido y que era de suma importancia que
desapareciera de la oficina. Al reunir toda la documentación el líder de los Los muchachos ordenó la retirada de la oficina. Uno de los asistentes se hizo con
la caja de clonazepam que estaba sobre el escritorio.
Cerca de una decena de patrulleros se encontraban al frente del edificio. En la vereda se encontraron el jefe de Los muchachos con el
policía a cargo del operativo y el taquero. Intercambiaron saludos y algunas
palabras. Había cierta camaradería entre ellos, no era la primera vez que se encontraban en una "limpieza".
Los muchachos siguieron su rumbo, ya que
tenían otra limpieza que realizar, pero esta era otra clase de “limpieza”. El
jefe del operativo, el taquero y unos cuantos policías de la científica
subieron a la oficina del ex flamante candidato. La escena era previsible…
"Con la plata de papá cualquiera es revolucionario", dijo el poeta a su entrevistador francés. El periodista se dio cuanta de que lo estaba atacando, lo cual derivó en una cantidad de insultos en francés por su parte y una invitación a pelear en la rue Morgue. Hay que aclarar que la entrevista era telefónica por la ya conocida fama del poeta a no querer aparecer en público. El poeta asistió a lugar del duelo que había fijado el periodista. El periodista francés nunca apareció.
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