sábado, 13 de agosto de 2016

Señorita maestra

   
    Se asea y desayuna como todos los días. Prepara el material para la clase mientras piensa en alguna receta de bizcochuelo. Las que recuerda no le generan confianza y se dispone a buscar en un libro de recetas generales que tiene. Le toma un par de minutos encontrar el libro en su vasta biblioteca y un par de minutos más encontrar la receta. Mientras lee repasa mentalmente los ingredientes. Tiene todos, no necesita salir a comprar nada.
   La clase ya la tiene preparada. Va a la cocina, prende la radio; sintoniza una estación. Se detiene en una en la que están pasando noticias. Empieza a tomar todos los ingredientes y dejarlos encima de la mesada. Toma de la heladera, la alacena y el bajo mesada. La radio anuncia el pronóstico para el resto del día y de la semana. Sonríe. Piensa en el fin de semana y en los planes que tiene. Desde que se enteró de la función del ballet en el teatro municipal se siente ansiosa. Pero al fin el día está llegando. Mientras bate en el bol los ingredientes, reconoce su rostro en el reflejo de la ventana. Sabe que es ella la que está en ese reflejo y para confirmarlo hace una mueca como queriendo ratificar la correspondencia entre ella y ese reflejo. Todo sale a la perfección. No le quedan dudas: La del reflejo es ella misma; y sigue batiendo, tarareando entre dientes un inglés fonético self control de Laura Branigan.
    Deja descansar el batido mientras prende el horno. Mientras el horno se calienta prende un cigarrillo y va a fumarlo al lavadero. Se abandona al placer de la nicotina. Observa el humo que sale de su boca. Piensa en esa gente que hace formas con el humo y se dice que ella no tiene esa capacidad; aunque le gustaría hacer la forma del corazón y atravesar ese corazón con una flecha, también hecha con el humo de su cigarrillo. Vuelve a pensar en el ballet y en lo que se va a poner esa noche. Se dice a sí misma que no tiene nada para ponerse, que tiene que salir a comprarse ropa antes del sábado, aunque su placar desborda de ropa. Ya es media mañana. Lo sabe al mirar el reloj en la cocina desde el lavadero. Deja la colilla en el cenicero, se lava las manos y pone el bizcochuelo en el horno.
***

    Llega a la escuela, saluda a las porteras, a las otras maestras y por último a la directora. La directora le pide un momento para hablar en la dirección. Ella la sigue, ingresan en la dirección, se sientan, ella apoya la bandeja con el bizcochuelo en su regazo y el teléfono sobre el escritorio. Escucha a la directora. Le propone organizar el próximo acto. Ella asiente, le dice que no hay problema y que la próxima semana empezará a trabajar en el acto. Intercambian unas palabras más y ella se retira hacia el aula.
    Antes de ingresar al aula se siente el caos en el interior. Ingresa, saluda, la saludan pero el alboroto sigue. Solo después de dar una par de golpes con el borrador en el pizarrón los alumnos se concentran en ella. Ya con la atención de la clase comienza a enunciar los contenidos. Mientras va enunciando los contenidos va descubriendo el bizcochuelo. Ahora sí tiene la atención de la clase en su totalidad. Recorre los pupitres y va dejando una porción por alumno. Los chicos se sienten bendecidos por tener una maestra como ella; ella se siente bendecida por ser maestra y tener alumnos como ellos.
Al terminar de repartir vuelve a su escritorio y deja la bandeja y el repasador que cubría el bizcochuelo. Toma una tiza y comienza a escribir sobre el pizarrón.

***


   Sobre el escritorio de la directora comienza a sonar y vibrar el teléfono de ella. La directora lo toma y trata de no mirar la pantalla. Lo agarra con repugnancia, como si fuese un objeto íntimo y al tomarlo estuviera invadiendo la privacidad de ella. Mientras camina rumbo al aula solo pide que deje de sonar. Solo quiere llegar, devolverle el teléfono y seguir con sus quehaceres.
    Golpea dos veces en la puerta como signo de pedir permiso y a la vez advertir que va a entrar. La imagen también la golpea dos veces. En los pupitres hay mezclado vómito con sangre. Algunos niños tienen sus cabezas en el líquido pastoso de color rojo y blanco. Otros tienen el cuerpo arqueado para atrás y hay dos que se retuercen con lentitud  en el piso antes de expirar. La directora ha quedado con el cuerpo tieso. Lo único que se mueven son sus ojos en dirección a ella. Ella está sentada mirando al piso con la mirada fija en algo. Parece una muñeca. Los ojos de la directora vuelven hacia los niños. Su cuerpo no resiste y se desmaya en el umbral.






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