Mi barrio, Villa Hipódromo, se parece al barrio de mi infancia, San Francisco Solano, cuando no estaba asfaltado. Una docena de fotografías dan fe de esto, no así mi memoria, ya que cuando ésta despertó, la calle donde se encontraba mi casa ya se encontraba asfaltada.
Pareciera que un barrio alcanza la mayoría de edad cuando se asfalta. Villa Hipódromo todavía no es adulta, le falta asfalto, madurar.
Y es en la irregularidad de las calles de tierra donde se forman los charcos de agua marrón después de llover, y es ahí donde se produce el espectáculo, el bello espectáculo. Un charco de agua sepia y dos o tres, a veces más, gorriones que disfrutan, juegan, se divierten en el charco (como si no hubiera otra preocupación en el mundo). Yo, desde el interior de mi casa, los veo y, comprendo, lo que tienen para decirme: "no hay de que preocuparse". Me olvido de todo lo que tengo que pagar, del dinero que tengo que ganar, de todo lo que me falta hacer en mi casa, de todos los libros que tengo que leer, de todas las materias que tengo que rendir, de todo lo que viví, de todos mis resentimientos, de todas las circunstancias que me trajeron hasta este momento. Entonces ya soy ellos, ya soy los gorriones, jugando y disfrutando en el charco de agua marrón; porque no existen las preocupaciones, solo existe el aquí y ahora, solo existe el bello espectáculo que me ofrecen los gorriones. Comprendo que Dios tomó esta forma, la de los gorriones, para comunicarse conmigo, y yo con él.
Bahía Blanca 10/08/2016 1: 39 El día es soleado
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