La
panadería del tío Juan quedaba en el fondo de su casa. El fondo de la casa daba
a las vías del ferrocarril, donde jugábamos con mis primos nuestros primeros partidos
de fútbol y la mancha era el juego más divertido del mundo junto a la
escondida. Cuando llegaba de la escuela siempre lo iba a saludar. Nosotros
compartíamos parte del terreno junto a su familia. Nuestra casa quedaba
adelante y la de él atrás. Así que después de merendar con chocolatada y mirar
dibujos animados, siempre me daba una vuelta por su panadería.
Siempre lo
encontraba preparando masas para pan y facturas. Debes en cuando hacía alguna torta para algún cumpleaños de los chicos de la cuadra. Todos los que se
criaron en Avellaneda alguna vez habrán oído hablar de mi tío Juan. En los
cumpleaños no podían faltar sus exquisitas tortas y facturas. Aún lo recuerdo
entre el aroma de la harina tostándose en el horno, junto al sonido de la radio
valvular, donde los tangos de Discepolo, Goyeneche, Anibal Troilo y Homero
Manzi se fundían con la misma masa del pan que cocinaba. Si me preguntaran por
momentos perfectos, evocaría a estos momentos sin dudarlo. También evocaría a
los domingos donde todos compartíamos el asado que, casi siempre, cocinaba él
mismo. Las charlas (a veces discusiones) que mi tío sostenía con aquellos que
no eran peronistas se tornaban insoportables, si no era porque después todos
juntos iban a la cancha. Él decía que era peronista de Perón, que cuando el
general volviera esto iba a cambiar. Que un hombre debe trabajar en la semana y
el fin de semana debe ocuparse de su familia y de Racing. En la panadería había
una imagen de Perón con los brazos en alto al lado del Racing de José Pizzuti del 60´.
El tío Juan
me enseñó todo sobre masas cuando empecé a trabajar con él. Tiempos, cocciones,
puntos de leudado en invierno y en verano, como estibar facturas y pintarlas
con almíbar. Todos sus consejos los recuerdo. También como traspiraba en los
días de verano junto al horno. El tío Juan era una persona bastante gorda, pero
eso no le dificultaba el trabajo. Ese día (el último que entré a la
panadería), desde afuera se podía escuchar por la radio Malevaje. El tío cantaba al estilo de Julio Sosa, se notaba que
estaba contento. En el momento en que yo entraba, él, estaba terminando de amasar pan.
Hacía calor en la panadería, el tío Juan estaba sin remera y la transpiración
le brotaba de todos lados de la espalda. Recogió toda la masa de la amasadora y se la echó al
hombro como si fuera una bolsa de cemento. Mientras caminaba hacia el torno con
la masa sobre su hombro derecho, veía como la transpiración caía de su espalda formando pequeños
charcos en el piso. Al dejar la masa sobre el torno advirtió que yo estaba parado en
la puerta mirándolo. Me saludó y me preguntó si lo iba a ayudar a estibar el pan. Le dije que no y me fui.
Ayer, en
el asado con mis nuevos compañeros de trabajo alguien se acercó con un pedazo
de vacío en un pan. Le dije que no, que iba a esperar a que lo sirvieran en la
mesa. Insistió. Dije amablemente con una sonrisa: "no como pan, soy alérgico".
1 comentario:
" Aprendizaje generacional"
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