Siempre quise escapar, huir del mundo; ya sea mirando televisión, jugando en la terraza de la casa de mi abuela, mintiendo en la escuela a mis compañeros. Siempre viviendo en una fantasía y negando la realidad. Pero yo no sabía en ese momento qué era la realidad.
Desde los 11 años comencé a planear mi huida. Fantaseaba con vivir en Buenos Aires, vivir en la calle, ser un chico de la calle; y algún día, después de muchos años, volvería con mi familia.
A mis 8 años fallece mi abuela en la cama, al lado mio. Yo compartía la cama con ella en la casa de mi tía. Tuvo un ataque de presión y despidió mucha sangre por la boca y la nariz. Mi espalada fue manchada con su sangre. A partir de ese momento la muerte comenzó a vagar por mis reflexiones y comencé a ser consciente de la finitud de la vida, de mi vida. Por las noches tocaba mi pecho y me preguntaba cómo sería morir, cómo sería el momento de la transición, el de la asfixia, el de las penumbras arrastrarme a los brazos de la muerte.
Toda la adolescencia la atravesé sintiendo la angustia de no comprenderme a mí mismo y mucho menos al mundo, a la familia, a la sociedad, a las instituciones. Pero en ese momento el lenguaje me estaba vedado. Sentimientos confusos, inclasificables, mucha agonía, ganas de morir y la incomprensión de un entorno al que también le estaba vedado el lenguaje, hacían que mi sentimiento de fuga creciera cada día más.
Cuando terminé la escuela secundaria y conocí los narcóticos tuve el suficiente valor para irme de casa. Me fui de casa, del mundo, de la realidad, de mí mismo hasta los lugares más obscuros, solitarios y miserables de mi existencia. Llegué a no reconocerme. Tampoco el camino para volver. Tampoco sabía si podría volver o sí debía volver a encontrarme.
Descubrí el Eterno Retorno a mis 26 años. Iba caminando por Cerrito, al costado de la avenida 9 de Julio. Ahí estaba yo cumpliendo o viviendo mi fantasía de la niñez 15 años después. Después de haber sido preparado por la escuela técnica para que construyera edificios de hasta 4 pisos, yo habitaba en las calles, fuera de esos edificios, fuera de la sociedad, fuera de las instituciones; ahí estaba yo haciendo mi antítesis.
Me veo caminando descalzo, con una bolsa negra de residuos, llevando una frazada para dormir en donde el sueño lo solicite. En ese momento comprendí (en el buen sentido) que toda mi vida, hasta ese momento, me había preparado para llegar a ese momento. Un momento que se repite ciclicamente.
Un momento entre otros tantos momentos para los que también me voy preparando.
En algunos de esos momentos hay un salto, y es para esos saltos para los que me preparo Ahora, en este momento.
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