Resulta
aburrido delinquir con un único método y una única mercancía. Llega un momento
en que hay que ser creativo para alimentar al mercado de aquellos que también
participan en complicidad con los delincuentes. Los cómplices siempre buscan
abaratar sus costos. Siempre hay que estar atento a las demandas del mercado.
Siempre hay que generar una demanda en el mercado.
Caminando
por los pasillos del Bajo Flores y de La 31 mientras compraba droga, observé la
cantidad de talleres de herrería que hay en las villas. Recuerdo que me dije a
mí mismo:" Acá hay negocio". Luego de purgar un par de sentencias por
choreo con fierros uno tiene que ampliar el espectro criminal para evitar el
trabajo rutinario de 8 horas bajo patrón. Trabajar ni siquiera es una opción.
Encanar tampoco. En un hipermercado, en la sección ferretería, vi que tenía la
posibilidad de sustraer disco de moladora
sin mucho riesgo y con buenas posibilidades de ganancias. Mi idea era luego
revenderlos en la villa. El negocio me permitiría financiar mi vida ociosa por
un tiempo; hasta que la adrenalina por los robos calificados, poblados en
banda, privación ilegítima de la libertad apareciera furtivamente.
La tarea
resultó sencilla al principio. Bien empilchado y con un ataché forrado en un
cuero elegante, me presentaba en los hipermercados. Simulaba que tomaba notas y
precios para preparar un presupuesto. Mientras trataba de no levantar
sospechas, iba introduciendo en el ataché los discos de moladora. Unos 20 aquí,
otros 30 allá; en un par de horas de recorrida podía juntar una buena cantidad
de discos que luego revendería a mitad de precio en las villas.
Todo iba
de maravillas hasta que un empleado descubrió mi negocio. Traté de
desentenderme, hacerme el ofendido; pero no hubo caso. Cuando me quise acordar
el gerente ya había llamado a la policía. Y cuando me quise acordar ya estaba
viajando a la comisaria otra vez. Igualmente no había de que preocuparse. Mi
delito es el hurto y el hurto es excarcelable. Más de 12 horas no iba a
permanecer en la comisaria.
Pasadas las
12 horas comienzo a preguntar si me van a dar la libertad. No hay motivo alguno
para que me sigan dejando en la comisaria por hurto. El oficial a cargo me dice
que llegaron mis antecedentes y que es muy seguro que me trasladen al penal. La
sangre se me congeló ¿Volver al penal por unos discos de moladora?
-¿Por qué me van a trasladar al penal jefe?
-No sé pibe, creo que es por una boleta.
-¡¿Una boleta?!
-Sí. Ahí en el juzgado te van a decir.
Durante el
traslado al juzgado me retorcí los sesos tratando de encontrar a quién había
boleteado. Muchos años delinquiendo, muchos socios, muchas droga, hacía que no
pudiera encontrar la causa por la que me estaban trasladando y por la que me
iban a juzgar y condenar. Mi cerebro se estaba friendo; transpirando y no pudiendo encontrar el recuerdo del laburo o del ajuste de cuentas del que ahora haya
saltado la bronca.
Llegamos al juzgado. Me
llevan a una gatera antes de comparecer ante el juez. Otra vez las rejas, las
marrocas apretadas en mis muñecas, otra vez procesado. Me llevan a una sala
donde me toman por décima vez las huellas digitales. Me limpio las manos y me
hacen pasar a la oficina del secretario del juez. Estoy por conocer a la boleta
de la que me quieren hacer cargo. El secretario aparece con una carpeta.
Saluda. Se sienta y me dice que estoy imputado en el asesinato de un fulano que
jamás en mi vida escuché el nombre y tampoco las circunstancias en que lo
mataron. Le digo que jamás he escuchado ese nombre, que hay un error. El
secretario no me da mucha importancia, ya que todos, cuando comparecen dicen
que son inocentes, que ellos no fueron, que hay una confusión, que la causa
está armada. Así que lo entiendo al secretario. Pero no me voy a hacer cargo de
esta boleta. Insisto en que hay una confusión. Vuelvo a preguntar por el lugar
del hecho, trato de ganar tiempo, debe haber una manera para que salga de ésta.
Entonces pregunto la fecha en el que ocurrió este hecho del que me imputan.
Mientras el secretario me dice la fecha del hecho, mi visión se detiene en el
escritorio, en la luz que entra por la ventana, en la partículas que flotan o
caen por el haz de luz, en una mancha de humedad en la pared, en la barbilla
partida del secretario, en un prendedor con símbolos masones que tiene en el
saco, en el anillo de oro que tiene y en el valor de venta, en la fecha del hecho. Reproduzco
lentamente la fonética de la fecha, los movimientos de la boca del secretario.
Me veo a mí mismo levantando las manos amarrocadas y moviendo mis labios de
manera lenta, arrastrada, como si tuviera la respuesta que me absolvería, pero que
se resiste a salir de mi boca, se resiste a ser dicha Finalmente lo digo en
seco y en forma ordenada, como en realidad transcurre el tiempo. Un movimiento
de la boca, un sonido, una palabra, una idea. Todo seguido.
-Usted me puede explicar cómo maté a esa persona si
yo estuve detenido en el penal de Batán desde enero del 97 hasta julio del 98-,
le digo al secretario mientras me agarro las muñecas por lo apretadas que están
las marrocas.
Era
imposible que yo haya matado a esa persona. Inmediatamente se corroboró con el
servicio penitenciario de Batán que había sido huésped de esas instalaciones y
no pude haber estado en lugar del crimen del que se me acusaba. La explicación
que me dio el secretario fue sencilla. La hermana del occiso me había
identificado en las fotos del sistema judicial. Solamente eso. Apuntó a la foto
y dijo: "Fue este". Por lo cual había un pedido de captura sobre mí.
Salí en
libertad desde el juzgado mismo. Pidieron las disculpas pertinentes y me fui
caminando. Nunca más volví a robar discos de moladora.
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