jueves, 28 de enero de 2021

Ad Honorem

 La pelota pega en el palo

Uno de los chicos
Se ata los cordones
Mientras un perro juega
Con un una botella
Que le tira el dueño.

El atardecer furioso
Cree morir de manera furiosa
En gamas de anaranjado y rosa.

Lo bueno de la Realidad
Es que no hay guión
Subtítulos
O música de piano o violín
Que me acompañe 
A comprar el pan.

Soy director y actor
De mi propia obra
Y tengo que trabajar
Ad Honorem.




Ad Honorem

 La pelota pega en el palo

Uno de los chicos
Se ata los cordones
Mientras un perro juega
Con un una botella
Que le tira el dueño.

El atardecer furioso
Cree morir de manera furiosa
En gamas de anaranjado y rosa.

Lo bueno de la Realidad
Es que no hay guión
Subtítulos
O música de piano o violín
Que me acompañe 
A comprar el pan.

Soy director y actor
De mi propia obra
Y tengo que trabajar
Ad Honorem.




Arquitectura del poema

 

La arquitectura del poema
Y el ritmo del poema
Se maridan
Con la materialidad del poema
Llevando los límites del lenguaje
A tal lugar que Maiakovski
Duda de su condición de poeta
Y hasta del color de su camisa amarilla.

El encuentro de las palabras
La soldadura con acetileno
Entre verso y verso. Las heridas
Cicatrizadas y la sangre corriendo
Con urgencia;
Con la urgencia de las balas
Que atraviesan pasillos oscuros
Y carnes oscuras que corren
Con la urgencia de las balas.

La urgencia desde el útero
La urgencia de esquivarle a la sonda
Como a las balas. La urgencia
De la vida, la calle, el presidio
La locura, la desesperación,
La urgencia de las venas hinchadas,
Infestadas, de la goma que ahorca
El brazo, de la horca que ahorca
La garganta. De la garganta sin voz.

La urgencia de vivir
Sin miedo a la sonda
A las balas
A las gomas que ahorcan brazos
A los brazos infestados
A vivir sin voz.

Me encontré observando desde la ventana
A un pequeño pájaro
Sostenido por un cable. No tenía ninguna
Urgencia por resguardarse de la lluvia.

Me supe encontrar en él
La arquitectura del poema
El ritmo del poema
Y la materialidad del poema.

Creo que ya sé
Como vivir sin urgencias.








Arquitectura del poema

 

La arquitectura del poema
Y el ritmo del poema
Se maridan
Con la materialidad del poema
Llevando los límites del lenguaje
A tal lugar que Maiakovski
Duda de su condición de poeta
Y hasta del color de su camisa amarilla.

El encuentro de las palabras
La soldadura con acetileno
Entre verso y verso. Las heridas
Cicatrizadas y la sangre corriendo
Con urgencia;
Con la urgencia de las balas
Que atraviesan pasillos oscuros
Y carnes oscuras que corren
Con la urgencia de las balas.

La urgencia desde el útero
La urgencia de esquivarle a la sonda
Como a las balas. La urgencia
De la vida, la calle, el presidio
La locura, la desesperación,
La urgencia de las venas hinchadas,
Infestadas, de la goma que ahorca
El brazo, de la horca que ahorca
La garganta. De la garganta sin voz.

La urgencia de vivir
Sin miedo a la sonda
A las balas
A las gomas que ahorcan brazos
A los brazos infestados
A vivir sin voz.

Me encontré observando desde la ventana
A un pequeño pájaro
Sostenido por un cable. No tenía ninguna
Urgencia por resguardarse de la lluvia.

Me supe encontrar en él
La arquitectura del poema
El ritmo del poema
Y la materialidad del poema.

Creo que ya sé
Como vivir sin urgencias.








Hoy no habrá lluvia de estrellas fugaces

 Atardece,


Saco la bala del tambor,

El arma vuelve al fondo del cajón,

El cuaderno espera
Como perro esperando las sobras;

Pongo tinta en el tambor de la lapicera,

Anochece,

Hoy no habrá lluvia de estrellas fugaces.





Hoy no habrá lluvia de estrellas fugaces

 Atardece,


Saco la bala del tambor,

El arma vuelve al fondo del cajón,

El cuaderno espera
Como perro esperando las sobras;

Pongo tinta en el tambor de la lapicera,

Anochece,

Hoy no habrá lluvia de estrellas fugaces.





Antropología del éxtasis

 


En una calle cualquiera
En esquina cualquiera
Sombras mudas
Se presentan
En forma de síntoma
Y experiencia intransmisible.

Soy una fiera dolorida
Que corre sin voz
Y con hambre ciega.

Comprendo
Mirándome
En esta galería de espejos rotos
La diferencia entre visión
Y alucinación.

Las visiones acerca de ese monstruo
Con tentáculos que no coordinan
Que construye y destruye
Que dice y se desdice
Se las atribuyo al Estado.

Las alucinaciones
Que embotan el espíritu
Y son incomunicables
Son el síntoma de esta Gran Enfermedad.

Las sombras vuelven a las Sombras
He dejado de correr
Y mi voz ya no duele
Mi hambre me recuerda que soy un hombre.

Hay visiones que me esperan en calles cualquiera
En esquinas cualquiera
Esperan para ser transmisibles y comunitarias.




Antropología del éxtasis

 


En una calle cualquiera
En esquina cualquiera
Sombras mudas
Se presentan
En forma de síntoma
Y experiencia intransmisible.

Soy una fiera dolorida
Que corre sin voz
Y con hambre ciega.

Comprendo
Mirándome
En esta galería de espejos rotos
La diferencia entre visión
Y alucinación.

Las visiones acerca de ese monstruo
Con tentáculos que no coordinan
Que construye y destruye
Que dice y se desdice
Se las atribuyo al Estado.

Las alucinaciones
Que embotan el espíritu
Y son incomunicables
Son el síntoma de esta Gran Enfermedad.

Las sombras vuelven a las Sombras
He dejado de correr
Y mi voz ya no duele
Mi hambre me recuerda que soy un hombre.

Hay visiones que me esperan en calles cualquiera
En esquinas cualquiera
Esperan para ser transmisibles y comunitarias.




Alas

Había recorrido la distancia
Que recorre un pájaro
Para resguardarse de la lluvia.

Recorrí el trecho que separaba
Mi libertad del encierro.

Descarté mi condena
Porque sabía que mañana
Volvería por ella.

Miré para todos lados
Para constatar
Que no hubiera ningún río;
Porque los ríos
Y la policía son hermanos siameses.


Y como buenos hermanos
Se cubren entre ellos
Cuando devoran a un culpable o inocente.

Antes de llegar a la autopista
Ya estaba lloviendo
Arranqué el papel de un cartel
Para resguardarme de la lluvia.
Mis alas las dejé secándose al lado del fuego
De la rancheada.





Una navidad diferente

  “Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti” Friedrich Nietzsche        Pasó por la puerta principa...