miércoles, 28 de septiembre de 2016

Poemas incompletos

Refugio de nieblas en la lluvia cromática 

El abismo desfondado sin sentido

La epifanía es un eco que regresa desde los tiempos inmemoriales
En el rió del tiempo el tiempo también muere ahogado
Heráclito siempre lo supo, y se supo ahogado;
En los sueños también se muere ahogado: también se resucita
Quizás, algún día, el tiempo se detenga junto al río, junto a Heráclito, junto a mí, junto a...( ).
Y ya nada será como es, o como fue, o como este espejo
, el cual se resiste a devolver las imágenes;
porque comprendió el sofisma.
Al verme en el río, el río rió de mí. Rió de mi pregunta.
¿Quién soy? Río ¿Quién eres? Río, yo, Heráclito.
La lluvia cromática me refugia de la niebla




Poemas incompletos

Refugio de nieblas en la lluvia cromática 
El abismo desfondado sin sentido
La epifanía es un eco que regresa desde los tiempos inmemoriales
En el rió del tiempo el tiempo también muere ahogado
Heráclito siempre lo supo, y se supo ahogado;
En los sueños también se muere ahogado: también se resucita
Quizás, algún día, el tiempo se detenga junto al río, junto a Heráclito, junto a mí, junto a...( ).
Y ya nada será como es, o como fue, o como este espejo
, el cual se resiste a devolver las imágenes;
porque comprendió el sofisma.
Al verme en el río, el río rió de mí. Rió de mi pregunta.
¿Quién soy? Río ¿Quién eres? Río, yo, Heráclito.
La lluvia cromática me refugia de la niebla

sábado, 17 de septiembre de 2016

Ocaso

   Veredas y más veredas; calles y más semáforos se cruzan por mi andar. Formas de un laberinto que no elegí andar, y sin embargo me veo obligado a andar. 

Borges piensa que un desierto es una especie de laberinto, ya que no se puede escapar de él. No será que el laberinto es más personal: ¿Se puede escapar de uno alguna vez? ¿Se puede escapar alguna vez de esta representación que soy?

   Alguna vez pude escapar pero fue por momentos. Hoy ya no sé si se puede escapar de este laberinto que me he formado (o me han formado), ya no sé cuanto tiempo tendré que usar esta mascara e interpretar a este personaje; ya no sé cuánto durará esta comedia que me ha deparado el destino, o Dios, o quizás yo mismo. Hoy no lo sé, y tampoco puedo abandonar la cuestión tan fácilmente.
   En el ocaso de mi vida sé que volverá a resurgir esta incredulidad, como tantas otras cosas que las olvido y siempre vuelven, como las olas del mar.




Ocaso

   Veredas y más veredas; calles y más semáforos se cruzan por mi andar. Formas de un laberinto que no elegí andar, y sin embargo me veo obligado a andar. 
Borges piensa que un desierto es una especie de laberinto, ya que no se puede escapar de él. No será que el laberinto es más personal: ¿Se puede escapar de uno alguna vez? ¿Se puede escapar alguna vez de esta representación que soy?
   Alguna vez pude escapar pero fue por momentos. Hoy ya no sé si se puede escapar de este laberinto que me he formado (o me han formado), ya no sé cuanto tiempo tendré que usar esta mascara e interpretar a este personaje; ya no sé cuánto durará esta comedia que me ha deparado el destino, o Dios, o quizás yo mismo. Hoy no lo sé, y tampoco puedo abandonar la cuestión tan fácilmente.
   En el ocaso de mi vida sé que volverá a resurgir esta incredulidad, como tantas otras cosas que las olvido y siempre vuelven, como las olas del mar.

Conclusiones

Entonces un beso, un solo beso, puede llevar al hombre a la locura, a la muerte y, en algunos casos o quizás muy pocos, a la resurrección.

Conclusiones

Entonces un beso, un solo beso, puede llevar al hombre a la locura, a la muerte y, en algunos casos o quizás muy pocos, a la resurrección.

Bart

_¡Y qué importa si los misóginos son lesbianas frustradas encerradas en el cuerpo de hombres andrógenos, y los travestis son mujeres falofóbicas con complejo de inferioridad a los que su neurosis les hace negar su condición de hombres naturales!_, gritaba desaforado sobre su pedestal formado por osamentas quemadas con cianuro. Su voz desgarrada iba dirigido a un público imaginario, formado por el delirio del ácido lisérgico. A su lado se apilaban decenas de pequeños cartones con el rostro de Bart Simpson.



Bart

_¡Y qué importa si los misóginos son lesbianas frustradas encerradas en el cuerpo de hombres andrógenos, y los travestis son mujeres falofóbicas con complejo de inferioridad a los que su neurosis les hace negar su condición de hombres naturales!_, gritaba desaforado sobre su pedestal formado por osamentas quemadas con cianuro. Su voz desgarrada iba dirigido a un público imaginario, formado por el delirio del ácido lisérgico. A su lado se apilaban decenas de pequeños cartones con el rostro de Bart Simpson.

Despertar...Resurreción

Creí despertar antes de despertar,
Antes de haber despertado.
Y al darme cuenta volví la mirada:
Ahí estaba yo, ahí, quizás durmiendo, quizás muerto.
Se disolvió todo entendimiento, todo lenguaje;
Entiendo que:
al despertar, ya he despertado,
al acostarme, ya me he acostado,
al amar, ya he amado,
al vivir, ya he vivido,
al soñar, todo ya lo he soñado.
Al Ser, ya lo he sido, y nada más.
Entonces el tiempo no cumple ninguna función;
solo la de atormentar, y la ansiar.

Despertar...Resurreción

Creí despertar antes de despertar,
Antes de haber despertado.
Y al darme cuenta volví la mirada:
Ahí estaba yo, ahí, quizás durmiendo, quizás muerto.
Se disolvió todo entendimiento, todo lenguaje;
Entiendo que:
al despertar, ya he despertado,
al acostarme, ya me he acostado,
al amar, ya he amado,
al vivir, ya he vivido,
al soñar, todo ya lo he soñado.
Al Ser, ya lo he sido, y nada más.
Entonces el tiempo no cumple ninguna función;
solo la de atormentar, y la ansiar.

Aristóteles

Soleado, gris en los arboles; azul en el cielo

Azul y blanco enroscado en el mástil.

Techos de chapa y algunos de membrana y...
La voz de Aristóteles susurra en la fotocopia,
La copia infinita de un logos infinito
arrojado al Ser y devuelto al Ser
Recordar el olvido y olvidarlo otra vez...Otra vez.

Aristóteles

Soleado, gris en los arboles; azul en el cielo
Azul y blanco enroscado en el mástil.
Techos de chapa y algunos de membrana y...
La voz de Aristóteles susurra en la fotocopia,
La copia infinita de un logos infinito
arrojado al Ser y devuelto al Ser
Recordar el olvido y olvidarlo otra vez...Otra vez.

La cocina de la abuela

   Una avellana, una nuez, un molinillo. Los dulces sabores se presentan en la cocina, la dulce luz del mediodía se presenta en la cocina.

   Una receta y un poco de amor solo se necesitará para la preparación.

El espíritu de mi abuela sé que me acompañará para preparar su receta favorita.

Mi niño interior también disfrutará de volver a vivir esos aromas. Yo, como puente, solo dejo que cada uno viva en los elementos del recuerdo. La infancia y mi abuela. Ralladura de limón y el horno caliente. Esencia de vainilla y azúcar.

   Esa cocina ha quedado estancada en los pasillos de mi memoria. Ese recuerdo es tan vívido como el aire que respiro mientras escribo estas lineas. Ese recuerdo nunca muere porque yo vivo en él, mi abuela también vive en él; la receta del bizcochuelo vive en él.

La cocina de la abuela

   Una avellana, una nuez, un molinillo. Los dulces sabores se presentan en la cocina, la dulce luz del mediodía se presenta en la cocina.
   Una receta y un poco de amor solo se necesitará para la preparación.
El espíritu de mi abuela sé que me acompañará para preparar su receta favorita.
Mi niño interior también disfrutará de volver a vivir esos aromas. Yo, como puente, solo dejo que cada uno viva en los elementos del recuerdo. La infancia y mi abuela. Ralladura de limón y el horno caliente. Esencia de vainilla y azúcar.
   Esa cocina ha quedado estancada en los pasillos de mi memoria. Ese recuerdo es tan vívido como el aire que respiro mientras escribo estas lineas. Ese recuerdo nunca muere porque yo vivo en él, mi abuela también vive en él; la receta del bizcochuelo vive en él.

El torino azul







   En efecto en las
calles de Buenos Aires se han vendido muchos buzones, por consecuente también
ha habido una legión de compradores de buena fe de estos buzones. Como seres
configurados para consumir  cualquier
cosa que pueda llegar a desencadenar, por mínima que sea, esa sensación de
placer y bienestar que nos otorga  las
cosas materiales, los oportunistas aprovechan esta fisura en el espíritu para
financiarse en el ocio. Lo importante es tener siempre (según ellos)  armada una buena historia con buenos argumentos,
buenas locaciones y hasta con  actores y
actrices cuenta este sindicato de la farsa.


  Esta situación en la que me vi implicado sería una variación de la técnica para vender buzones. Lo admirable y hasta elogiable
de la situación en la que me vi como principal damnificado fue la originalidad
de los acontecimientos en los que, yo, voluntariamente entregué el dinero por
algo que nunca me dieron. Convengamos; a uno le pueden meter  caño, arrebatar, todo en contra de la propia
voluntad. Otra muy diferente es entregar el dinero, sin violencia alguna, y no
recibir nada a cambio. De estas situaciones están atestadas las calles.


 Un par de meses
trabajando en los barcos petroleros por el sur me dieron  bastantes billetes para poder darme algunos
gustos. Uno de esos gustos derivó en querer obtener un Torino azul, como el
de mi tío, con el cual él me había enseñado a manejar. Siempre fue mi sueño y
estaba a punto de  alcanzarlo, o por los
menos eso creía yo.


  Un amigo de un
amigo me comenta que por el barrio de él andaba un lindo Torino azul a la
venta, le comento mis intenciones de querer adquirirlo por lo que este sujeto
me contacta con el dueño del Torino. Todo se fue dando naturalmente ya que el
dueño me lo enseñó y permitió que diera unas vueltas hasta que pudiera
decidirme. Confieso que no tardé mucho tiempo en decidirme. El auto era
perfecto. Un sueño sobre cuatro ruedas. El sueño del pibe.


  Habíamos llegado
a un acuerdo con respecto al dinero. Acordamos hacer la transacción en su casa
por seguridad. Esta persona vivía en un edifico de departamentos  muy elegante de la zona de Barrio Norte así
que antes de ir para su casa pase por el banco retiré el dinero y me dispuse a
ir en busca de mi sueño. En ese trayecto ya voy imaginando todas las cosas que
voy a hacer, donde voy a ir, me veo manejando por todos lados.


  Al llegar veo que
el Torino esta estacionado en frente del edifico. El piso era el octavo, el
departamento correspondía a la letra C. Después de tocar el timbre y la
afirmación de que suba seguida de la chicharra que dejaba abrir la puerta del
edificio, en pocos segundos ya me encontraba dentro del ascensor que me llevaba
hacia el último paso para adquirir mi Torino azul modelo 74. La puerta se abre
después de tocar el timbre seguido de los cordiales saludos de buenos días este
personaje me presenta a su esposa y me comenta el nombre de los dos niños que
se encuentran jugando en el living del departamento. La escena es la de una
familia tipo. Algún que otro comentario sobre el clima y algún partido de
fútbol nos disponemos a contar el dinero y establecer las últimas indicaciones
con respecto al auto. Conforme a lo establecido me entrega las llaves del auto
y quedamos en  que en la semana nos
encontraremos para realizar la transferencia, yo acepto complacido, ya que no
veo el momento de arrancar el motor y salir lo antes posible de ahí para
disfrutar de mi merecido auto. Un apretón de manos sella el negocio y acto
seguido ya tengo en mi poder las llaves y la tarjeta verde. Mis entrañas están
convulsionadas. Salgo del ascensor y al dirigirme hacia la puerta empiezo a
buscar mi auto, porque ya es mi auto, lo pagué y tengo la llave. Salgo a la
vereda y trato de buscarlo en el lugar donde lo había visto antes de subir pero
para mi sorpresa el auto no está allí. Empiezo a sospechar que he sido víctima
de una estafa y la desesperación se apodera de mí. Vuelvo hacia el edificio y
toco repetidas veces el octavo C pero no encuentro respuesta alguna con lo que
me dispongo a llamar al portero.


   Mi agitación no me permite expresarme con claridad.
Cuando puedo explicarle al portero que el inquilino del octavo C me estafó casi me caigo
desmayado al enterarme que en el octavo C no vivía nadie. El portero al ver que
no podía creer en su versión y mi insistencia en que allí vivía una familia me
llevo hasta el departamento. Separó una llave del manojo de llaves que traía
consigo y abrió la puerta: no había familia, no había muebles, no había
vendedor, no había ya más nadie a quien reclamarle.


  El portero trató
de consolarme como pudo. Lloré de impotencia y después de pedirle disculpas al
portero por la vergonzosa escena me retiré. Caminé desorientando como diez
cuadras hasta que vi que tenía las llaves del auto en mi mano, las observé y
las arrojé en un cesto de basura. Así concluyó mi sueño del Torino azul.












El torino azul



   En efecto en las calles de Buenos Aires se han vendido muchos buzones, por consecuente también ha habido una legión de compradores de buena fe de estos buzones. Como seres configurados para consumir  cualquier cosa que pueda llegar a desencadenar, por mínima que sea, esa sensación de placer y bienestar que nos otorga  las cosas materiales, los oportunistas aprovechan esta fisura en el espíritu para financiarse en el ocio. Lo importante es tener siempre (según ellos)  armada una buena historia con buenos argumentos, buenas locaciones y hasta con  actores y actrices cuenta este sindicato de la farsa.
  Esta situación en la que me vi implicado sería una variación de la técnica para vender buzones. Lo admirable y hasta elogiable de la situación en la que me vi como principal damnificado fue la originalidad de los acontecimientos en los que, yo, voluntariamente entregué el dinero por algo que nunca me dieron. Convengamos; a uno le pueden meter  caño, arrebatar, todo en contra de la propia voluntad. Otra muy diferente es entregar el dinero, sin violencia alguna, y no recibir nada a cambio. De estas situaciones están atestadas las calles.
 Un par de meses trabajando en los barcos petroleros por el sur me dieron  bastantes billetes para poder darme algunos gustos. Uno de esos gustos derivó en querer obtener un Torino azul, como el de mi tío, con el cual él me había enseñado a manejar. Siempre fue mi sueño y estaba a punto de  alcanzarlo, o por los menos eso creía yo.
  Un amigo de un amigo me comenta que por el barrio de él andaba un lindo Torino azul a la venta, le comento mis intenciones de querer adquirirlo por lo que este sujeto me contacta con el dueño del Torino. Todo se fue dando naturalmente ya que el dueño me lo enseñó y permitió que diera unas vueltas hasta que pudiera decidirme. Confieso que no tardé mucho tiempo en decidirme. El auto era perfecto. Un sueño sobre cuatro ruedas. El sueño del pibe.
  Habíamos llegado a un acuerdo con respecto al dinero. Acordamos hacer la transacción en su casa por seguridad. Esta persona vivía en un edifico de departamentos  muy elegante de la zona de Barrio Norte así que antes de ir para su casa pase por el banco retiré el dinero y me dispuse a ir en busca de mi sueño. En ese trayecto ya voy imaginando todas las cosas que voy a hacer, donde voy a ir, me veo manejando por todos lados.
  Al llegar veo que el Torino esta estacionado en frente del edifico. El piso era el octavo, el departamento correspondía a la letra C. Después de tocar el timbre y la afirmación de que suba seguida de la chicharra que dejaba abrir la puerta del edificio, en pocos segundos ya me encontraba dentro del ascensor que me llevaba hacia el último paso para adquirir mi Torino azul modelo 74. La puerta se abre después de tocar el timbre seguido de los cordiales saludos de buenos días este personaje me presenta a su esposa y me comenta el nombre de los dos niños que se encuentran jugando en el living del departamento. La escena es la de una familia tipo. Algún que otro comentario sobre el clima y algún partido de fútbol nos disponemos a contar el dinero y establecer las últimas indicaciones con respecto al auto. Conforme a lo establecido me entrega las llaves del auto y quedamos en  que en la semana nos encontraremos para realizar la transferencia, yo acepto complacido, ya que no veo el momento de arrancar el motor y salir lo antes posible de ahí para disfrutar de mi merecido auto. Un apretón de manos sella el negocio y acto seguido ya tengo en mi poder las llaves y la tarjeta verde. Mis entrañas están convulsionadas. Salgo del ascensor y al dirigirme hacia la puerta empiezo a buscar mi auto, porque ya es mi auto, lo pagué y tengo la llave. Salgo a la vereda y trato de buscarlo en el lugar donde lo había visto antes de subir pero para mi sorpresa el auto no está allí. Empiezo a sospechar que he sido víctima de una estafa y la desesperación se apodera de mí. Vuelvo hacia el edificio y toco repetidas veces el octavo C pero no encuentro respuesta alguna con lo que me dispongo a llamar al portero.
   Mi agitación no me permite expresarme con claridad. Cuando puedo explicarle al portero que el inquilino del octavo C me estafó casi me caigo desmayado al enterarme que en el octavo C no vivía nadie. El portero al ver que no podía creer en su versión y mi insistencia en que allí vivía una familia me llevo hasta el departamento. Separó una llave del manojo de llaves que traía consigo y abrió la puerta: no había familia, no había muebles, no había vendedor, no había ya más nadie a quien reclamarle.
  El portero trató de consolarme como pudo. Lloré de impotencia y después de pedirle disculpas al portero por la vergonzosa escena me retiré. Caminé desorientando como diez cuadras hasta que vi que tenía las llaves del auto en mi mano, las observé y las arrojé en un cesto de basura. Así concluyó mi sueño del Torino azul.




jueves, 15 de septiembre de 2016

Los gatos y la eternidad


  ¿En qué piensan los gatos cuando están en el techo?

Bello perfume de rosas rosas, acaramelado sobre su falda, nada ya puede ser distinto, ni siquiera su voz, su tonalidad, su acento de extranjero que todavía no aprendió la lengua del país que lo esta acunando.

   Ayer pareció que todo fue perfecto.

  Hoy se parece al ayer; pero diferencias hay muchas: no soy el mismo de ayer. Ni tampoco soy el mismo de hoy, aunque lo parezca sé que no soy como hace un rato. Poco a poco voy cambiando la piel, dejando atrás la piel muerta, voy dejando atrás otro disfraz, otro personaje. Las hojas del almanaque son como la piel, van quedando atrás, se van dispersando en el tiempo.
   Y se escapa todo el tiempo el tiempo. Trató de apropiarme de él pero se escapa de mis manos como los granos de arena. Me esfuerzo en poder retenerlo aunque sea un segundo pero es más rápido que mis intenciones.
   Si alguna vez logré retenerlo (al tiempo) no fui consciente de ello; y en esta dicotomía se van gastando mis días, lacerando mi espíritu, haciéndolo cada vez más viejo, más sabio. Cada vez creo menos en él (en el tiempo) porque sabe de este juego.
   Él (el tiempo) al ser más viejo que yo puede anticipar mis manipulaciones. Yo soy un neófito jugador con el más experimentado de todos. (Yo) al querer ganar experiencia en estos menesteres puedo llegar a conocer un poco de su esencia, pero solo un poco: no necesito más que un poco para justificar mi existencia. De eso creo que se trata al vida , de justificar la existencia, el paso por esta vida.
   Hoy me estoy acercando un poco, como dije anteriormente de eso se trata: un poco.



Bahía Blanca 2015


Los gatos y la eternidad

  ¿En qué piensan los gatos cuando están en el techo?
Bello perfume de rosas rosas, acaramelado sobre su falda, nada ya puede ser distinto, ni siquiera su voz, su tonalidad, su acento de extranjero que todavía no aprendió la lengua del país que lo esta acunando.
   Ayer pareció que todo fue perfecto.
  Hoy se parece al ayer; pero diferencias hay muchas: no soy el mismo de ayer. Ni tampoco soy el mismo de hoy, aunque lo parezca sé que no soy como hace un rato. Poco a poco voy cambiando la piel, dejando atrás la piel muerta, voy dejando atrás otro disfraz, otro personaje. Las hojas del almanaque son como la piel, van quedando atrás, se van dispersando en el tiempo.
   Y se escapa todo el tiempo el tiempo. Trató de apropiarme de él pero se escapa de mis manos como los granos de arena. Me esfuerzo en poder retenerlo aunque sea un segundo pero es más rápido que mis intenciones.
   Si alguna vez logré retenerlo (al tiempo) no fui consciente de ello; y en esta dicotomía se van gastando mis días, lacerando mi espíritu, haciéndolo cada vez más viejo, más sabio. Cada vez creo menos en él (en el tiempo) porque sabe de este juego.
   Él (el tiempo) al ser más viejo que yo puede anticipar mis manipulaciones. Yo soy un neófito jugador con el más experimentado de todos. (Yo) al querer ganar experiencia en estos menesteres puedo llegar a conocer un poco de su esencia, pero solo un poco: no necesito más que un poco para justificar mi existencia. De eso creo que se trata al vida , de justificar la existencia, el paso por esta vida.
   Hoy me estoy acercando un poco, como dije anteriormente de eso se trata: un poco.
Bahía Blanca 2015

Refutación a la Biblioteca de Babel

   Pero una sola hoja, una sola hoja de cualquier libro ordinario bastan para formar la Biblioteca de Babel. Si a esta hoja ordinaria se le hiciera el pliego para formar una banda de Moebius, ya en esta única hoja cabrían todos los libros del universo con sus respectivas refutaciones, comentarios, plagios, enciclopedias, manuales, en todos los idiomas conocidos y los que están en potencia también. El teorema del mono infinito quedaría resuelto.

Refutación a la Biblioteca de Babel

   Pero una sola hoja, una sola hoja de cualquier libro ordinario bastan para formar la Biblioteca de Babel. Si a esta hoja ordinaria se le hiciera el pliego para formar una banda de Moebius, ya en esta única hoja cabrían todos los libros del universo con sus respectivas refutaciones, comentarios, plagios, enciclopedias, manuales, en todos los idiomas conocidos y los que están en potencia también. El teorema del mono infinito quedaría resuelto.

Comedia

Lluvia de canto rodado naranja.
Lluvia de estrellas fugaces.
Almas en pena destilando penas.
Claroscuro de imágenes que se repiten hasta el hartazgo. Signos de decadencia que no llevan a ninguna parte. Rastros de civilizaciones perdidas; perdidas por la memoria, perdidas por el tiempo, perdidas por un espacio que se resiste a dejar de lado todo aquello para lo que fue dispuesto. 
Y sin embargo todo permanece estático: como los monumentos de piedra que congelan el tiempo brindándole eternidad a las formas, a los gestos, a las miradas, a los nombres de hombres que pretenden trascender en el tiempo. Todo es un intento por inmortalizar (eternizar), por detener o engañar o vencer el tiempo. Mientras tanto me mantengo al margen del espectáculo; me siento a disfrutar por todo aquello que fue pretérito o indicativo o subjuntivo.
La comedia sigue su curso y no lo detendré; ni siquiera en sueños.

Comedia

Lluvia de canto rodado naranja.
Lluvia de estrellas fugaces.
Almas en pena destilando penas.
Claroscuro de imágenes que se repiten hasta el hartazgo. Signos de decadencia que no llevan a ninguna parte. Rastros de civilizaciones perdidas; perdidas por la memoria, perdidas por el tiempo, perdidas por un espacio que se resiste a dejar de lado todo aquello para lo que fue dispuesto. 
Y sin embargo todo permanece estático: como los monumentos de piedra que congelan el tiempo brindándole eternidad a las formas, a los gestos, a las miradas, a los nombres de hombres que pretenden trascender en el tiempo. Todo es un intento por inmortalizar (eternizar), por detener o engañar o vencer el tiempo. Mientras tanto me mantengo al margen del espectáculo; me siento a disfrutar por todo aquello que fue pretérito o indicativo o subjuntivo.
La comedia sigue su curso y no lo detendré; ni siquiera en sueños.

Rapipago-[Schizo(visions)]

El aroma multicolor
Se hace carne en la atmósfera de un cielo lacerado 
Pequeñas gotas ácidas
Se presentan caminando: me rodean;
Y comienzan una danza
Yo (creo) que la lluvia fue falsa
Aún así me quedo esperando
Al borde del acantilado de algodón
Donde las nubes pasan cerca
Hasta puedo agarrarlas y comer de ellas.
El sabor (de las nubes) es como el del Pan Casero;
recién salido del horno.
A mis espaldas pasa un río de piedras mágicas
Me dejo descansar en él
Que fluye hacia cataratas
De hielo avinagrado
----------------------
Entonces despierto
Y sigo caminando
Hacia el Rapipago
Hoy se vence la luz.

Rapipago-[Schizo(visions)]

El aroma multicolor
Se hace carne en la atmósfera de un cielo lacerado 
Pequeñas gotas ácidas
Se presentan caminando: me rodean;
Y comienzan una danza
Yo (creo) que la lluvia fue falsa
Aún así me quedo esperando
Al borde del acantilado de algodón
Donde las nubes pasan cerca
Hasta puedo agarrarlas y comer de ellas.
El sabor (de las nubes) es como el del Pan Casero;
recién salido del horno.
A mis espaldas pasa un río de piedras mágicas
Me dejo descansar en él
Que fluye hacia cataratas
De hielo avinagrado
----------------------
Entonces despierto
Y sigo caminando
Hacia el Rapipago
Hoy se vence la luz.

viernes, 9 de septiembre de 2016

No soy mi nombre

   "Aléjate de lo que sabes Reybufón", dijo el niño. Con sus dos manos sostenía un cuenco. Al finalizar la frase dio vuelta el cuenco y no cayó nada: estaba vacío. Entonces desperté. Una fina capa de rocío me cubría el cuerpo, y el de mi perro también. Traté de retener todos los detalles del sueño para poder interpretarlo, pero al final solo detalles parciales pude recordar.

  Días y días caminé por un bosque misterioso con la compañía de mi perro. La voz del niño me susurraba de vez en cuando, pero no pude comprender lo que significaba. Así pasaron los días y las noches también hasta que llegué a un valle majestuoso y profundo. Se podía respirar el aire mas fresco que alguna vez haya sentido en mis pulmones. Miles de pájaros diferentes habitaban en la verde espesura del valle, animales de diferentes especies también.  A veces me sentada a descansar y comer frutas que iba encontrando, otras caminaba como siguiendo un rumbo del cual desconocía pero la intuición guiaba mis pasos con determinación.

  Hasta que llegué a un acantilado y mi corazón intentó querer salir de mi pecho. El vértigo de ver al abismo cara a cara confrontaba todo lo que hasta ese día pretendía yo saber de la vida.

  Sentado en el borde del acantilado con mi perro a mi lado pase todo un día mirando la profundidad del abismo a mis pies. En ese momento quise encontrar algún tipo de lenguaje que pudiera traducir todo aquello que ese vacío me trasmitía. Pero no encontré palabras justas, ni siquiera cercanas que se ajusten a esas formas. Solo sé que de vez en cuando lloré y abracé a mi perro. Al llegar la noche vi como el abismo y el valle que se encontraban dentro de él se oscurecía. Comprendí que las cosas al ser impregnadas con el manto de la oscura noche  no dejan de ser las mismas cosas que son de día. El árbol oscuro por la noche es el mismo árbol cubierto por la luz del día. Yo soy el mismo que la luz del día alumbró y ahora esta privado de esa luz, pero soy el mismo; salvo mi sombra: ella es siempre oscura en la noche y en el día, y en la noche y en el día también me acompañan incondicionalmente.

   Al amanecer me puse de pie, pero no para alejarme del abismo. El único paso que di fue hacia adelante, al interior del abismo. En la caída vi la imagen del niño con el cuenco en su mano dándolo vuelta y la vacuidad se apoderó de mí. Entendí que yo no soy mi nombre, y que mi nombre está vacío, y que el vacío también está vacío, y que el propósito de la caída no tenía sentido, y que yo era ese niño, y también estaba cayendo de ese cuenco que en realidad era el acantilado en el cual estaba sentado.

   Una brisa fina y fresca corría debajo del árbol en el que desperté. Mi perro seguía durmiendo mientras repasaba mi sueño. Los sueños también están vacíos.

No soy mi nombre

   "Aléjate de lo que sabes Reybufón", dijo el niño. Con sus dos manos sostenía un cuenco. Al finalizar la frase dio vuelta el cuenco y no cayó nada: estaba vacío. Entonces desperté. Una fina capa de rocío me cubría el cuerpo, y el de mi perro también. Traté de retener todos los detalles del sueño para poder interpretarlo, pero al final solo detalles parciales pude recordar.
  Días y días caminé por un bosque misterioso con la compañía de mi perro. La voz del niño me susurraba de vez en cuando, pero no pude comprender lo que significaba. Así pasaron los días y las noches también hasta que llegué a un valle majestuoso y profundo. Se podía respirar el aire mas fresco que alguna vez haya sentido en mis pulmones. Miles de pájaros diferentes habitaban en la verde espesura del valle, animales de diferentes especies también.  A veces me sentada a descansar y comer frutas que iba encontrando, otras caminaba como siguiendo un rumbo del cual desconocía pero la intuición guiaba mis pasos con determinación.
  Hasta que llegué a un acantilado y mi corazón intentó querer salir de mi pecho. El vértigo de ver al abismo cara a cara confrontaba todo lo que hasta ese día pretendía yo saber de la vida.
  Sentado en el borde del acantilado con mi perro a mi lado pase todo un día mirando la profundidad del abismo a mis pies. En ese momento quise encontrar algún tipo de lenguaje que pudiera traducir todo aquello que ese vacío me trasmitía. Pero no encontré palabras justas, ni siquiera cercanas que se ajusten a esas formas. Solo sé que de vez en cuando lloré y abracé a mi perro. Al llegar la noche vi como el abismo y el valle que se encontraban dentro de él se oscurecía. Comprendí que las cosas al ser impregnadas con el manto de la oscura noche  no dejan de ser las mismas cosas que son de día. El árbol oscuro por la noche es el mismo árbol cubierto por la luz del día. Yo soy el mismo que la luz del día alumbró y ahora esta privado de esa luz, pero soy el mismo; salvo mi sombra: ella es siempre oscura en la noche y en el día, y en la noche y en el día también me acompañan incondicionalmente.
   Al amanecer me puse de pie, pero no para alejarme del abismo. El único paso que di fue hacia adelante, al interior del abismo. En la caída vi la imagen del niño con el cuenco en su mano dándolo vuelta y la vacuidad se apoderó de mí. Entendí que yo no soy mi nombre, y que mi nombre está vacío, y que el vacío también está vacío, y que el propósito de la caída no tenía sentido, y que yo era ese niño, y también estaba cayendo de ese cuenco que en realidad era el acantilado en el cual estaba sentado.
   Una brisa fina y fresca corría debajo del árbol en el que desperté. Mi perro seguía durmiendo mientras repasaba mi sueño. Los sueños también están vacíos.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Cabo Polonio

    La madrugada del 12 de abril de 1753, Joseph Polloni, capitán del galeón español Nuestra Señora del Rosario, despertó sobresaltado en su camarote. El galeón español con mercaderías que debían ser descargadas en el puerto de Buenos Aires había empezado a zozobrar al llegar a la costa norte del Virreinato del Perú. Polloni y su comandante, esa noche bebieron más de lo acostumbrado, y era costumbre beber en exceso cada vez que llegaban  a destino. Ninguno de los dos lo confesó, pero los dos tenían miedo. Sabían que esas aguas estaban malditas, sabían de todos los naufragios que habían ocurrido en esa zona, sabían de todas las historias que circulaban entre los marineros y (al principio) no hicieron caso e incluso profirieron burlas contra aquellos que las difundían.

  Al incorporarse de su cama, Polloni, observó su brújula de bolsillo: las agujas oscilaban de manera alocada como si el mundo se moviera y el galeón no. Salió apresurado y con vértigo en su corazón hacia la cubierta. El océano estaba embravecido como si fuera una fiera, como una fiera  que a toda costa quiere llevar al fondo de sus entrañas a su presa; y esa presa era el galeón de Polloni. El bajel se hamacaba entre paredes de agua de más de cuatro metros.  La tempestad era insoportable, sofocante; el manto de la noche oscura, tétrica y agónica no dejaba pasar el mínino luz de estrellas. Polloni sintió que la muerte lo estaba confrontando. Parado en medio de la cubierta, Joseph Polloni, con el corazón agitado vio a la locura también confrontarlo. Lo que sus ojos vieron (él creyó hasta el final de su vida que lo que vio fue real y no una especie de delírium tremens  a causa de su alcoholismo) en esa noche nunca pudo borrarlo de su espíritu hasta el final de su días.

  Un instinto de supervivencia, a pesar de todo, lo condujo a Polloni hasta los camarotes y despertar a su tripulación y dar las ordenes pertinentes a los oficiales. En la oscilación de la zozobra vio que la costa estaba a una distancia razonable para sobrevivir pero peligroso si el galeón se estrellaba contra las afilada piedras. Polloni fue a buscar a su comandante al puente y lo encontró totalmente borracho, tirado en el piso. Lo abofeteó más de tres veces hasta que consiguió despertarlo y ponerlo al tanto de la situación. En ese momento escucharon una especie de latigazo y el crujir de la madera de la embarcación: se había partido en dos. El agua empezó a inundar el puente. Los gritos de los tripulantes se mezclaban con las ráfagas violentas de la tormenta. Polloni y su tripulación como pudieron trataron de aferrarse a pedazos de madera, barriles, cadáveres; el capitán gritaba a los sobrevivientes que nadaran a la costa. Con esfuerzo sobrehumano llegaron a la costa de piedras afiladas. Más de la mitad de la tripulación pereció en el naufragio. Polloni sintió que había vuelto a nacer.

   El resto de los días de Joseph Polloni transcurrieron en la paz y armonía de alguien que ha pasado por la experiencia de haber visto a  la muerte cara a cara. La vida o quizás la muerte le habían dado otra oportunidad. Y aprovechó esa oportunidad hasta que la muerte sí se lo llevo a su morada definitivamente, pero él ya había pagado la oportunidad  que había recibido. Nunca más volvió a beber después de esa noche.

   A pesar de la tranquilidad que rigió en la vida de Joseph Polloni después de aquella fatídica noche, todas las madrugadas de todos los 12 de abril del resto de su vida volvió a revivir la noche del naufragio. En su sueño vuelve a ver, una y otra vez, la imagen de los tentáculos del calamar gigante agitando las aguas del océano.



Bahía Blanca        4/9/2016          18:45

Cabo Polonio

    La madrugada del 12 de abril de 1753, Joseph Polloni, capitán del galeón español Nuestra Señora del Rosario, despertó sobresaltado en su camarote. El galeón español con mercaderías que debían ser descargadas en el puerto de Buenos Aires había empezado a zozobrar al llegar a la costa norte del Virreinato del Perú. Polloni y su comandante, esa noche bebieron más de lo acostumbrado, y era costumbre beber en exceso cada vez que llegaban  a destino. Ninguno de los dos lo confesó, pero los dos tenían miedo. Sabían que esas aguas estaban malditas, sabían de todos los naufragios que habían ocurrido en esa zona, sabían de todas las historias que circulaban entre los marineros y (al principio) no hicieron caso e incluso profirieron burlas contra aquellos que las difundían.
  Al incorporarse de su cama, Polloni, observó su brújula de bolsillo: las agujas oscilaban de manera alocada como si el mundo se moviera y el galeón no. Salió apresurado y con vértigo en su corazón hacia la cubierta. El océano estaba embravecido como si fuera una fiera, como una fiera  que a toda costa quiere llevar al fondo de sus entrañas a su presa; y esa presa era el galeón de Polloni. El bajel se hamacaba entre paredes de agua de más de cuatro metros.  La tempestad era insoportable, sofocante; el manto de la noche oscura, tétrica y agónica no dejaba pasar el mínino luz de estrellas. Polloni sintió que la muerte lo estaba confrontando. Parado en medio de la cubierta, Joseph Polloni, con el corazón agitado vio a la locura también confrontarlo. Lo que sus ojos vieron (él creyó hasta el final de su vida que lo que vio fue real y no una especie de delírium tremens  a causa de su alcoholismo) en esa noche nunca pudo borrarlo de su espíritu hasta el final de su días.
  Un instinto de supervivencia, a pesar de todo, lo condujo a Polloni hasta los camarotes y despertar a su tripulación y dar las ordenes pertinentes a los oficiales. En la oscilación de la zozobra vio que la costa estaba a una distancia razonable para sobrevivir pero peligroso si el galeón se estrellaba contra las afilada piedras. Polloni fue a buscar a su comandante al puente y lo encontró totalmente borracho, tirado en el piso. Lo abofeteó más de tres veces hasta que consiguió despertarlo y ponerlo al tanto de la situación. En ese momento escucharon una especie de latigazo y el crujir de la madera de la embarcación: se había partido en dos. El agua empezó a inundar el puente. Los gritos de los tripulantes se mezclaban con las ráfagas violentas de la tormenta. Polloni y su tripulación como pudieron trataron de aferrarse a pedazos de madera, barriles, cadáveres; el capitán gritaba a los sobrevivientes que nadaran a la costa. Con esfuerzo sobrehumano llegaron a la costa de piedras afiladas. Más de la mitad de la tripulación pereció en el naufragio. Polloni sintió que había vuelto a nacer.
   El resto de los días de Joseph Polloni transcurrieron en la paz y armonía de alguien que ha pasado por la experiencia de haber visto a  la muerte cara a cara. La vida o quizás la muerte le habían dado otra oportunidad. Y aprovechó esa oportunidad hasta que la muerte sí se lo llevo a su morada definitivamente, pero él ya había pagado la oportunidad  que había recibido. Nunca más volvió a beber después de esa noche.
   A pesar de la tranquilidad que rigió en la vida de Joseph Polloni después de aquella fatídica noche, todas las madrugadas de todos los 12 de abril del resto de su vida volvió a revivir la noche del naufragio. En su sueño vuelve a ver, una y otra vez, la imagen de los tentáculos del calamar gigante agitando las aguas del océano.

Bahía Blanca        4/9/2016          18:45

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