viernes, 20 de enero de 2023

Una espátula

 

       La
onda era pintar la pieza de los chicos. Las vacaciones de invierno me venían
bien para hacer la movida. La obra en la que estaba laburando iba a estar
parada así que lo mejor era acomodar un poco la casa. Me fije en el galponcito que
había para hacer la maniobra. Tenía pintura, masilla, brochas, pinceles, lijas,
thinner. Lo único que me faltaba era una espátula. Le avisé a mi jermu que
salía a comprar. Encaré para la ferretería.



     En la
ferretería me la crucé a la directora de la escuela. Andaba buscando
presupuesto. Ella también quería aprovechar las vacaciones para pintar algunas
aulas, la cocina y el sum. Me preguntó si estaba trabajando, le dije que no.
Ella sabía que yo era contratista y que en la pintura la tenía lunga. En un
tiro ya me estaba pasando el trabajo. Me contó que había hablado con otro
contratista pero la dejó pagando a último momento. Estábamos por ir hasta la
escuela a ver el laburo cuando me acordé de que me estaba olvidando de la
espátula que fui a buscar. Ahora sí: los tres fuimos hasta la escuela a ver qué
onda.



      Después de ver todo lo que había que hacer en
la escuela le dije que sí. Calculé que una semana me iba a llevar hacer la
escuela. Con otro oficial y un par de ayudantes iba a salir como piña. La otra semana
se la iba a dedicar a la pieza de los chicos. Así que con la espátula de
testigo me hice cargo del trabajo. La directora fue hasta la oficina de la
cooperadora y volvió con toda la plata para que pague la pintura, contrate un
par de monitos para el laburo y la teka mía. También me dejó las llaves para
que nos manejemos. Comentó que se iba a Córdoba a visitar a un pariente. Me
encargó que por favor termináramos antes de que empiecen las clases. Le dije
que no se preocupara, que se quede tranquila, que íbamos a terminar antes. La
saludé. Le deseé un buen viaje y que aprovechara a descansar. Salí con la plata
en un bolsillo y la espátula en el otro. Mientras caminaba hasta mi casa a
dejar la plata y la espátula me lo crucé al Garrincha. Venía con una  remera atada en la cabeza. Cuando el Garrincha
anda con una remera atada en la cabeza, eso quiere decir que ya anda reloco. Me
invitó a tomar una birra. No me resistí mucho. Una birrita no le hace mal a
nadie, pensé. Fuimos al kiosco de Patoncho. Me pidió algo para abrir la birra y
le pasé la espátula. Descorchó, se tomó un trago largo, me pasó la birra  y al toque se abrió una bolsa. Dijo que el
Tano estaba tirando pochoclo otra vez. Mi pidió algo para levantar la gilada,
le pasé la espátula. Se tomó un sartenazo (o espatulazo). Me pasó la bolsa con
la espátula. Para qué. Terrible estaba el pochoclo. Ahí nomás saqué el fajo y
lo mandé al Garrincha buscar un par de bolsas más.



      La tarde fue pasando. Llegó la noche y los
caranchos. Ya éramos como diez rancheando en el kiosco de Patoncho. Estábamos
todos hasta la pija. Me acordé que la directora me había dado las llaves de la
escuela para que me maneje. Así que mandé a comprar  más pochoclo y más birra. Nos fuimos todos a
instalar a la escuela. Mientras iba corriendo la noche trataba de organizar el
laburo para la mañana: cómo íbamos a masillar, quien iba lijar, pintar. Creo
que nadie me escuchaba. Solo veía como se descorchaban las birras con la
espátula, como se tomaba gilada con la espátula, como la espátula iba de mano
en mano y de nariz en nariz.



       Me volvió a pasar lo que me pasaba siempre
que me ponía a escabiar o tomar merca: perder el sentido del tiempo. En un tiro
habían pasado tres días desde que había salido a buscar la espátula. La tenía a
mi jermu en la puerta de la escuela reclamándome a los gritos por qué no había
vuelto, por qué andaba recontrarreduro con todos los vagos y en la escuela
donde iban nuestros hijos. Le dije que estábamos pintando. Obvio que no me
creyó. No tenía ni una mancha de pintura. Lo único que tenía manchado era la
nariz.  Me recordó que yo había salido a
buscar una espátula y que iba pintar la pieza de los chicos. Ese era el plan
original. En qué momento pasé a pintar en la escuela. La verdad que tenía razón.
Aunque era verdad que teníamos que pintar la escuela, y que en mi cabeza tenía
toda la data para explicarle todo, mi cerebro ya estaba todo duro y no tenía ni
ganas de explicarle nada. Trasca apenas podía mover la mandíbula. Así que la
dejé que grite. Creo que me creyó cuando vio el fajo de plata. Le di algo para
que se vaya y me deje tranquilo. Le cambió la cara cuando tuvo la plata en la
mano. Aunque sabía que estaba re caliente. Sabía que si había cocaína en mis
narices podía estar semanas enteras sin volver. Al final se fue. Vi que tenía
la espátula en la mano. La miré y le dije: “Ya se la va a pasar”. Justo entraba
el Garrincha y el Moe con un cajón de birras. Agarré la más fría acogotándola
por el pico, le presenté la espátula en la chapita y el descorhe sonó a 38
rabioso con la numeración limada.



       Mientras la joda seguía yo hacía cálculos
para pintar las aulas y después ir a pintar a mi casa. Todos me decían: “dale,
sí, al toque sacamos el laburo, vo cuando quieras le mandamos, pasame la bolsa,
tirá la espaula vo, estamos rancheando todos juntos eh, dejá de manijearte,
mañana arracamos”. Yo me quedaba tranquilo, me decía a mí mismo que sí, nos
ponemos las pilas y sacamos el laburo de un tirón. Mañana arrancamos.



      Pasó la primera semana de vacaciones. La
pieza de los chicos era obvio que ya no se iba a hacer. La dejé para las
vacaciones de verano. Ahora me quedaba no gastarme toda la plata y tratar de
pintar  antes de que terminen las
vacaciones. Miraba a la espátula pidiendo su consejo. Me pasaban una bolsa y
con la espátula tomaba. Si arrancamos el viernes para el domingo terminamos,
pensaba. Era lunes.



     Pero en cuatro días podía pasar cualquier
cosa y de hecho pasó.



     Mi jermu se cansó de ir a buscarme. Con todo
la papuza que tenía encima y la que había para tomar no me sacaban de la
escuela ni con la orden de un juez. Porque aparte de la que yo mandaba a
comprar se empezó a llenar de gente que traía sus menezundas para compartir. Algunos
eran conocidos, otro ni idea de donde habían salido. La escuela se terminó de
convertir en un manicomio: literal. Merca, faso, pastillas, pasta base, picos
de ketalar, té de floripondio, nafta, pegamento, escabio de todos los colores y
sabores, minas, putos, travas, rastreros, chorros, un consejal, una de las
hijas del intendente, dos delegados de camioneros, todo eso había copado la
escuela. Alta chacota se había armado. Todo eso mientras la directora
descansaba en Córdoba. (Quédese tranquila señora, vamos a terminar antes).



    El flá era que en cada flá que tenía (porque
ya se me iba apagando la tele de a ratos y horas y días también) la espátula
estaba ahí. La espátula para descorchar birras. La espátula para tomar merca.
La espátula para aplastar la merca. La espátula para picarla. La espátula para
cocinar la merca para los que la fumaban. La espátula para picar el faso. La
espátula cortando un par de gomas para los torniquetes. La espátula cargando la
cuchara de los que cocinaban la merca para picarse. La espátula para cortar el
asado. La espátula para cortar la lechuga y el tomate. La espátula cortando el
pan. La espátula revolviendo verduras en un wok. La espátula para desarmar unas
bochas de heladera que rescataron unos pintas para sacarle el cobre. La
espátula para desarmar la instalación eléctrica de la escuela para sacar los
cables y el cobre. La espátula saltando de una mano a la otra, de una nariz a
la otra. La espátula bailando en el medio de todos corte Shakira. La espátula diciéndome:
“en un par de días sacás el laburo, andá a comprar más”. Yo haciéndole caso a
la espátula. La espátula poniendo merca en el culo de un trava y cuatro giles
tomando de ahí. La espátula cortando una tanga. La espátula poniendo merca en
mi verga y un par de minitas tomando. La espátula dándole golpecitos al burro
de arranque al auto del viejo Carlos. El auto del viejo Carlos arrancando. La
espátula en los monobloks. Todos escapándole a la gorra. El Garrincha usaba el
reflejo de la espátula y le apuntaba a los cobanis. Todos corriendo y
escondiéndonos de la gorra y otra vez el reflejo de la espátula contra las
patrullas. Al final los gorras se cansaron y se fueron. Nunca supe como
terminamos en esa secuencia. La espátula cortando verduras para un guiso. La
espátula revolviendo la olla. Uno entró remanija a pedir la espátula. La usó
para meter cañó de chamuyo en la remisería. La espátula apuntándole al tranza
mientras los pibes le meten a la casa los tarros de pintura de la escuela, las
brochas y los pinceles y yo negociando más gilada. La espátula diciéndome: “en un
par días sacás el laburo”. Yo obedeciendo a la espátula. La espátula dando
correctivos a los atrevidos. Dando planazos en la jeta o toki toki en la
cabeza. La espátula usada como charrasca para enseñarle a un guachín a
defenderse. La espátula, la espátula. Me acuerdo que hasta soñé con la
espátula. Ya habían empezado las clases. Todo estaba limpio, todo brillaba. La
directora y los padres de la cooperadora estaban chochos. Todo había quedado
perfecto: las aulas, la cocina, el sum. Me hacían un acto en donde me
entregaban una plaqueta. Había un busto mío en el patio. Estaba lleno de gente,
cámaras, periodistas. Mi jermu en primera fila con los chicos, todos re
contentos. Yo miraba a la espátula y la espátula me decía:” viste que ibas a
sacar el laburo, anda comprar más.” Me desperté con la espátula en la mano
gritando:” ¡andá a comprar más! ¡andá a comprar más!”. Todos se cagaban de
risa.



     Pero el flá más zarpado fue cuando entró
corriendo el Chino todo ensangrentado. Lo habían carancheado en la esquina del
tranza por una bronca vieja. Fue la primera vez que sentía miedo. Habían
pintado los pibes de la parroquia que estaban todos enfierrados. Yo les había
dicho que si se querían quedar tenían que dejar los fierros en un armario
porque era un peligro. Los que habían carancheado al Chino ya los teníamos en
la puerta pidiendo que salga el Chino. Gritaban, pateaban la puerta. Salimos
todos menos los pibes de la parroquia. Estaban todos atrapados en un aula
fumando base sin poder salir. La cosa que empezó la discusión. Yo no entendía
nada, pero sí sabía que se estaba por pudrir. El Garrincha estaba destangado,
les gritaba, agitaba los brazos. El Chino se quedó atrás de nosotros. Otros
saltaron con cosas viejas: un relámpago que habían perdido en La Sapito, un quilombo
que se había armado en La Cantina el fin de semana pasado, la madre de uno que
la habían robado en la parada del bondi, una pelopincho que se habían
rastreado. Todo eso a la vez se discutía. Cosas de locos. Ya estaba ahí por
explotar y volar todo por los aires. El Garrincha dijo: “ahora van a ver, ahora
van a ver”, y se metió para adentro de la escuela. Yo flasheé, este va ir a  buscar un fierro del armario, de los que
habían dejado los pibes de la parroquia. Todos vimos que salió con algo en la
mano. Los que caranchearon al Chino volaron, no quedó ninguno. El Garrincha
quedó solo con la espátula en la mano. Cuando nos dimos cuenta de que había ido
a buscar la espátula nos empezamos a descostillar de la risa, uno pares se
tiraron al piso, uno hasta vomitó de la risa. ¡¿Qué era lo que iba a hacer con
la espátula?! Hasta el día de hoy lo siguen gastando con lo de la espátula y
todavía no sabe porque fue a buscar la espátula y no un fierro. 



     Le saqué la espátula al Garrincha y
volvimos a la fiesta. Mientras la chacota seguía yo seguía pensando en cómo
sacar el laburo, recuperar la pintura, la masilla, las brochas, la plata y en
tomarme un tiro más. Miré a la espátula. Ya no necesitaba su aprobación.
Estábamos a viernes. En dos días había que arreglar todo el quilombo. Para el
lunes a la mañana todo tenía que estar impecable. Mañana arrancamos, le dije a
la espátula. (Quédese tranquila señora, vamos a terminar antes).



 



 



 



      Las vacaciones habían terminado. Ya era
lunes a la mañana. Y lo supe por que la tenía a la directora tratando de
despertarme a las patadas y a los gritos. Tenía un ataque de nervios terrible.
Los últimos dos días no me los acordaba. La escuela que había pasado a ser
manicomio había pasado a ser un desastre total. No macillamos un solo agujero.
Pero quemamos cobre adentro de la escuela. Hicimos fuego adentro para cocinar y
algunos asados. No sé porque no habíamos usado la cocina. Había botellas de
escabio, cajas de vino, nylons de merca por todos lados, tuqueras, pipas de
base, papelillos, jeringas, gomas, basura, forros, bombachas, calzoncillos, una
piñata colgada del techo llena de juguetitos, un televisor con un tiro en la
pantalla, una cantora en donde sonaba Los del bohío, casquillos de balas por
todos lados, botellas con meadas, bolsitas con mierda. No sé porque no usamos
los baños. Unos se habían instalado con colchones y frazadas en un aula y hasta
una familia entera había armado su rancho. Mientras veía como la boca de la
directora se abría y cerraba en su cara desencajada y los ojos a punto de
explorarles, trataba de que mis sentidos volvieran a mi cuerpo para poder huir
de ahí urgente. (Quédese tranquila señora, vamos a terminar antes). Como pude
me levanté de un colchón hecho con cartones. Agarré la espátula y salí a la
rastra con los gritos de la directora queriéndome acuchillar. Afuera estaban
todos los chicos del turno mañana y los padres de los chicos preguntando qué
era lo que pasaba. También estaban como locos. A los chicos les vino bárbaro,
tuvieron una semana más de vacaciones. Hasta que acomodaron y limpiaron todo
ningún turno tuvo clases.



     Yo también tardé una semana en recuperarme.
No quería salir de mi casa para no cruzarme a la directora. Hasta que un día me
la crucé. Era inevitable. Por lo menos estaba más calmada. Me dijo que estábamos
locos. Tenía toda la razón. No la contradije. Me tuve que fumar como media hora
de cagada a pedos. (Quédese tranquila señora, vamos a terminar antes) “Por los
menos vayan a buscar las herramientas”, fue lo último que le escuché decir porque
largué una carcajada, me di vuelta y me fui. Que herramientas iba ir a buscar
si lo único que teníamos era una espátula.



 






 

Una espátula

 

       La onda era pintar la pieza de los chicos. Las vacaciones de invierno me venían bien para hacer la movida. La obra en la que estaba laburando iba a estar parada así que lo mejor era acomodar un poco la casa. Me fije en el galponcito que había para hacer la maniobra. Tenía pintura, masilla, brochas, pinceles, lijas, thinner. Lo único que me faltaba era una espátula. Le avisé a mi jermu que salía a comprar. Encaré para la ferretería.

     En la ferretería me la crucé a la directora de la escuela. Andaba buscando presupuesto. Ella también quería aprovechar las vacaciones para pintar algunas aulas, la cocina y el sum. Me preguntó si estaba trabajando, le dije que no. Ella sabía que yo era contratista y que en la pintura la tenía lunga. En un tiro ya me estaba pasando el trabajo. Me contó que había hablado con otro contratista pero la dejó pagando a último momento. Estábamos por ir hasta la escuela a ver el laburo cuando me acordé de que me estaba olvidando de la espátula que fui a buscar. Ahora sí: los tres fuimos hasta la escuela a ver qué onda.

      Después de ver todo lo que había que hacer en la escuela le dije que sí. Calculé que una semana me iba a llevar hacer la escuela. Con otro oficial y un par de ayudantes iba a salir como piña. La otra semana se la iba a dedicar a la pieza de los chicos. Así que con la espátula de testigo me hice cargo del trabajo. La directora fue hasta la oficina de la cooperadora y volvió con toda la plata para que pague la pintura, contrate un par de monitos para el laburo y la teka mía. También me dejó las llaves para que nos manejemos. Comentó que se iba a Córdoba a visitar a un pariente. Me encargó que por favor termináramos antes de que empiecen las clases. Le dije que no se preocupara, que se quede tranquila, que íbamos a terminar antes. La saludé. Le deseé un buen viaje y que aprovechara a descansar. Salí con la plata en un bolsillo y la espátula en el otro. Mientras caminaba hasta mi casa a dejar la plata y la espátula me lo crucé al Garrincha. Venía con una  remera atada en la cabeza. Cuando el Garrincha anda con una remera atada en la cabeza, eso quiere decir que ya anda reloco. Me invitó a tomar una birra. No me resistí mucho. Una birrita no le hace mal a nadie, pensé. Fuimos al kiosco de Patoncho. Me pidió algo para abrir la birra y le pasé la espátula. Descorchó, se tomó un trago largo, me pasó la birra  y al toque se abrió una bolsa. Dijo que el Tano estaba tirando pochoclo otra vez. Mi pidió algo para levantar la gilada, le pasé la espátula. Se tomó un sartenazo (o espatulazo). Me pasó la bolsa con la espátula. Para qué. Terrible estaba el pochoclo. Ahí nomás saqué el fajo y lo mandé al Garrincha buscar un par de bolsas más.

      La tarde fue pasando. Llegó la noche y los caranchos. Ya éramos como diez rancheando en el kiosco de Patoncho. Estábamos todos hasta la pija. Me acordé que la directora me había dado las llaves de la escuela para que me maneje. Así que mandé a comprar  más pochoclo y más birra. Nos fuimos todos a instalar a la escuela. Mientras iba corriendo la noche trataba de organizar el laburo para la mañana: cómo íbamos a masillar, quien iba lijar, pintar. Creo que nadie me escuchaba. Solo veía como se descorchaban las birras con la espátula, como se tomaba gilada con la espátula, como la espátula iba de mano en mano y de nariz en nariz.

       Me volvió a pasar lo que me pasaba siempre que me ponía a escabiar o tomar merca: perder el sentido del tiempo. En un tiro habían pasado tres días desde que había salido a buscar la espátula. La tenía a mi jermu en la puerta de la escuela reclamándome a los gritos por qué no había vuelto, por qué andaba recontrarreduro con todos los vagos y en la escuela donde iban nuestros hijos. Le dije que estábamos pintando. Obvio que no me creyó. No tenía ni una mancha de pintura. Lo único que tenía manchado era la nariz.  Me recordó que yo había salido a buscar una espátula y que iba pintar la pieza de los chicos. Ese era el plan original. En qué momento pasé a pintar en la escuela. La verdad que tenía razón. Aunque era verdad que teníamos que pintar la escuela, y que en mi cabeza tenía toda la data para explicarle todo, mi cerebro ya estaba todo duro y no tenía ni ganas de explicarle nada. Trasca apenas podía mover la mandíbula. Así que la dejé que grite. Creo que me creyó cuando vio el fajo de plata. Le di algo para que se vaya y me deje tranquilo. Le cambió la cara cuando tuvo la plata en la mano. Aunque sabía que estaba re caliente. Sabía que si había cocaína en mis narices podía estar semanas enteras sin volver. Al final se fue. Vi que tenía la espátula en la mano. La miré y le dije: “Ya se la va a pasar”. Justo entraba el Garrincha y el Moe con un cajón de birras. Agarré la más fría acogotándola por el pico, le presenté la espátula en la chapita y el descorhe sonó a 38 rabioso con la numeración limada.

       Mientras la joda seguía yo hacía cálculos para pintar las aulas y después ir a pintar a mi casa. Todos me decían: “dale, sí, al toque sacamos el laburo, vo cuando quieras le mandamos, pasame la bolsa, tirá la espaula vo, estamos rancheando todos juntos eh, dejá de manijearte, mañana arracamos”. Yo me quedaba tranquilo, me decía a mí mismo que sí, nos ponemos las pilas y sacamos el laburo de un tirón. Mañana arrancamos.

      Pasó la primera semana de vacaciones. La pieza de los chicos era obvio que ya no se iba a hacer. La dejé para las vacaciones de verano. Ahora me quedaba no gastarme toda la plata y tratar de pintar  antes de que terminen las vacaciones. Miraba a la espátula pidiendo su consejo. Me pasaban una bolsa y con la espátula tomaba. Si arrancamos el viernes para el domingo terminamos, pensaba. Era lunes.

     Pero en cuatro días podía pasar cualquier cosa y de hecho pasó.

     Mi jermu se cansó de ir a buscarme. Con todo la papuza que tenía encima y la que había para tomar no me sacaban de la escuela ni con la orden de un juez. Porque aparte de la que yo mandaba a comprar se empezó a llenar de gente que traía sus menezundas para compartir. Algunos eran conocidos, otro ni idea de donde habían salido. La escuela se terminó de convertir en un manicomio: literal. Merca, faso, pastillas, pasta base, picos de ketalar, té de floripondio, nafta, pegamento, escabio de todos los colores y sabores, minas, putos, travas, rastreros, chorros, un consejal, una de las hijas del intendente, dos delegados de camioneros, todo eso había copado la escuela. Alta chacota se había armado. Todo eso mientras la directora descansaba en Córdoba. (Quédese tranquila señora, vamos a terminar antes).

    El flá era que en cada flá que tenía (porque ya se me iba apagando la tele de a ratos y horas y días también) la espátula estaba ahí. La espátula para descorchar birras. La espátula para tomar merca. La espátula para aplastar la merca. La espátula para picarla. La espátula para cocinar la merca para los que la fumaban. La espátula para picar el faso. La espátula cortando un par de gomas para los torniquetes. La espátula cargando la cuchara de los que cocinaban la merca para picarse. La espátula para cortar el asado. La espátula para cortar la lechuga y el tomate. La espátula cortando el pan. La espátula revolviendo verduras en un wok. La espátula para desarmar unas bochas de heladera que rescataron unos pintas para sacarle el cobre. La espátula para desarmar la instalación eléctrica de la escuela para sacar los cables y el cobre. La espátula saltando de una mano a la otra, de una nariz a la otra. La espátula bailando en el medio de todos corte Shakira. La espátula diciéndome: “en un par de días sacás el laburo, andá a comprar más”. Yo haciéndole caso a la espátula. La espátula poniendo merca en el culo de un trava y cuatro giles tomando de ahí. La espátula cortando una tanga. La espátula poniendo merca en mi verga y un par de minitas tomando. La espátula dándole golpecitos al burro de arranque al auto del viejo Carlos. El auto del viejo Carlos arrancando. La espátula en los monobloks. Todos escapándole a la gorra. El Garrincha usaba el reflejo de la espátula y le apuntaba a los cobanis. Todos corriendo y escondiéndonos de la gorra y otra vez el reflejo de la espátula contra las patrullas. Al final los gorras se cansaron y se fueron. Nunca supe como terminamos en esa secuencia. La espátula cortando verduras para un guiso. La espátula revolviendo la olla. Uno entró remanija a pedir la espátula. La usó para meter cañó de chamuyo en la remisería. La espátula apuntándole al tranza mientras los pibes le meten a la casa los tarros de pintura de la escuela, las brochas y los pinceles y yo negociando más gilada. La espátula diciéndome: “en un par días sacás el laburo”. Yo obedeciendo a la espátula. La espátula dando correctivos a los atrevidos. Dando planazos en la jeta o toki toki en la cabeza. La espátula usada como charrasca para enseñarle a un guachín a defenderse. La espátula, la espátula. Me acuerdo que hasta soñé con la espátula. Ya habían empezado las clases. Todo estaba limpio, todo brillaba. La directora y los padres de la cooperadora estaban chochos. Todo había quedado perfecto: las aulas, la cocina, el sum. Me hacían un acto en donde me entregaban una plaqueta. Había un busto mío en el patio. Estaba lleno de gente, cámaras, periodistas. Mi jermu en primera fila con los chicos, todos re contentos. Yo miraba a la espátula y la espátula me decía:” viste que ibas a sacar el laburo, anda comprar más.” Me desperté con la espátula en la mano gritando:” ¡andá a comprar más! ¡andá a comprar más!”. Todos se cagaban de risa.

     Pero el flá más zarpado fue cuando entró corriendo el Chino todo ensangrentado. Lo habían carancheado en la esquina del tranza por una bronca vieja. Fue la primera vez que sentía miedo. Habían pintado los pibes de la parroquia que estaban todos enfierrados. Yo les había dicho que si se querían quedar tenían que dejar los fierros en un armario porque era un peligro. Los que habían carancheado al Chino ya los teníamos en la puerta pidiendo que salga el Chino. Gritaban, pateaban la puerta. Salimos todos menos los pibes de la parroquia. Estaban todos atrapados en un aula fumando base sin poder salir. La cosa que empezó la discusión. Yo no entendía nada, pero sí sabía que se estaba por pudrir. El Garrincha estaba destangado, les gritaba, agitaba los brazos. El Chino se quedó atrás de nosotros. Otros saltaron con cosas viejas: un relámpago que habían perdido en La Sapito, un quilombo que se había armado en La Cantina el fin de semana pasado, la madre de uno que la habían robado en la parada del bondi, una pelopincho que se habían rastreado. Todo eso a la vez se discutía. Cosas de locos. Ya estaba ahí por explotar y volar todo por los aires. El Garrincha dijo: “ahora van a ver, ahora van a ver”, y se metió para adentro de la escuela. Yo flasheé, este va ir a  buscar un fierro del armario, de los que habían dejado los pibes de la parroquia. Todos vimos que salió con algo en la mano. Los que caranchearon al Chino volaron, no quedó ninguno. El Garrincha quedó solo con la espátula en la mano. Cuando nos dimos cuenta de que había ido a buscar la espátula nos empezamos a descostillar de la risa, uno pares se tiraron al piso, uno hasta vomitó de la risa. ¡¿Qué era lo que iba a hacer con la espátula?! Hasta el día de hoy lo siguen gastando con lo de la espátula y todavía no sabe porque fue a buscar la espátula y no un fierro. 

     Le saqué la espátula al Garrincha y volvimos a la fiesta. Mientras la chacota seguía yo seguía pensando en cómo sacar el laburo, recuperar la pintura, la masilla, las brochas, la plata y en tomarme un tiro más. Miré a la espátula. Ya no necesitaba su aprobación. Estábamos a viernes. En dos días había que arreglar todo el quilombo. Para el lunes a la mañana todo tenía que estar impecable. Mañana arrancamos, le dije a la espátula. (Quédese tranquila señora, vamos a terminar antes).

 

 

 

      Las vacaciones habían terminado. Ya era lunes a la mañana. Y lo supe por que la tenía a la directora tratando de despertarme a las patadas y a los gritos. Tenía un ataque de nervios terrible. Los últimos dos días no me los acordaba. La escuela que había pasado a ser manicomio había pasado a ser un desastre total. No macillamos un solo agujero. Pero quemamos cobre adentro de la escuela. Hicimos fuego adentro para cocinar y algunos asados. No sé porque no habíamos usado la cocina. Había botellas de escabio, cajas de vino, nylons de merca por todos lados, tuqueras, pipas de base, papelillos, jeringas, gomas, basura, forros, bombachas, calzoncillos, una piñata colgada del techo llena de juguetitos, un televisor con un tiro en la pantalla, una cantora en donde sonaba Los del bohío, casquillos de balas por todos lados, botellas con meadas, bolsitas con mierda. No sé porque no usamos los baños. Unos se habían instalado con colchones y frazadas en un aula y hasta una familia entera había armado su rancho. Mientras veía como la boca de la directora se abría y cerraba en su cara desencajada y los ojos a punto de explorarles, trataba de que mis sentidos volvieran a mi cuerpo para poder huir de ahí urgente. (Quédese tranquila señora, vamos a terminar antes). Como pude me levanté de un colchón hecho con cartones. Agarré la espátula y salí a la rastra con los gritos de la directora queriéndome acuchillar. Afuera estaban todos los chicos del turno mañana y los padres de los chicos preguntando qué era lo que pasaba. También estaban como locos. A los chicos les vino bárbaro, tuvieron una semana más de vacaciones. Hasta que acomodaron y limpiaron todo ningún turno tuvo clases.

     Yo también tardé una semana en recuperarme. No quería salir de mi casa para no cruzarme a la directora. Hasta que un día me la crucé. Era inevitable. Por lo menos estaba más calmada. Me dijo que estábamos locos. Tenía toda la razón. No la contradije. Me tuve que fumar como media hora de cagada a pedos. (Quédese tranquila señora, vamos a terminar antes) “Por los menos vayan a buscar las herramientas”, fue lo último que le escuché decir porque largué una carcajada, me di vuelta y me fui. Que herramientas iba ir a buscar si lo único que teníamos era una espátula.

 




 

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