domingo, 22 de mayo de 2016

Buenos Aires esquina Vietnam: Los otros golpes


Ese golpe es
antiguo.


   Desde que Caín mató a Kennedy, cuando el
tiempo no se medía y la ousía no estaba de moda,  el golpe ya se hacía presente; y el golpe golpea
(valga la redundancia) siempre (sin excepción) a su hermano.


   El golpe implica infundir terror. Terror
hacia los supuestos enemigos, a aquellos a los que se quiere controlar. Hay que
darle merito al golpe. Sin el golpe no hubiéramos tenido nuestro primer
campeonato mundial: plata dulce y circo. Pero el hombre  cabeza de reptil del norte nos dice que nos a
contar la verdadera historia, como ocurrieron los verdaderos hechos. Para el
Norte (parece) andamos todavía en taparrabos corriendo avestruces y
anestesiados con  el polvo inca.
Anestesiados: si. Los taparrabos, ahora, por lo menos tienen algo de glamour,
algo de marca.


   La ola expansiva del golpe sigue su curso.
Su devenir va cambiando de nombres y de formas. Los rayos de sol de las urnas
empezaron a alumbrar los primeros años de la década del 80´, poco después de
haber perdido la guerra con la dama de hierro. La guerra ya se había perdido
cuando se encontró una carta en unas donaciones que nunca llegaron a las islas.
Alguien pensó que era buena idea lucrar con el sentimiento patriótico. Desde el
balcón el viejo borracho imprecaba contra la Gran Bretaña. La dama de hierro
aceptó. La dama de hierro derrotó. La guerra ya se había perdido antes de
empezar.


   Borceguís, birretes y picanas quedaron guardados
hasta el juicio. De los escombros del "Nunca Mas" resurgieron los
sobrevivientes del terror, otros volvían del exilio y otros nunca mas volvieron
de su propio exilio.


  Así regresaba la libertad.  Y la libertad es fanática, ha visto tanto
hermano muerto, tanto amigo enloquecido que el siguiente golpe era inevitable.


  El terror seguía instalado (nunca se fue),
algunos no se dieron cuenta hasta muchos años después y otros todavía, hasta
hoy en día, no se han dado cuenta. Los sedientos de libertad, al ver la luz de
la década empezaron a recuperar el tiempo perdido y salieron desesperados hacia
las farmacias. Las fábricas de jeringas no daban abasto para abastecer a las
farmacias, y las jeringas no daban abasto para taladrar las venas que pedían
con ansias cocaína, Reynol, Cyclopetonato, Romilar y Lexotanil. Desde los baños
de Arlequín, Cemento, Paladium y La esquina del sol, entre orgias que no vieron
la luz del día por meses, el golpe, ahora en forma de H.I.V, se llevó hacia la
oscuridad de su vientre a los condenados ansiosos de libertad. La música y
alcohol estimulan, pero ellos se estimularon mas calentado la cuchara y
apretando los torniquetes. Las señoras del barrio se empezaron a alarmar con
estos energúmenos. Los señores (algunos) empezaron a sentir que con los
militares estábamos mejor. Al gordito que no le iba tan mal, desde el balcón,
afirmaba que la casa estaba en orden. La casa estaba en orden, el barrio no.


   El caudillo de Anillaco disfrazó la
situación, como siempre, con el 1 a 1. Los viajes a Miami, pizzas y Champagne,
Banelcos y servilletas no pudieron tapar los escombros de la embajada y la
mutual ¿Quién dijo que el golpe fue solo uno? Nunca es uno, nunca será uno.
Siempre esta deviniendo, y ya se estaba sintiendo el próximo. Mientras se
bailaban tangos fatales los estómagos empezaron a rugir como enjaulados, otra
vez nos volvían a tener anarcotizados.


   Los saqueos empezaron, como siempre, en las
farmacias a mediados de los 90´. Los anoréxicos espirituales al no poder
conseguir la receta rosa empezaron a reclamar sus derechos de manera violenta,
como todo golpe. El psiquiatra dice que el “mal” de estos anoréxicos
espirituales no esta en el vademécum, así que los larga a la calle con
abstinencia y un revolver 38 largo para reclamar sus derechos. El juez no duda
en firmar la sentencia. Doña Rosa, preocupada, le dice al psiquiatra que se le
cierra el pecho y siente que la muerte viene a absolverla de sus trabajos. El
psiquiatra le entrega la receta rosa a Doña Rosa, ya que su “mal” sí está en el
vademécum. El psiquiatra trata de calmar a Doña Rosa diciéndole que este
medicamento no causa adicción, que no tendrá que salir a robar ni inyectársela
en las venas, que para eso es la receta. Puede comprarla en la farmacia. No
tiene que meterse en ningún antro o villa y el precio es accesible para su
jubilación. Una cada ocho horas. Le vuelve a repetir que sus venas no corren
peligro. La única contraindicación puede ser una ulcera o un cáncer de colon,
pero tranquila señora, eso lo cubre la obra social, dice de manera amable el
psiquiatra: Clonaze-(Pan) y Circo.


    Los primeros bombardeos con napalm
empezaron en la Av. 24 y Monteverde. Las bombas al detonar iban infectado a
todos con el virus del miedo, caos y el saqueo. Nunca se supo de donde venían los
saqueos, si venían de Varela, Quilmes o Alt Brown, al final no importó. Tampoco
quién los organizó. El golpe era inminente. En cada esquina la gente prendía
fogatas y se reunían para compartir el virus del miedo. Por la Av. 24 los
patrulleros desfilaban con un oficial, con medio cuerpo fuera del móvil, preparado
con su escopeta para disparar a los fantasmas 
del saqueo. Alguien gritaba dando señal de alerta y los comercios
bajaban sus cortinas. Las armas se hacían presentes. Todo el mundo andaba  armado y no se sabía a quién había que
disparar. Otra vez los tangos fatales, otra vez los estómagos rugiendo como
enjaulados, otra vez anarcotizados. En uno de los saqueos me encontré al
gordito. Ya no le iba tan bien. Seguía gordito, pero él se estaba cagando de
hambre. Los anoréxicos espirituales seguían reclamando sus derechos. La imagen
del helicóptero vuelve a cerrar otro ciclo del golpe.


    Siguen desfilando los presidentes, los
ministros de economía, los paquetes económicos, las farsas, los inviernos que
hay que pasar. Siempre es el último invierno el que hay que pasar.


   Nuestro problema actual es que la mazorca ya
no llega en Falcon verde ¿A qué le vamos a tener miedo? No hay problema: hay
que mirar en la televisión para saber a qué tenerle miedo.


    En la mesa papá ya no invoca a los
militares, sabe que la muerte viene a absolverlo de sus trabajos. Mamá dice que
a ella los militares no le hicieron nada, que este país vive del pasado. Por
eso enrejó toda la casa y mira hacía afuera por las cámaras de seguridad con un
cigarrillo en la mano y un mate en la otra mano. El país vive en el pasado y yo
veo al futuro repetir el pasado. Entonces, ¿Por qué las rejas y los
dispositivos de seguridad si ya no estamos bajo el dominio del Terrorismo de Estado? El negocio del miedo sigue vigente mientras  se puedan vender las soluciones para aplacar
el miedo, aunque eso implique más miedo, más pánico. La anorexia espiritual
europea sigue intacta desde Pedro de Mendoza.





    Entonces me decidí llegar hasta la Plaza de
Mayo. Diagonal Norte se encontraba abarrotada. Unos metros antes de llegar a la
plaza un señor me dice que no puedo entrar así nomás, y entonces me muestra lo
que necesito para entrar en la plaza¡Si! ¡Si!, señoras y señores. El infaltable
pharmakón: un gran remedio para un gran mal. Mientras lo observo y trato de
escuchar lo que el amable señor tiene para decirme veo que el pharmakón de un
lado es una bandeja de sushi y al darlo vuelta es un choripán. La indecisión me
paraliza, trato de escuchar lo que tiene para decirme el amable señor pero el
rumiar de la plaza no me deja escuchar ¿Son asnos o vacas?, ¿son fuertes o
débiles? Al mirar hacia el Cabildo  veo a
los miembros de la Primera Junta proyectar imágenes sobre el “castillo” rosado.
Un verdadero espectáculo. Desde mi posición se ven reales las figuras, alzan
las manos, hacen la V de la victoria, cantan bailan y yo todavía con el
pharmakón en la mano. Justo en el momento en el que me decido a ingresar en la
caverna veo que a mi izquierda se encuentra la catedral y a mi derecha esta la
AFIP y siento que ese no es mi lugar. Le comento mi decisión de no entrar (a la
plaza-caverna) al amable señor ¿Qué podría ser peor? Si  eso no me arregla, eso no me arregla a mí. El
anciano, antes de retirarme, se acerca para decirme al oído: "todos
llevamos un enano facho adentro". Lo abrazo y al volver a mirarlo ya no es
un anciano, sino el testículo del anciano periodista. Con esta revelación me
dirijo por la diagonal sur hacia las tolderías, hacia el Bajo Flores, hacia la
Europa de Mansilla. Las tolderías han devenido en villas al igual que los
malones, y es más seguro dentro del Bajo Flores, siempre me sentí mas seguro
dentro del Bajo que fuera de él. A Sarmiento y a Rosas no les gusta la comparación
con Europa ¿Acaso Europa no hace lo mismo? Salen, roban y vuelven.


    Al ir caminando por Amancio Alcorta miro
hacia la cancha de Huracán y me pregunto qué es ser argentino. Recordé una
conversación que tuve con Federico Lupi donde me orientó con esta cuestión. La
respuesta fue sencilla: "tu país son tus amigos". Al recordar esta
frase pensé en todos los amigos que tuve y que tengo. Algunos se fueron a
Europa, algunos al sur, algunos han muerto. Con el resto de vez en cuando nos
juntamos a comer un asado y en todo este tiempo absolutamente nadie me ha
confesado el fervoroso deseo de querer ir a vivir a Malvinas. En esa misma
conversación Federico Lupi también me dijo: "todos somos socialistas con
la plata del otro". El filósofo Chauchesco, con el que viví durante 4 años
en la plaza Las esclavas de Jesús en el prestigioso Barrio Norte, también decía
lo mismo: " todos somos socialistas con la plata del otro". Igual me
seguía preguntando qué es ser argentino.


    Gardel cuando volvió de Europa, con la
frente marchita, pelado, con temblores de mocos supercaros,  transpirando L.S.D y el hígado corroído por
la ginebra nos dejaba algunos indicios de lo que es ser argentino. La prueba es
decir bien la palabra “boliche”, acentuando bien la CHE. De esta manera uno se
da cuenta que el zorzal y el pelado anglo-italiano son la misma persona. En su
juventud Gardel se la pasaba yendo a la esquina buscando gente despierta y
hasta hoy en día sigue haciendo lo mismo, aunque a veces ande vestido de
pijama. El zorzal estaba de vuelta en casa tomando la línea B: por esta razón
la estación del Abasto se llama Carlos Gardel. Así que empecé a repetir
boliche, esquina, percanta, papuza, grilo,bufoso, giles, gilada,pismanta,
bauchaceta,biorsi ,etc. Rompí vidrios de autos con cerámica de bujías. También los aprendí a abrir con una pelote de tenis. La esposas se abren con un pedazo de alambre de cobre. En la calle se venden buzones y soretes envueltos. El cartón de las calles me dio de comer y de drogarme al igual que el devil stick. " No hay mejor universidad que la calle", solía decir Chauchesco. Por último Gardel, vestido con pijama y con ojos ciegos
bien abiertos me aclara el panorama: "somos mixturas de alta combustión,
santos y profanos a la vez".  Lo
despido sabiendo el dolor dulce que esto conlleva y me dirijo hacia la Bahía
que fuera blanca alguna vez. He perdido el último bondí así que me largo a
correr por el “claro “de la estepa. Veo que voy corriendo en cuatro patas con
pelaje de lobo. Mi objetivo es ir más allá de las tolderías de Calfucurá, rumbo
al Chaltén,hacia la tierra de Yatel, rumbo al próximo devenir, al choike, a dejar
mi huella al lado de la Cruz del Sur. 
Porqué el golpe también se produce desde el interior y va ganado todo lo
que se cruce a su paso. Esta es la manera de poder sanar, para mí, aunque sea un poco o mucho,
la anorexia espiritual europea.





     Para algunos el golpe ya se produjo. Para
otros no llegó y están haciendo todo lo posible para evitarlo. Otros (como yo)
sostienen que el golpe es perpetuo y deviene constantemente. La pregunta sería
de que lado de la mecha nos pondremos, si del lado del golpeador o del golpeado. En épocas
de globalización hay que estar atento por donde llegarán los bombardeos con "Napalm" y que forma tendrá este "Napalm". El Terrorismo de Estado sigue
manipulando a las masas para su beneficio personal. Es entonces cuando luz de
la alerta se prende ¿Cuándo? Cuando en el supermercado dejemos el vuelto para
beneficencia corporativa. Cuando elijamos en la botella de agua mineral a que
especie queremos salvar. Cuando pasemos mas tiempo compartiendo publicaciones que salvaran a enfermos de cáncer que pasándola con nuestros seres queridos. Cuando los niños que se arrojamos por los inodoros sean más que las mascotas que salvamos en la calle. Cuando apretemos el botón anti (pánico). Cuando la
ansiedad nos cierre el pecho con sus manos imaginarias. Cuando ya no tengamos
más tiempo. Cuando todos los derivados farmacológicos que terminen en “zepam”(clonazepam, bromazepam, diazepam, flunitracepam, alprazolam y clorhidrato de triexifelideno) pasen a formar parte de la dieta diaria para poder sobrellevar la máscara del
éxito social. Cuando ya no podamos estar seguro ni siquiera en nuestro propios
cuerpo. Ese es el botín del terrorismo de estado: nuestro cuerpo. Hoy disfrazado y manipulado por las corporaciones multinacionales que se anuncian en la televisión e internet.


    Aún recuerdo una de las máximas sentencias
del filósofo Chauchesco mientras nos encontrábamos sentados en la plaza de las Esclavas de Jesús tomando vino tinto y fumando pasta base de cocaína, rodeados de gente prestigiosa, rodeados de dinero, rodeados de anoréxicos
espirituales con apellidos de alta alcurnia: ” Si no tenés veinte minutos por
día para meditar sos el tipo más pobre del mundo”. Pareciera ser que hoy ese es
el capital más preciado: el tiempo. Un filósofo que no escribió ni un solo
libro y seguro ya ha muerto en esa plaza, y nadie lo reconoció como filósofo.








"Por
eso te vi escapando


En las horas
sin sol


De las
miradas oscuras


Que aprobaron
las torturas del fugado represor


Son quienes
no alcanzan la paz


Por sus
viejos miedos


Hoy esperan
de vos seguridad"










Bahía
Blanca                 27 de marzo de
2016                                  
4:44




   

Buenos Aires esquina Vietnam: Los otros golpes

Ese golpe es antiguo.
   Desde que Caín mató a Kennedy, cuando el tiempo no se medía y la ousía no estaba de moda,  el golpe ya se hacía presente; y el golpe golpea (valga la redundancia) siempre (sin excepción) a su hermano.
   El golpe implica infundir terror. Terror hacia los supuestos enemigos, a aquellos a los que se quiere controlar. Hay que darle merito al golpe. Sin el golpe no hubiéramos tenido nuestro primer campeonato mundial: plata dulce y circo. Pero el hombre  cabeza de reptil del norte nos dice que nos a contar la verdadera historia, como ocurrieron los verdaderos hechos. Para el Norte (parece) andamos todavía en taparrabos corriendo avestruces y anestesiados con  el polvo inca. Anestesiados: si. Los taparrabos, ahora, por lo menos tienen algo de glamour, algo de marca.
   La ola expansiva del golpe sigue su curso. Su devenir va cambiando de nombres y de formas. Los rayos de sol de las urnas empezaron a alumbrar los primeros años de la década del 80´, poco después de haber perdido la guerra con la dama de hierro. La guerra ya se había perdido cuando se encontró una carta en unas donaciones que nunca llegaron a las islas. Alguien pensó que era buena idea lucrar con el sentimiento patriótico. Desde el balcón el viejo borracho imprecaba contra la Gran Bretaña. La dama de hierro aceptó. La dama de hierro derrotó. La guerra ya se había perdido antes de empezar.
   Borceguís, birretes y picanas quedaron guardados hasta el juicio. De los escombros del "Nunca Mas" resurgieron los sobrevivientes del terror, otros volvían del exilio y otros nunca mas volvieron de su propio exilio.
  Así regresaba la libertad.  Y la libertad es fanática, ha visto tanto hermano muerto, tanto amigo enloquecido que el siguiente golpe era inevitable.
  El terror seguía instalado (nunca se fue), algunos no se dieron cuenta hasta muchos años después y otros todavía, hasta hoy en día, no se han dado cuenta. Los sedientos de libertad, al ver la luz de la década empezaron a recuperar el tiempo perdido y salieron desesperados hacia las farmacias. Las fábricas de jeringas no daban abasto para abastecer a las farmacias, y las jeringas no daban abasto para taladrar las venas que pedían con ansias cocaína, Reynol, Cyclopetonato, Romilar y Lexotanil. Desde los baños de Arlequín, Cemento, Paladium y La esquina del sol, entre orgias que no vieron la luz del día por meses, el golpe, ahora en forma de H.I.V, se llevó hacia la oscuridad de su vientre a los condenados ansiosos de libertad. La música y alcohol estimulan, pero ellos se estimularon mas calentado la cuchara y apretando los torniquetes. Las señoras del barrio se empezaron a alarmar con estos energúmenos. Los señores (algunos) empezaron a sentir que con los militares estábamos mejor. Al gordito que no le iba tan mal, desde el balcón, afirmaba que la casa estaba en orden. La casa estaba en orden, el barrio no.
   El caudillo de Anillaco disfrazó la situación, como siempre, con el 1 a 1. Los viajes a Miami, pizzas y Champagne, Banelcos y servilletas no pudieron tapar los escombros de la embajada y la mutual ¿Quién dijo que el golpe fue solo uno? Nunca es uno, nunca será uno. Siempre esta deviniendo, y ya se estaba sintiendo el próximo. Mientras se bailaban tangos fatales los estómagos empezaron a rugir como enjaulados, otra vez nos volvían a tener anarcotizados.
   Los saqueos empezaron, como siempre, en las farmacias a mediados de los 90´. Los anoréxicos espirituales al no poder conseguir la receta rosa empezaron a reclamar sus derechos de manera violenta, como todo golpe. El psiquiatra dice que el “mal” de estos anoréxicos espirituales no esta en el vademécum, así que los larga a la calle con abstinencia y un revolver 38 largo para reclamar sus derechos. El juez no duda en firmar la sentencia. Doña Rosa, preocupada, le dice al psiquiatra que se le cierra el pecho y siente que la muerte viene a absolverla de sus trabajos. El psiquiatra le entrega la receta rosa a Doña Rosa, ya que su “mal” sí está en el vademécum. El psiquiatra trata de calmar a Doña Rosa diciéndole que este medicamento no causa adicción, que no tendrá que salir a robar ni inyectársela en las venas, que para eso es la receta. Puede comprarla en la farmacia. No tiene que meterse en ningún antro o villa y el precio es accesible para su jubilación. Una cada ocho horas. Le vuelve a repetir que sus venas no corren peligro. La única contraindicación puede ser una ulcera o un cáncer de colon, pero tranquila señora, eso lo cubre la obra social, dice de manera amable el psiquiatra: Clonaze-(Pan) y Circo.
    Los primeros bombardeos con napalm empezaron en la Av. 24 y Monteverde. Las bombas al detonar iban infectado a todos con el virus del miedo, caos y el saqueo. Nunca se supo de donde venían los saqueos, si venían de Varela, Quilmes o Alt Brown, al final no importó. Tampoco quién los organizó. El golpe era inminente. En cada esquina la gente prendía fogatas y se reunían para compartir el virus del miedo. Por la Av. 24 los patrulleros desfilaban con un oficial, con medio cuerpo fuera del móvil, preparado con su escopeta para disparar a los fantasmas  del saqueo. Alguien gritaba dando señal de alerta y los comercios bajaban sus cortinas. Las armas se hacían presentes. Todo el mundo andaba  armado y no se sabía a quién había que disparar. Otra vez los tangos fatales, otra vez los estómagos rugiendo como enjaulados, otra vez anarcotizados. En uno de los saqueos me encontré al gordito. Ya no le iba tan bien. Seguía gordito, pero él se estaba cagando de hambre. Los anoréxicos espirituales seguían reclamando sus derechos. La imagen del helicóptero vuelve a cerrar otro ciclo del golpe.
    Siguen desfilando los presidentes, los ministros de economía, los paquetes económicos, las farsas, los inviernos que hay que pasar. Siempre es el último invierno el que hay que pasar.
   Nuestro problema actual es que la mazorca ya no llega en Falcon verde ¿A qué le vamos a tener miedo? No hay problema: hay que mirar en la televisión para saber a qué tenerle miedo.
    En la mesa papá ya no invoca a los militares, sabe que la muerte viene a absolverlo de sus trabajos. Mamá dice que a ella los militares no le hicieron nada, que este país vive del pasado. Por eso enrejó toda la casa y mira hacía afuera por las cámaras de seguridad con un cigarrillo en la mano y un mate en la otra mano. El país vive en el pasado y yo veo al futuro repetir el pasado. Entonces, ¿Por qué las rejas y los dispositivos de seguridad si ya no estamos bajo el dominio del Terrorismo de Estado? El negocio del miedo sigue vigente mientras  se puedan vender las soluciones para aplacar el miedo, aunque eso implique más miedo, más pánico. La anorexia espiritual europea sigue intacta desde Pedro de Mendoza.

    Entonces me decidí llegar hasta la Plaza de Mayo. Diagonal Norte se encontraba abarrotada. Unos metros antes de llegar a la plaza un señor me dice que no puedo entrar así nomás, y entonces me muestra lo que necesito para entrar en la plaza¡Si! ¡Si!, señoras y señores. El infaltable pharmakón: un gran remedio para un gran mal. Mientras lo observo y trato de escuchar lo que el amable señor tiene para decirme veo que el pharmakón de un lado es una bandeja de sushi y al darlo vuelta es un choripán. La indecisión me paraliza, trato de escuchar lo que tiene para decirme el amable señor pero el rumiar de la plaza no me deja escuchar ¿Son asnos o vacas?, ¿son fuertes o débiles? Al mirar hacia el Cabildo  veo a los miembros de la Primera Junta proyectar imágenes sobre el “castillo” rosado. Un verdadero espectáculo. Desde mi posición se ven reales las figuras, alzan las manos, hacen la V de la victoria, cantan bailan y yo todavía con el pharmakón en la mano. Justo en el momento en el que me decido a ingresar en la caverna veo que a mi izquierda se encuentra la catedral y a mi derecha esta la AFIP y siento que ese no es mi lugar. Le comento mi decisión de no entrar (a la plaza-caverna) al amable señor ¿Qué podría ser peor? Si  eso no me arregla, eso no me arregla a mí. El anciano, antes de retirarme, se acerca para decirme al oído: "todos llevamos un enano facho adentro". Lo abrazo y al volver a mirarlo ya no es un anciano, sino el testículo del anciano periodista. Con esta revelación me dirijo por la diagonal sur hacia las tolderías, hacia el Bajo Flores, hacia la Europa de Mansilla. Las tolderías han devenido en villas al igual que los malones, y es más seguro dentro del Bajo Flores, siempre me sentí mas seguro dentro del Bajo que fuera de él. A Sarmiento y a Rosas no les gusta la comparación con Europa ¿Acaso Europa no hace lo mismo? Salen, roban y vuelven.
    Al ir caminando por Amancio Alcorta miro hacia la cancha de Huracán y me pregunto qué es ser argentino. Recordé una conversación que tuve con Federico Lupi donde me orientó con esta cuestión. La respuesta fue sencilla: "tu país son tus amigos". Al recordar esta frase pensé en todos los amigos que tuve y que tengo. Algunos se fueron a Europa, algunos al sur, algunos han muerto. Con el resto de vez en cuando nos juntamos a comer un asado y en todo este tiempo absolutamente nadie me ha confesado el fervoroso deseo de querer ir a vivir a Malvinas. En esa misma conversación Federico Lupi también me dijo: "todos somos socialistas con la plata del otro". El filósofo Chauchesco, con el que viví durante 4 años en la plaza Las esclavas de Jesús en el prestigioso Barrio Norte, también decía lo mismo: " todos somos socialistas con la plata del otro". Igual me seguía preguntando qué es ser argentino.
    Gardel cuando volvió de Europa, con la frente marchita, pelado, con temblores de mocos supercaros,  transpirando L.S.D y el hígado corroído por la ginebra nos dejaba algunos indicios de lo que es ser argentino. La prueba es decir bien la palabra “boliche”, acentuando bien la CHE. De esta manera uno se da cuenta que el zorzal y el pelado anglo-italiano son la misma persona. En su juventud Gardel se la pasaba yendo a la esquina buscando gente despierta y hasta hoy en día sigue haciendo lo mismo, aunque a veces ande vestido de pijama. El zorzal estaba de vuelta en casa tomando la línea B: por esta razón la estación del Abasto se llama Carlos Gardel. Así que empecé a repetir boliche, esquina, percanta, papuza, grilo,bufoso, giles, gilada,pismanta, bauchaceta,biorsi ,etc. Rompí vidrios de autos con cerámica de bujías. También los aprendí a abrir con una pelote de tenis. La esposas se abren con un pedazo de alambre de cobre. En la calle se venden buzones y soretes envueltos. El cartón de las calles me dio de comer y de drogarme al igual que el devil stick. " No hay mejor universidad que la calle", solía decir Chauchesco. Por último Gardel, vestido con pijama y con ojos ciegos bien abiertos me aclara el panorama: "somos mixturas de alta combustión, santos y profanos a la vez".  Lo despido sabiendo el dolor dulce que esto conlleva y me dirijo hacia la Bahía que fuera blanca alguna vez. He perdido el último bondí así que me largo a correr por el “claro “de la estepa. Veo que voy corriendo en cuatro patas con pelaje de lobo. Mi objetivo es ir más allá de las tolderías de Calfucurá, rumbo al Chaltén,hacia la tierra de Yatel, rumbo al próximo devenir, al choike, a dejar mi huella al lado de la Cruz del Sur.  Porqué el golpe también se produce desde el interior y va ganado todo lo que se cruce a su paso. Esta es la manera de poder sanar, para mí, aunque sea un poco o mucho, la anorexia espiritual europea.

El fantasma y la oscuridad


     Yo eras un fantasma feliz. Antes de saber que era ser
un fantasma, antes de conocer las palabras y su significado, y conocer el
significado de la palabra feliz.


     Yo era un
fantasma y un día me enamoré. Me desplazaba por aquí y por allá. Visitaba
muchos lugares, muchas naciones y ciudades. En uno de los hogares que visitaba
la conocí e inmediatamente me enamoré. Empecé a desear estar con ella. Pero era
consciente de mi condición de mero simulacro. Sabía que para poder estar con
ella necesitaba corporalidad. Pasé un tiempo de tristeza en la soledad de mi
eternidad, pero no me rendí. Fue cuando el deseo de estar con mi enamorada
empezó a invadirme. Y fue este deseo el que me permitió la corporalidad, ya que
empecé a notar que, muy de poco, empezaba a formar parte del mundo. Tanto deseé
poder estar con ella, que ya estaba formando parte del mundo, y lo notaba en la
manera torpe de manejarme en el mundo. Abría y cerraba las ventanas, rompías
cosas, hacia ruidos y notaba como la gente se asustaba mucho. Lloraban,
rezaban, hasta traían sacerdotes para exorcizar a los espíritus, pero nada de
esto me detuvo.


   Cuando
sentí que ya podía manejarme en el mundo tuve que buscar un anfitrión para
poder usar su cuerpo y así llegar hasta mi amada. El candidato fue un amigo
cercano a ella. En uno de sus sueños pude filtrar hacia su conciencia y de esta
manera ya estaba preparado para cumplir con mi meta. Pero no. Mis dificultades
recién empezaban. Aparte de tener que manejarme en el mundo de lo corpóreo,
tuve que aprender el arte del lenguaje, y estaba otra vez en el mismo punto,
antes de pasar al mundo físico. Pasé unos años en silencio porque no sabía cómo
utilizar el lenguaje. Así que tuve que aprender esta manera de comunicarme, no
solo para llegar hasta ella, sino para poder participar en el mundo. La familia
de mi cuerpo anfitrión notó el cambio y recurrieron a todo tipo especialistas.
Éstos no pudieron explicar el cambio repentino e inventaron un montón de
ridículas teorías que para nada sirvieron. Sin embargo yo ya había empezado a
comprender la importancia del lenguaje e inicié la tarea de aprendizaje.


   Fatigosa
era la tarea en la que me había embargado, solamente para llegar a ella y poder
sentir esa extraña y bella sensación que 
me produjo el haberme enamorado. Con el transcurso del tiempo,
lentamente me pude acercar a mi amada, siempre de manera torpe y dubitativa. Y
es que me faltaba tanta experiencia y manejo de todos estos artefactos de los
que se valen los humanos corpóreos para comunicarse, que en más de una ocasión
quise abandonar  mi empresa y volver a mi
estado originario, donde no hay tantos objetos y obstáculos.



    Como olvidar el día en que nuestro amor se
consumó. Como olvidar la bella sensación de ese primer beso. Como olvidar esos
primeros años de perfecto noviazgo, donde el mundo (nuestro mundo) se comenzó a
idealizar de manera vertiginosa para nosotros. 
Descubrí que el amor todo lo puede. Esos años me sentí invencible junto
a su lado. Y como en todos los cuentos, novelas y películas, donde todo llega a
su fin, nuestro amor llego a su fin, y con el fin descubrí el dolor.






   Así que
quedé arrojado a este mundo, sin el amor de ella, en este cuerpo, y con un
dolor  tan grande que los objetos del
lenguaje me fueron insuficientes para poder describir lo que sentía. Ya que me
encontraba atrapado en este mundo de formas y materias me dedique a
conocerlo  e investigarlo. Por lo menos
ya tenía el dominio del lenguaje y pude aprender muchas cosas importantes, y
otras no tanto, pero el conocimiento del mundo a veces me hacía sentir ese
primer deseo que me llevo a participar de la corporalidad.


   Me di
cuenta, con los años, que ese primer deseo me seguía movilizando en el mundo.
Seguía buscando amor, y lo busqué en los conocimientos, en el arte, en los
viajes, en las culturas, en otros amores, la seguía buscando y no me daba
cuenta que la había perdido. Me di cuenta, también con los años y vastas
experiencias, que el deseo y esa búsqueda del amor, cada vez me alejaba más del
amor y las cosas. Recuerdo mi paso por la academia cuando el mundo ideal de la
filosofía me había seducido de manera embriagadora, y volví a sentir esos
primeros destellos de amor. Pero fue solamente eso: destellos. Comprendí que
cada vez que me quería acercar a las cosas, las categorías me alejaban de
ellas, y muchos fueron los ejemplos y los intentos: empirismo,
trascendentalismo, subjetivismo, estructuralismo, idealismo, nihilismo,
orientalismo y tantos “ismos” como personas me encontré en el mundo. Al fin
había comprendido que a este mundo hay que mirarlo con esas plantillas, que las
cosas no se pueden conocer, incluso el amor, ese amor que busqué tan
ansiosamente y si alguna vez lo alcancé fue de manera momentánea. Los días y
los años pasaron, y con estos también fue creciendo ese dolor que había sentido
cuando me separé de mi amada. Me encontraba en este mundo acumulando una
cantidad de días, recuerdos, emociones, sentimientos, conocimientos que al fin
no me sirvieron de nada. Me hallaba en la cima de una montaña tan solo y
desesperado que empecé a contemplar la manera de volver a mi estado originario.
Para que un cuerpo, para que los sentidos, para que el aparato gnoseológico,
para que las cosas, para que el amor si al final nada se puede conocer, (por lo
menos en este mundo).


    Tuve que
mirar hacia atrás y ver el camino que había recorrido para iniciar mi regreso.
Un regreso plagado de obstáculos, ya que el haber mediado el mundo a través del
lenguaje y los sentidos me sentía engrilletado por todos lados. La tarea se
presentaba imposible pero mi voluntad ya se había direccionada hacia la salida.
Tenía que desaprender todo lo que había aprendido, tenía que despegarme de
todas las categorías que el lenguaje me había impuesto, tenía que superar y
abstenerme de todas las sensaciones que mi cuerpo reclamaba. El camino de
vuelta se había multiplicado de manera significativa, y los métodos también,
pero yo me encontraba decidido a deconstruir 
todo, todo este mundo ilusorio que me habían impuesto. Y pensar que solo
el amor de una mujer me trajo hasta este punto, pero no renegaba de ello, solo
deseaba volver a mi estado, el estado en el cual no había mediaciones, donde
estas palabras son tan insuficientes como los jirones sal, las cartas escritas
en la arena o caballos de marfil con forma de mariposa.


    En mi
viaje de vuelta probé todos los métodos para superarme a mí mismo, y es que
este era mi mayor problema: superarme a mí mismo. Técnicas, viajes, abandono
total, meditación, hipnosis, fármacos, retiros, espiritualidad y tantas cosas
que tuve que aprender para superarme que otra vez apareció la frustración al no
poder lograr mi objetivo. A cada paso que daba tenía que dar otros tres pasos
más dentro de ese paso, y dentro de ese paso, otros tres. Fue entonces que tuve
un sueño, y en el sueño una revelación. Recordé que mi ingreso al mundo
corpóreo fue a través  de un sueño, y en
ese sueño inicié nuevamente mi viaje de regreso. Mi sorpresa me asaltó de
sobremanera, ya que el camino interior hacia la salida estaba mucho más plagada
de objetos, que cuando había ingresado, incluso muchos más objetos que en el
exterior de mi cuerpo. Y otra vez a deconstruir todo un lenguaje simbólico
mucho más alejado del lenguaje mundano, mucho más misterioso e intrincado,
sumado a traumas, complejos, resentimientos, fantasías y tantas cosas sin
nombre que no hay símbolo posible de utilizar en ese estadío.


    No vale la
pena enumerar la odisea interna que fue volver a encontrar la salida hacia mi
estado originario. Solamente diré que después de tantos esfuerzos, primero por
ingresar al mundo y luego egresar de éste, encontré la salida.


   Aquí me
encuentro, luego de tantos años (años de mundo corpóreo), eternidad para mí,
donde al fin pude reconocer la verdad dentro de la verdad, la esencia de las
cosas y la verdadera libertad. Aquí me encuentro nuevamente vagando por los
ilimitados espacios del Ser, de vez en cuando me acerco al mundo y elijo una de
las tantas plantillas para observarlo y para observarla, ya que nunca olvidaré
las hermosas y delicadas sensaciones que mi amada me brindó en ese pequeño
trozo de tiempo tan insignificante como el aletéo de una mosca. Aquí me
encuentro con mi única compañera: la oscuridad





“Tuve un sueño, que no era del todo un sueño


El brillante sol se apagaba, y los astros


Vagaban apagándose por el espacio eterno,


Sin rayos, sin rutas, y la helada tierra”.





OSCURIDAD       LORD
BYRON







Gastón Leandro Ezequiel Vázquez          5 de mayo de 2016             18:17

El fantasma y la oscuridad

     Yo eras un fantasma feliz. Antes de saber que era ser un fantasma, antes de conocer las palabras y su significado, y conocer el significado de la palabra feliz.
     Yo era un fantasma y un día me enamoré. Me desplazaba por aquí y por allá. Visitaba muchos lugares, muchas naciones y ciudades. En uno de los hogares que visitaba la conocí e inmediatamente me enamoré. Empecé a desear estar con ella. Pero era consciente de mi condición de mero simulacro. Sabía que para poder estar con ella necesitaba corporalidad. Pasé un tiempo de tristeza en la soledad de mi eternidad, pero no me rendí. Fue cuando el deseo de estar con mi enamorada empezó a invadirme. Y fue este deseo el que me permitió la corporalidad, ya que empecé a notar que, muy de poco, empezaba a formar parte del mundo. Tanto deseé poder estar con ella, que ya estaba formando parte del mundo, y lo notaba en la manera torpe de manejarme en el mundo. Abría y cerraba las ventanas, rompías cosas, hacia ruidos y notaba como la gente se asustaba mucho. Lloraban, rezaban, hasta traían sacerdotes para exorcizar a los espíritus, pero nada de esto me detuvo.
   Cuando sentí que ya podía manejarme en el mundo tuve que buscar un anfitrión para poder usar su cuerpo y así llegar hasta mi amada. El candidato fue un amigo cercano a ella. En uno de sus sueños pude filtrar hacia su conciencia y de esta manera ya estaba preparado para cumplir con mi meta. Pero no. Mis dificultades recién empezaban. Aparte de tener que manejarme en el mundo de lo corpóreo, tuve que aprender el arte del lenguaje, y estaba otra vez en el mismo punto, antes de pasar al mundo físico. Pasé unos años en silencio porque no sabía cómo utilizar el lenguaje. Así que tuve que aprender esta manera de comunicarme, no solo para llegar hasta ella, sino para poder participar en el mundo. La familia de mi cuerpo anfitrión notó el cambio y recurrieron a todo tipo especialistas. Éstos no pudieron explicar el cambio repentino e inventaron un montón de ridículas teorías que para nada sirvieron. Sin embargo yo ya había empezado a comprender la importancia del lenguaje e inicié la tarea de aprendizaje.
   Fatigosa era la tarea en la que me había embargado, solamente para llegar a ella y poder sentir esa extraña y bella sensación que  me produjo el haberme enamorado. Con el transcurso del tiempo, lentamente me pude acercar a mi amada, siempre de manera torpe y dubitativa. Y es que me faltaba tanta experiencia y manejo de todos estos artefactos de los que se valen los humanos corpóreos para comunicarse, que en más de una ocasión quise abandonar  mi empresa y volver a mi estado originario, donde no hay tantos objetos y obstáculos.
    Como olvidar el día en que nuestro amor se consumó. Como olvidar la bella sensación de ese primer beso. Como olvidar esos primeros años de perfecto noviazgo, donde el mundo (nuestro mundo) se comenzó a idealizar de manera vertiginosa para nosotros.  Descubrí que el amor todo lo puede. Esos años me sentí invencible junto a su lado. Y como en todos los cuentos, novelas y películas, donde todo llega a su fin, nuestro amor llego a su fin, y con el fin descubrí el dolor.

   Así que quedé arrojado a este mundo, sin el amor de ella, en este cuerpo, y con un dolor  tan grande que los objetos del lenguaje me fueron insuficientes para poder describir lo que sentía. Ya que me encontraba atrapado en este mundo de formas y materias me dedique a conocerlo  e investigarlo. Por lo menos ya tenía el dominio del lenguaje y pude aprender muchas cosas importantes, y otras no tanto, pero el conocimiento del mundo a veces me hacía sentir ese primer deseo que me llevo a participar de la corporalidad.
   Me di cuenta, con los años, que ese primer deseo me seguía movilizando en el mundo. Seguía buscando amor, y lo busqué en los conocimientos, en el arte, en los viajes, en las culturas, en otros amores, la seguía buscando y no me daba cuenta que la había perdido. Me di cuenta, también con los años y vastas experiencias, que el deseo y esa búsqueda del amor, cada vez me alejaba más del amor y las cosas. Recuerdo mi paso por la academia cuando el mundo ideal de la filosofía me había seducido de manera embriagadora, y volví a sentir esos primeros destellos de amor. Pero fue solamente eso: destellos. Comprendí que cada vez que me quería acercar a las cosas, las categorías me alejaban de ellas, y muchos fueron los ejemplos y los intentos: empirismo, trascendentalismo, subjetivismo, estructuralismo, idealismo, nihilismo, orientalismo y tantos “ismos” como personas me encontré en el mundo. Al fin había comprendido que a este mundo hay que mirarlo con esas plantillas, que las cosas no se pueden conocer, incluso el amor, ese amor que busqué tan ansiosamente y si alguna vez lo alcancé fue de manera momentánea. Los días y los años pasaron, y con estos también fue creciendo ese dolor que había sentido cuando me separé de mi amada. Me encontraba en este mundo acumulando una cantidad de días, recuerdos, emociones, sentimientos, conocimientos que al fin no me sirvieron de nada. Me hallaba en la cima de una montaña tan solo y desesperado que empecé a contemplar la manera de volver a mi estado originario. Para que un cuerpo, para que los sentidos, para que el aparato gnoseológico, para que las cosas, para que el amor si al final nada se puede conocer, (por lo menos en este mundo).
    Tuve que mirar hacia atrás y ver el camino que había recorrido para iniciar mi regreso. Un regreso plagado de obstáculos, ya que el haber mediado el mundo a través del lenguaje y los sentidos me sentía engrilletado por todos lados. La tarea se presentaba imposible pero mi voluntad ya se había direccionada hacia la salida. Tenía que desaprender todo lo que había aprendido, tenía que despegarme de todas las categorías que el lenguaje me había impuesto, tenía que superar y abstenerme de todas las sensaciones que mi cuerpo reclamaba. El camino de vuelta se había multiplicado de manera significativa, y los métodos también, pero yo me encontraba decidido a deconstruir  todo, todo este mundo ilusorio que me habían impuesto. Y pensar que solo el amor de una mujer me trajo hasta este punto, pero no renegaba de ello, solo deseaba volver a mi estado, el estado en el cual no había mediaciones, donde estas palabras son tan insuficientes como los jirones sal, las cartas escritas en la arena o caballos de marfil con forma de mariposa.
    En mi viaje de vuelta probé todos los métodos para superarme a mí mismo, y es que este era mi mayor problema: superarme a mí mismo. Técnicas, viajes, abandono total, meditación, hipnosis, fármacos, retiros, espiritualidad y tantas cosas que tuve que aprender para superarme que otra vez apareció la frustración al no poder lograr mi objetivo. A cada paso que daba tenía que dar otros tres pasos más dentro de ese paso, y dentro de ese paso, otros tres. Fue entonces que tuve un sueño, y en el sueño una revelación. Recordé que mi ingreso al mundo corpóreo fue a través  de un sueño, y en ese sueño inicié nuevamente mi viaje de regreso. Mi sorpresa me asaltó de sobremanera, ya que el camino interior hacia la salida estaba mucho más plagada de objetos, que cuando había ingresado, incluso muchos más objetos que en el exterior de mi cuerpo. Y otra vez a deconstruir todo un lenguaje simbólico mucho más alejado del lenguaje mundano, mucho más misterioso e intrincado, sumado a traumas, complejos, resentimientos, fantasías y tantas cosas sin nombre que no hay símbolo posible de utilizar en ese estadío.
    No vale la pena enumerar la odisea interna que fue volver a encontrar la salida hacia mi estado originario. Solamente diré que después de tantos esfuerzos, primero por ingresar al mundo y luego egresar de éste, encontré la salida.
   Aquí me encuentro, luego de tantos años (años de mundo corpóreo), eternidad para mí, donde al fin pude reconocer la verdad dentro de la verdad, la esencia de las cosas y la verdadera libertad. Aquí me encuentro nuevamente vagando por los ilimitados espacios del Ser, de vez en cuando me acerco al mundo y elijo una de las tantas plantillas para observarlo y para observarla, ya que nunca olvidaré las hermosas y delicadas sensaciones que mi amada me brindó en ese pequeño trozo de tiempo tan insignificante como el aletéo de una mosca. Aquí me encuentro con mi única compañera: la oscuridad

“Tuve un sueño, que no era del todo un sueño
El brillante sol se apagaba, y los astros
Vagaban apagándose por el espacio eterno,
Sin rayos, sin rutas, y la helada tierra”.

OSCURIDAD       LORD BYRON


Gastón Leandro Ezequiel Vázquez          5 de mayo de 2016             18:17

Otoño


Otoño. Otoño es la estación de la muerte, de la muerte y la resurrección. Hace ya mucho tiempo que la melancolía ha infectado todas las áreas de mi ser y ya no hay vuelta atrás para evacuar la ponzoña que se ha acumulado en mi espíritu convulsionado. Desde la esquina de Juncal y 9 de Julio veo mi decadencia y la decadencia de esta ciudad, ciudad infectada con resentimiento, que traspira ansiedad en su asfalto, que exhala su ponzoña a través de las bocas de tormenta y me cubre con su manto tan denso y oscuro como la profundidad del océano, un océano de fuego que yace bajo mis pies.


Al igual que Lautrémont me pregunto cuál es la profundidad del corazón humano, si es más profundo que el océano, si todavía no dejo de descender en mi propio corazón: ¿Cual de los dos será mas profundo? Y es que desde esta esquina la humanidad se presenta de manera real, sin hipocresía, sin máscaras, solo sus osamentas y sus falsas modestias. De vez en cuando me ofrecen una moneda, otras comida, pero no necesito ni monedas ni comida. Esta enfermedad no requiere de nada externo, no es muy difícil de comprender pero si de explicar. Esta enfermedad que la religión, la medicina ni la psiquiatría pueden tratar. Alguien me habló de Dios, y yo le hablé que ya lo conozco : Él esta enfrente mio con su pipa de pasta base fumando todo el día. Nos preguntamos con Lautrémont cuál es la profundidad del corazón humano.


Todos juntos vamos marchando hacia el abismo, cada cual a su manera, y los condenados al ostracismo espiritual saben de lo que hablo. Ellos soy y yo soy ellos. Buenos Aires es yo y yo soy Buenos aires: ciudad de pobres corazones.


El temblequeo me advierte que es tiempo de otra dosis. Que lejano ha quedado el tiempo de la infancia, el tiempo donde nos divertíamos remontando barriletes y jugando a las escondidas. Hoy en día la diversión es escondernos de la policía al salir de la villa, preparar la pipa y quemar las piedras de pasta base de cocaína. Niño ¿Dónde has quedado niño?


El humo denso y toxico ingresa al sistema nervioso purificando lo que queda de humano, purificando el espíritu y preparando la resurrección. La exhalación que ofrezco al cielo es tributo de la purificación, lo que exhalo es mi propio espíritu ya decantado de su mal, y es que ya he fatigado todos los remedios del planeta. Pero sé que lentamente voy despertando. si, lentamente...Lentamente.


Despertar, resurrección.

Otoño

Otoño. Otoño es la estación de la muerte, de la muerte y la resurrección. Hace ya mucho tiempo que la melancolía ha infectado todas las áreas de mi ser y ya no hay vuelta atrás para evacuar la ponzoña que se ha acumulado en mi espíritu convulsionado. Desde la esquina de Juncal y 9 de Julio veo mi decadencia y la decadencia de esta ciudad, ciudad infectada con resentimiento, que traspira ansiedad en su asfalto, que exhala su ponzoña a través de las bocas de tormenta y me cubre con su manto tan denso y oscuro como la profundidad del océano, un océano de fuego que yace bajo mis pies.
Al igual que Lautrémont me pregunto cuál es la profundidad del corazón humano, si es más profundo que el océano, si todavía no dejo de descender en mi propio corazón: ¿Cual de los dos será mas profundo? Y es que desde esta esquina la humanidad se presenta de manera real, sin hipocresía, sin máscaras, solo sus osamentas y sus falsas modestias. De vez en cuando me ofrecen una moneda, otras comida, pero no necesito ni monedas ni comida. Esta enfermedad no requiere de nada externo, no es muy difícil de comprender pero si de explicar. Esta enfermedad que la religión, la medicina ni la psiquiatría pueden tratar. Alguien me habló de Dios, y yo le hablé que ya lo conozco : Él esta enfrente mio con su pipa de pasta base fumando todo el día. Nos preguntamos con Lautrémont cuál es la profundidad del corazón humano.
Todos juntos vamos marchando hacia el abismo, cada cual a su manera, y los condenados al ostracismo espiritual saben de lo que hablo. Ellos soy y yo soy ellos. Buenos Aires es yo y yo soy Buenos aires: ciudad de pobres corazones.
El temblequeo me advierte que es tiempo de otra dosis. Que lejano ha quedado el tiempo de la infancia, el tiempo donde nos divertíamos remontando barriletes y jugando a las escondidas. Hoy en día la diversión es escondernos de la policía al salir de la villa, preparar la pipa y quemar las piedras de pasta base de cocaína. Niño ¿Dónde has quedado niño?
El humo denso y toxico ingresa al sistema nervioso purificando lo que queda de humano, purificando el espíritu y preparando la resurrección. La exhalación que ofrezco al cielo es tributo de la purificación, lo que exhalo es mi propio espíritu ya decantado de su mal, y es que ya he fatigado todos los remedios del planeta. Pero sé que lentamente voy despertando. si, lentamente...Lentamente.
Despertar, resurrección.

Ensayo sobre la muerte


 Y yo ya no esperaba a nadie


Entre
las risas del aquelarre,


El
diablo y la muerte


Se
me fueron amigando.





    Vastas,
profundas y voluptuosas son las imágenes que producen la muerte en la fértil
llanura de mi conciencia. De todas las posibilidades que me permita la
gramática, y el rigor que conlleva esta empresa, solamente ensayaré las que se
presenten a mi espíritu en esta noche. Dicho esto vale aclarar que las líneas
de este ensayo transcurrirán, en su mayoría por experiencias personales y
reflexiones de la misma índole. Y ya que se me permite indagar sobre la
cuestión, solo pondré como objeción, que el tema sea tratado con la debida
fuerza de espíritu para poder llevar, al que solicite esta lectura, una visión
un tanto más poética y romántica de la muerte.


   Sin más
preámbulos comenzaré la serie ubicándola en un acontecimiento decisivo  en mi vida. El 11 de marzo de 2008 desperté
en  la Plaza de la República, frente al
Obelisco porteño después de una larga carrera por las profundidades del alma
humana. El hecho de que este evento sea decisivo es porque durante todo el
tiempo que conté con mis 27 años había estado esperando la muerte gloriosa, la
muerte del club de los 27 del cual yo me sentía parte; una muerte por excesos:
como los iconos del rock que idolatraba. Pero esto era la capa superficial de
esta relación que empezó mucho tiempo atrás, en mi infancia más precisamente.


   La muerte 
se presentó en la cama que compartía con mi abuela hacia fines de
octubre de 1988. Ellos debían dirimir sus cuestiones. Y la parca se presentó a
la cita sin invitación ni previo aviso, o por lo menos uno lo cree así. La
cuestión es que el proceso habrá sido turbulento, lleno de  acusaciones, lleno de apelaciones, veredicto
y sentencia final, ya que la agonía duro más de una semana; más específicamente
termino el 5 de noviembre de 1988. Era este mi primer enfrentamiento con la
muerte y el ritual funerario. Era esta la primera vez que sentía la partida de
un ser querido, la primera vez que sentía la angustia en su mayor exponente. La
primera vez que debía escuchar el llanto desconsolado de mis familiares. La
primera vez que debía ver la carne inerte de aquello que alguna vez tuvo vida y
ya no lo tenía,  la primera vez que tenía
que aceptar que ella ya no volvería; que una vez cerrado el ataúd no habría
vuelta atrás, que una vez que los funebreros hagan descender el ataúd y la
tierra empiece a golpear la madera, y éste vaya desapareciendo de a poco, debía
aceptar a la muerte como algo que es parte de la vida. Hoy, 27 años después,
podría decir que es la vida. La muerte es la poesía de la vida.


   Tuve una infancia feliz en los suburbios de
Quilmes, en  mi añorado barrio de San
Francisco Solano. Mi abuela fue la primera figura materna que adopté. Los
recuerdos más bellos, o quizás  mi
memoria ha ido adornando con nostalgia y melancolía, son de esa época. Con lo
cual debo confesar que la infancia feliz se interrumpió luego de que ella
partiera. Ya nada volvería a ser lo mismo. Ser consciente de la caducidad de la
carne hizo que este sentimiento lo llevara a mi propia carne, a mi propio
corazón, a preguntarme al tocar mi corazón cómo será la transición, cómo será
dejar de respirar y sentir el ahogo, la desesperación, el abandono del cuerpo y
esa zona tan misteriosamente y tan poblada de 
interpretaciones, algunas románticas, algunas oscuras como el manto de
la noche. La muerte me hizo consciente de que todo tiene un fin y mientras dure
la escena hay que tratar de disfrutar lo máximo que se pueda de esta  aventura arriesgada que se llama vida. Sin
embargo esta verdad, a mis 8 años de edad, fue demasiado para mi alma precoz.
Pero en algún momento debía llegar. Era cuestión de tiempo. En cuestión de
tiempo también apareció la fascinación por la muerte.


   Las caminatas por el cementerio, las fotos
añejadas por el tiempo, el musgo sobre el granito y el mármol, la paz y el
murmullo de las palomas, los cortejos fúnebres, sepulturas, nichos y panteones empezaron
a formar parte de mi nueva consciencia. Siempre trataba de escapar de mi madre
para poder explorar las tumbas, mirar las fotos y las fechas, fantasear de cómo
se verían esos cadáveres después de tantos años. En unas de estas incursiones
por los panteones donde se encuentran los nichos con sus respectivas osamentas
encontré un nicho sin su puerta, con lo cual tenía acceso a los huesos del
difunto. Descubrir la tapa y ver los restos de lo que alguna vez fue un ser
humano que piensa, siente, ama, odia, sueña, fue también revelador. Ahí estaba
yo despojado del yo (si es que existe algo que se pueda definir como “yo”),
esto también era una imagen digna de poesía, el niño y la osamenta, digna de
unas cuantas metáforas para los artistas del lenguaje.


  En la
adolescencia la  angustia existencial de
buscar una propia identidad, el tema de la muerte cobró gran significación, más
en la música, en la estética, en mis pensamientos y sentimientos. Fue en este
momento cuando empecé a contemplar seriamente la idea de la muerte. Los
conflictos familiares y mi incapacidad para poder expresarme abiertamente
gestaron en mi ser una tendencia autodestructiva que marcaría toda mi vida.
Recuerdo como quería morir, ponerle fin a esta farsa que en ese momento era mi
vida, (o yo así lo creía), tanto dolor que asfixiaba  mi pecho, tantas palabras que quería expresar
y no tenía los medios, así  que el
suicidio se presentaba como única opción. Solo una vez lo intenté de forma
drástica. Con el pasar de los años estos sentimientos  fueron tomando otras formas, formas
narcóticas que me permitieron sobrellevar el dolor de vivir; luego comprendí
que esta manera también se trataba de un suicidio lento, progresivo.


    Después de terminar mis estudios secundarios
empezó la experiencia de vivir fuera de la casa de mis padres. Es en este punto
donde empecé a sentir la carrera desenfrenada que terminaría muchos años
después. La muerte nunca dejó de estar ahí. La muerte siempre estaba y está
presente. Fue en esta época cuando aparecieron esas pequeñas dosis de
analgésicos ilegales, que después fueron enormes dosis. La tentación de lo
prohibido y la curiosidad por eso de lo que tantos hablan por fin había llegado
a mis manos, o yo lo había  estado
buscando para ser sincero con este ensayo.


    Al fallecer un tío muy querido por mí, yo ya
era consciente de que los familiares en algún momento van a partir. En ese
momento ya lo tenía aceptado. Lo que no tenía aceptado era que un amigo podría
llegar a morir. Y ese momento también llegó. Ese dolor también llegó. Hoy a la
distancia puedo ver que, aparte de los narcóticos, mi espíritu se estaba
gangrenando con la ponzoña de los resentimientos que arrastraba desde muchos
años atrás. Pero como darse cuenta después de tantos años de dolor cuando el
efecto mágico y placentero de los venenos ciudadanos son tan efectivos y
baratos para estos malestares del espíritu que ni la familia, ni los doctores,
ni la justicia pueden tratar.


  Así empezó
un descenso que hizo que empezara a vivir una vida a medias, o una muerte en
vida, que también es un tipo de muerte, de todas formas era esto lo que estaba
buscando.





Recorrí
las calles sin un rumbo cierto


A
veces dormido, a veces despierto





   Durante años caminé sin rumbo, buscando el
placer del estímulo externo, tratando de encontrar un sentido a la vida. Pero
ese sentido estaba cada vez más tergiversado por la locura de un espíritu
convulsionado que a toda costa  desea, o
bien despertar, o bien consumirse en las llamas de la fiebre. Pero los valles
de la muerte, son de asfalto y concreto, y la muerte está siempre al acecho, o
no, pero en lo que respecta a  mi
búsqueda, enfrenté cara a cara a la muerte, más de una vez y en más de una
forma. Resulta extraño al escribir estas líneas que hoy, al estar disfrutando
plenamente de la vida tenga que estar recordando a  mis familiares muertos, a mis amigos,
compañeros de esa época que ya no están en este plano, y en especial recordarme
a mí mismo en estas memorias, con los respectivos sentimientos de agonía y
autodestrucción. No pasa un día, más si la melancolía  se hace presente, que no piense en la muerte
y esa búsqueda tan desenfrenada que marcó mi pasado y más sabiendo que ella
tuvo más de una oportunidad para hacerse de un botín. Y oportunidades hubo de
sobra, en cada esquina, en cada pasillo oscuro donde compraba pequeñas dosis de
muerte y donde la muerte también estaba presente; y también ejercía su poder
sobre las almas condenadas de la noche. A pesar de todos los narcóticos, las
balas, las puñaladas, peleas y el estrago de la depresión en mi sistema
nervioso no pude cumplir con mi propósito: el de morir.


  Hace unos
cuantos años que me he reconciliado con la muerte. En realidad que me he
reconciliado conmigo mismo. Después de épocas de tribulaciones, el tiempo  de paz es indispensable para poder crear otra
versión de mi propia historia; historia que también  es parte de todas las personas que he ido
dejando atrás o que también dejan de estar, para estar en otro lado. Creo
también que la memoria engaña a la muerte, porque es mi memoria siempre estoy
con mi abuela en aquel barrio de mi infancia, lo mismo con mis tíos, mis amigos
y compañeros de andanzas: ellos viven en mi memoria. Una de las imágenes
presentes a la hora de redactar este ensayo era el de ir corriendo hacia el
abismo y lanzarme sobre él. Lo extraño es que cada vez que me acercaba el borde
del mismo, el abismo se iba corriendo hacia adelante. De esta manera podría
concluir que la muerte es como el borde del abismo, y cada vez que voy dando un
paso hacia adelante el borde se va corriendo. Y la muerte se hará presente  cuando el borde se detenga. Mientras tanto la
vida debe ser digna de ser vivida, aceptando las adversidades como un camino
hacia la paz. Viviendo de a un día a la vez, disfrutando de a un momento a la
vez.





Dormir,
morir…dormir, tal vez soñar.







Bahía Blanca      
28 de septiembre de 2015      
04:11


















Ensayo sobre la muerte

 Y yo ya no esperaba a nadie
Entre las risas del aquelarre,
El diablo y la muerte
Se me fueron amigando.

    Vastas, profundas y voluptuosas son las imágenes que producen la muerte en la fértil llanura de mi conciencia. De todas las posibilidades que me permita la gramática, y el rigor que conlleva esta empresa, solamente ensayaré las que se presenten a mi espíritu en esta noche. Dicho esto vale aclarar que las líneas de este ensayo transcurrirán, en su mayoría por experiencias personales y reflexiones de la misma índole. Y ya que se me permite indagar sobre la cuestión, solo pondré como objeción, que el tema sea tratado con la debida fuerza de espíritu para poder llevar, al que solicite esta lectura, una visión un tanto más poética y romántica de la muerte.
   Sin más preámbulos comenzaré la serie ubicándola en un acontecimiento decisivo  en mi vida. El 11 de marzo de 2008 desperté en  la Plaza de la República, frente al Obelisco porteño después de una larga carrera por las profundidades del alma humana. El hecho de que este evento sea decisivo es porque durante todo el tiempo que conté con mis 27 años había estado esperando la muerte gloriosa, la muerte del club de los 27 del cual yo me sentía parte; una muerte por excesos: como los iconos del rock que idolatraba. Pero esto era la capa superficial de esta relación que empezó mucho tiempo atrás, en mi infancia más precisamente.
   La muerte  se presentó en la cama que compartía con mi abuela hacia fines de octubre de 1988. Ellos debían dirimir sus cuestiones. Y la parca se presentó a la cita sin invitación ni previo aviso, o por lo menos uno lo cree así. La cuestión es que el proceso habrá sido turbulento, lleno de  acusaciones, lleno de apelaciones, veredicto y sentencia final, ya que la agonía duro más de una semana; más específicamente termino el 5 de noviembre de 1988. Era este mi primer enfrentamiento con la muerte y el ritual funerario. Era esta la primera vez que sentía la partida de un ser querido, la primera vez que sentía la angustia en su mayor exponente. La primera vez que debía escuchar el llanto desconsolado de mis familiares. La primera vez que debía ver la carne inerte de aquello que alguna vez tuvo vida y ya no lo tenía,  la primera vez que tenía que aceptar que ella ya no volvería; que una vez cerrado el ataúd no habría vuelta atrás, que una vez que los funebreros hagan descender el ataúd y la tierra empiece a golpear la madera, y éste vaya desapareciendo de a poco, debía aceptar a la muerte como algo que es parte de la vida. Hoy, 27 años después, podría decir que es la vida. La muerte es la poesía de la vida.
   Tuve una infancia feliz en los suburbios de Quilmes, en  mi añorado barrio de San Francisco Solano. Mi abuela fue la primera figura materna que adopté. Los recuerdos más bellos, o quizás  mi memoria ha ido adornando con nostalgia y melancolía, son de esa época. Con lo cual debo confesar que la infancia feliz se interrumpió luego de que ella partiera. Ya nada volvería a ser lo mismo. Ser consciente de la caducidad de la carne hizo que este sentimiento lo llevara a mi propia carne, a mi propio corazón, a preguntarme al tocar mi corazón cómo será la transición, cómo será dejar de respirar y sentir el ahogo, la desesperación, el abandono del cuerpo y esa zona tan misteriosamente y tan poblada de  interpretaciones, algunas románticas, algunas oscuras como el manto de la noche. La muerte me hizo consciente de que todo tiene un fin y mientras dure la escena hay que tratar de disfrutar lo máximo que se pueda de esta  aventura arriesgada que se llama vida. Sin embargo esta verdad, a mis 8 años de edad, fue demasiado para mi alma precoz. Pero en algún momento debía llegar. Era cuestión de tiempo. En cuestión de tiempo también apareció la fascinación por la muerte.
   Las caminatas por el cementerio, las fotos añejadas por el tiempo, el musgo sobre el granito y el mármol, la paz y el murmullo de las palomas, los cortejos fúnebres, sepulturas, nichos y panteones empezaron a formar parte de mi nueva consciencia. Siempre trataba de escapar de mi madre para poder explorar las tumbas, mirar las fotos y las fechas, fantasear de cómo se verían esos cadáveres después de tantos años. En unas de estas incursiones por los panteones donde se encuentran los nichos con sus respectivas osamentas encontré un nicho sin su puerta, con lo cual tenía acceso a los huesos del difunto. Descubrir la tapa y ver los restos de lo que alguna vez fue un ser humano que piensa, siente, ama, odia, sueña, fue también revelador. Ahí estaba yo despojado del yo (si es que existe algo que se pueda definir como “yo”), esto también era una imagen digna de poesía, el niño y la osamenta, digna de unas cuantas metáforas para los artistas del lenguaje.
  En la adolescencia la  angustia existencial de buscar una propia identidad, el tema de la muerte cobró gran significación, más en la música, en la estética, en mis pensamientos y sentimientos. Fue en este momento cuando empecé a contemplar seriamente la idea de la muerte. Los conflictos familiares y mi incapacidad para poder expresarme abiertamente gestaron en mi ser una tendencia autodestructiva que marcaría toda mi vida. Recuerdo como quería morir, ponerle fin a esta farsa que en ese momento era mi vida, (o yo así lo creía), tanto dolor que asfixiaba  mi pecho, tantas palabras que quería expresar y no tenía los medios, así  que el suicidio se presentaba como única opción. Solo una vez lo intenté de forma drástica. Con el pasar de los años estos sentimientos  fueron tomando otras formas, formas narcóticas que me permitieron sobrellevar el dolor de vivir; luego comprendí que esta manera también se trataba de un suicidio lento, progresivo.
    Después de terminar mis estudios secundarios empezó la experiencia de vivir fuera de la casa de mis padres. Es en este punto donde empecé a sentir la carrera desenfrenada que terminaría muchos años después. La muerte nunca dejó de estar ahí. La muerte siempre estaba y está presente. Fue en esta época cuando aparecieron esas pequeñas dosis de analgésicos ilegales, que después fueron enormes dosis. La tentación de lo prohibido y la curiosidad por eso de lo que tantos hablan por fin había llegado a mis manos, o yo lo había  estado buscando para ser sincero con este ensayo.
    Al fallecer un tío muy querido por mí, yo ya era consciente de que los familiares en algún momento van a partir. En ese momento ya lo tenía aceptado. Lo que no tenía aceptado era que un amigo podría llegar a morir. Y ese momento también llegó. Ese dolor también llegó. Hoy a la distancia puedo ver que, aparte de los narcóticos, mi espíritu se estaba gangrenando con la ponzoña de los resentimientos que arrastraba desde muchos años atrás. Pero como darse cuenta después de tantos años de dolor cuando el efecto mágico y placentero de los venenos ciudadanos son tan efectivos y baratos para estos malestares del espíritu que ni la familia, ni los doctores, ni la justicia pueden tratar.
  Así empezó un descenso que hizo que empezara a vivir una vida a medias, o una muerte en vida, que también es un tipo de muerte, de todas formas era esto lo que estaba buscando.

Recorrí las calles sin un rumbo cierto
A veces dormido, a veces despierto

   Durante años caminé sin rumbo, buscando el placer del estímulo externo, tratando de encontrar un sentido a la vida. Pero ese sentido estaba cada vez más tergiversado por la locura de un espíritu convulsionado que a toda costa  desea, o bien despertar, o bien consumirse en las llamas de la fiebre. Pero los valles de la muerte, son de asfalto y concreto, y la muerte está siempre al acecho, o no, pero en lo que respecta a  mi búsqueda, enfrenté cara a cara a la muerte, más de una vez y en más de una forma. Resulta extraño al escribir estas líneas que hoy, al estar disfrutando plenamente de la vida tenga que estar recordando a  mis familiares muertos, a mis amigos, compañeros de esa época que ya no están en este plano, y en especial recordarme a mí mismo en estas memorias, con los respectivos sentimientos de agonía y autodestrucción. No pasa un día, más si la melancolía  se hace presente, que no piense en la muerte y esa búsqueda tan desenfrenada que marcó mi pasado y más sabiendo que ella tuvo más de una oportunidad para hacerse de un botín. Y oportunidades hubo de sobra, en cada esquina, en cada pasillo oscuro donde compraba pequeñas dosis de muerte y donde la muerte también estaba presente; y también ejercía su poder sobre las almas condenadas de la noche. A pesar de todos los narcóticos, las balas, las puñaladas, peleas y el estrago de la depresión en mi sistema nervioso no pude cumplir con mi propósito: el de morir.
  Hace unos cuantos años que me he reconciliado con la muerte. En realidad que me he reconciliado conmigo mismo. Después de épocas de tribulaciones, el tiempo  de paz es indispensable para poder crear otra versión de mi propia historia; historia que también  es parte de todas las personas que he ido dejando atrás o que también dejan de estar, para estar en otro lado. Creo también que la memoria engaña a la muerte, porque es mi memoria siempre estoy con mi abuela en aquel barrio de mi infancia, lo mismo con mis tíos, mis amigos y compañeros de andanzas: ellos viven en mi memoria. Una de las imágenes presentes a la hora de redactar este ensayo era el de ir corriendo hacia el abismo y lanzarme sobre él. Lo extraño es que cada vez que me acercaba el borde del mismo, el abismo se iba corriendo hacia adelante. De esta manera podría concluir que la muerte es como el borde del abismo, y cada vez que voy dando un paso hacia adelante el borde se va corriendo. Y la muerte se hará presente  cuando el borde se detenga. Mientras tanto la vida debe ser digna de ser vivida, aceptando las adversidades como un camino hacia la paz. Viviendo de a un día a la vez, disfrutando de a un momento a la vez.

Dormir, morir…dormir, tal vez soñar.


Bahía Blanca       28 de septiembre de 2015       04:11





viernes, 20 de mayo de 2016

Gisela

 




"Más adelante, en la distancia,
vi una luz brillante,
mi cabeza empezaba a pesar, y mi vista oscurecía,
tenía que parar para pasar la noche."





The Eagles - Hotel California 











     La tarde
declinaba como arrastrándose sobre el asfalto. Todavía reverberaba los 40
grados de calor y el aire espeso y caliente daba suficientes evidencias. La
semana había sido pesada. Lo bueno es que ya era sábado y mis obligaciones
quedaban suspendidas hasta el lunes. Y ahí me encontraba yo, atravesando toda
la jungla de concreto en mi moto, jungla sobrecalentada por el sol del verano.
Ahí me encontraba planificando alguna salida hasta el centro para poder
despejar mi mente y espíritu y dejar de lado todo aquello que en la semana me
sobrecargó de preocupaciones.


     Ya en mi
casa, luego de un reparador baño y una meticulosa afeitada me dispuse a indagar
las carteleras de cine: una actividad como esta nunca falla. Es así como
emprendí el viaje hacia el centro, ya más relajado, en mi vieja moto Guzzi.
Tomé la calle que desemboca justo atrás del cementerio, hasta allí debía
dirigirme para tomar la avenida principal que me llevaría hasta la actividad
nocturna de la ciudad. Unos cincuenta metros antes de llegar a la esquina del
cementerio pude ver que alguien se encontraba allí. Esto me pareció raro ya que
en ese lugar no había ninguna parada de colectivo, y siempre esa esquina me
pareció un lugar… no sé muy bien como describirlo: Si la melancolía se podría
cristalizar en algún lugar, yo elegiría esa esquina sin pensarlo. Al ir
acercándome pude ver que una señorita era la que ocupaba la melancólica
esquina. Han pasado muchos años de esta anécdota, y al ir revisándola una y
otra vez aun no comprendo que es lo que me llevo a detenerme e iniciar una conversación
con la señorita. Lo cierto es que al llegar al lugar donde estaba ella me
detuve, y con una naturalidad (desconocida para mí) la saludé, me presenté,
ella también me saludó y se presentó: Gisela era su nombre y su situación era
la de estar esperando a alguien que por lo visto ya llevaba mucho tiempo de
retraso. Esta fue la oportunidad para ofrecerme a llevarla donde quisiera.
Confesó que su plan con su fallido acompañante era ir a tomar algo por la zona
de la costanera, así que me dispuse a enmendar la falta del fallido
acompañante.


     Ya he
dicho que esa esquina me refería cierta melancolía. Gisela, también me refería
sensaciones extrañas, difusas quizás; porque al intentar describirla, siento,
hasta el día de hoy, que toda referencia gramatical es insuficiente. Se podría
decir que ella era como una actriz de esas películas en blanco y negro donde el
tiempo está detenido. En más de una ocasión (después de estos acontecimientos)
la he soñado y en mis sueños la recuerdo en blanco y negro: hasta el día de hoy
no he logrado sacarla de mis recuerdos más profundos. Y es en esos recuerdos
donde el tiempo ha hecho mella ya que ciertos rasgos han sido erosionados por
el tiempo y otros han sido magnificados por la sensibilidad de mi espíritu. Su
pañuelo rojo atado a su cabeza dejando el nudo de éste en la parte superior le
daba un toque angelical que le quedaba a la perfección. A ambos lados de su
rostro, el demiurgo que la deseó, la pensó y la creó, puso de manera acertada
dos lunares (uno en cada lado), lo que hacía que su belleza fuera desbordante.
Esta es la manera más cercana que tengo de describirla. Todo esto sumado al
ceceo de su fonética, lo confieso, me enamoró a primera vista. Un vestido
blanco pasado de moda y unos zapatos blancos completaban la descripción.


    Luego del
preámbulo de la presentación y de los posibles lugares a donde ir, nos
dispusimos a recorrer el centro y luego la costanera. Al subir a la moto, ella
me envolvió con sus brazos alrededor de mi cintura y el escalofrió que me
recorrió la espalda, también ha quedado grabado a fuego en mí.


     La
actividad en el centro era agitada. La noche se prestaba para los paseos y las
largas charlas que no conducen a nada, y nosotros, Gisela y yo también nos
disponíamos para esos paseos y esas largas charlas que a nada conducen. El café
Faenza fue la parada para degustar una pizza de muzzarella y empezar a
conocernos. Me refirió que venía de un pueblo del interior; hacía ya tres años
que estaba instalada con su familia en unos de los barrios cercanos a la
universidad. Ella estaba estudiando la carrera de filosofía, de la cual se
sentía muy orgullosa. También se sentía orgullosa por sus gustos cinéfilos, y
en este tópico fatigamos un par de horas de conversación. Pedimos café para
seguir con los temas, ahora filosóficos, cuando de repente su taza se resbaló
de su mano y salpicó un poco de café sobre su vestido blanco. Gisela se puso un
poco nerviosa. Traté de distraerla con otro tema para que se olvidara de la
mancha de café sobre su vestido, y en poco tiempo volvimos a la charla animosa.


     Al
agotarse los temas sobrevino el famoso “silencio incómodo”. Por mi parte (por
un segundo, o quizás dos), al mirar a través de sus ojos y su hermosa sonrisa
me volvió a invadir un escalofrió más cortante que el primero. El pensamiento
que produjo el escalofrío era: si ella vivía por el barrio universitario que
hacia esperando detrás del cementerio, y a quién esperaba. De manera automática
volvimos a conversar y mi preocupación se dilato lentamente. No tenía formas ni
energía para preguntarle. Traté de pensar en otras cosas, como por ejemplo ir
hacia la costanera. Ella asintió y nos dirigimos hacia allí. Sinceramente no
recuerdo el contenido de las conversaciones, solo recuerdo caminar junto a ella
y estar absorbido por su dulce mirada. En más de una oportunidad estuve tentado
de tomarla de la mano pero no me animé. La mitad de la madrugada nos encontró
en la costanera, yo creí estar enamorándome de ella más de lo que ya estaba y
ella, por momentos, parecía no pertenecer a ningún lugar, no estar en el
tiempo, ni siquiera ocupar totalmente su forma, ni ocupar en su totalidad su
espacio. Estas apreciaciones me parecían raras, pero no era la primera vez que
me enamoraba de una mujer rara.


   
Repentinamente el cansancio invadió mi cuerpo. Me dispuse a llevarla
hasta su casa, y hacia allí nos dirigimos. Al llegar, ella descendió, me
comunico que la había pasado muy bien y que si quería, esa tarde misma, nos
podríamos volver a ver. Mi corazón se inflamó de amor y sentí un éxtasis
vertiginoso. Una sensación que no sentía desde hacía ya varios años. Nos
despedimos con un tímido beso en las mejillas, ella se dirigió hacia la puerta
y en vez de entrar decididamente se paró en el umbral de la misma y me dedicó
una última mirada. Esa última mirada me produjo un nuevo escalofrío. Por su
parte ella fue como absorbida por la oscuridad al entrar en la casa. El golpe
seco al cerrar la puerta hizo que acelerara a fondo mi moto y conducir de
manera automática por varias cuadras. No supe bien a que se debió esta
reacción. Estaba totalmente confundido. Sin embargo, al reponerme, ya había
empezado esperar a que se hiciera de tarde para volverla a ver.


***


     Desperté
sobresaltado en mi cama. Había tenido una pesadilla de la cual no podía recordar
nada. Quizás estuve escapando, quizás volví a tener la sensación de correr y no
disponer de fuerzas en mis piernas, quizás nada de lo que ocurrió en la noche
sucedió, pero al ir recordando los hechos de la velada tuve la certeza de que
sí, todo lo que había sucedido había pasado y podía dar fe de esos hechos.


***


     
Enamorado, ansioso e impaciente llegué a los umbrales de la tarde. Al ir
llegando a la casa de Gisela mi corazón galopaba de manera casi descontrolada.
Al tocar el timbre me atendió una señora a la que instintivamente supuse sería
madre de Gisela. Me preguntó que necesitaba y yo al preguntar por Gisela la
contestación que recibí fue: “Vos me estás cargando pibe”. Nuevamente un
escalofrío se hizo presente en mí y las imágenes de la noche anterior
destellaron por mi mente: el cementerio, la esquina, su pañuelo rojo, la
sensación de que ella no pertenecía al tiempo ni al espacio y la última mirada
que me dedicó. Quise contestar pero la confusión y cierto miedo y vergüenza no
me dejaban articular palabras. Desde la puerta la señora me imprecaba de manera
angustiosa, ya que ella refería que Gisela había muerto tres años atrás. Pude
disponer de cierta lucidez para defender mi caso y de manera desesperada referí
ciertos datos que Gisela me había comentado. Creo que el escalofrío se
transfirió a la señora ya que se quedó pálida y rígida en el umbral de la
puerta; seguido de esto se desmayó.


***





      Es
extraño como la gente se conoce y genera relaciones. Yo generé una relación con
los padres de Gisela. Nos reuníamos frecuentemente, y ellos, no dejaban de recordarla
a través de sus fotos, sus cuadernos, su habitación, los recortes del diario
que referían los hechos de su deceso y de los cuales no mencionaré en este
relato. El deseo (a pesar de saber que estaba muerta) de volverla a ver, las
desplacé hacia sus fotos. Todos esos detalles y gestos de los cuales me había
enamorado estaban petrificados en esas fotografías. Incluso en una de esas
fotografías ella estaba con su pañuelo rojo y el vestido blanco que llevaba esa
noche.


      Con el
paso de los meses no podíamos salir de la perplejidad de que yo hubiera estado
con Gisela, y si esto hubiera ocurrido a qué se debía. Con el tiempo nuestros
espíritus se fueron templando de morbosidad. Ellos sugirieron que debíamos ir
al mausoleo donde estaba Gisela y exhumar el cadáver, por mi parte también
tenía la necesidad de ver el cadáver y poder, de una vez por todas, despejar o
concertar todas las incertidumbres que llevaba acumuladas desde esa noche.





***


     Nos encontrábamos, esa mañana, en el reducido
mausoleo de la familia. Por mi parte lo único que en ese momento podía percibir
era mi respiración. A mi lado se encontraba la madre de Gisela atestiguando
como su esposo iba sacando los tornillos del féretro con una templanza de
espíritu que, seguramente, ella desconocía. Al concluir con la operación, el
padre de Gisela nos miró como buscando la aprobación para seguir adelante. El
silencio contestó por nosotros. El padre de Gisela miró el féretro y lo abrió violentamente.
El tiempo se detuvo para mí al observar la mancha de café sobre el vestido
desgarrado por las emanaciones putrefactas de la muerte. El reducido edificio
cayó sobre mí y quede suspendido en la oscuridad. Oscuridad, oscuridad;
eternidad.


***


     Nunca más, hasta el día de la fecha, volví a
la casa de los padres de Gisela. Pocas veces me he cruzado con alguno de ellos
y si nos saludamos fue de manera distante más que cortés. Como dije al
principio nunca pude olvidarla, o quizás ella tampoco pudo olvidarme. Nos
seguimos viendo en mis sueños, y yo la sigo viendo en la misma esquina del
cementerio cada vez que las circunstancias me obligan a pasar por allí de
noche; pero no me detengo. Al volver a los recortes de diario, su historia
familiar y los recuerdos que atesoro en mi alma me pregunto qué es lo que está
esperando, o a quién está esperando. Sin embargo, la veo siempre cubierta con
un manto de paz.


      Mi
visión de las personas cambió después de estos hechos. Así como me había
relacionado y enamorado de un fantasma empecé a pensar en toda la gente con la
que me relacionaba en mi vida diaria, ocasionalmente y regularmente ¿Cuántos de
estos podrían llegar a ser espectros? ¿Cuántos de estos espectros se
encontrarían destinados a la perpetua acción residual de lo que había sido su
vida? Al ir profundizando en estas meditaciones, el escalofrío volvió a hacerse
presente por mi espalda cuando comprendí que yo también podría ser un
espectro…Y, quizás, tu lector, también.


                                                                                                                       








     El cuento fue publicado por primera vez en la primavera de 1940 en la revista El oro de los tigres. Luego de la publicación llegaron a la redacción de la revista infinidad de cartas de lectores que aseguraban haber tenido experiencias similares como las que se describen en el cuento. En el diario del Poeta, que fue hallado hace pocos años, está el registro de la noche que dio origen al cuento. Hay que recordar también la famosa foto de la autopsia del Poeta donde se ve un tatuaje en su pecho con un corazón roto y debajo se lee el nombre de Gisela.



Una navidad diferente

  “Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti” Friedrich Nietzsche        Pasó por la puerta principa...