miércoles, 24 de mayo de 2017

Floripondio


"Florecita de mi tierra santa


Viajecito para el más allá"





Paja brava, La Renga








      Ramón
odiaba a su padre. Odiaba su nombre, su trabajo, su carnicería, todo lo que
tuviera que ver con él, Ramón, lo odiaba. Los domingos en familia en que se
comía asado, esos domingos, en los cuales su padre bebía todo el día y
terminaban en golpizas hacia su madre, hacia él y el resto de sus hermanos,
todo eso odiaba Ramón.


     Ramón
nunca había tomado conciencia de lo que se vivía a su alrededor, nunca había
sentido nada hacía su padre: Ni bueno ni malo. Ramón comenzó a tener rencor
hacía su progenitor el día que lo abofeteó en la entrada del colegio luego de
llevar una mala nota a su casa. Ese día el odio (tiempo después supo que esa
palabra representaba su sentimiento) comenzó a poblar su ser. Sin embargo se
mantuvo sumiso hacía su padre, se mantuvo en silencio a la espera de poder
vengarse. Algún día llegaría el momento de poder devolverle todo el dolor que
sentía.


    A Ramón lo
conocí en la esquina donde se juntaban todos los pibes del barrio. Era la época
dorada de las pastillas psicoáctivas y los jarabes para la tos. Romilar,
aseptobrón ,reynol, artane y lexotanil eran parte de la dieta adolescente
deseosa de escapar de las garras del capitalismo sofocante, que los esperaban
en las paradas de los colectivos, que los esperaban en las puertas de las
fábricas. Ahí también conocí el rencor de Ramón hacía su padre. Ramón había
terminado la escuela primaria por el miedo que le tenía a su padre. Pero al
comenzar la secundaria, conoció en los baños de la escuela técnica el elixir
que le fue dando poder para enfrentar su miedo. En el barrio todos recordamos,
hasta el día de hoy, cuando el padre de Ramón lo fue a buscar a la esquina y
trato de humillarlo frente a todos. Era domingo y el padre de Ramón lo había
pasado bebiendo, como todos los domingos, después del asado tradicional y las
golpizas tradicionales a  su esposa y
demás hijos. Llegó a la esquina para descargar su frustración al hijo que, de a
poco, se iba alejando del círculo vicioso de violencia. Pero Ramón no se dejó
violentar. Ramón se impuso a su padre apoyándole su navaja en la garganta  prometiéndole que la próxima vez la
introduciría sin pensarlo. Ramón estaba totalmente alienado por los fármacos y
el alcohol, su semblante decía que estaba dispuesto a todo. Desde el fondo de
sus ojos derramados se podía ver el resentimiento albergado en su espíritu. Por
un tiempo Ramón pudo mantenerse alejado de la furia de su padre.


    A
Ramón, como a muchos de los jóvenes del barrio, no pudieron evitar la
delincuencia y las garras de la justicia, incluso yo. En una de las tantas
orgías psicodélicas en las esquina del barrio, Ramón intentó robar a mano
armada a los pasajeros de un colectivo. El asalto fue frustrado y Ramón terminó
compareciendo frente al juez. Nuevamente Ramón volvía a ser humillado por otra
figura paterna. El padre de Ramón aprovechó esta oportunidad para volver a
traer a su hijo hacia su círculo de control y violencia. Lo empleó en su
carnicería enseñándole el oficio, pero a Ramón nada de esto le importaba. Solo
esperaba el momento en el cual iba a poder desprenderse de su padre. Yo me he
permitido atribuirle algunos pensamientos a Ramón. Las veces que se lo veía en
la carnicería y su padre lo humillaba frente a los clientes, yo notaba la
manera en que cortaba las piezas y desde sus ojos se filtraban sus fantasías
parricidas. No es difícil imaginar que Ramón canalizaba su ira al cortar la
carne con la cuchilla.


   Por un
tiempo Ramón se mantuvo ocupado en la carnicería. Había dejado de ir a la esquina,
había dejado de consumir, pero todos sabíamos que esa retirada era solamente
temporaria y volvería con más fuerza las ganas de consumir. Ramón no era el
único joven que trataba de desprenderse de su familia yendo a la esquina y
tomando cualquier porquería que otorgara el privilegio del olvido. Solo era
cuestión de tiempo. La olla a presión comenzaba a silbar y lo mejor, siempre,
es mantenerse alejado cuando se destape.


    Lo que nos
enteramos fue que el padre de Ramón, al finalizar la semana no le quiso pagar
por su trabajo. Ramón quiso golpearlo pero el padre le advirtió de su situación
judicial.  El padre lo extorsionó
diciéndole que iría con el juez a informar de su conducta y que le revocara la
libertad condicional, en la cual el padre habría sido garante ante el juez.
Ramón contuvo el golpe pero no pudo contener la impotencia. Llegó a la esquina
llorando y tomó una caja de vino de un solo trago. Alguien le paso algunas
pastillas y el dolor comenzó a cesar.


   Esa noche
hubo de todo, desde pastillas, cocaína hasta ganchos de ketalar. Pero la
explosión nuclear que arrasó con los espíritus atormentados fue un té de
floripondio que nadie nunca supo de donde salió ni quién lo hizo. Como es
sabido, el té de floripondio es difícil de ingerir. El sabor amargo y tóxico
del veneno de la planta enseguida comienza a cerrar la garganta, la visión se
pone borrosa, comienzan las alucinaciones y la coordinación motora es todo un
problema. La mayoría de los que estábamos en la esquina bebió un sorbo del té
que había aparecido en una botella de gaseosa de dos litros. Ramón tomó la
botella y bebió un trago largo, me pasó la botella y yo también bebí un trago
largo. Sin pensarlo nos bebimos toda la botella.


    Me he
vedado las descripciones sobre las alucinaciones que ocurrieron después entre
Ramón y yo. No interesa saber de los infinitos laberintos de la conciencia, de
los innumerables espacios que acontecen en el ahora, de los saltos cuánticos o
los hologramas que a veces llamamos destino. No interesa saber de eso. Una por
la insuficiencia de nuestro lenguaje, otra la del espíritu. Lo que sí importa
para que la historia de Ramón tenga trascendencia y poder entenderlo en el hoy
es la siguiente:


   Las
visiones del floripondio nos fueron arrastrando a la carnicería de su padre.
Podrían ser las visiones o el caprichoso y hologramático destino que nos quería
presentar su plan. Los dos estábamos en la carnicería de su padre. Yo me
recliné sobre un sillón de aristas verdes carente de materia. Necesitaba
descansar del torbellino que iba creciendo en mí, quitándome la fuerza. Apenas
podía levantar los parpados y la resequedad en la boca me hacía sentir que
moriría de sed ahí mismo. A mí alrededor, sobre las paredes de la carnicería,
desfilaban sin cesar todo tipo de imágenes. Fue cuando al recorrer las paredes
de la carnicería lo vi a Ramón parado frente a la sierra sin fin que tenía su
padre. Él sonreía y me miraba, y era cierto. Tenía los brazos muy largos. Los
levantaba y estos se ondulaban como si fueran un par de barriletes o banderas.
En estos estados no hace falta lenguajes ni pensamientos. Todo está ahí a
disposición. En nuestra comunicación psicotrópica yo asentí también, era una
buena idea, la mejor idea, la que lo liberaría definitivamente. Ramón no dejaba
de sonreír. Con uno de sus brazos alargados prendió la sierra. La carnicería se
inundó de voluptuosos colores y sonidos diáfanos rebotaban por todos lados. Con
el brazo izquierdo, Ramón tomó su brazo derecho y lo pasó por la sierra. Con su
boca tomó el brazo izquierdo y también lo pasó por la sierra dejándolo caer en
el suelo al lado del otro. De sus brazos amputados salieron miles de bayas y
detrás, una ardilla de cada brazo salió corriendo. Iban persiguiendo a las
bayas y al alcanzarlas y comerlas se multiplicaban en otras miles. Luego se
perdieron por algún hueco del espacio que nosotros todavía no conocíamos. Ramón
sonreía y gritaba sin abrir la boca: ¡Soy libre! ¡Soy libre! Levantando lo que
quedaba de sus brazos. Sí Ramón, sí Ramón, sos libre le decía yo, seguro sin
abrir la boca.


    El padre
de Ramón al escuchar el ruido de la sierra sin fin se levantó para ver que
ocurría en la carnicería. Lo encontró a su hijo con los dos brazos amputados
por la sierra. Como pudo lo cargó en el auto con los dos brazos. En el hospital
le dijeron que le había salvado la vida, que si hubiera tardado un poco más
Ramón no se salvaba. A pesar del esfuerzo del 
padre por llevar los brazos amputados de Ramón, los médicos no pudieron
hacer nada.




   Y este fue
el acto que le valió la liberación a Ramón. No pudo trabajar más en la
carnicería de su padre que tanto odiaba. Rompió con la tradición carniceros al
que estaba destinado. Ahora Ramón se dedica a juntar monedas en los colectivos
y trenes. Aprendió a pintar con la boca y ha desarrollado un talento único a
través de los años y de los viajes con floripondío. Yo lo sigo acompañándolo en
esos viajes. Hemos descubierto la mayoría de galerías subterráneas del
inconsciente. Hemos controlado la mayoría de las alucinaciones en nuestro
beneficio y ciertas astucias que también he vedado para el espíritu que recién
se inicia. Cuando Ramón se amputó los brazos teníamos los dos diecinueve años.
Hoy ya tenemos cuarenta y cinco cada uno. Lo que el resto no sabe y, esto no lo
voy a vedar, es que en nuestros viajes de floripondio Ramón conserva su brazos;
pero estos son brazos nuevos.











   El poeta audicionó para el papel de Nice Guy Eddie de Perros de la calle. El papel le hubiera valido al poeta si  no hubiera discutido con Tarantino por la conversación de apertura de la película. Es sabido que el monologo de Tarantino gira en torna  Like a Virgin de Madonna. El Poeta sugirió Luna de miel de Virus. Acto seguido Tarantino lo hecho del set y también de Hollywood.















Floripondio

"Florecita de mi tierra santa
Viajecito para el más allá"

Paja brava, La Renga


      Ramón odiaba a su padre. Odiaba su nombre, su trabajo, su carnicería, todo lo que tuviera que ver con él, Ramón, lo odiaba. Los domingos en familia en que se comía asado, esos domingos, en los cuales su padre bebía todo el día y terminaban en golpizas hacia su madre, hacia él y el resto de sus hermanos, todo eso odiaba Ramón.
     Ramón nunca había tomado conciencia de lo que se vivía a su alrededor, nunca había sentido nada hacía su padre: Ni bueno ni malo. Ramón comenzó a tener rencor hacía su progenitor el día que lo abofeteó en la entrada del colegio luego de llevar una mala nota a su casa. Ese día el odio (tiempo después supo que esa palabra representaba su sentimiento) comenzó a poblar su ser. Sin embargo se mantuvo sumiso hacía su padre, se mantuvo en silencio a la espera de poder vengarse. Algún día llegaría el momento de poder devolverle todo el dolor que sentía.
    A Ramón lo conocí en la esquina donde se juntaban todos los pibes del barrio. Era la época dorada de las pastillas psicoáctivas y los jarabes para la tos. Romilar, aseptobrón ,reynol, artane y lexotanil eran parte de la dieta adolescente deseosa de escapar de las garras del capitalismo sofocante, que los esperaban en las paradas de los colectivos, que los esperaban en las puertas de las fábricas. Ahí también conocí el rencor de Ramón hacía su padre. Ramón había terminado la escuela primaria por el miedo que le tenía a su padre. Pero al comenzar la secundaria, conoció en los baños de la escuela técnica el elixir que le fue dando poder para enfrentar su miedo. En el barrio todos recordamos, hasta el día de hoy, cuando el padre de Ramón lo fue a buscar a la esquina y trato de humillarlo frente a todos. Era domingo y el padre de Ramón lo había pasado bebiendo, como todos los domingos, después del asado tradicional y las golpizas tradicionales a  su esposa y demás hijos. Llegó a la esquina para descargar su frustración al hijo que, de a poco, se iba alejando del círculo vicioso de violencia. Pero Ramón no se dejó violentar. Ramón se impuso a su padre apoyándole su navaja en la garganta  prometiéndole que la próxima vez la introduciría sin pensarlo. Ramón estaba totalmente alienado por los fármacos y el alcohol, su semblante decía que estaba dispuesto a todo. Desde el fondo de sus ojos derramados se podía ver el resentimiento albergado en su espíritu. Por un tiempo Ramón pudo mantenerse alejado de la furia de su padre.
    A Ramón, como a muchos de los jóvenes del barrio, no pudieron evitar la delincuencia y las garras de la justicia, incluso yo. En una de las tantas orgías psicodélicas en las esquina del barrio, Ramón intentó robar a mano armada a los pasajeros de un colectivo. El asalto fue frustrado y Ramón terminó compareciendo frente al juez. Nuevamente Ramón volvía a ser humillado por otra figura paterna. El padre de Ramón aprovechó esta oportunidad para volver a traer a su hijo hacia su círculo de control y violencia. Lo empleó en su carnicería enseñándole el oficio, pero a Ramón nada de esto le importaba. Solo esperaba el momento en el cual iba a poder desprenderse de su padre. Yo me he permitido atribuirle algunos pensamientos a Ramón. Las veces que se lo veía en la carnicería y su padre lo humillaba frente a los clientes, yo notaba la manera en que cortaba las piezas y desde sus ojos se filtraban sus fantasías parricidas. No es difícil imaginar que Ramón canalizaba su ira al cortar la carne con la cuchilla.
   Por un tiempo Ramón se mantuvo ocupado en la carnicería. Había dejado de ir a la esquina, había dejado de consumir, pero todos sabíamos que esa retirada era solamente temporaria y volvería con más fuerza las ganas de consumir. Ramón no era el único joven que trataba de desprenderse de su familia yendo a la esquina y tomando cualquier porquería que otorgara el privilegio del olvido. Solo era cuestión de tiempo. La olla a presión comenzaba a silbar y lo mejor, siempre, es mantenerse alejado cuando se destape.
    Lo que nos enteramos fue que el padre de Ramón, al finalizar la semana no le quiso pagar por su trabajo. Ramón quiso golpearlo pero el padre le advirtió de su situación judicial.  El padre lo extorsionó diciéndole que iría con el juez a informar de su conducta y que le revocara la libertad condicional, en la cual el padre habría sido garante ante el juez. Ramón contuvo el golpe pero no pudo contener la impotencia. Llegó a la esquina llorando y tomó una caja de vino de un solo trago. Alguien le paso algunas pastillas y el dolor comenzó a cesar.
   Esa noche hubo de todo, desde pastillas, cocaína hasta ganchos de ketalar. Pero la explosión nuclear que arrasó con los espíritus atormentados fue un té de floripondio que nadie nunca supo de donde salió ni quién lo hizo. Como es sabido, el té de floripondio es difícil de ingerir. El sabor amargo y tóxico del veneno de la planta enseguida comienza a cerrar la garganta, la visión se pone borrosa, comienzan las alucinaciones y la coordinación motora es todo un problema. La mayoría de los que estábamos en la esquina bebió un sorbo del té que había aparecido en una botella de gaseosa de dos litros. Ramón tomó la botella y bebió un trago largo, me pasó la botella y yo también bebí un trago largo. Sin pensarlo nos bebimos toda la botella.
    Me he vedado las descripciones sobre las alucinaciones que ocurrieron después entre Ramón y yo. No interesa saber de los infinitos laberintos de la conciencia, de los innumerables espacios que acontecen en el ahora, de los saltos cuánticos o los hologramas que a veces llamamos destino. No interesa saber de eso. Una por la insuficiencia de nuestro lenguaje, otra la del espíritu. Lo que sí importa para que la historia de Ramón tenga trascendencia y poder entenderlo en el hoy es la siguiente:
   Las visiones del floripondio nos fueron arrastrando a la carnicería de su padre. Podrían ser las visiones o el caprichoso y hologramático destino que nos quería presentar su plan. Los dos estábamos en la carnicería de su padre. Yo me recliné sobre un sillón de aristas verdes carente de materia. Necesitaba descansar del torbellino que iba creciendo en mí, quitándome la fuerza. Apenas podía levantar los parpados y la resequedad en la boca me hacía sentir que moriría de sed ahí mismo. A mí alrededor, sobre las paredes de la carnicería, desfilaban sin cesar todo tipo de imágenes. Fue cuando al recorrer las paredes de la carnicería lo vi a Ramón parado frente a la sierra sin fin que tenía su padre. Él sonreía y me miraba, y era cierto. Tenía los brazos muy largos. Los levantaba y estos se ondulaban como si fueran un par de barriletes o banderas. En estos estados no hace falta lenguajes ni pensamientos. Todo está ahí a disposición. En nuestra comunicación psicotrópica yo asentí también, era una buena idea, la mejor idea, la que lo liberaría definitivamente. Ramón no dejaba de sonreír. Con uno de sus brazos alargados prendió la sierra. La carnicería se inundó de voluptuosos colores y sonidos diáfanos rebotaban por todos lados. Con el brazo izquierdo, Ramón tomó su brazo derecho y lo pasó por la sierra. Con su boca tomó el brazo izquierdo y también lo pasó por la sierra dejándolo caer en el suelo al lado del otro. De sus brazos amputados salieron miles de bayas y detrás, una ardilla de cada brazo salió corriendo. Iban persiguiendo a las bayas y al alcanzarlas y comerlas se multiplicaban en otras miles. Luego se perdieron por algún hueco del espacio que nosotros todavía no conocíamos. Ramón sonreía y gritaba sin abrir la boca: ¡Soy libre! ¡Soy libre! Levantando lo que quedaba de sus brazos. Sí Ramón, sí Ramón, sos libre le decía yo, seguro sin abrir la boca.
    El padre de Ramón al escuchar el ruido de la sierra sin fin se levantó para ver que ocurría en la carnicería. Lo encontró a su hijo con los dos brazos amputados por la sierra. Como pudo lo cargó en el auto con los dos brazos. En el hospital le dijeron que le había salvado la vida, que si hubiera tardado un poco más Ramón no se salvaba. A pesar del esfuerzo del  padre por llevar los brazos amputados de Ramón, los médicos no pudieron hacer nada.

   Y este fue el acto que le valió la liberación a Ramón. No pudo trabajar más en la carnicería de su padre que tanto odiaba. Rompió con la tradición carniceros al que estaba destinado. Ahora Ramón se dedica a juntar monedas en los colectivos y trenes. Aprendió a pintar con la boca y ha desarrollado un talento único a través de los años y de los viajes con floripondío. Yo lo sigo acompañándolo en esos viajes. Hemos descubierto la mayoría de galerías subterráneas del inconsciente. Hemos controlado la mayoría de las alucinaciones en nuestro beneficio y ciertas astucias que también he vedado para el espíritu que recién se inicia. Cuando Ramón se amputó los brazos teníamos los dos diecinueve años. Hoy ya tenemos cuarenta y cinco cada uno. Lo que el resto no sabe y, esto no lo voy a vedar, es que en nuestros viajes de floripondio Ramón conserva su brazos; pero estos son brazos nuevos.



   El poeta audicionó para el papel de Nice Guy Eddie de Perros de la calle. El papel le hubiera valido al poeta si  no hubiera discutido con Tarantino por la conversación de apertura de la película. Es sabido que el monologo de Tarantino gira en torna  Like a Virgin de Madonna. El Poeta sugirió Luna de miel de Virus. Acto seguido Tarantino lo hecho del set y también de Hollywood.




domingo, 21 de mayo de 2017

Tinta, papel y espíritu



"Extranjeros en el presente, somos
ciudadanos del lenguaje, después de todo. Pienso entonces que la literatura no
consiste sino en frotar los palitos de la lengua hasta encender las palabras. Y
aunque la hoguera lleve ardiendo miles de años siempre que se escribe se lo
hace por primera vez. Unos pocos arrojan troncos que arden por siglos; pequeñas
ramas es lo habitual (sin embargo, hay brasitas que son para siempre). Nada de
eso importa mucho: se escribe para alimentar el fuego, no para otra cosa; se
escribe para regresar." Maelstrom, Luis Sagasti 








Tinta azul sobre papel azul

Palabras gastadas sobre palabras nuevas

Redundancia sobre nuevos sentidos

Y sin embargo las palabras fluyen sin trabajo;

Porque el trabajo es escribir solamente

Alimentar la hoguera

Hoguera Infinita

Infinita de sentidos

Las palabras fluyen sin cesar

De este espíritu, de estas formas

De esta ansiedad por comunicar

Pensamientos, deseos, fantasías, temores, alegrías, y angustias

Comunicar solamente al papel

El papel es mi confidente

Al que todo le confieso

Al que todo le comunico

El que todo lo sabe

El que totalmente me conoce

El papel de estos cuadernos

Los que me conocen verdaderamente

Donde arde el lenguaje

Donde ardo con el lenguaje

Donde nuestro propósito es alimentar

A la hoguera.





    El día declina sobre el mar. Diáfanas brumas se levantan sobre las olas. Desde aquí el espectáculo diario sigue derramando su voluptuosidad sobre mis cuencos oculares. Algunas gaviotas quiebran el azul perfecto sobre el que se desplazan. Otras escoltan a los pescadores que vuelven de su faena diaria. Caminantes solitarios y los últimos rayos de sol se llevan consigo a lo que queda del día.Todos los días escribo a esta hora de la tarde. Y aunque todos los días arrojan los mismos matices, no he encontrado en mis cuadernos una nota que se parezca a la otra.



Diarios del Poeta




















Tinta, papel y espíritu


"Extranjeros en el presente, somos ciudadanos del lenguaje, después de todo. Pienso entonces que la literatura no consiste sino en frotar los palitos de la lengua hasta encender las palabras. Y aunque la hoguera lleve ardiendo miles de años siempre que se escribe se lo hace por primera vez. Unos pocos arrojan troncos que arden por siglos; pequeñas ramas es lo habitual (sin embargo, hay brasitas que son para siempre). Nada de eso importa mucho: se escribe para alimentar el fuego, no para otra cosa; se escribe para regresar." Maelstrom, Luis Sagasti 



Tinta azul sobre papel azul
Palabras gastadas sobre palabras nuevas
Redundancia sobre nuevos sentidos
Y sin embargo las palabras fluyen sin trabajo;
Porque el trabajo es escribir solamente
Alimentar la hoguera
Hoguera Infinita
Infinita de sentidos
Las palabras fluyen sin cesar
De este espíritu, de estas formas
De esta ansiedad por comunicar
Pensamientos, deseos, fantasías, temores, alegrías, y angustias
Comunicar solamente al papel
El papel es mi confidente
Al que todo le confieso
Al que todo le comunico
El que todo lo sabe
El que totalmente me conoce
El papel de estos cuadernos
Los que me conocen verdaderamente
Donde arde el lenguaje
Donde ardo con el lenguaje
Donde nuestro propósito es alimentar
A la hoguera.


    El día declina sobre el mar. Diáfanas brumas se levantan sobre las olas. Desde aquí el espectáculo diario sigue derramando su voluptuosidad sobre mis cuencos oculares. Algunas gaviotas quiebran el azul perfecto sobre el que se desplazan. Otras escoltan a los pescadores que vuelven de su faena diaria. Caminantes solitarios y los últimos rayos de sol se llevan consigo a lo que queda del día.Todos los días escribo a esta hora de la tarde. Y aunque todos los días arrojan los mismos matices, no he encontrado en mis cuadernos una nota que se parezca a la otra.

Diarios del Poeta









viernes, 19 de mayo de 2017

Feliz por error

Y ahora lo sé

Siempre fui feliz por error.

Lo leí en un poema que

Estaba en la calle

Y no me importa parafrasearlo o

Plagiarlo

Porque la poesía no es de nadie.

No me importa apropiarme

De los versos de otros

Y que los otros se apropien

De mis versos (si es que son válidos).

No me importa que me inicien acciones legales

María Kodama o los herederos de Bolaño

Los de Kafka o los de Faulkner

Que me embarguen o me exilien de la poesía

(Ya una vez Platón me exilió de su Republica)

Porque la poesía no se embarga

Y el exilio alimenta a la poesía.

Así que me hacen un favor si me embargan

Me hacen un favor si me desprestigian

Y  me calumnian

Me hacen un favor si me disparan por cada verso robado

Porque los versos sobrevivirán

No así mi carne, pero sí mi nombre.

Así que vayan preparando su demandas

Sus embargos

Sus desprestigios

Y sus calumnias

Y a sus abogados especialmente.

Vayan preparando la plata

Que les voy a ganar;

Porque la poesía no es de nadie.







      Escribo esto después de haber estado enojado. Hoy, al ir a la universidad a cursar una de las tantas materias del plan de estudios de Letras, justo unos  metros antes de llegar al edificio de Humanidades, noté que la rueda delantera de mi bicicleta estaba pinchada. Confirmé mi sospecha. La de que los trabajadores municipales que cortan el pasto en las bicisendas, en vez de prestar un servicio, lo único que hacen es acarrearte más problemas.Porque al cortar el pasto levantan todas las rosetas sobre la senda de las bicicletas. Porque nadie se da cuenta de que deberían barrer la senda luego de cortar el pasto para que las bicicletas no se pinchen. Pero bueno, ese fue mi problema a la tarde. Volví a casa caminando. La mitad del camino lo atravesé enojado, luego me olvidé. Luego, al llegar a casa, vi la noticia y agradecí a la roseta que me desvió de la rutina cuando me enteré de la bomba que estalló en el edificio de Humanidades. Dios bendiga a dios por haber creado a las rosetas y a los inútiles que no barren la bicisenda después de cortar el pasto.



Diarios del Poeta










Feliz por error

Y ahora lo sé
Siempre fui feliz por error.
Lo leí en un poema que
Estaba en la calle
Y no me importa parafrasearlo o
Plagiarlo
Porque la poesía no es de nadie.
No me importa apropiarme
De los versos de otros
Y que los otros se apropien
De mis versos (si es que son válidos).
No me importa que me inicien acciones legales
María Kodama o los herederos de Bolaño
Los de Kafka o los de Faulkner
Que me embarguen o me exilien de la poesía
(Ya una vez Platón me exilió de su Republica)
Porque la poesía no se embarga
Y el exilio alimenta a la poesía.
Así que me hacen un favor si me embargan
Me hacen un favor si me desprestigian
Y  me calumnian
Me hacen un favor si me disparan por cada verso robado
Porque los versos sobrevivirán
No así mi carne, pero sí mi nombre.
Así que vayan preparando su demandas
Sus embargos
Sus desprestigios
Y sus calumnias
Y a sus abogados especialmente.
Vayan preparando la plata
Que les voy a ganar;
Porque la poesía no es de nadie.



      Escribo esto después de haber estado enojado. Hoy, al ir a la universidad a cursar una de las tantas materias del plan de estudios de Letras, justo unos  metros antes de llegar al edificio de Humanidades, noté que la rueda delantera de mi bicicleta estaba pinchada. Confirmé mi sospecha. La de que los trabajadores municipales que cortan el pasto en las bicisendas, en vez de prestar un servicio, lo único que hacen es acarrearte más problemas.Porque al cortar el pasto levantan todas las rosetas sobre la senda de las bicicletas. Porque nadie se da cuenta de que deberían barrer la senda luego de cortar el pasto para que las bicicletas no se pinchen. Pero bueno, ese fue mi problema a la tarde. Volví a casa caminando. La mitad del camino lo atravesé enojado, luego me olvidé. Luego, al llegar a casa, vi la noticia y agradecí a la roseta que me desvió de la rutina cuando me enteré de la bomba que estalló en el edificio de Humanidades. Dios bendiga a dios por haber creado a las rosetas y a los inútiles que no barren la bicisenda después de cortar el pasto.

Diarios del Poeta




miércoles, 17 de mayo de 2017

Notas al pie


Escribí unas notas


Sobre la madera


De la mesa del café,


Notas de amor y de despedida;


Como si hubiera estado


Enamorado y


Fuera a despedirme de alguien.





Pero nada de verdad


Había en esto,


Yo no estaba enamorado y


No me estaba despidiendo de nadie.





Solamente había olvidado


Mi cuaderno y mi


Lapicera


Solamente me estaba preparando


Para cuando me enamore y

Tenga que despedirme.







"...ese día tropecé en una esquina concurrida. Debía llegar a una cita y el episodio de caer en público me había puesto de mal humor y renuncié a ir al encuentro. Luego lo agradecí. A unos metros del café en donde debía verme con mi cita, un grupo fuertemente armado se enfrentó con un grupo de policías desprevenidos. La señorita con la cual debía verme, al ir llegando al café, fue alcanzada por una ráfaga de metralla en el momento en que se desataba la balacera. Del enfrentamiento y del nombre de las víctimas me enteré por los diarios. No pude salir de casa en un mes. Cuando logré salir de casa, me senté en el primer café que encontré y escribí estas lineas sin mucho pensar. Las escribí en una servilleta. Las guardé en mi bolsillo y hoy, luego de 4 años, he vuelto a encontrar la servilleta con el triste recuerdo de ese día."



Diarios del Poeta






Notas al pie

Escribí unas notas
Sobre la madera
De la mesa del café,
Notas de amor y de despedida;
Como si hubiera estado
Enamorado y
Fuera a despedirme de alguien.

Pero nada de verdad
Había en esto,
Yo no estaba enamorado y
No me estaba despidiendo de nadie.

Solamente había olvidado
Mi cuaderno y mi
Lapicera
Solamente me estaba preparando
Para cuando me enamore y
Tenga que despedirme.



"...ese día tropecé en una esquina concurrida. Debía llegar a una cita y el episodio de caer en público me había puesto de mal humor y renuncié a ir al encuentro. Luego lo agradecí. A unos metros del café en donde debía verme con mi cita, un grupo fuertemente armado se enfrentó con un grupo de policías desprevenidos. La señorita con la cual debía verme, al ir llegando al café, fue alcanzada por una ráfaga de metralla en el momento en que se desataba la balacera. Del enfrentamiento y del nombre de las víctimas me enteré por los diarios. No pude salir de casa en un mes. Cuando logré salir de casa, me senté en el primer café que encontré y escribí estas lineas sin mucho pensar. Las escribí en una servilleta. Las guardé en mi bolsillo y hoy, luego de 4 años, he vuelto a encontrar la servilleta con el triste recuerdo de ese día."

Diarios del Poeta


El ruiseñor del Reybufón


Escuché a un ruiseñor en el parque;


Quizás fue un ruiseñor,


O un colobrí


O una urraca;


Lo cierto es que corrí


A escribir sobre aquello


En un manuscrito


Para poder ver el pulso


De mi sangre


Y para no olvidarme


De su bello canto.





Creo haber recordado todo


Y si no es así


Seguiré intentándolo


Escuchándolo


Aquí o en mis sueños


Aquí o en otra vida


Como Gastón o como Keats


Como Borges o Coleridge




Como Reybufón o como Ruiseñor.











   Último poema de Nietzsche Y Luca Prodan: Los años locos de la poesía. La editorial Malandra se negó a incluir el poema en el libro. El poeta le apostó el dueño de la editorial la inclusión del poema si éste perdía una partida de pase ingles. El resultado fue avasallante. No solo le ganó la inclusión del poema; también le ganó un Dodge Polara modelo 71 color naranja.















El ruiseñor del Reybufón

Escuché a un ruiseñor en el parque;
Quizás fue un ruiseñor,
O un colobrí
O una urraca;
Lo cierto es que corrí
A escribir sobre aquello
En un manuscrito
Para poder ver el pulso
De mi sangre
Y para no olvidarme
De su bello canto.

Creo haber recordado todo
Y si no es así
Seguiré intentándolo
Escuchándolo
Aquí o en mis sueños
Aquí o en otra vida
Como Gastón o como Keats
Como Borges o Coleridge

Como Reybufón o como Ruiseñor.



   Último poema de Nietzsche Y Luca Prodan: Los años locos de la poesía. La editorial Malandra se negó a incluir el poema en el libro. El poeta le apostó el dueño de la editorial la inclusión del poema si éste perdía una partida de pase ingles. El resultado fue avasallante. No solo le ganó la inclusión del poema; también le ganó un Dodge Polara modelo 71 color naranja.




lunes, 15 de mayo de 2017

Villa Albertina


   Me
senté en el colchón mientras sentía el rugir de mi panza. Miré hacia la pieza
de papá y vi el colchón vacío. Otra noche en que no volvía a dormir a casa. Fui
hasta la heladera y no encontré nada para comer. Lo único que la ocupaba eran
dos botellas de vino y una de cerveza. Me subí a la mesada y tomé agua de la
canilla. Me dieron ganas de mear. Siempre meaba en la rejilla que está entre el
inodoro y el bidet. El pozo del baño no se desagotaba desde que mamá cayó en
cana. Con lo cual la mierda llegaba hasta el borde del inodoro. Los amigos de
papá meaban de lejos para no salpicarse, algunos puteaban y le reclamaban por
qué no desagotaba el pozo. Él siempre decía “mañana”. Capaz que lo desagote el
día que vuelva mamá, pensaba yo. Y justo que pensaba en mamá, justo en que
recordaba cuando la casa tenía muchos muebles y la habitaba mucha gente, sonó
el teléfono: era ella llamando desde el penal. Me saludó con cariñó y me
preguntó cómo estaba. Le dije” bien,pero tengo hambre". Se hizo un silencio
y me preguntó por papá con la voz quebrada, quizá llorando. Le dije que estaba
en la esquina con los pibes, que hacía una semana que estaban festejando el laburo
que le habían hecho a un camión de caudales. Le dije también que papá no me
dejaba tomar merca, que le había prohibido a los tranzas que me vendieran; y no
solo a mí sino a todos los que patean conmigo. Mamá me dijo que me quedara
tranquilo, que pronto iba a salir e íbamos a tomar juntos. Me iba a enseñar a
cocinarla para fumar, pero eso sí: Nada de agujas. Me volvió a repetir el mismo
sermón de siempre. Ella no quiere que yo pase por lo
mismo que tuvo que pasar ella con las agujas. Antes de despedirse, me dijo que mañana iba a
volver a llamarme para saludarme por mi cumpleaños. Le
pregunté cuántos años cumplía. Me dijo que cumpliría nueve años.


    Fui hasta
la esquina donde estaba papá con todos los vagos. Cuando llegue a donde estaban,
Garrincha me saludo revolviéndome el pelo. “Y guachín, ¿Qué onda?”, me dijo.
Tenía los ojos derramados en sangre. Todos estaban igual. Una semana entera
hacia que estaban escabiando y tomando merca. Papá al verme largó la botella de
cerveza que estaba empinando, me alzó en sus brazos y me dio un beso en las
mejillas. El olor a alcohol se mezclaba con el olor a cocaína que tenía en la
nariz. Me preguntó si necesitaba algo y le dije que tenía hambre. Me dejó en el
suelo y metió la mano en el bolsillo. Sacó un fajo de billetes y me dio uno. Me dijo
que vaya a comer y volvió a empinar la cerveza.


   En el
camino hacia el almacén lo crucé al Dengue. Le dije que iba a comprar para
comer. Él del bolsillo saco un porro que le había dado el hermano. Yo le dije que
tenía un vino en mi casa.


    Yo me comí
tres sandwiches de mortadela, el Dengue uno solo. Con el vino y el porro fuimos
hasta el campito. Justo cuando lo prendíamos apareció el Nico y el Cesar.
Estaban re-locos, venían aspirando pegamento. El Nico me pasó su bolsa y el
Cesar se la pasó al Dengue. Mientras ellos fumaban, nosotros bolseábamos. Al rato de aspirar quedé tirado en el pasto, alucinando con las
nubes y pensando en mamá. Les dije al resto que mañana era mi cumpleaños. Alguien
preguntó cuántos años cumplía. Nueve, dije.


    Al otro día me
despertó el sonido del teléfono: Era mamá. Noté que estaba contenta. Me preguntó
si había comido. Le dije que sí, que había comprado para comer ayer y había dejado
algo para hoy. En ningún momento me preguntó por papá. Charlamos un rato sobre su
proceso, que su abogado le había dicho que si todo salía bien en seis meses
estaría en casa. Luego me dijo que me quería mucho y que la pase bien.  Nos despedimos y ahora sí se noté que lloraba. Colgué y me quedé mirando a la heladera. Otra vez pensaba en los
muebles que alguna vez tuvimos. Ahora solo quedaba la heladera para enfriar el escabio, el teléfono para que papá llamara a los tranzas o arreglar
algún laburo ,y, debés en cuando llamar a mamá al penal. Pero lo cierto es que
eran más la veces que ella  llamaba. Me quedé pensando en sí los colchones
formarían parte de los muebles, pero dejé de pensar cuando el Dengue entró
pateando la puerta con una lata de fortex de dos kilos. “¡Feliz cumpleaños
guacho!”, dijo levantando la lata. Salimos a la calle a buscar algunas bolsas
para preparar el pegamento. Justo en eso venían el Cesar y el Nico. Me
saludaron con patadas en el culo. El Nico tenía un bagullo de porro pero ninguno
de nosotros  sabía armar. Fuimos hasta la
esquina para que el Garrincha los armara. El Garrincha tenía buena
onda con nosotros, siempre nos armaba los porros. Siempre nos enseñaba, pero
todavía no podíamos armarlos bien, con lo cual tirábamos la mitad en el
intento.


    A pesar de
la caravana que tenía encima, papá se acordó de mi cumpleaños. Me alzó y me
llenó de besos. Les decía a todos que yo era la razón de su vida, que cuando yo
crezca y él ya no esté, yo me iba a quedar como capo de la rancheada. Mientras
tanto el Nico le había dado al Garrincha el bagullo. Armó cuatro. Al último, sin que papá lo viera, lo nevó con bastante
cocaína. Ese porro me lo pasó a mí. Me dijo: Feliz cumpleaños guachín, y me
guiñó el ojo. Nos hizo una seña para que lo vayamos a fumar al campito. Antes
de irnos papá me paso un par de billetes.


    En el
campito, mientras fumábamos y bolseábamos, se nos ocurrió ir hasta el Bajo Flores
a comprar merca. Fumamos un porro más y preparamos bolsas chicas para meter
adentro de la manga del buzo; para poder ir bolseando en el colectivo. Escondimos la lata de fortex
y nos fuimos tomar el 101. Nos fuimos cagando de risa durante todo el viaje.


    En la
villa nadie nos quiso vender. Los que andaban comprando en la villa tampoco nos
quisieron comprar. Al final nos tuvimos que ir sin poder comprar merca, solo
compramos algunos fasos armados. En la última línea a la que fuimos el Dengue
se puso tan cargoso que el tranza nos sacó el fierro y amenazó con darnos un
tiro. Así que volvimos a tomar el 101 para volver al barrio y darle duro a la
lata de fortex.


    Apenas
bajamosm del colectivo compramos 4 cajas de vino. Buscamos bolsas nuevas para el
pegamento y fuimos al campito. Pasamos toda la tarde jalando, tomando vino y
fumando porro hasta que el pegamento se acabó. También se estaba acabando el
vino y el porro. Les dije a los demás que me acompañen a pedirle más plata a papá
para comprar un par de bagullos más. Estábamos totalmente locos. El piso se me
movía, alucinaba y me caí un par de veces. Todavía no habíamos salido del
campito cuando caí sobre el pastizal que crece al lado del arroyo. El Dengue me levantó y el Nico vio que
había caído sobre una mochila. Abrió la mochila y saco una 9 milímetros. Todos
pensamos que estábamos alucinando pero no. La mochila estaba llena de fierros. Ocho fierros había.  Tres 9 milímetros, dos 38
largo, tres 22 corto y dos cajas de balas. El Nico sabía de fierros y los revisó.
Todos estaban cargados. Seguramente alguien los había descartado o los habían
dejado acovachados para algún laburo. Nos calzamos dos fierros cada uno en la
cintura como si fuéramos altos pistoleros; y fuimos hasta la esquina. Yo sabía que esto le iba a caer bien a papá,
ya que siempre andaba a la búsqueda de fierros para los laburos.
Sabía que esto nos merecería el respeto debido para poder parar en la esquina
con todos los demás.


    Antes de
llegar a la esquina vi que había dos autos. Por un momento creí que estaba alucinando, pero
no. Era uno de los socios de papá y no estaban  de joda: Estaban discutiendo. Yo
no entendía nada, solamente escuchaba que se gritaban y el ambiente estaba
denso. A mí y a los demás no nos preocupó, estábamos
acostumbrados a los gritos, peleas y tiroteos en el barrio. Nos habíamos
quedado al costado del resto, expectantes a lo que pudiera llegar a pasar. Los
gritos seguían, se amenazaban. El Garrincha quiso saltar en defensa de papá y
uno de la otra banda sacó el fierro y le dio un cañazo en la cabeza. El
Garrincha empezó a sangrar y noté como puteaba por lo bajo. Los de la otra
banda empezaron a irse. Prometían volver. Prometían tiros para todos. El que le rompió la cabeza al Garrincha tiró dos tiros
al piso cuando se iba. Papa preguntó si alguien estaba enfierrado. Esa tarde
nadie traía los fierros encima. Yo me adelanté, saqué los dos fierros que tenía y uno
se lo pasé a papá y el otro al Garrincha. Papá me miró asombrado al ver que yo
le pasaba un fierro, pero dejó el asombro de lado y empezó a tirarle a los
autos. El Dengue, el Nico y el Cesar también les pasaron los fierros a los demás
 y de pronto se armó terrible balacera
contra los autos. Rechinaron las cubiertas contra el asfalto al ser
sorprendidos por semejante tiroteo. La luneta de uno de los autos explotó en la
huida y no pudieron devolver el ataque. Todos los cargadores se vaciaron. Papá volvió
al asombro y me preguntó de dónde habíamos sacado lo fierros. Mientras le explicaba se
largó a llorar. Me abrazaba y besaba. Todos se pusieron contentos. Todos abrían
sus bolsas, gritaban y tomaban. Papá mandó a uno de sus soldados a comprar
cervezas. El Garrincha abrió su bolsa y con una moneda nos convido un
saque a cada uno. Él se tomó 3 saques seguidos, cargó el fierro y descargó todo
el cargador contra una pared, como si estuviera ejecutando al gil que le rompió
la cabeza.

    Esa fue la
primera noche que pasamos y amanecimos con los pibes de la esquina. Una y mil
veces comentaban la secuencia de la tarde. A todos los que pasaban por la
esquina les contaban de nuestra  hazaña.
Esa tarde ellos se ganaron el respeto con los de la otra banda. Esa tarde nosotros
también nos ganamos el respeto con los pibes de la esquina y, especialmente,
con papá. Esa tarde empezamos a tomar merca piola, de la que bajaba papá de
Ingeniero Budge.






















Villa Albertina

   Me senté en el colchón mientras sentía el rugir de mi panza. Miré hacia la pieza de papá y vi el colchón vacío. Otra noche en que no volvía a dormir a casa. Fui hasta la heladera y no encontré nada para comer. Lo único que la ocupaba eran dos botellas de vino y una de cerveza. Me subí a la mesada y tomé agua de la canilla. Me dieron ganas de mear. Siempre meaba en la rejilla que está entre el inodoro y el bidet. El pozo del baño no se desagotaba desde que mamá cayó en cana. Con lo cual la mierda llegaba hasta el borde del inodoro. Los amigos de papá meaban de lejos para no salpicarse, algunos puteaban y le reclamaban por qué no desagotaba el pozo. Él siempre decía “mañana”. Capaz que lo desagote el día que vuelva mamá, pensaba yo. Y justo que pensaba en mamá, justo en que recordaba cuando la casa tenía muchos muebles y la habitaba mucha gente, sonó el teléfono: era ella llamando desde el penal. Me saludó con cariñó y me preguntó cómo estaba. Le dije” bien,pero tengo hambre". Se hizo un silencio y me preguntó por papá con la voz quebrada, quizá llorando. Le dije que estaba en la esquina con los pibes, que hacía una semana que estaban festejando el laburo que le habían hecho a un camión de caudales. Le dije también que papá no me dejaba tomar merca, que le había prohibido a los tranzas que me vendieran; y no solo a mí sino a todos los que patean conmigo. Mamá me dijo que me quedara tranquilo, que pronto iba a salir e íbamos a tomar juntos. Me iba a enseñar a cocinarla para fumar, pero eso sí: Nada de agujas. Me volvió a repetir el mismo sermón de siempre. Ella no quiere que yo pase por lo mismo que tuvo que pasar ella con las agujas. Antes de despedirse, me dijo que mañana iba a volver a llamarme para saludarme por mi cumpleaños. Le pregunté cuántos años cumplía. Me dijo que cumpliría nueve años.
    Fui hasta la esquina donde estaba papá con todos los vagos. Cuando llegue a donde estaban, Garrincha me saludo revolviéndome el pelo. “Y guachín, ¿Qué onda?”, me dijo. Tenía los ojos derramados en sangre. Todos estaban igual. Una semana entera hacia que estaban escabiando y tomando merca. Papá al verme largó la botella de cerveza que estaba empinando, me alzó en sus brazos y me dio un beso en las mejillas. El olor a alcohol se mezclaba con el olor a cocaína que tenía en la nariz. Me preguntó si necesitaba algo y le dije que tenía hambre. Me dejó en el suelo y metió la mano en el bolsillo. Sacó un fajo de billetes y me dio uno. Me dijo que vaya a comer y volvió a empinar la cerveza.
   En el camino hacia el almacén lo crucé al Dengue. Le dije que iba a comprar para comer. Él del bolsillo saco un porro que le había dado el hermano. Yo le dije que tenía un vino en mi casa.
    Yo me comí tres sandwiches de mortadela, el Dengue uno solo. Con el vino y el porro fuimos hasta el campito. Justo cuando lo prendíamos apareció el Nico y el Cesar. Estaban re-locos, venían aspirando pegamento. El Nico me pasó su bolsa y el Cesar se la pasó al Dengue. Mientras ellos fumaban, nosotros bolseábamos. Al rato de aspirar quedé tirado en el pasto, alucinando con las nubes y pensando en mamá. Les dije al resto que mañana era mi cumpleaños. Alguien preguntó cuántos años cumplía. Nueve, dije.
    Al otro día me despertó el sonido del teléfono: Era mamá. Noté que estaba contenta. Me preguntó si había comido. Le dije que sí, que había comprado para comer ayer y había dejado algo para hoy. En ningún momento me preguntó por papá. Charlamos un rato sobre su proceso, que su abogado le había dicho que si todo salía bien en seis meses estaría en casa. Luego me dijo que me quería mucho y que la pase bien.  Nos despedimos y ahora sí se noté que lloraba. Colgué y me quedé mirando a la heladera. Otra vez pensaba en los muebles que alguna vez tuvimos. Ahora solo quedaba la heladera para enfriar el escabio, el teléfono para que papá llamara a los tranzas o arreglar algún laburo ,y, debés en cuando llamar a mamá al penal. Pero lo cierto es que eran más la veces que ella  llamaba. Me quedé pensando en sí los colchones formarían parte de los muebles, pero dejé de pensar cuando el Dengue entró pateando la puerta con una lata de fortex de dos kilos. “¡Feliz cumpleaños guacho!”, dijo levantando la lata. Salimos a la calle a buscar algunas bolsas para preparar el pegamento. Justo en eso venían el Cesar y el Nico. Me saludaron con patadas en el culo. El Nico tenía un bagullo de porro pero ninguno de nosotros  sabía armar. Fuimos hasta la esquina para que el Garrincha los armara. El Garrincha tenía buena onda con nosotros, siempre nos armaba los porros. Siempre nos enseñaba, pero todavía no podíamos armarlos bien, con lo cual tirábamos la mitad en el intento.
    A pesar de la caravana que tenía encima, papá se acordó de mi cumpleaños. Me alzó y me llenó de besos. Les decía a todos que yo era la razón de su vida, que cuando yo crezca y él ya no esté, yo me iba a quedar como capo de la rancheada. Mientras tanto el Nico le había dado al Garrincha el bagullo. Armó cuatro. Al último, sin que papá lo viera, lo nevó con bastante cocaína. Ese porro me lo pasó a mí. Me dijo: Feliz cumpleaños guachín, y me guiñó el ojo. Nos hizo una seña para que lo vayamos a fumar al campito. Antes de irnos papá me paso un par de billetes.
    En el campito, mientras fumábamos y bolseábamos, se nos ocurrió ir hasta el Bajo Flores a comprar merca. Fumamos un porro más y preparamos bolsas chicas para meter adentro de la manga del buzo; para poder ir bolseando en el colectivo. Escondimos la lata de fortex y nos fuimos tomar el 101. Nos fuimos cagando de risa durante todo el viaje.
    En la villa nadie nos quiso vender. Los que andaban comprando en la villa tampoco nos quisieron comprar. Al final nos tuvimos que ir sin poder comprar merca, solo compramos algunos fasos armados. En la última línea a la que fuimos el Dengue se puso tan cargoso que el tranza nos sacó el fierro y amenazó con darnos un tiro. Así que volvimos a tomar el 101 para volver al barrio y darle duro a la lata de fortex.
    Apenas bajamosm del colectivo compramos 4 cajas de vino. Buscamos bolsas nuevas para el pegamento y fuimos al campito. Pasamos toda la tarde jalando, tomando vino y fumando porro hasta que el pegamento se acabó. También se estaba acabando el vino y el porro. Les dije a los demás que me acompañen a pedirle más plata a papá para comprar un par de bagullos más. Estábamos totalmente locos. El piso se me movía, alucinaba y me caí un par de veces. Todavía no habíamos salido del campito cuando caí sobre el pastizal que crece al lado del arroyo. El Dengue me levantó y el Nico vio que había caído sobre una mochila. Abrió la mochila y saco una 9 milímetros. Todos pensamos que estábamos alucinando pero no. La mochila estaba llena de fierros. Ocho fierros había.  Tres 9 milímetros, dos 38 largo, tres 22 corto y dos cajas de balas. El Nico sabía de fierros y los revisó. Todos estaban cargados. Seguramente alguien los había descartado o los habían dejado acovachados para algún laburo. Nos calzamos dos fierros cada uno en la cintura como si fuéramos altos pistoleros; y fuimos hasta la esquina. Yo sabía que esto le iba a caer bien a papá, ya que siempre andaba a la búsqueda de fierros para los laburos. Sabía que esto nos merecería el respeto debido para poder parar en la esquina con todos los demás.
    Antes de llegar a la esquina vi que había dos autos. Por un momento creí que estaba alucinando, pero no. Era uno de los socios de papá y no estaban  de joda: Estaban discutiendo. Yo no entendía nada, solamente escuchaba que se gritaban y el ambiente estaba denso. A mí y a los demás no nos preocupó, estábamos acostumbrados a los gritos, peleas y tiroteos en el barrio. Nos habíamos quedado al costado del resto, expectantes a lo que pudiera llegar a pasar. Los gritos seguían, se amenazaban. El Garrincha quiso saltar en defensa de papá y uno de la otra banda sacó el fierro y le dio un cañazo en la cabeza. El Garrincha empezó a sangrar y noté como puteaba por lo bajo. Los de la otra banda empezaron a irse. Prometían volver. Prometían tiros para todos. El que le rompió la cabeza al Garrincha tiró dos tiros al piso cuando se iba. Papa preguntó si alguien estaba enfierrado. Esa tarde nadie traía los fierros encima. Yo me adelanté, saqué los dos fierros que tenía y uno se lo pasé a papá y el otro al Garrincha. Papá me miró asombrado al ver que yo le pasaba un fierro, pero dejó el asombro de lado y empezó a tirarle a los autos. El Dengue, el Nico y el Cesar también les pasaron los fierros a los demás  y de pronto se armó terrible balacera contra los autos. Rechinaron las cubiertas contra el asfalto al ser sorprendidos por semejante tiroteo. La luneta de uno de los autos explotó en la huida y no pudieron devolver el ataque. Todos los cargadores se vaciaron. Papá volvió al asombro y me preguntó de dónde habíamos sacado lo fierros. Mientras le explicaba se largó a llorar. Me abrazaba y besaba. Todos se pusieron contentos. Todos abrían sus bolsas, gritaban y tomaban. Papá mandó a uno de sus soldados a comprar cervezas. El Garrincha abrió su bolsa y con una moneda nos convido un saque a cada uno. Él se tomó 3 saques seguidos, cargó el fierro y descargó todo el cargador contra una pared, como si estuviera ejecutando al gil que le rompió la cabeza.
    Esa fue la primera noche que pasamos y amanecimos con los pibes de la esquina. Una y mil veces comentaban la secuencia de la tarde. A todos los que pasaban por la esquina les contaban de nuestra  hazaña. Esa tarde ellos se ganaron el respeto con los de la otra banda. Esa tarde nosotros también nos ganamos el respeto con los pibes de la esquina y, especialmente, con papá. Esa tarde empezamos a tomar merca piola, de la que bajaba papá de Ingeniero Budge.






jueves, 11 de mayo de 2017

Pan


   La
panadería del tío Juan quedaba en el fondo de su casa. El fondo de la casa daba
a las vías del ferrocarril, donde jugábamos con mis primos nuestros primeros partidos
de fútbol y la mancha era el juego más divertido del mundo junto a la
escondida. Cuando llegaba de la escuela siempre lo iba a saludar. Nosotros
compartíamos parte del terreno junto a su familia. Nuestra casa quedaba
adelante y la de él atrás. Así que después de merendar con chocolatada y mirar
dibujos animados, siempre me daba una vuelta por su panadería.


    Siempre lo
encontraba preparando masas para pan y facturas. Debes en cuando hacía alguna torta para algún cumpleaños de los chicos de la cuadra. Todos los que se
criaron en Avellaneda alguna vez habrán oído hablar de mi tío Juan. En los
cumpleaños no podían faltar sus exquisitas tortas y facturas. Aún lo recuerdo
entre el aroma de la harina tostándose en el horno, junto al sonido de la radio
valvular, donde los tangos de Discepolo, Goyeneche, Anibal Troilo y Homero
Manzi se fundían con la misma masa del pan que cocinaba. Si me preguntaran por
momentos perfectos, evocaría a estos momentos sin dudarlo. También evocaría a
los domingos donde todos compartíamos el asado que, casi siempre, cocinaba él
mismo. Las charlas (a veces discusiones) que mi tío sostenía con aquellos que
no eran peronistas se tornaban insoportables, si no era porque después todos
juntos iban a la cancha. Él decía que era peronista de Perón, que cuando el
general volviera esto iba a cambiar. Que un hombre debe trabajar en la semana y
el fin de semana debe ocuparse de su familia y de Racing. En la panadería había
una imagen de Perón con los brazos en alto al lado del Racing de José  Pizzuti del 60´.


   El tío Juan
me enseñó todo sobre masas cuando empecé a trabajar con él. Tiempos, cocciones,
puntos de leudado en invierno y en verano, como estibar facturas y pintarlas
con almíbar. Todos sus consejos los recuerdo. También como traspiraba en los
días de verano junto al horno. El tío Juan era una persona bastante gorda, pero
eso no le dificultaba el trabajo. Ese día (el último que entré a la
panadería), desde afuera se podía escuchar por la radio Malevaje. El tío cantaba al estilo de Julio Sosa, se notaba que
estaba contento. En el momento en que yo entraba, él, estaba terminando de amasar pan.
Hacía calor en la panadería, el tío Juan estaba sin remera y la transpiración
le brotaba de todos lados de la espalda. Recogió toda la masa de la amasadora y se la echó al
hombro como si fuera una bolsa de cemento. Mientras caminaba hacia el torno con
la masa sobre su hombro derecho, veía como la transpiración caía de su espalda formando pequeños
charcos en el piso. Al dejar la masa sobre el torno advirtió que yo estaba parado en
la puerta mirándolo. Me saludó y me preguntó si lo iba a ayudar a estibar el pan. Le dije que no y me fui.




    Ayer, en
el asado con mis nuevos compañeros de trabajo alguien se acercó con un pedazo
de vacío en un pan. Le dije que no, que iba a esperar a que lo sirvieran en la
mesa. Insistió. Dije amablemente con una sonrisa: "no como pan, soy alérgico".















Pan

   La panadería del tío Juan quedaba en el fondo de su casa. El fondo de la casa daba a las vías del ferrocarril, donde jugábamos con mis primos nuestros primeros partidos de fútbol y la mancha era el juego más divertido del mundo junto a la escondida. Cuando llegaba de la escuela siempre lo iba a saludar. Nosotros compartíamos parte del terreno junto a su familia. Nuestra casa quedaba adelante y la de él atrás. Así que después de merendar con chocolatada y mirar dibujos animados, siempre me daba una vuelta por su panadería.
    Siempre lo encontraba preparando masas para pan y facturas. Debes en cuando hacía alguna torta para algún cumpleaños de los chicos de la cuadra. Todos los que se criaron en Avellaneda alguna vez habrán oído hablar de mi tío Juan. En los cumpleaños no podían faltar sus exquisitas tortas y facturas. Aún lo recuerdo entre el aroma de la harina tostándose en el horno, junto al sonido de la radio valvular, donde los tangos de Discepolo, Goyeneche, Anibal Troilo y Homero Manzi se fundían con la misma masa del pan que cocinaba. Si me preguntaran por momentos perfectos, evocaría a estos momentos sin dudarlo. También evocaría a los domingos donde todos compartíamos el asado que, casi siempre, cocinaba él mismo. Las charlas (a veces discusiones) que mi tío sostenía con aquellos que no eran peronistas se tornaban insoportables, si no era porque después todos juntos iban a la cancha. Él decía que era peronista de Perón, que cuando el general volviera esto iba a cambiar. Que un hombre debe trabajar en la semana y el fin de semana debe ocuparse de su familia y de Racing. En la panadería había una imagen de Perón con los brazos en alto al lado del Racing de José  Pizzuti del 60´.
   El tío Juan me enseñó todo sobre masas cuando empecé a trabajar con él. Tiempos, cocciones, puntos de leudado en invierno y en verano, como estibar facturas y pintarlas con almíbar. Todos sus consejos los recuerdo. También como traspiraba en los días de verano junto al horno. El tío Juan era una persona bastante gorda, pero eso no le dificultaba el trabajo. Ese día (el último que entré a la panadería), desde afuera se podía escuchar por la radio Malevaje. El tío cantaba al estilo de Julio Sosa, se notaba que estaba contento. En el momento en que yo entraba, él, estaba terminando de amasar pan. Hacía calor en la panadería, el tío Juan estaba sin remera y la transpiración le brotaba de todos lados de la espalda. Recogió toda la masa de la amasadora y se la echó al hombro como si fuera una bolsa de cemento. Mientras caminaba hacia el torno con la masa sobre su hombro derecho, veía como la transpiración caía de su espalda formando pequeños charcos en el piso. Al dejar la masa sobre el torno advirtió que yo estaba parado en la puerta mirándolo. Me saludó y me preguntó si lo iba a ayudar a estibar el pan. Le dije que no y me fui.

    Ayer, en el asado con mis nuevos compañeros de trabajo alguien se acercó con un pedazo de vacío en un pan. Le dije que no, que iba a esperar a que lo sirvieran en la mesa. Insistió. Dije amablemente con una sonrisa: "no como pan, soy alérgico".




Una navidad diferente

  “Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti” Friedrich Nietzsche        Pasó por la puerta principa...