jueves, 31 de enero de 2019

Llueve

Llueve

Y llueve.



La autopista

No deja pasar el agua.



El papel del cartel publicitario

Deja al frío fuera de mi cuerpo.



Los días ya no tiene nombre

Las fechas ya no importan,

El futuro llegó

Y se alejó hace rato.



Mi familia duerme a mi lado

También con un papel

De cartel publicitario.



La pava enegracida se calienta

Sobre el brasero. Unas medialunas

Se ablandan con el fuego. Un porro

Se arma y se prende en el brasero.



Ya no importa el futuro

Importa el ahora.



Mientras tanto la lluvia sigue cayendo

Cayendo

Cayendo.



Mientras el humo se disipa

El sueño narcótico al que me aferro

Me hace sentir que estoy

En el mejor lugar del mundo:

Y es que estoy en el mejor lugar

Del mundo:

La autopista no deja pasar la lluvia

El papel del cartel publicitario

No deja pasar el frío,

El brasero calienta la pava

Y el fuego prende el porro

Y el porro enciende

El sueño narcótico

Que me dice que estoy

En el mejor lugar del mundo

Mientras la lluvia

Sigue cayendo

Sigue cayendo

Sigue cayendo.












Llueve
Llueve
Y llueve.

La autopista
No deja pasar el agua.

El papel del cartel publicitario
Deja al frío fuera de mi cuerpo.

Los días ya no tiene nombre
Las fechas ya no importan,
El futuro llegó
Y se alejó hace rato.

Mi familia duerme a mi lado
También con un papel
De cartel publicitario.

La pava enegracida se calienta
Sobre el brasero. Unas medialunas
Se ablandan con el fuego. Un porro
Se arma y se prende en el brasero.

Ya no importa el futuro
Importa el ahora.

Mientras tanto la lluvia sigue cayendo
Cayendo
Cayendo.

Mientras el humo se disipa
El sueño narcótico al que me aferro
Me hace sentir que estoy
En el mejor lugar del mundo:
Y es que estoy en el mejor lugar
Del mundo:
La autopista no deja pasar la lluvia
El papel del cartel publicitario
No deja pasar el frío,
El brasero calienta la pava
Y el fuego prende el porro
Y el porro enciende
El sueño narcótico
Que me dice que estoy
En el mejor lugar del mundo
Mientras la lluvia
Sigue cayendo
Sigue cayendo
Sigue cayendo.





Rodolfo

Rodolfo prepara una canasta

Para llevar tortillas a sus hermanos.



Camina entre el sol abrasador de Tucumán

Y los surcos de algodón.

Los copos lo saludan

Hablan con él, y él les sonríe.



Rodolfo es un niño

Llegó al mundo

Un 7 de agosto de 1929

Su madre Eulogia

Y su Padre Fernando

También se encuentran

En los surcos

En los delicados copos de algodón;

Ellos también esperan

Un pedazo de tortilla

Para poder seguir la joranada.



Rodofo camina con la canasta

A cada uno le deja una tortilla

También les convida agua de un bidón.



Rodoldo disfruta del atardecer

En el campo.

Está sentado en la canasta

Observando el vuelo de una mariposa.

Detrás de la mariposa ve a sus hermanos

Y sus padres ir a su encuentro.

La jornada ha finalizado.



Su padre lo alza en brazos

Todos caminan hacia

La declinación del día.



Rodolfo es feliz, inocente,

Todavía no sabe que Teresa será su esposa

No sabe que tendrá 7 hijos

Y 16 nietos;

No sabe que Teresa lo cuidará

A él y sus hijos desde la Luz.



Rodolfo Fortunato Vázquez

Es mi abuelo

Pero él todavía no lo sabe.

Sabe que debe descansar con su familia

Para volver al otro día.



Rodolfo

Camina

Camina

Entre los surcos de algodón

Con su canasta

Dejando tortillas a sus hermanos.


















Rodolfo

Rodolfo prepara una canasta
Para llevar tortillas a sus hermanos.

Camina entre el sol abrasador de Tucumán
Y los surcos de algodón.
Los copos lo saludan
Hablan con él, y él les sonríe.

Rodolfo es un niño
Llegó al mundo
Un 7 de agosto de 1929
Su madre Eulogia
Y su Padre Fernando
También se encuentran
En los surcos
En los delicados copos de algodón;
Ellos también esperan
Un pedazo de tortilla
Para poder seguir la joranada.

Rodofo camina con la canasta
A cada uno le deja una tortilla
También les convida agua de un bidón.

Rodoldo disfruta del atardecer
En el campo.
Está sentado en la canasta
Observando el vuelo de una mariposa.
Detrás de la mariposa ve a sus hermanos
Y sus padres ir a su encuentro.
La jornada ha finalizado.

Su padre lo alza en brazos
Todos caminan hacia
La declinación del día.

Rodolfo es feliz, inocente,
Todavía no sabe que Teresa será su esposa
No sabe que tendrá 7 hijos
Y 16 nietos;
No sabe que Teresa lo cuidará
A él y sus hijos desde la Luz.

Rodolfo Fortunato Vázquez
Es mi abuelo
Pero él todavía no lo sabe.
Sabe que debe descansar con su familia
Para volver al otro día.

Rodolfo
Camina
Camina
Entre los surcos de algodón
Con su canasta
Dejando tortillas a sus hermanos.







Es


Como ver a mi tío muerto


En su cama,


Con su brazo desangrado


Por propia voluntad.





Es 


Como un amanecer


En Calafate 




Un atardecer en Cabo Polonio.





Es 


Como la garganta anestesiada 


Bloqueada


Que no deja pasar las palabras


Y estas se amontonan 


Mueren de asfixia


Se pudren 


Y comienzan a pudrir el esternón.





Es


Como el camino del Diablo


Que encontré a los 7 años 


En un paraje de  Puerto Deseado


La cara del Adversario


Y una cinta roja 


Todas dispuestas cada 7 metros.





Es 


Como el día de ayer


Pero con más frío.





Es 


Como una celda 


Y sus barrotes 


Y sus habitantes


Y uno de esos habitantes


Soy yo.





Es 


Como un descarga 


De humo pesado 


Desgarrando el sistema nervioso


Y el poco amor que me queda.





Es 


Como el recuerdo de mi tío


Llevándome a las librerías de usados;


Miro en su brazo 


Y no lo tiene cortado.





Es 


Como la primera cucharada 


De dulce de leche,


La primera vez que descubrí 


El sexo,


La primera vez 


Que me masturbé,


La primera vez que me emborraché


La primera vez que no me emborraché 


Después de tomar 30 cervezas,


La primera vez que amé,


La primera vez que odié.





Es


Como la primera vez 


Que empecé a desandar todo 


Este camino.





Es 


Como una catábasis.





Es


Como una anábasis.





Mis ejércitos de alucinaciones 


Han esperado todos estos años.





Yo mismo he diseñado 


Sus armaduras


Sus nombres 


Sus máscaras


Sus amores 


Sus resentimientos.





Ahora que la Fiebre pasó 


Y el Diablo no me acecha


Ya no necesito acechar a nadie.





Mis ejércitos siguen su marcha


Están volviendo a casa


Después de años de combate.


Están cansados, malheridos 


Y algunos llevan el cuerpo 


De su compañero a su familia.





El mismo sol que me abrigó 


En la infancia 


Es el mismo que me abrigó 


En la calle


Y el que entraba por la ventana 


De la celda


El mismo que estaba presente


El día que enterré a mi madre.





Y es como,


Y es como,


Y vuelvo a empezar todo de vuelta.





Y es como este poema


Que habla de todo 


Y nada a la vez,


Como yo


Que soy todo y nada a la vez


Que rompí el cristal del espejo


Y no me encontré ahí.





Voy a dejar de escribir


Si quieren encontrarme 


Puede que me encuentren


En estas lineas. Ya he dejado


Suficientes trazos de mi rostro


En este poema. 






























Es
Como ver a mi tío muerto
En su cama,
Con su brazo desangrado
Por propia voluntad.

Es 
Como un amanecer
En Calafate 
Un atardecer en Cabo Polonio.

Es 
Como la garganta anestesiada 
Bloqueada
Que no deja pasar las palabras
Y estas se amontonan 
Mueren de asfixia
Se pudren 
Y comienzan a pudrir el esternón.

Es
Como el camino del Diablo
Que encontré a los 7 años 
En un paraje de  Puerto Deseado
La cara del Adversario
Y una cinta roja 
Todas dispuestas cada 7 metros.

Es 
Como el día de ayer
Pero con más frío.

Es 
Como una celda 
Y sus barrotes 
Y sus habitantes
Y uno de esos habitantes
Soy yo.

Es 
Como un descarga 
De humo pesado 
Desgarrando el sistema nervioso
Y el poco amor que me queda.

Es 
Como el recuerdo de mi tío
Llevándome a las librerías de usados;
Miro en su brazo 
Y no lo tiene cortado.

Es 
Como la primera cucharada 
De dulce de leche,
La primera vez que descubrí 
El sexo,
La primera vez 
Que me masturbé,
La primera vez que me emborraché
La primera vez que no me emborraché 
Después de tomar 30 cervezas,
La primera vez que amé,
La primera vez que odié.

Es
Como la primera vez 
Que empecé a desandar todo 
Este camino.

Es 
Como una catábasis.

Es
Como una anábasis.

Mis ejércitos de alucinaciones 
Han esperado todos estos años.

Yo mismo he diseñado 
Sus armaduras
Sus nombres 
Sus máscaras
Sus amores 
Sus resentimientos.

Ahora que la Fiebre pasó 
Y el Diablo no me acecha
Ya no necesito acechar a nadie.

Mis ejércitos siguen su marcha
Están volviendo a casa
Después de años de combate.
Están cansados, malheridos 
Y algunos llevan el cuerpo 
De su compañero a su familia.

El mismo sol que me abrigó 
En la infancia 
Es el mismo que me abrigó 
En la calle
Y el que entraba por la ventana 
De la celda
El mismo que estaba presente
El día que enterré a mi madre.

Y es como,
Y es como,
Y vuelvo a empezar todo de vuelta.

Y es como este poema
Que habla de todo 
Y nada a la vez,
Como yo
Que soy todo y nada a la vez
Que rompí el cristal del espejo
Y no me encontré ahí.

Voy a dejar de escribir
Si quieren encontrarme 
Puede que me encuentren
En estas lineas. Ya he dejado
Suficientes trazos de mi rostro
En este poema. 










Moscardones

Sobre la mesa de la cocina

Un moscardón

En la alacena

Una pericia psicológica

Le hice el suelo a la casa

Y el hombre bajo la lluvia

No tiene paraguas.



Al final,

Todas la mentiras que elucubré

La mayoría

Ya son verdades.



Y eso no aparece en los tests

Tampoco en la cocina

Y la alacena

Almacena todos los cadáveres

De todas la máscaras

Que me habitaron.



Soy un verdugo sin trabajo

Todos se avivaron

Y me dejaron solo:

Ya no hay pecados que perdonar

O torturas

Para expiarlos.



La gente grita en las calles

Se dieron cuanta de que están

Solos en el mundo:

Nada se puede comunicar

Afuera no hay mundo.



A mí no me pidan nada

Yo solo busco moscardones

En mi cocina

Y en la de mis vecinos.



Si algún día vuelvo a hacer

Los tests psicológicos

No le digan que me enamoré

De ella.



Quizás se de cuenta

Entre tantas mentiras que escribo.



Hoy mi mentira favorita es:

"Ne quid nimis"

(Nada en exceso).










Moscardones

Sobre la mesa de la cocina
Un moscardón
En la alacena
Una pericia psicológica
Le hice el suelo a la casa
Y el hombre bajo la lluvia
No tiene paraguas.

Al final,
Todas la mentiras que elucubré
La mayoría
Ya son verdades.

Y eso no aparece en los tests
Tampoco en la cocina
Y la alacena
Almacena todos los cadáveres
De todas la máscaras
Que me habitaron.

Soy un verdugo sin trabajo
Todos se avivaron
Y me dejaron solo:
Ya no hay pecados que perdonar
O torturas
Para expiarlos.

La gente grita en las calles
Se dieron cuanta de que están
Solos en el mundo:
Nada se puede comunicar
Afuera no hay mundo.

A mí no me pidan nada
Yo solo busco moscardones
En mi cocina
Y en la de mis vecinos.

Si algún día vuelvo a hacer
Los tests psicológicos
No le digan que me enamoré
De ella.

Quizás se de cuenta
Entre tantas mentiras que escribo.

Hoy mi mentira favorita es:
"Ne quid nimis"
(Nada en exceso).




      La pelota del Ariel es una pelota chica de goma azul, casi mediana; no llega a tener el tamaño de una pelota normal. Atrás de su casa hay un terreno baldío que da a otro terreno desocupado. Los dos terrenos forman una L: un baldío extraño en la manzana.

Primero practicamos tiros libres, luego gambetas. A mí me toca el arco. Yo me preparo y él arranca la corrida. Antes de llegar a mí amaga a patear la pelota a mi derecha. Pero lo que hace es envolver con el pie la pelota en un semicírculo; y cuando yo me tiro a mi derecha, él lleva la pelota para la izquierda y hace el gol. Todos los goles me los hace de la misma manera.
       Después de merendar en su casa y mirar dibujos animados me voy para mi casa. Intento abrir pero la puerta está cerrada con llave. Toco timbre, golpeo con el puño. No sale nadie. Me canso de esperar. Se está haciendo de noche y el sueño está llegando. Me acomodo abajo de la higuera. No hace frío y el cielo está estrellado. En ningún momento me pregunto por qué no anda nadie por el barrio.
     En la mañana me despierta Patoncho, mi vecino. Me pregunta qué hago ahí. Quiero entrar a mi casa, le digo. Me pide que lo acompañe hasta la puerta. La abre. Ya no vive nadie acá, Gastón. El interior es un baldío. Y vos ya no sos un niño, me dice con una sonrisa. Lo miro. Si, Gastón, yo estoy muerto, solo vine a decirte esto. Se va para su casa. Me quedo mirando la higuera y no sé si estoy despierto o  si todo esto es un sueño.









      La pelota del Ariel es una pelota chica de goma azul, casi mediana; no llega a tener el tamaño de una pelota normal. Atrás de su casa hay un terreno baldío que da a otro terreno desocupado. Los dos terrenos forman una L: un baldío extraño en la manzana.
Primero practicamos tiros libres, luego gambetas. A mí me toca el arco. Yo me preparo y él arranca la corrida. Antes de llegar a mí amaga a patear la pelota a mi derecha. Pero lo que hace es envolver con el pie la pelota en un semicírculo; y cuando yo me tiro a mi derecha, él lleva la pelota para la izquierda y hace el gol. Todos los goles me los hace de la misma manera.
       Después de merendar en su casa y mirar dibujos animados me voy para mi casa. Intento abrir pero la puerta está cerrada con llave. Toco timbre, golpeo con el puño. No sale nadie. Me canso de esperar. Se está haciendo de noche y el sueño está llegando. Me acomodo abajo de la higuera. No hace frío y el cielo está estrellado. En ningún momento me pregunto por qué no anda nadie por el barrio.
     En la mañana me despierta Patoncho, mi vecino. Me pregunta qué hago ahí. Quiero entrar a mi casa, le digo. Me pide que lo acompañe hasta la puerta. La abre. Ya no vive nadie acá, Gastón. El interior es un baldío. Y vos ya no sos un niño, me dice con una sonrisa. Lo miro. Si, Gastón, yo estoy muerto, solo vine a decirte esto. Se va para su casa. Me quedo mirando la higuera y no sé si estoy despierto o  si todo esto es un sueño.




Oro

Mientras el día

Se deja devorar por la noche

Mientras los vivos colores

De la tarde son arrastrados

Al final de la calle

Mientras los gorriones

Canten sobre la medianera

Mientras una tormenta

Se aproxime

Mientras la luna asome

Tímida sobre los eucaliptus

 Mientras no me atrase en el

Préstamo bancario

Mientras empiece a escribir

Esa novela

Mientras se realice el monumento

Funerario a mi madre

Mientras estos versos

Se dejen vivir por este pulso

Mientras viva en la poesía

Y no "de la poesía";

Todo

Absolutamente

Todo esto

Será el único oro

Al que accederé en esta vida.












Oro

Mientras el día
Se deja devorar por la noche
Mientras los vivos colores
De la tarde son arrastrados
Al final de la calle
Mientras los gorriones
Canten sobre la medianera
Mientras una tormenta
Se aproxime
Mientras la luna asome
Tímida sobre los eucaliptus
 Mientras no me atrase en el
Préstamo bancario
Mientras empiece a escribir
Esa novela
Mientras se realice el monumento
Funerario a mi madre
Mientras estos versos
Se dejen vivir por este pulso
Mientras viva en la poesía
Y no "de la poesía";
Todo
Absolutamente
Todo esto
Será el único oro
Al que accederé en esta vida.





jueves, 24 de enero de 2019

Laguna Ortiz

 


"Tu amor es mi enfermedad


Soy un envase vacío"


Paloma, Andrés Calamaro







      En el 88, luego de que falleciera mi abuela, mamá creyó que lo mejor era mudarnos a Río Gallegos con su hermana, mi tía Felisa. Lo que me gustó y entusiasmó era que íbamos a viajar en avión. Fue una de las experiencias que más recuerdo. El despegue, conocer la cabina de los pilotos, ver la tierra desde el cielo y el aterrizaje fue todo un acontecimiento para mí.

    Llegamos en otoño, Río Gallegos me pareció un lugar extraño. Ya habíamos estado un par de veces de paso con una pareja que tenía mamá que era camionero. Pero saber que ahora tendríamos que vivir acá y en casa de mi tía hizo que no me sienta cómodo enseguida.

    Apenas llegamos mamá se puso en campaña para buscarme una escuela. Las que estaban en el barrio no tenían vacante. Alrededor tampoco encontró. Pudo conseguirme una vacante en una escuela que estaba del otro lado de la ciudad. Tuvo que pagar una combi que me llevara y trajera de escuela todos los días. Mi tía, mientras mamá me conseguía escuela, me llevó a la casa en donde trabajaba como empleada domestica para que conociera a los chicos que ella cuidaba. Los chicos eran de mi edad, también estaban en quinto grado. No recuerdo qué hicimos ese primer día. Lo que sí recuerdo es que me invitaron a la mañana siguiente a la Laguna Ortiz para andar en trineo. El barrio quedaba casi a las afueras de Río Gallegos. La Laguna Ortiz queda en las afuera de la ciudad. En invierno la laguna se congela y se puede andar sobre el hielo. Lo que mis nuevos amigo llamaban trineo era una tabla con dos tablas cortas puestas de manera perpendicular en los extremos de la tabla. En esas tablas cortas se atornillan dos perfiles T, dejando la parte de abajo de la T que apoye sobre el hielo y haga deslizar la tabla. La parte que apoya sobre el hielo había que afilarla bien para que el deslizar sea amable. Las piernas se apoyan sobre la tabla y la manera de impulsarse es con dos baquetas que llevan un clavo en el extremo. Hay que clavar las baquetas en el hielo e impulsarse hacia adelante. Era como estar hincado de rodillas y moverse para donde uno quisiese. Yo nunca tuve trineo. A mis amigos se los había hecho su padre. Siempre tenía que esperar a que mis amigos me lo prestaran. Hacer un trineo era una tradición familiar en Río Gallegos. Así como a mis amigos se los había hecho el padre; en otras familias la construcción del trineo era una cosa entre hermanos o tíos. La Laguna Ortiz era un lugar para que cada uno mostrara sus trineos. Cada uno trataba de ser original.

    Los días en la Laguna eran eternos. Jugar carreras con otros chicos, con otros barrios. Siempre volvíamos a la tarde casi noche y con ganas de volver al otro día. Mis ganas de volver a la laguna se acrecentaron cuando conocí a Florencia. Yo estaba con mis amigos. Ella irrumpió como si nada y se unió a nosotros. Ella era de otro barrio y también pasaba las tardes con nosotros. Yo, sin querer, me enamoré de ella. Iba a la laguna incluso en los días en que mis amigos no querían ir. Lo único que quería era verla. Ella nunca supo que estaba enamorado de ella. En las noches, cuando estaba en la casa de mi tía, en mi cama, pensaba en la manera de declararle mi amor. Todas la noches imaginaba una excusa y una manera de decirle que me gustaba. Todos los días, cuando volvíamos a la tarde y nos despedíamos, siempre me reprochaba no haber podido decirle lo que sentía. El día que terminó el mundial 90 decidí que no iba a pasar otro día. Ya lo tenía decidido.

    Era de mañana. Los nervios me tenían paralizado. Quería ir a buscarla, pero saber que me tenía que enfrentar al momento de la declaración me daba pánico. Finalmente no fui a buscarla. Me dije que iría a la tarde. Trate de dormir la siesta pero la ansiedad no me dejaba.  A las 5 me levanté, tomé la leche y fui hasta su casa. Después de tocar el timbre la puerta de su casa se abrió. La madre lloraba. Me abrazó y no podía entender lo que me decía. Florencia había salido en la mañana con su trineo. Mientras andaba en su trineo el hielo de la laguna se quebró. Ella cayó en el agua congelada y se ahogó.







    Es julio. Me miro al espejo. Me afeito. Ya estoy listo. Reviso que no me falte nada, en especial el boleto. Tengo 2 horas para llegar al aeropuerto y embarcar.

    Pasaron 30 años desde ese primer vuelo en avión con mamá. Llego a Río Gallegos a las 11. La ciudad no me dice nada. No encuentro ningún tipo de sentimiento. En el aeropuerto tomo un taxi que me lleve a algún hotel de la avenida Roca. Hace frío y quizás caiga nieve. Mi tía ya no vive en la ciudad. Ya ni me acuerdo de los nombres de mis amigos. Estoy solo. Me quedo en el lobby del hotel toda la tarde. Salgo a la noche a comer por ahí cerca. La apatía no me deja conectar no nadie. Desde que llegue solo intercambié palabra con el taxista y con la recepcionista del hotel. Después de comer camino por el frío seco y cortante de Río Gallegos. Comienzan a caer unos copos de nieve. Vuelvo al hotel, quiero descansar, quiero llegar a mañana.

   



  Finalmente no nevó. Miro la avenida Roca desde el lobby mientras desayuno. La ciudad parece un poco más animada que ayer. El desayuno me levanta el ánimo, las noticias del diario me devuelvan la apatía y mal humor. Salgo a la calle a buscar un taxi. Encuentro uno enseguida. Le indico la Laguna Ortiz, pero primero pido pasar por una florería. Compro rosas y jazmines. Voy ensimismado en el asiento trasero del taxi con mi ramos de flores. Si el taxista intentó entablar conversación nunca me enteré. Solo le hablé cuando llegamos. Pagué y ni siquiera lo saludé.

     La laguna está congelada como ese invierno. Camino. Hay bastante gente divirtiéndose. Están los clásicos trineos, gente que anda en patín, algunos usan los canastos de plástico duro, esos en los que se vende los pollos. La laguna está alegre, inocente. Sigo caminando. Busco un lugar en donde estar solo y tranquilo. Encuentro una piedra en donde sentarme. Me quedó ahí, dejando que el tiempo se gaste, así como la melancolía me ha desgastado todos estos años. Pasan por mi memoria todos esas tardes en las que disfrute sobre este hielo. Mis amigos, la tarde en la que Florencia se juntó con nosotros y nunca se separó, especialmente, de mí. Las vueltas volviendo al barrio, su sonrisa al despedirse, lo enamorado que estaba de ella. La tarde que golpeé por última vez su casa.

    Son las 6 de la tarde. La noche comienza a devorarse al día. Me paro frente a la laguna. Le converso con el pensamiento. Me quedo un rato más como si escuchara la respuesta de la laguna. Tomo el ramo de flores y lo dejo al borde de la laguna. Comienzo a caminar y escucho: "Gastón". Es su voz. Un escalofrío me corta la espalda en dos mientras siento como algo me toma de la mano. No quiero darme vuelta.










Laguna Ortiz

 
"Tu amor es mi enfermedad
Soy un envase vacío"
Paloma, Andrés Calamaro



      En el 88, luego de que falleciera mi abuela, mamá creyó que lo mejor era mudarnos a Río Gallegos con su hermana, mi tía Felisa. Lo que me gustó y entusiasmó era que íbamos a viajar en avión. Fue una de las experiencias que más recuerdo. El despegue, conocer la cabina de los pilotos, ver la tierra desde el cielo y el aterrizaje fue todo un acontecimiento para mí.
    Llegamos en otoño, Río Gallegos me pareció un lugar extraño. Ya habíamos estado un par de veces de paso con una pareja que tenía mamá que era camionero. Pero saber que ahora tendríamos que vivir acá y en casa de mi tía hizo que no me sienta cómodo enseguida.
    Apenas llegamos mamá se puso en campaña para buscarme una escuela. Las que estaban en el barrio no tenían vacante. Alrededor tampoco encontró. Pudo conseguirme una vacante en una escuela que estaba del otro lado de la ciudad. Tuvo que pagar una combi que me llevara y trajera de escuela todos los días. Mi tía, mientras mamá me conseguía escuela, me llevó a la casa en donde trabajaba como empleada domestica para que conociera a los chicos que ella cuidaba. Los chicos eran de mi edad, también estaban en quinto grado. No recuerdo qué hicimos ese primer día. Lo que sí recuerdo es que me invitaron a la mañana siguiente a la Laguna Ortiz para andar en trineo. El barrio quedaba casi a las afueras de Río Gallegos. La Laguna Ortiz queda en las afuera de la ciudad. En invierno la laguna se congela y se puede andar sobre el hielo. Lo que mis nuevos amigo llamaban trineo era una tabla con dos tablas cortas puestas de manera perpendicular en los extremos de la tabla. En esas tablas cortas se atornillan dos perfiles T, dejando la parte de abajo de la T que apoye sobre el hielo y haga deslizar la tabla. La parte que apoya sobre el hielo había que afilarla bien para que el deslizar sea amable. Las piernas se apoyan sobre la tabla y la manera de impulsarse es con dos baquetas que llevan un clavo en el extremo. Hay que clavar las baquetas en el hielo e impulsarse hacia adelante. Era como estar hincado de rodillas y moverse para donde uno quisiese. Yo nunca tuve trineo. A mis amigos se los había hecho su padre. Siempre tenía que esperar a que mis amigos me lo prestaran. Hacer un trineo era una tradición familiar en Río Gallegos. Así como a mis amigos se los había hecho el padre; en otras familias la construcción del trineo era una cosa entre hermanos o tíos. La Laguna Ortiz era un lugar para que cada uno mostrara sus trineos. Cada uno trataba de ser original.
    Los días en la Laguna eran eternos. Jugar carreras con otros chicos, con otros barrios. Siempre volvíamos a la tarde casi noche y con ganas de volver al otro día. Mis ganas de volver a la laguna se acrecentaron cuando conocí a Florencia. Yo estaba con mis amigos. Ella irrumpió como si nada y se unió a nosotros. Ella era de otro barrio y también pasaba las tardes con nosotros. Yo, sin querer, me enamoré de ella. Iba a la laguna incluso en los días en que mis amigos no querían ir. Lo único que quería era verla. Ella nunca supo que estaba enamorado de ella. En las noches, cuando estaba en la casa de mi tía, en mi cama, pensaba en la manera de declararle mi amor. Todas la noches imaginaba una excusa y una manera de decirle que me gustaba. Todos los días, cuando volvíamos a la tarde y nos despedíamos, siempre me reprochaba no haber podido decirle lo que sentía. El día que terminó el mundial 90 decidí que no iba a pasar otro día. Ya lo tenía decidido.
    Era de mañana. Los nervios me tenían paralizado. Quería ir a buscarla, pero saber que me tenía que enfrentar al momento de la declaración me daba pánico. Finalmente no fui a buscarla. Me dije que iría a la tarde. Trate de dormir la siesta pero la ansiedad no me dejaba.  A las 5 me levanté, tomé la leche y fui hasta su casa. Después de tocar el timbre la puerta de su casa se abrió. La madre lloraba. Me abrazó y no podía entender lo que me decía. Florencia había salido en la mañana con su trineo. Mientras andaba en su trineo el hielo de la laguna se quebró. Ella cayó en el agua congelada y se ahogó.



    Es julio. Me miro al espejo. Me afeito. Ya estoy listo. Reviso que no me falte nada, en especial el boleto. Tengo 2 horas para llegar al aeropuerto y embarcar.
    Pasaron 30 años desde ese primer vuelo en avión con mamá. Llego a Río Gallegos a las 11. La ciudad no me dice nada. No encuentro ningún tipo de sentimiento. En el aeropuerto tomo un taxi que me lleve a algún hotel de la avenida Roca. Hace frío y quizás caiga nieve. Mi tía ya no vive en la ciudad. Ya ni me acuerdo de los nombres de mis amigos. Estoy solo. Me quedo en el lobby del hotel toda la tarde. Salgo a la noche a comer por ahí cerca. La apatía no me deja conectar no nadie. Desde que llegue solo intercambié palabra con el taxista y con la recepcionista del hotel. Después de comer camino por el frío seco y cortante de Río Gallegos. Comienzan a caer unos copos de nieve. Vuelvo al hotel, quiero descansar, quiero llegar a mañana.
   

  Finalmente no nevó. Miro la avenida Roca desde el lobby mientras desayuno. La ciudad parece un poco más animada que ayer. El desayuno me levanta el ánimo, las noticias del diario me devuelvan la apatía y mal humor. Salgo a la calle a buscar un taxi. Encuentro uno enseguida. Le indico la Laguna Ortiz, pero primero pido pasar por una florería. Compro rosas y jazmines. Voy ensimismado en el asiento trasero del taxi con mi ramos de flores. Si el taxista intentó entablar conversación nunca me enteré. Solo le hablé cuando llegamos. Pagué y ni siquiera lo saludé.
     La laguna está congelada como ese invierno. Camino. Hay bastante gente divirtiéndose. Están los clásicos trineos, gente que anda en patín, algunos usan los canastos de plástico duro, esos en los que se vende los pollos. La laguna está alegre, inocente. Sigo caminando. Busco un lugar en donde estar solo y tranquilo. Encuentro una piedra en donde sentarme. Me quedó ahí, dejando que el tiempo se gaste, así como la melancolía me ha desgastado todos estos años. Pasan por mi memoria todos esas tardes en las que disfrute sobre este hielo. Mis amigos, la tarde en la que Florencia se juntó con nosotros y nunca se separó, especialmente, de mí. Las vueltas volviendo al barrio, su sonrisa al despedirse, lo enamorado que estaba de ella. La tarde que golpeé por última vez su casa.
    Son las 6 de la tarde. La noche comienza a devorarse al día. Me paro frente a la laguna. Le converso con el pensamiento. Me quedo un rato más como si escuchara la respuesta de la laguna. Tomo el ramo de flores y lo dejo al borde de la laguna. Comienzo a caminar y escucho: "Gastón". Es su voz. Un escalofrío me corta la espalda en dos mientras siento como algo me toma de la mano. No quiero darme vuelta.




miércoles, 23 de enero de 2019

Ángel del Docke

 


"Ángel del Docke, sé que en algún lado te voy a encontrar
Tu cara a veces  brilla en esta oscuridad."


Ángel del Docke, La mancha de Rolando













 Lavo los platos y no puedo dejar de pensar. Esta fecha es la peor de todo el año. Ni navidad, ni años nuevo ni siquiera su cumpleaños. Quisiera borrarme el recuerdo si pudiera. Quisiera no ha

haber estado. Quisiera haber muerto antes. Quisiera que él no hay muerto en mis brazos con un aguja clavada. Desde que desperté que lo estoy recordando. Mi hermano era un héroe. Si habrá sobrevivido a tiros y puñaladas; incluso a ese accidente de auto del que no se sabía si iba a volver a caminar. Pero no. Hace 4 años que no lo tengo conmigo, rancheando en la esquina, yendo a bailar, tomar gilada semanas enteras, cojernos a todas las minas que se nos cruzaban. Ya no está; y sí, a veces pienso en prepararme un buen pico de merca piola y pasar para el otro patio, o tomar la 9 mm y volarme la gorra. El día recién comienza y no sé como voy a hacer para terminarlo sin bardear o irme a comprar una bolsa. Lo único que me detiene son estos 9 meses limpios que tengo, y que no sé como logré estar tanto tiempo sin falopa. Desde ese porro que fumanos con mi hermano cuando tenía 8 años que no paré nunca. No sé si pueda aguantar hoy. Me gustaría poder llegar a una reunión.

    El encargado me dice que deje los platos y vaya a llevar un pedido. Por lo menos voy a salir un rato a caminar y sentir la luz del día. Salgo a la calle. Estoy hirviendo de angustia y dolor. La verdad  que podría tomarme una bolsita para no sentir. Me arrepiento de pensarlo y más rabia me da. Voy apretando los dientes y ya me está doliendo la mandíbula de tanta tensión. Antes de llegar a la dirección me sale al cruce un peruano. "Causa, causa,¿qué andas buscando causa?, ¿altos o bajos?". La cara descolocada que llevo lo apabura al peruano. Lo bardéo. El peruano dice que no pasa nada. Me dice que siga. Lo vuelvo a mirar con cara de 3,8. Llego a la dirección del pedido. Entrego y me voy enseguida para el laburo. No quiero cruzarme a nadie más, y mucho menos a los tranzas.

 





    De la bacha pase a la cocina y ahora estoy haciendo los postres. El repostero se retobó con el encargado y dejó todo en banda. Falta que se vaya el parrillero y ahí sí, colapso definitivamente. Menos mal que sé como sacar los postres. Esta si me las voy a cobrar con mi jefe. Otra vez el recuerdo, otra vez la tortura; otra vez lo estoy teniendo a mi hermano en brazos, muriendo por un pico de merca con ketalar. En estos 9 meses no he dejado de torturarme con ese evento. ¿Por qué no lo lleve al hospital?, ¿por qué no pedí ayuda a los vecinos?, ¿por qué no le corte la mano en la base del dedo pulgar para saber si se estaba deshidratando y para que la presión le baje?, ¿por qué no le di azúcar con agua para reanimarlo?, ¿lo dejé morir?, ¿yo quería que se muriera?. El encargado me grita para que vaya a la caja a cobrar mientras él sale a buscar mercadería. No sé si llegue a la reunión. No sé si llegue a terminar el día sin levantar la primera.





    Termina mi turno. Me cambio y ya tomé la decisión. Estoy temblando, tengo nauseas. Vomito en el baño antes de salir. Paso por el salón y ni siquiera saludo al encargado. Estoy enajenado. Paso por el cajero y saco toda la plata. Que se vaya todo a la mierda. Agarro la avenida y camino sin parar. Estoy traspirando por el calor y la desesperación. Voy a ir a lo del tranza que está pasado el puente. Me enteré por los pibes del barrio que está tirando merca piola el zatrán ese. Si está buena la voy a cocinar. Ya está todo planeado. Tengo arcadas. Quiero vomitar pero no tengo nada en el estómago. Me retuerzo un par de veces. Me recompongo y sigo caminando casi al trote. Se me ocurre tomar un taxi para llegar más rápido pero me siento incapaz de hacer esa maniobra. Algo me dice que tengo ir caminando. Cada vez camino más rápido, cada vez son más las ganas de reventarme la cabeza, de apagarla, de callar sus voces y que no me torture más con sus imágenes y recuerdos. Todavía faltan 10 cuadras para llegar al puente y cinco más para llegar a lo del chanta. Por la calle no andan autos. Voy caminando por el medio de la calle como si eso acortara la distancia. Alguien me grita:"¡Lalo,Lalo!". Me doy vuelta, no sé quien es. Sigo caminando por el medio de la calle. "Aguanta Lalo, ¿a dónde vas así?". "Voy a levantar la primera loco",le digo sin  siquiera mirarlo. ¡¿"Qué es eso Lalo?!, esperame, no te acordás de mí". "Me voy a drogar loco", y por primera vez lo miro bien. Se me acerca. "En serio no te acordás de mí, soy el hermano del Chavi". Lo único que me hace bajar es el nombre del Chavi. El Chavi es uno de los personajes legendarios del barrio. Ahora está en cana y tiene para un par de años más. De este guacho no me acuerdo. Bah, de tantas cosas no me acuerdo. Tengo años en blanco. El pibe me dice que baje. Se debe notar que estoy desencajado. Me dice de tomar un remis para llegar al barrio. Pobre pibe, me quiere ayudar y yo solo quiero tomarme medio kilo de falopa. Le hago caso, cuando llegue a lo del tranza me bajo. Vamos hasta una agencia de remises. El pibe es cliente de ahí. Yo me quedo afuera para que no se persigan. Subimos al auto. Por un momento pienso que el pibe es puto y me quiere levantar. Estoy pensando giladas. El pibe me dice que sabe que estoy haciendo un tratamiento. "No bardees Lalo". Habla y habla y yo estoy en otra. Me vuelve a preguntar si me acuerdo de él. Le digo que no. " No te acordás esa vez que el Edu estaba reloco y me estaba verdugueando y me pegó un par de cachetadas, y vos le dijiste que a los pibitos no había que verduguearlos porque crecían resentidos después. Capáz que no te acordás porque yo era chico y vos siempre andabas reloco. Pero me defendiste, le diste un par de viajes al Edu y lo echaste. Yo me acuerdo de eso Lalo. No me lo voy a olvidar nunca". Recordé toda la secuencia, toda la noche incluso. No sé como pasó, que me acordara de toda esa noche con total lucidez. Es verdad, el pibe era chico. Pasan los años y no me estoy dando cuenta. Me rescato que hace un rato estaba yendo a buscar falopa y ahora estoy en un taxi con este pibe que es re sano y me quiere ayudar a llegar a mi casa. Pienso en el "por qué" de todo esto mientras lo escucho al pibe. Recuerdo las experiencias que escucho en las reuniones que hablan de Dios, de un Poder superior, la Voluntad de un poder superior y un montón de cosas en las que no creo. Yo no creo en nada. El pibe sigue hablando, le pregunta algo al remisero, conversan entre ellos y yo me siento aliviado.

     Pasamos el puente, pasamos por lo del tranza, estamos llegando al barrio y la manija ya se me pasó. Me siento bien. Es extraño. Pienso en que mañana voy a poder ir a laburar, que no voy a tener que mentirle a mi mujer por la plata, que no voy a andar de joda semanas y semanas sin parar, que no voy a caer en cana y todo eso a lo que estoy acostumbrado.

   El remis frena en la puerta de mi casa, el pibe vive a dos cuadras más allá. Le quiero dejar algo de plata pero el pibe dice que no, que lo paga él. "Todo bien con vos Lalo, anda a tu casa a descansar. Nos vemos loco". Cierro la puerta del auto  y me quedo parado en la vereda mirándolo. El pibe baja la ventanilla:"Viste que los pibitos crecen", dice mientras el remis se aleja.

   Meto las llaves en la puerta. Quiero entrar y abrazar a mi mujer y a mi hija. Quiero cenar con ellas, mirar la televisión, descansar y mañana ir a laburar otra vez. Todo esto lo pienso mientras giro la llave. La puerta se abre y antes de entrar miro por donde se perdió el remis:"¿Quién me mandó a este pibe?".











 

Ángel del Docke

 
"Ángel del Docke, sé que en algún lado te voy a encontrar
Tu cara a veces  brilla en esta oscuridad."
Ángel del Docke, La mancha de Rolando






 Lavo los platos y no puedo dejar de pensar. Esta fecha es la peor de todo el año. Ni navidad, ni años nuevo ni siquiera su cumpleaños. Quisiera borrarme el recuerdo si pudiera. Quisiera no ha
haber estado. Quisiera haber muerto antes. Quisiera que él no hay muerto en mis brazos con un aguja clavada. Desde que desperté que lo estoy recordando. Mi hermano era un héroe. Si habrá sobrevivido a tiros y puñaladas; incluso a ese accidente de auto del que no se sabía si iba a volver a caminar. Pero no. Hace 4 años que no lo tengo conmigo, rancheando en la esquina, yendo a bailar, tomar gilada semanas enteras, cojernos a todas las minas que se nos cruzaban. Ya no está; y sí, a veces pienso en prepararme un buen pico de merca piola y pasar para el otro patio, o tomar la 9 mm y volarme la gorra. El día recién comienza y no sé como voy a hacer para terminarlo sin bardear o irme a comprar una bolsa. Lo único que me detiene son estos 9 meses limpios que tengo, y que no sé como logré estar tanto tiempo sin falopa. Desde ese porro que fumanos con mi hermano cuando tenía 8 años que no paré nunca. No sé si pueda aguantar hoy. Me gustaría poder llegar a una reunión.
    El encargado me dice que deje los platos y vaya a llevar un pedido. Por lo menos voy a salir un rato a caminar y sentir la luz del día. Salgo a la calle. Estoy hirviendo de angustia y dolor. La verdad  que podría tomarme una bolsita para no sentir. Me arrepiento de pensarlo y más rabia me da. Voy apretando los dientes y ya me está doliendo la mandíbula de tanta tensión. Antes de llegar a la dirección me sale al cruce un peruano. "Causa, causa,¿qué andas buscando causa?, ¿altos o bajos?". La cara descolocada que llevo lo apabura al peruano. Lo bardéo. El peruano dice que no pasa nada. Me dice que siga. Lo vuelvo a mirar con cara de 3,8. Llego a la dirección del pedido. Entrego y me voy enseguida para el laburo. No quiero cruzarme a nadie más, y mucho menos a los tranzas.
 


    De la bacha pase a la cocina y ahora estoy haciendo los postres. El repostero se retobó con el encargado y dejó todo en banda. Falta que se vaya el parrillero y ahí sí, colapso definitivamente. Menos mal que sé como sacar los postres. Esta si me las voy a cobrar con mi jefe. Otra vez el recuerdo, otra vez la tortura; otra vez lo estoy teniendo a mi hermano en brazos, muriendo por un pico de merca con ketalar. En estos 9 meses no he dejado de torturarme con ese evento. ¿Por qué no lo lleve al hospital?, ¿por qué no pedí ayuda a los vecinos?, ¿por qué no le corte la mano en la base del dedo pulgar para saber si se estaba deshidratando y para que la presión le baje?, ¿por qué no le di azúcar con agua para reanimarlo?, ¿lo dejé morir?, ¿yo quería que se muriera?. El encargado me grita para que vaya a la caja a cobrar mientras él sale a buscar mercadería. No sé si llegue a la reunión. No sé si llegue a terminar el día sin levantar la primera.


    Termina mi turno. Me cambio y ya tomé la decisión. Estoy temblando, tengo nauseas. Vomito en el baño antes de salir. Paso por el salón y ni siquiera saludo al encargado. Estoy enajenado. Paso por el cajero y saco toda la plata. Que se vaya todo a la mierda. Agarro la avenida y camino sin parar. Estoy traspirando por el calor y la desesperación. Voy a ir a lo del tranza que está pasado el puente. Me enteré por los pibes del barrio que está tirando merca piola el zatrán ese. Si está buena la voy a cocinar. Ya está todo planeado. Tengo arcadas. Quiero vomitar pero no tengo nada en el estómago. Me retuerzo un par de veces. Me recompongo y sigo caminando casi al trote. Se me ocurre tomar un taxi para llegar más rápido pero me siento incapaz de hacer esa maniobra. Algo me dice que tengo ir caminando. Cada vez camino más rápido, cada vez son más las ganas de reventarme la cabeza, de apagarla, de callar sus voces y que no me torture más con sus imágenes y recuerdos. Todavía faltan 10 cuadras para llegar al puente y cinco más para llegar a lo del chanta. Por la calle no andan autos. Voy caminando por el medio de la calle como si eso acortara la distancia. Alguien me grita:"¡Lalo,Lalo!". Me doy vuelta, no sé quien es. Sigo caminando por el medio de la calle. "Aguanta Lalo, ¿a dónde vas así?". "Voy a levantar la primera loco",le digo sin  siquiera mirarlo. ¡¿"Qué es eso Lalo?!, esperame, no te acordás de mí". "Me voy a drogar loco", y por primera vez lo miro bien. Se me acerca. "En serio no te acordás de mí, soy el hermano del Chavi". Lo único que me hace bajar es el nombre del Chavi. El Chavi es uno de los personajes legendarios del barrio. Ahora está en cana y tiene para un par de años más. De este guacho no me acuerdo. Bah, de tantas cosas no me acuerdo. Tengo años en blanco. El pibe me dice que baje. Se debe notar que estoy desencajado. Me dice de tomar un remis para llegar al barrio. Pobre pibe, me quiere ayudar y yo solo quiero tomarme medio kilo de falopa. Le hago caso, cuando llegue a lo del tranza me bajo. Vamos hasta una agencia de remises. El pibe es cliente de ahí. Yo me quedo afuera para que no se persigan. Subimos al auto. Por un momento pienso que el pibe es puto y me quiere levantar. Estoy pensando giladas. El pibe me dice que sabe que estoy haciendo un tratamiento. "No bardees Lalo". Habla y habla y yo estoy en otra. Me vuelve a preguntar si me acuerdo de él. Le digo que no. " No te acordás esa vez que el Edu estaba reloco y me estaba verdugueando y me pegó un par de cachetadas, y vos le dijiste que a los pibitos no había que verduguearlos porque crecían resentidos después. Capáz que no te acordás porque yo era chico y vos siempre andabas reloco. Pero me defendiste, le diste un par de viajes al Edu y lo echaste. Yo me acuerdo de eso Lalo. No me lo voy a olvidar nunca". Recordé toda la secuencia, toda la noche incluso. No sé como pasó, que me acordara de toda esa noche con total lucidez. Es verdad, el pibe era chico. Pasan los años y no me estoy dando cuenta. Me rescato que hace un rato estaba yendo a buscar falopa y ahora estoy en un taxi con este pibe que es re sano y me quiere ayudar a llegar a mi casa. Pienso en el "por qué" de todo esto mientras lo escucho al pibe. Recuerdo las experiencias que escucho en las reuniones que hablan de Dios, de un Poder superior, la Voluntad de un poder superior y un montón de cosas en las que no creo. Yo no creo en nada. El pibe sigue hablando, le pregunta algo al remisero, conversan entre ellos y yo me siento aliviado.
     Pasamos el puente, pasamos por lo del tranza, estamos llegando al barrio y la manija ya se me pasó. Me siento bien. Es extraño. Pienso en que mañana voy a poder ir a laburar, que no voy a tener que mentirle a mi mujer por la plata, que no voy a andar de joda semanas y semanas sin parar, que no voy a caer en cana y todo eso a lo que estoy acostumbrado.
   El remis frena en la puerta de mi casa, el pibe vive a dos cuadras más allá. Le quiero dejar algo de plata pero el pibe dice que no, que lo paga él. "Todo bien con vos Lalo, anda a tu casa a descansar. Nos vemos loco". Cierro la puerta del auto  y me quedo parado en la vereda mirándolo. El pibe baja la ventanilla:"Viste que los pibitos crecen", dice mientras el remis se aleja.
   Meto las llaves en la puerta. Quiero entrar y abrazar a mi mujer y a mi hija. Quiero cenar con ellas, mirar la televisión, descansar y mañana ir a laburar otra vez. Todo esto lo pienso mientras giro la llave. La puerta se abre y antes de entrar miro por donde se perdió el remis:"¿Quién me mandó a este pibe?".




 

Astillas de la infancia

Enrollo el hilo sobre el trompo

El trompo gira sobre su eje

Sobre la terraza de hormigón

Que mi abuelo hizo borracho.



Solano descansa en su verano del 84

Mi abuela descansa en la siesta

Luego de leer la Reader´s digest

Mi abuelo descansa en

Cristiana sepultura.



El trompo sigue girando

Los barriletes en el aire

Un avión anuncia la llegada

Del circo

Mi mamá aborta a otro

De mis hermanos en Río Gallegos.



Pienso en mi tío

Que me explica lo que es

Un Año Luz;

Pienso en esos 300.000 kms/seg

Que recorre la luz.

Pienso en las veces que mi madre

Ya ha interrumpido la luz en su cuerpo

Pienso desde la terraza

En cruzar la calle para ir al campito

A ver remontar los barriletes

Pero tengo miedo.



Imágenes

Imágenes

Recuerdos

Astillas de la infancia:

""Con esas astillas de la infancia 

deberíamos hacer el fuego que nos oriente"


Dice Luis Sagasti en una novela.





Mi sendero ya está allanado; 


Lenguas de fuego 


Mojonan mi trayecto.


Mis nombres alimentan 


A las lenguas 


Y el atardecer se parece


Al de 1984.





El niño que fui 


Camina a mi lado.


El hombre que soy y seré 


Me lleva de la mano.





















Astillas de la infancia

Enrollo el hilo sobre el trompo
El trompo gira sobre su eje
Sobre la terraza de hormigón
Que mi abuelo hizo borracho.

Solano descansa en su verano del 84
Mi abuela descansa en la siesta
Luego de leer la Reader´s digest
Mi abuelo descansa en
Cristiana sepultura.

El trompo sigue girando
Los barriletes en el aire
Un avión anuncia la llegada
Del circo
Mi mamá aborta a otro
De mis hermanos en Río Gallegos.

Pienso en mi tío
Que me explica lo que es
Un Año Luz;
Pienso en esos 300.000 kms/seg
Que recorre la luz.
Pienso en las veces que mi madre
Ya ha interrumpido la luz en su cuerpo
Pienso desde la terraza
En cruzar la calle para ir al campito
A ver remontar los barriletes
Pero tengo miedo.

Imágenes
Imágenes
Recuerdos
Astillas de la infancia:
""Con esas astillas de la infancia 
deberíamos hacer el fuego que nos oriente"
Dice Luis Sagasti en una novela.

Mi sendero ya está allanado; 
Lenguas de fuego 
Mojonan mi trayecto.
Mis nombres alimentan 
A las lenguas 
Y el atardecer se parece
Al de 1984.

El niño que fui 
Camina a mi lado.
El hombre que soy y seré 
Me lleva de la mano.






domingo, 20 de enero de 2019

La farola

 


"El diablo anda suelto entre todos los locos"


Comprendes Mendez, Control Machete











      El tren llegó a Constitución a las 10. De Solano hasta Mármol fui juntando un poco de cartón y algo de cobre. Los viernes son los mejores días para cartonear. La mayoría de la obras,y la gente que hace limpieza en sus casas, piden los volquetes para el fin de semana. Los tesoros urbanos esperan en las chapas golpeadas. Cobre y aluminio, o bronce es lo que marca la diferencia entre 50 kilos de cartón y un kilo de cobre. Hoy me siento con suerte. Sé que algo voy a encontrar.

   Siempre sigo la misma rutina. Bajo por Brasil hasta Defensa y luego atravieso San Telmo, Monserrat, San Nicolás y, finalmente Retiro.

   A la medianoche ya tengo el carro casi completo. Ya es momento de ir a vender a los peruanos. Retiro está tranquila. La acción está en otro lado. Agarro por Carlos Mujica. Ya hay unos cuantos cartoneros llegando al depósito. Otros, se ve que ya vendieron y fueron hasta la 31 a comprar base. El olor a la pasta quemada me revuelve el estómago. Hoy no tengo ganas de fumar, tengo ganas de hacer plata. Estuve 10 días de corrido fumando base en los Eucaliptus y no quiero saber nada de dureza. Solo escabiar y fumar porro. Me traje una buena piedra para pasar la noche. Eso y birra es todo lo que se necesita para caminar la madrugada de Buenos Aires buscando valores.

    Descargo el cartón. La peruana lo pesa y me da un vale para que los cobre en la ventanilla. Por una ventanita paso el vale y una mano morocha me pasa la plata. Nada mal para el primer viaje de la madrugada. Los que vendieron antes que yo están repartiéndose la plata. Son tres. Uno se va a quedar a cuidar el carro y los otros dos van a ir hasta  la villa a comprar pasta base. Los escucho mientras me armo un porro, un buen porro. Hace como 3 horas que no fumo. Fumé en el furgón con los pintas y la locura me alcanzó hasta acá. Le doy  mecha a la historieta y tiro el carro casi vacío para el lado de la avenida. Estaciono el carro afuera de la panchería. Hay música santafesina al palo. Antes de entrar apago el porro y lo dejo en la bolsa en la que estoy juntando latas de aluminio. Me siento en la barra y pido una cerveza. No se hace esperar mucho. Llega totalmente fría. Todo lo que un trabajador callejero necesita. El primer vaso me lo tomo casi de un saque. El segundo lo disfruto. Hay  dos bolivianos que están borrachos. Se ve que tienen plata. Hay una mina con ellos. Los tiene de punto a los bolitas. Es una paraguaya y los está laburando lindo. La paraguaya es merquera, de eso no hay duda. Ella controla toda la situación. Los tiene como quiere. Yo sigo disfrutando de la cerveza y el efecto narcótico de la marihuana. Si no tuviera que laburar me quedaría a escabiar. Pero no, es mejor hacer plata. Buena plata y después gastarla bien y de corrido. Termino la birra. Salgo a la calle. Prendo la tuca que me quedó y vuelvo a tirar el carro. Ahora tomo dirección hacia Barrio Norte, Recoleta o Palermo. Intuyo que  por esos lados voy  encontrar algo.

   Subo por Juncal luego Avenida Las Heras. Hay algo de cartón, bastante latas de aluminio, papel blanco y poco cobre por ahora. Cables de alguna obra que hay que quemar cuando llegue al barrio.

   Armo otro porro. La madrugada se pone densa. Conozco esa sensación. El humo del porro también se pone denso. No sé en que calle estoy. Sé que en algún punto deje Las Heras y ahora estoy perdido. No es la primera vez que me pasa. No sé para donde ir. Voy caminando por una calle de adoquines. Las pocas luces las apagan los arboles viejos y altos. Esos arboles que forman un túnel lúgubre. Estoy perdido, no me importa, ya voy encontrar alguna avenida que me devuelva el sentido. Hay una farola en la esquina. Debajo hay unas cuantas bolsas de basura. Me tomo el tiempo para revisarlas bien. Nada bueno, solo un par de relojes viejos que quizás pueda vender en la semana en la calle Libertad. Sigo perdido. Miro para los cuatro lados y no sé para donde ir. Sigo en la dirección que venía. Dos, tres, cuatro cuadras y llego a un volquete. Está lleno. Veo perfiles de durlock y otras chapas más. Busco en mi bolsillo mi imán para asegurarme de que sea chapa o aluminio.¡Sí!, el imán no pega, es aluminio. Sabía que iba a encontrar algo bueno. Empiezo a separar los perfiles de durlock del aluminio. Ya tengo el carro completo. Inmediatamente tendría que volver a Retiro para vender esto, siempre y cuando me oriente nuevamente. Voy a tratar de no fumar por un par de horas. Cada pedazo de aluminio que saco me pone más contento. Que bueno es trabajar en la calle. Acomodo bien la carga con una soga. Ahora a caminar y buscar alguna referencia que me acerque a Retiro.

    Estas calles poco iluminadas y con arboles altos y viejos no se terminan más. Al llegar a la próxima esquina giro a la derecha. La calle parece la misma. Camino y camino y encima no encuentro nada. Hago dos cuadras más y vuelvo a girar. Pierdo la cuenta, no sé cuantas veces giré. Llego a una farola, hay unas cuantas bolsas de basura. Las reviso, y mientras las reviso me doy cuenta de que son las bolsas en las que encontré los relojes. Estoy caminando en círculos. Me apoyo en el carro, no sé que hacer. Dije que no iba a fumar pero que se pudra todo. Armo otro porro. Me quedo fumando un  rato largo, me siento en el piso. Es infernal la locura que tengo. También me doy cuenta del cansancio que tengo. Salí de Quilmes a las 6 de la tarde y no paré de caminar desde entonces. Quizás debería acostarme a dormir por ahí y esperar a que amanezca. Creo que con lo que tengo de aluminio ya salvé

la jornada. Los párpados se me cierran. Cabeceo una, dos veces y escucho un llanto. Me despabilo enseguida. Mis sentidos se agudizan. Si, es un llanto. No es de perro, ni de gato. Es un llanto: es de bebé. Pero... ¿De un bebé que está en la calle?, ¿habrá alguna familia durmiendo por ahí y no los he visto? El llanto sigue, se intensifica. Voy a buscar de donde viene, ¿será de una casa? No sé. Salgo del radio de luz de la farola, camino 10 metros. Hay otra pila de bolsas de basura, el llanto está ahí, entre las bolsas o adentro. Tengo miedo. Tanteo las bolsas con precaución. En una se confirma mi sospecha: hay un bebé adentro. La tomo con cuidado y la llevo a la luz de la farola. Abro con suma delicadeza.

El bebé está lleno de sangre. Todavía tiene el cordón umbilical. Los ojos los tiene pegados. Se ve que hace un rato nació. No me animo a levantarlo. Miro para todos lados para ver si hay alguien cerca que me ayude a llevar al bebé al hospital, pero no hay nadie, absolutamente nadie anda en la calle; ni siquiera autos. Finalmente me decido y lo tomo. Lo levanto para  inspeccionarlo mejor en la luz de la farola. Trato de arroparlo en mis brazos. Ahora está tranquilo. Mueve sus manos y pies. Abre un poco la boca y veo que tiene dientes, dientes grandes.

   -Mirá vos che, tenés dientes-, le digo acariciándole una de sus mejilla rosadas.

   Sus ojos se abren de golpe con una mirada siniestra

   -Y también hablo-, dice con una voz seca y rugosa.



   Lo solté y no me importó si se lastimaba o se moría a consecuencia de la caída. Corrí desesperadamente, no sé cuanto tiempo. Corrí, corrí y cada vez que miraba para atrás más pánico me corroía el cuerpo. Llegué con las primeras luces del amanecer a Libertador. A medida  que amanecía el miedo se iba yendo. Ya con el día totalmente declarado, bajé por Libertador hasta Retiro. No volví por el carro  y por el aluminio. Nunca más volví a cartonear de noche.



















 

 

La farola

 
"El diablo anda suelto entre todos los locos"
Comprendes Mendez, Control Machete





      El tren llegó a Constitución a las 10. De Solano hasta Mármol fui juntando un poco de cartón y algo de cobre. Los viernes son los mejores días para cartonear. La mayoría de la obras,y la gente que hace limpieza en sus casas, piden los volquetes para el fin de semana. Los tesoros urbanos esperan en las chapas golpeadas. Cobre y aluminio, o bronce es lo que marca la diferencia entre 50 kilos de cartón y un kilo de cobre. Hoy me siento con suerte. Sé que algo voy a encontrar.
   Siempre sigo la misma rutina. Bajo por Brasil hasta Defensa y luego atravieso San Telmo, Monserrat, San Nicolás y, finalmente Retiro.
   A la medianoche ya tengo el carro casi completo. Ya es momento de ir a vender a los peruanos. Retiro está tranquila. La acción está en otro lado. Agarro por Carlos Mujica. Ya hay unos cuantos cartoneros llegando al depósito. Otros, se ve que ya vendieron y fueron hasta la 31 a comprar base. El olor a la pasta quemada me revuelve el estómago. Hoy no tengo ganas de fumar, tengo ganas de hacer plata. Estuve 10 días de corrido fumando base en los Eucaliptus y no quiero saber nada de dureza. Solo escabiar y fumar porro. Me traje una buena piedra para pasar la noche. Eso y birra es todo lo que se necesita para caminar la madrugada de Buenos Aires buscando valores.
    Descargo el cartón. La peruana lo pesa y me da un vale para que los cobre en la ventanilla. Por una ventanita paso el vale y una mano morocha me pasa la plata. Nada mal para el primer viaje de la madrugada. Los que vendieron antes que yo están repartiéndose la plata. Son tres. Uno se va a quedar a cuidar el carro y los otros dos van a ir hasta  la villa a comprar pasta base. Los escucho mientras me armo un porro, un buen porro. Hace como 3 horas que no fumo. Fumé en el furgón con los pintas y la locura me alcanzó hasta acá. Le doy  mecha a la historieta y tiro el carro casi vacío para el lado de la avenida. Estaciono el carro afuera de la panchería. Hay música santafesina al palo. Antes de entrar apago el porro y lo dejo en la bolsa en la que estoy juntando latas de aluminio. Me siento en la barra y pido una cerveza. No se hace esperar mucho. Llega totalmente fría. Todo lo que un trabajador callejero necesita. El primer vaso me lo tomo casi de un saque. El segundo lo disfruto. Hay  dos bolivianos que están borrachos. Se ve que tienen plata. Hay una mina con ellos. Los tiene de punto a los bolitas. Es una paraguaya y los está laburando lindo. La paraguaya es merquera, de eso no hay duda. Ella controla toda la situación. Los tiene como quiere. Yo sigo disfrutando de la cerveza y el efecto narcótico de la marihuana. Si no tuviera que laburar me quedaría a escabiar. Pero no, es mejor hacer plata. Buena plata y después gastarla bien y de corrido. Termino la birra. Salgo a la calle. Prendo la tuca que me quedó y vuelvo a tirar el carro. Ahora tomo dirección hacia Barrio Norte, Recoleta o Palermo. Intuyo que  por esos lados voy  encontrar algo.
   Subo por Juncal luego Avenida Las Heras. Hay algo de cartón, bastante latas de aluminio, papel blanco y poco cobre por ahora. Cables de alguna obra que hay que quemar cuando llegue al barrio.
   Armo otro porro. La madrugada se pone densa. Conozco esa sensación. El humo del porro también se pone denso. No sé en que calle estoy. Sé que en algún punto deje Las Heras y ahora estoy perdido. No es la primera vez que me pasa. No sé para donde ir. Voy caminando por una calle de adoquines. Las pocas luces las apagan los arboles viejos y altos. Esos arboles que forman un túnel lúgubre. Estoy perdido, no me importa, ya voy encontrar alguna avenida que me devuelva el sentido. Hay una farola en la esquina. Debajo hay unas cuantas bolsas de basura. Me tomo el tiempo para revisarlas bien. Nada bueno, solo un par de relojes viejos que quizás pueda vender en la semana en la calle Libertad. Sigo perdido. Miro para los cuatro lados y no sé para donde ir. Sigo en la dirección que venía. Dos, tres, cuatro cuadras y llego a un volquete. Está lleno. Veo perfiles de durlock y otras chapas más. Busco en mi bolsillo mi imán para asegurarme de que sea chapa o aluminio.¡Sí!, el imán no pega, es aluminio. Sabía que iba a encontrar algo bueno. Empiezo a separar los perfiles de durlock del aluminio. Ya tengo el carro completo. Inmediatamente tendría que volver a Retiro para vender esto, siempre y cuando me oriente nuevamente. Voy a tratar de no fumar por un par de horas. Cada pedazo de aluminio que saco me pone más contento. Que bueno es trabajar en la calle. Acomodo bien la carga con una soga. Ahora a caminar y buscar alguna referencia que me acerque a Retiro.
    Estas calles poco iluminadas y con arboles altos y viejos no se terminan más. Al llegar a la próxima esquina giro a la derecha. La calle parece la misma. Camino y camino y encima no encuentro nada. Hago dos cuadras más y vuelvo a girar. Pierdo la cuenta, no sé cuantas veces giré. Llego a una farola, hay unas cuantas bolsas de basura. Las reviso, y mientras las reviso me doy cuenta de que son las bolsas en las que encontré los relojes. Estoy caminando en círculos. Me apoyo en el carro, no sé que hacer. Dije que no iba a fumar pero que se pudra todo. Armo otro porro. Me quedo fumando un  rato largo, me siento en el piso. Es infernal la locura que tengo. También me doy cuenta del cansancio que tengo. Salí de Quilmes a las 6 de la tarde y no paré de caminar desde entonces. Quizás debería acostarme a dormir por ahí y esperar a que amanezca. Creo que con lo que tengo de aluminio ya salvé
la jornada. Los párpados se me cierran. Cabeceo una, dos veces y escucho un llanto. Me despabilo enseguida. Mis sentidos se agudizan. Si, es un llanto. No es de perro, ni de gato. Es un llanto: es de bebé. Pero... ¿De un bebé que está en la calle?, ¿habrá alguna familia durmiendo por ahí y no los he visto? El llanto sigue, se intensifica. Voy a buscar de donde viene, ¿será de una casa? No sé. Salgo del radio de luz de la farola, camino 10 metros. Hay otra pila de bolsas de basura, el llanto está ahí, entre las bolsas o adentro. Tengo miedo. Tanteo las bolsas con precaución. En una se confirma mi sospecha: hay un bebé adentro. La tomo con cuidado y la llevo a la luz de la farola. Abro con suma delicadeza.
El bebé está lleno de sangre. Todavía tiene el cordón umbilical. Los ojos los tiene pegados. Se ve que hace un rato nació. No me animo a levantarlo. Miro para todos lados para ver si hay alguien cerca que me ayude a llevar al bebé al hospital, pero no hay nadie, absolutamente nadie anda en la calle; ni siquiera autos. Finalmente me decido y lo tomo. Lo levanto para  inspeccionarlo mejor en la luz de la farola. Trato de arroparlo en mis brazos. Ahora está tranquilo. Mueve sus manos y pies. Abre un poco la boca y veo que tiene dientes, dientes grandes.
   -Mirá vos che, tenés dientes-, le digo acariciándole una de sus mejilla rosadas.
   Sus ojos se abren de golpe con una mirada siniestra
   -Y también hablo-, dice con una voz seca y rugosa.

   Lo solté y no me importó si se lastimaba o se moría a consecuencia de la caída. Corrí desesperadamente, no sé cuanto tiempo. Corrí, corrí y cada vez que miraba para atrás más pánico me corroía el cuerpo. Llegué con las primeras luces del amanecer a Libertador. A medida  que amanecía el miedo se iba yendo. Ya con el día totalmente declarado, bajé por Libertador hasta Retiro. No volví por el carro  y por el aluminio. Nunca más volví a cartonear de noche.







 
 
Voy desgastando las palabras


El lenguaje


En una carrera contra el 


Tiempo,


Para que la memoria 


También se desgaste 


Y le pueda dar a todo 


Este dolor 


En algún punto del tiempo advenidero


Otro adjetivo, quizás un poco 


Más feliz, un poco menos opaco


No tan amargo y no tan solitario.





La memoria se desgasta 


Y de las tardes en la canchita 


Las tardes frente al televisor


La vecina que estaba enamorada 


De mí; 


Solo van quedan palabras 


En mi mente grisacea


Palabras que ya fueron usadas


Y que yo vuelvo a usarlas 


Tratando de darles un nuevo 


Sentido.





La zanja en donde ensucié


Las botitas topper 


Que mamá me compró


Ese día, 


En mi memoria 


En mi lenguaje 


Y con estas palabras gastadas 


Sigue siendo la misma zanja


Las mismas botitas 


El mismo barro.





Quizás, solo quizás, por ahora


Puedo decir que el miedo


La vergüenza y la culpa 


Que sentí ese día 


Haya sido erosionado


Por el tiempo y por las capas 


De experiencia que se 


Han acumulado sobre 


Estos huesos fibrosos 


Que han metido la pata 


Muchas veces más desde esa vez.





Hoy que mi madre ya no está


Recuerdo ese día con una mueca


Cercana a la sonrisa.





Finalmente el tiempo 


Está haciendo su trabajo 


Y ya elijo adjetivos más felices.





Algún día estas sentencias


Puede que lleguen


A la solemnidad 


De un poema decente 


Que habla de la memoria 


Del paso del tiempo


Y alguna anécdota personal.





Yo todavía sigo embarrándome 


Las palabras y esa memoria 


No se han desgastado.





El adjetivo que uso 


Para cerrar esta serie 


Es mas amigable 


Que el que pude llegar a usar 


Hace 30 años.





Escribo el adjetivo 


Luego de la imagen 


De mi madre regañándome .





Sé que ella ya no está 


Enojada conmigo.




































Voy desgastando las palabras
El lenguaje
En una carrera contra el 
Tiempo,
Para que la memoria 
También se desgaste 
Y le pueda dar a todo 
Este dolor 
En algún punto del tiempo advenidero
Otro adjetivo, quizás un poco 
Más feliz, un poco menos opaco
No tan amargo y no tan solitario.

La memoria se desgasta 
Y de las tardes en la canchita 
Las tardes frente al televisor
La vecina que estaba enamorada 
De mí; 
Solo van quedan palabras 
En mi mente grisacea
Palabras que ya fueron usadas
Y que yo vuelvo a usarlas 
Tratando de darles un nuevo 
Sentido.

La zanja en donde ensucié
Las botitas topper 
Que mamá me compró
Ese día, 
En mi memoria 
En mi lenguaje 
Y con estas palabras gastadas 
Sigue siendo la misma zanja
Las mismas botitas 
El mismo barro.

Quizás, solo quizás, por ahora
Puedo decir que el miedo
La vergüenza y la culpa 
Que sentí ese día 
Haya sido erosionado
Por el tiempo y por las capas 
De experiencia que se 
Han acumulado sobre 
Estos huesos fibrosos 
Que han metido la pata 
Muchas veces más desde esa vez.

Hoy que mi madre ya no está
Recuerdo ese día con una mueca
Cercana a la sonrisa.

Finalmente el tiempo 
Está haciendo su trabajo 
Y ya elijo adjetivos más felices.

Algún día estas sentencias
Puede que lleguen
A la solemnidad 
De un poema decente 
Que habla de la memoria 
Del paso del tiempo
Y alguna anécdota personal.

Yo todavía sigo embarrándome 
Las palabras y esa memoria 
No se han desgastado.

El adjetivo que uso 
Para cerrar esta serie 
Es mas amigable 
Que el que pude llegar a usar 
Hace 30 años.

Escribo el adjetivo 
Luego de la imagen 
De mi madre regañándome .

Sé que ella ya no está 
Enojada conmigo.











Sé que mientras escribo estas páginas

Un delfín más muere

En el océano Índico

Un cerámico se quiebra

Y otro se grafitéa

Con un propuesta sexual:

Deja su teléfono.



El mundo que crea el lenguaje

No se corresponde

A mundo fáctico;

Y aunque haga el esfuerzo

Los delfines mueren

Y la gente mendiga afecto

Por las redes sociales:

Publican sus teléfonos

Hacen encuestas

Con propuestas sexuales:

Nudes y packs circulan

Por otro mundo fáctico.



Una página más escrita



La máquina solo se detiene

Para dormir,

El borrador que escribí en otra vida

Es la novela que redime

Mis siete vidas anteriores

Mis siete máscaras

Y la locura de sentir

Las caricias inflamables del sol

Sobre mi rostro desnudo:

¡Benditos sean los ladrones!



Un riff de Led Zeppelin

(Heartbreaker)

Y La canción es la misma

El poema es el mismo

La lluvia que cayó en la canchita

En el 91, el barro con el

Que nos cubrimos por buscar

La pelota es el mismo:

Algún día dejaré de crecer

Ese día empezaré a crecer.



Mis diarios del exilio

Todavía no están completos,

La Embajada de Francia

No me quiere entregar mis manuscritos.

Apelo a la memoria de los días

En Camboya; trato de reconstruir

La conexiones de las neuronas

Que han sobrevivido al napalm.

Sé que tengo tiempo.



Hoy, mientras me bañaba

Recordaba a mi abuela

Preparándome para

Ir al parque en la sociedad

De fomento. Era sábado

Y nos quedamos hasta la noche

Yo no quería volver;

Lloré mucho

Y fue la primera vez que sentí

Angustia y tristeza.



Es extraño

Miles de fármacos arrojados

En mi inconsciente

Drogas duras

Resentimientos duros

Años en el exilio lejos de mi familia

Y fuera de mi cuerpo;



Y todavía esa tarde y esa noche

La alegría

La diversión

La angustia

Y la tristeza

Permanecen inmutables.



Al igual que la presencia

De mi abuela en las tardes

Agradables de verano,

Bañándome

Poniéndome ropa limpia

Y perfume.



Me miro al espejo.

Pasaron 34 años.



Sigo escribiendo páginas

Se siguen rompiendo cerámicos

Y los delfines mueren;

Me llega un mensaje

Con una propuesta sexual.



Saco la hoja y la pongo

En una carpeta:

Diarios de Camboya

Se lee en la portada.



El manuscrito

El borrador de mi próxima vida.














Una navidad diferente

  “Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti” Friedrich Nietzsche        Pasó por la puerta principa...