jueves, 31 de enero de 2019

      La pelota del Ariel es una pelota chica de goma azul, casi mediana; no llega a tener el tamaño de una pelota normal. Atrás de su casa hay un terreno baldío que da a otro terreno desocupado. Los dos terrenos forman una L: un baldío extraño en la manzana.

Primero practicamos tiros libres, luego gambetas. A mí me toca el arco. Yo me preparo y él arranca la corrida. Antes de llegar a mí amaga a patear la pelota a mi derecha. Pero lo que hace es envolver con el pie la pelota en un semicírculo; y cuando yo me tiro a mi derecha, él lleva la pelota para la izquierda y hace el gol. Todos los goles me los hace de la misma manera.
       Después de merendar en su casa y mirar dibujos animados me voy para mi casa. Intento abrir pero la puerta está cerrada con llave. Toco timbre, golpeo con el puño. No sale nadie. Me canso de esperar. Se está haciendo de noche y el sueño está llegando. Me acomodo abajo de la higuera. No hace frío y el cielo está estrellado. En ningún momento me pregunto por qué no anda nadie por el barrio.
     En la mañana me despierta Patoncho, mi vecino. Me pregunta qué hago ahí. Quiero entrar a mi casa, le digo. Me pide que lo acompañe hasta la puerta. La abre. Ya no vive nadie acá, Gastón. El interior es un baldío. Y vos ya no sos un niño, me dice con una sonrisa. Lo miro. Si, Gastón, yo estoy muerto, solo vine a decirte esto. Se va para su casa. Me quedo mirando la higuera y no sé si estoy despierto o  si todo esto es un sueño.









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