martes, 8 de enero de 2019

Siempre hay una primera vez para todo

   La luz oblicua, que llega hasta nuestros pies, desde una de las claraboyas de vidrio opaco, hace que la declinación de la tarde se disfrute un poco más. Las salidas están atrasadas. Se dice por el altoparlante que en 20 minutos se retomaran los viajes. No le doy mucha importancia. A mi compañero creo que tampoco. Está absorto en un pequeño libro. Lo observo de soslayo de vez en cuando, cuando pierdo la trayectoria de la luz que se va moviendo sigilosamente por el andén. No me cuesta mucho trabajo deducir que el libro de mi acompañante transitorio es de poesía. Solo un libro de ese tamaño puede albergar textos cortados en versos. La luz se sigue moviendo. El vidrio opaco sigue opaco. La tarde sigue agonizando y la maquina que arrastra los vagones que debe llevarme a mi casa no se hace visible.
   Se anuncia el próximo viaje en 15 minutos. Por fin, dice mi compañero dejando el libro sobre su regazo. Él espera que yo tome su sentencia y continúe. Nunca se habían retrasado tanto, digo. Mi lector acompañante me dedica una mirada veloz y vuelve a tomar el libro. Mientras los abre dice que siempre hay una primera vez para todo. Le pregunto si es poesía lo que está leyendo. Me dice que sí. Me enseña la portada. Dice Tuca y el autor es Fabián Casas. Le pregunto si es el que tiene Paso a nivel en Chacarita. Sus ojos denotan asombro. Sonríe. ¿Cuántas posibilidades hay de encontrase con otra persona, con un pequeño libro de poesía, y que esas dos personas conozcan un poema en particular de ese libro? La ciudad es grande. Muchos habitantes y las posibilidades son muchas. La conversación se centra en ese poema. También eso acota las posibilidades. Hablar de un poema que hable de trenes en una estación de trenes no es azaroso. Cada uno comparte su interpretación del poema. Mi compañero dice que no es un poema objetivista porque está cargado de sentimientos. Él maneja el dato de que el poema era más largo, que hablaba de la visita de Casas a la tumba de su madre y que, a pesar de todo el recorte que sufrió el poema, toda esa intensidad emocional está plasmada en esos nueve versos. Comparto esa teoría pero le agrego que para mí el ultimo verso es un chascarillo para Daniel García Helder, quien se dice que le corrigió y recortó el poema. "Bueno, eso todo", le digo que quiere decir: "Yo quería poner un montón de cosas y este pelotudo no me dejó". Mi compañero larga una carcajada. Cuando la risa se disipa dice que el libro se lo regaló su novia. Su semblante se torna oscuro, rígido, melancólico. Todas su facciones contrastan con la tarde que muere alegremente, radiante y con voluptuosos colores rosados y anaranjados. Me dice que ella se quitó la vida en este andén, en este mismo lugar que está frente a nosotros a un metro. Dice que hace seis meses que viene en la fecha en la que ella se arrojó a las vías. Aprieta el libro con fuerza. Se me hace un nudo en la garganta y no sé que comentario podría hacer. Vuelve a sonreír. Comenta que Paso a nivel en Chacarita era su poema favorito. Del bolsillo de su camisa saca una moneda aplastada. Dice que ella misma la hizo aplastar en la Chacarita. Me la enseña pero no deja que la toque. La devuelve al bolsillo. Quedamos en silencio. El altoparlante anuncia la llegada del tren. La trocha de a poco va aumentando la forma de la maquina y el sonido de las ruedas aceradas traqueteando sobre los rieles aumenta gradualmente.
   La formación ya está a pocos metros. Mi compañero se levanta mirando a la maquina imponente. Vuelve a tomar del bolsillo de su camisa la moneda alisada. Siempre hay una primera vez para todo , me dice con la moneda en mano, sonriendo. Se acerca al borde de la plataforma, y cuando la mole de acero se encuentra cerca de él, baja a las vías dejándose desgarrar o alisar por las brillantes ruedas.
   La moneda nunca se desprendió de él.




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