lunes, 24 de febrero de 2020

Y así

Como en el final de El canto del lobo

Emprendo el viaje hacia la superficie

Dejando estelas sangrientas

Que salen de mis oídos.



Todos los antagonismos culturales

Que me habitan

Son desgarrados

Por la fricción salina del océano.



Mi lenguaje simbólico del inconsciente

Es mutilado por las moléculas

De dióxido de carbono.



Cada una de mis articulaciones

Se desarticulan

Como así también

Mis tendones

Mis venas

Mis cuerdas vocales

Y todos mis circuitos neuronales.



Cuando finalmente emerjo

Soy solamente palabras

Estas palabras

Que son  la carnadura de mi alma.










Y así
Como en el final de El canto del lobo
Emprendo el viaje hacia la superficie
Dejando estelas sangrientas
Que salen de mis oídos.

Todos los antagonismos culturales
Que me habitan
Son desgarrados
Por la fricción salina del océano.

Mi lenguaje simbólico del inconsciente
Es mutilado por las moléculas
De dióxido de carbono.

Cada una de mis articulaciones
Se desarticulan
Como así también
Mis tendones
Mis venas
Mis cuerdas vocales
Y todos mis circuitos neuronales.

Cuando finalmente emerjo
Soy solamente palabras
Estas palabras
Que son  la carnadura de mi alma.






"Y al final de cuentas me quedé sin fe"

Tarde, Julio Sosa





Los ojos no los puedo abrir.



Escucho al que bondea diarios

Sobre la 9 de julio: ya son las 6.



La brisa sepia del Río de la Plata

Me advierte

Que estoy en Buenos Aires.



Despertar en la calle

Me dice que vivo en la calle.



Finalmente cuando despierto

Me quedo mirando al que bondea;

Me asombra la fe con la que cada mañana

Se para en el semáforo a vender diarios.



La fe mueve al vendedor

Al taxista

A la maestra jardinera

Al empleado municipal

Al que junta latas de aluminio

Revolviendo los tarros

De basura para comprarse un vino;

La fe mueve ciudades, países, montañas.



Puede mover de todo

Menos este cuerpo decrepito

Que observa pasar todo

Desde los escombros de sus vida.



¿Cuándo perdí la fe?

¿Cuándo la recuperaré?



Un hombre sin fe

Es peligroso para el capitalismo.









"Y al final de cuentas me quedé sin fe"
Tarde, Julio Sosa


Los ojos no los puedo abrir.

Escucho al que bondea diarios
Sobre la 9 de julio: ya son las 6.

La brisa sepia del Río de la Plata
Me advierte
Que estoy en Buenos Aires.

Despertar en la calle
Me dice que vivo en la calle.

Finalmente cuando despierto
Me quedo mirando al que bondea;
Me asombra la fe con la que cada mañana
Se para en el semáforo a vender diarios.

La fe mueve al vendedor
Al taxista
A la maestra jardinera
Al empleado municipal
Al que junta latas de aluminio
Revolviendo los tarros
De basura para comprarse un vino;
La fe mueve ciudades, países, montañas.

Puede mover de todo
Menos este cuerpo decrepito
Que observa pasar todo
Desde los escombros de sus vida.

¿Cuándo perdí la fe?
¿Cuándo la recuperaré?

Un hombre sin fe
Es peligroso para el capitalismo.



martes, 4 de febrero de 2020

El comercio de la palabra

Llego al café y creo que dejé

A mi alma en la vereda.



Pienso en un atril

Aquí cerca

Para leer o declamar

Esta intención de poesía.



Dicen que los sábados

No son digno para escribir;

Pero sé bastante acerca

De no ser digno:

Digno de amor

Digno de respeto

Digno de trabajar

Digno de educación

Digno de alimentación

Digno de nacer

Digno de lenguaje

Digno de literatura:

No soy digno de nada de esto

(Según la sociedad)

Pero en casi cuatro décadas

Me he apropiado a la fuerza

Y sin fuerza

De cada una de estas cosas

Incluso sin alma

Incluso en un sábado

En el que la mayoría de los comercios descansan

Pero el comercio de la palabra

No sabe descansar

Por lo tanto

No me deja descansar.



Llego al café sin alma

Ella no me necesita

Y creo que también debo atravesar

Otra década prescindiendo de ella

Ya que le gusta ser libre

Revolotear por ahí

Ella no necesita al lenguaje

Mucho menos a la poesía.



Llego al café sin alma

Y trato de distraer

A este vacío

Con un feca con leche

Algunos poemas de Vallejo

Y unas cuantas lineas

Garrapateadas un sábado a la tarde;

Una tarde en el que el comercio

De la palabra no descansa.

El comercio de la palabra

Llego al café y creo que dejé
A mi alma en la vereda.

Pienso en un atril
Aquí cerca
Para leer o declamar
Esta intención de poesía.

Dicen que los sábados
No son digno para escribir;
Pero sé bastante acerca
De no ser digno:
Digno de amor
Digno de respeto
Digno de trabajar
Digno de educación
Digno de alimentación
Digno de nacer
Digno de lenguaje
Digno de literatura:
No soy digno de nada de esto
(Según la sociedad)
Pero en casi cuatro décadas
Me he apropiado a la fuerza
Y sin fuerza
De cada una de estas cosas
Incluso sin alma
Incluso en un sábado
En el que la mayoría de los comercios descansan
Pero el comercio de la palabra
No sabe descansar
Por lo tanto
No me deja descansar.

Llego al café sin alma
Ella no me necesita
Y creo que también debo atravesar
Otra década prescindiendo de ella
Ya que le gusta ser libre
Revolotear por ahí
Ella no necesita al lenguaje
Mucho menos a la poesía.

Llego al café sin alma
Y trato de distraer
A este vacío
Con un feca con leche
Algunos poemas de Vallejo
Y unas cuantas lineas
Garrapateadas un sábado a la tarde;
Una tarde en el que el comercio
De la palabra no descansa.
Al Poder no le gustan los poetas:

La lucidez del loco.



30 años confinaron

A Jacobo Fijman en el Borda:

El Cristo Rojo revolucionario.



Y a través de la sien

Y de las descargas eléctricas

Querrán sacar su enfermedad:

Pobres enfermos con togas

Blancas y títulos estériles que no saben

Reconocer a un hombre sano.



Los fantasmas del alcohol y la soledad

La demencia:

El camino más alto y más desierto:

Pobres enfermos con togas

Blancas y títulos estériles.



Hay un Molino Rojo

En la Estrella de la Mañana

Que camina junto a Jacobo

Cuando va a El foro

Y se para en la vereda

De Corrientes y Uruguay

Para que alguien le pague

Un café con leche.



Canto del cisne

Dios con pilcha de loquero

Que aprieta su gañote

¿Por qué el Poder

No quiere a los poetas?



30 años confinaron y olvidaron

A Jacobo Fijman

A Atahualpa Yupanqui

Le rompieron la mano

Para que no toque la guitarra:

Al Poder no le gustan los poetas

Por eso a mí no me gusta el Poder.
















Al Poder no le gustan los poetas:
La lucidez del loco.

30 años confinaron
A Jacobo Fijman en el Borda:
El Cristo Rojo revolucionario.

Y a través de la sien
Y de las descargas eléctricas
Querrán sacar su enfermedad:
Pobres enfermos con togas
Blancas y títulos estériles que no saben
Reconocer a un hombre sano.

Los fantasmas del alcohol y la soledad
La demencia:
El camino más alto y más desierto:
Pobres enfermos con togas
Blancas y títulos estériles.

Hay un Molino Rojo
En la Estrella de la Mañana
Que camina junto a Jacobo
Cuando va a El foro
Y se para en la vereda
De Corrientes y Uruguay
Para que alguien le pague
Un café con leche.

Canto del cisne
Dios con pilcha de loquero
Que aprieta su gañote
¿Por qué el Poder
No quiere a los poetas?

30 años confinaron y olvidaron
A Jacobo Fijman
A Atahualpa Yupanqui
Le rompieron la mano
Para que no toque la guitarra:
Al Poder no le gustan los poetas
Por eso a mí no me gusta el Poder.







La noche murmura

Croares de ranas.



De ranas murmura

La noche croares.



De noche la murmura

Ranas croares.



La ranas noche de

Croares murmura.



Murmura de la

Croares ranas.



Ranas de croares

Murmura noche la.



Ranas la murmura

Croares de.



La de ranas murmura

Noche croares.



Noche croares la

De ranas murmura.



Al onehc marmuru

Rcaoser ed arans.



Arans onehc al ed

marmuru Rcaoser.





Al ed marmuru onehc

Rcaoser arans.



Aledmarmuruonehc

Rcaoserarans.



Snararesoacr

Chenourumramdela.



Esoacrchenouru

Snararmramdela.



Eoaeouuscrchnr

Snrrmrmdlaaaea.



Uuscrchnrsnrrmrm

Dlaaaeaeoaeo.



Mrmrrnsrnhcrcsuu

Oeaoeaeaaald.











Uuscrchnrsnrrmrm

Dlaaaeaeoaeo.



Eoaeouuscrchnr

Snrrmrmdlaaaea.







Esoacrchenouru

Snararmramdela.







Snararesoacr

Chenourumramdela.





Aledmarmuruonehc

Rcaoserarans.






Al ed marmuru onehc

Rcaoser arans.





Arans onehc al ed

marmuru Rcaoser.





Al onehc marmuru

Rcaoser ed arans.





Noche croares la

De ranas murmura.





La de ranas murmura

Noche croares.





Ranas la murmura

Croares de.





Ranas de croares

Murmura noche la.





Murmura de la

Croares ranas.





La ranas noche de

Croares murmura.





De noche la murmura

Ranas croares.





De ranas murmura

La noche croares.





La noche murmura

Croares de ranas.











La noche murmura
Croares de ranas.

De ranas murmura
La noche croares.

De noche la murmura
Ranas croares.

La ranas noche de
Croares murmura.

Murmura de la
Croares ranas.

Ranas de croares
Murmura noche la.

Ranas la murmura
Croares de.

La de ranas murmura
Noche croares.

Noche croares la
De ranas murmura.

Al onehc marmuru
Rcaoser ed arans.

Arans onehc al ed
marmuru Rcaoser.

Al ed marmuru onehc
Rcaoser arans.

Aledmarmuruonehc
Rcaoserarans.

Snararesoacr
Chenourumramdela.

Esoacrchenouru
Snararmramdela.

Eoaeouuscrchnr
Snrrmrmdlaaaea.

Uuscrchnrsnrrmrm
Dlaaaeaeoaeo.

Mrmrrnsrnhcrcsuu
Oeaoeaeaaald.



Uuscrchnrsnrrmrm
Dlaaaeaeoaeo.

Eoaeouuscrchnr
Snrrmrmdlaaaea.


Esoacrchenouru
Snararmramdela.


Snararesoacr
Chenourumramdela.

Aledmarmuruonehc
Rcaoserarans.

Al ed marmuru onehc
Rcaoser arans.

Arans onehc al ed
marmuru Rcaoser.

Al onehc marmuru
Rcaoser ed arans.

Noche croares la
De ranas murmura.

La de ranas murmura
Noche croares.

Ranas la murmura
Croares de.

Ranas de croares
Murmura noche la.

Murmura de la
Croares ranas.

La ranas noche de
Croares murmura.

De noche la murmura
Ranas croares.

De ranas murmura
La noche croares.

La noche murmura
Croares de ranas.




    Mi madre no me pudo dar el pecho por ser epiléctica y tomar fármacos para su enfermedad. El obstetra cuando vio la caja de medicamentos sobre la mesa de luz le prohibió que me diera el pecho. La indicación era para que no me  pase el fármaco y la enfermedad. Mamá tomaba medicación desde los catorce años; así que absorbí en su vientre las dos cosas: los fármacos y la enfermedad.

   La primera droga que consumí fue el dulce de leche a los tres años. Todavía me recuerdo comiendo un pote de dulce de leche a cucharadas y vaciarlo y volver a la almacén de mi abuela, robarme otro y dale con la cuchara. En la oración anterior están todos los símbolos: el dulce de leche y la leche que mi madre no pudo dar y yo me desesperé con la sensación del dulce y la adrenalina, la compulsión, ir a robarme otro pote de pura manija, la cuchara, la cagadera por tres días que tuve y el comienzo de la enfermedad de la adicción.

   A los trece años empecé a tomar alcohol. Los fines de semana, las primaveras en Monte Hermoso, pero no fue hasta los dieciséis años que no le sentí el efecto al alcohol. Ese efecto que había tenido con el dulce de leche. Pero de tanto insistir llegó. Como todo adolescente ya había acumulado mucho angustia y sufrimiento; dolor y la incapacidad para expresarme. Mi familia se daba cuanta de que algo pasaba, yo también pero no podía expresarlo a través de palabras. En fin, fue en una primera en Monte Hermoso que volví a esa primera compulsión de la infancia y me tomé yo solo una botella de whiskey. El resultado fue parecido a la primera vez pero con vómitos y orín. En un par de años el alcohol desató una fiera dolorida que empecé a odiar y a darme mucha vergüenza y dolor por la manera en que me transformaba. La enfermedad seguía su curso natural.

   El primer porro lo fumé a los diecinueve años. Ahí cambió la realidad drasticamente. Ya nada volvería a hacer igual. Al principio lo disfruté. El dolor emocional se alivió, la fiera se calmó, pero en poco tiempo, de esos primeros porros que el efecto me duraba casi toda una semana; tuve que empezar a comprarme mis dosis propias y cada vez fue en aumento. Necesitaba cada vez más porro para mantener atontada a la fiera.

   Para los veinte apareció la cocaína. Y otra vez los mismo, siempre manija y nada que me alcancé. A todo esto ya andaba con todas estas drogas juntas en el sistema nervioso. Y la fiera se escapaba cuando podía.

   Cuando llegaron las pastillas ya estaba bastante curtido. Lo primero que tomé fue un medicamento para el mal de parkinson. El nombre comercial es Artane (Clorhidrato de trihexifenidilo). Un fármaco potente. Con efectos parecidos a la atropina. El fármaco relaja los músculos y da la sensación de liviandad total. Sumando a las alucinaciones, visiones, distorsión del tiempo y del espacio, descenso a los lugares más oscuros y terroríficos del inconsciente. Sin embargo me hice totalmente dependiente de este fármaco. También consumí todo lo zepam: clonazepam, diazepam, flunitrazepam, alprazolam y tantas cosas que nunca supe el nombre. La enfermedad seguía su curso. 

    De los 20 en adelante la locura ya era un estado normal: todos los días todo el día y lo que venga. Y apareció el floripondio. Una planta que crece en cualquier jardín; esas trompetas blancas que se ven por ahí y que la ley ni siquiera tiene catalogada. Muy psicoactiva, potente, peligrosa y más mortal que todas las demás sustancias. La escopolamina y la atropina, que también está presente en la belladona, hacen que la locura deje de ser un mero juego de nenes chetos que romantizan la locura y la legalización. Una cosa en la locura y la otra es la sensación de estar volviéndose loco realmente. Recuerdo el caso de un amigo que tomó floripondio. Empezó a tener alucinaciones. Veía que tenía los brazos largos. Entró a la carnicería del padre, prendió la sierra sinfín y se cortó los brazos. El inconsciente es bravo chango. Quién te va  salvar ahí abajo. Qué garantías tenés. Ni el mejor psicoanalista del mundo te va a salvar. Ni siquiera un chamán. Don Juan le decía a Carlos Castaneda:"Yo te llevo hasta el umbral, te podés volver loco completamente." Ni cargo Don Juan.

   La onda es que para los 23 andaba saltando de a un lado para otro, de realidad en realidad, y cada vez más abajo: nada de iluminación o todas esa giladas que lo progres creen. 

    Para esa época ya andaba más en la calle que en mi casa. Andaba por el estimulo de la siguiente dosis y de lo que sea. Tenía un amigo que me dejaba dormir en su casa. También me daba de comer y me dejaba bañarme. Todavía tengo muchos baches de esos años oscuros. Pero hay un loop en mi memoria que lo tengo casi encallado. Cuando mi amigo me invitaba a comer, generalmente a la madrugada, cuando sus padres dormían, llegábamos nosotros como cucarachas a comernos los restos de la cena. Mirábamos la televisión. El hijo de George Bush estaba de presidente de los Estados Unidos. Y acá empieza el loop: cada vez que mirábamos un noticiero, Bush bajaba de un avión, se dirigía a unos micrófonos y siempre le enfocaban la cara. Ya se sabe en los estados alterados de consciencia en los que andaba. Siempre me detenía en la expresión de su mirada. Y notaba que algo de siniestro se filtraba. Todavía no lo puedo explicar bien. La adicción es como comer todo el tiempo y nunca hacer la digestión. Recién llevo digerido una tercera parte de todo lo consumido. Pero de lo que estoy seguro es que acá empezó mi aversión al Poder y a los políticos. Soy incapaz de confiar. 

    Me crió mi abuela. A mi padre lo conocí recién a los dieciocho años. Mi madre ejerció la prostitución muchos años para que nada me falté, en lo material. En lo afectivo nos costó mucho y desde el amamantamiento. La figuras paternas que adopté fueron dos tíos. La pareja que mi madre elijió  cuando yo tenía doce años no la pude reconocer como tal hasta que tuve 33 años. Ahora vivimos juntos. Desde que salí a la calle no respeté ninguna norma social ni siquiera judicial. Cuando tenía problemas con la justicia y mi madre veía que no me encarrilaba decía que no le tenia miedo a nada, ni al juez. Por eso mi paso por la calle era algo que tenía que pasar naturalmente: nada de Estado, propiedad privada, trabajo, jefes, reglas, normas, madres sermoneando, nada.

    Lo bueno de todo esto es que nací por parto natural. Mi madre y yo hicimos fuerza para que yo conozca este mundo absurdo y doloroso. También me dijo que había tenido abortos antes que yo (por eso me llamo Leandro, Ezequiel) y se había quedado con el peor hijo. Esa es la inmunidad más grande que me ha dado. Creo que no hay nada más doloroso que saber esto. Mi madre ya era una parresiastes. Esta es mi verdad y hay que bancársela: la verdad libera pero primero duele. Haberlo comprendido con su cáncer de colon es lo que me mantiene sano físicamente y espiritualmente. Y aunque ella ya no esté en esta plano sé que está bien y en paz. Estamos en paz. 

    Todo este embrollo desde el dulce de leche, la falopa, el sexo compulsivo con adictas infectadas de h.i.v fue para darme cuenta de que todo ese tiempo lo que yo estaba buscando era el amor de mi madre y que haber crecido sin un figura paterna fuerte es la raíz de mi aversión a los políticos y al Poder. 

    Soy símbolos y habito símbolos.





Cruzo las mismas calles desérticas
De siempre.

La ciudad-laberinto
Se mantiene inmutable.

En una esquina espero a que
Se produzca el milagro.

La mariposa que bate sus alas
En Shangai, Burato
La Máciel o Estocolmo
Espera a que yo, bata
Mis alas,
Para que mi milagro la alcance
Y ya no ser
Víctimas ni victimarios
En este mundo hostil.

La televisión está apagada
Mi deseo profundo de autodestrucción
Se ha detenido.

Todas las veces que mentí
Y lastimé
Fue por ignorancia:
Estaba más preocupado
Por cambiar al mundo
Que a mí.

Pero aprendí la lección con dolor,
Como cuando mi abuela
Me azotó con un cable trenzado
Para que vaya al jardín.

Y ahora quiero ese milagro
Que espera por mí;
Quiero batir mis alas
Destruir este laberinto-ciudad
Y descansar en Shangai, Burato,
La Máciel o Estocolmo.

Espero sentado el próximo
Batir de alas de la mariposa.
Ella espera lo mismo de mí.

Finalmente pude cambiarme;
Al mundo no:
Sigue siendo hostil
Como la poesía escribo.










Parresía, tomo 5: Apuntes sobre ética y estética. 

    















    
    Mi madre no me pudo dar el pecho por ser epiléctica y tomar fármacos para su enfermedad. El obstetra cuando vio la caja de medicamentos sobre la mesa de luz le prohibió que me diera el pecho. La indicación era para que no me  pase el fármaco y la enfermedad. Mamá tomaba medicación desde los catorce años; así que absorbí en su vientre las dos cosas: los fármacos y la enfermedad.
   La primera droga que consumí fue el dulce de leche a los tres años. Todavía me recuerdo comiendo un pote de dulce de leche a cucharadas y vaciarlo y volver a la almacén de mi abuela, robarme otro y dale con la cuchara. En la oración anterior están todos los símbolos: el dulce de leche y la leche que mi madre no pudo dar y yo me desesperé con la sensación del dulce y la adrenalina, la compulsión, ir a robarme otro pote de pura manija, la cuchara, la cagadera por tres días que tuve y el comienzo de la enfermedad de la adicción.
   A los trece años empecé a tomar alcohol. Los fines de semana, las primaveras en Monte Hermoso, pero no fue hasta los dieciséis años que no le sentí el efecto al alcohol. Ese efecto que había tenido con el dulce de leche. Pero de tanto insistir llegó. Como todo adolescente ya había acumulado mucho angustia y sufrimiento; dolor y la incapacidad para expresarme. Mi familia se daba cuanta de que algo pasaba, yo también pero no podía expresarlo a través de palabras. En fin, fue en una primera en Monte Hermoso que volví a esa primera compulsión de la infancia y me tomé yo solo una botella de whiskey. El resultado fue parecido a la primera vez pero con vómitos y orín. En un par de años el alcohol desató una fiera dolorida que empecé a odiar y a darme mucha vergüenza y dolor por la manera en que me transformaba. La enfermedad seguía su curso natural.
   El primer porro lo fumé a los diecinueve años. Ahí cambió la realidad drasticamente. Ya nada volvería a hacer igual. Al principio lo disfruté. El dolor emocional se alivió, la fiera se calmó, pero en poco tiempo, de esos primeros porros que el efecto me duraba casi toda una semana; tuve que empezar a comprarme mis dosis propias y cada vez fue en aumento. Necesitaba cada vez más porro para mantener atontada a la fiera.
   Para los veinte apareció la cocaína. Y otra vez los mismo, siempre manija y nada que me alcancé. A todo esto ya andaba con todas estas drogas juntas en el sistema nervioso. Y la fiera se escapaba cuando podía.
   Cuando llegaron las pastillas ya estaba bastante curtido. Lo primero que tomé fue un medicamento para el mal de parkinson. El nombre comercial es Artane (Clorhidrato de trihexifenidilo). Un fármaco potente. Con efectos parecidos a la atropina. El fármaco relaja los músculos y da la sensación de liviandad total. Sumando a las alucinaciones, visiones, distorsión del tiempo y del espacio, descenso a los lugares más oscuros y terroríficos del inconsciente. Sin embargo me hice totalmente dependiente de este fármaco. También consumí todo lo zepam: clonazepam, diazepam, flunitrazepam, alprazolam y tantas cosas que nunca supe el nombre. La enfermedad seguía su curso. 
    De los 20 en adelante la locura ya era un estado normal: todos los días todo el día y lo que venga. Y apareció el floripondio. Una planta que crece en cualquier jardín; esas trompetas blancas que se ven por ahí y que la ley ni siquiera tiene catalogada. Muy psicoactiva, potente, peligrosa y más mortal que todas las demás sustancias. La escopolamina y la atropina, que también está presente en la belladona, hacen que la locura deje de ser un mero juego de nenes chetos que romantizan la locura y la legalización. Una cosa en la locura y la otra es la sensación de estar volviéndose loco realmente. Recuerdo el caso de un amigo que tomó floripondio. Empezó a tener alucinaciones. Veía que tenía los brazos largos. Entró a la carnicería del padre, prendió la sierra sinfín y se cortó los brazos. El inconsciente es bravo chango. Quién te va  salvar ahí abajo. Qué garantías tenés. Ni el mejor psicoanalista del mundo te va a salvar. Ni siquiera un chamán. Don Juan le decía a Carlos Castaneda:"Yo te llevo hasta el umbral, te podés volver loco completamente." Ni cargo Don Juan.
   La onda es que para los 23 andaba saltando de a un lado para otro, de realidad en realidad, y cada vez más abajo: nada de iluminación o todas esa giladas que lo progres creen. 
    Para esa época ya andaba más en la calle que en mi casa. Andaba por el estimulo de la siguiente dosis y de lo que sea. Tenía un amigo que me dejaba dormir en su casa. También me daba de comer y me dejaba bañarme. Todavía tengo muchos baches de esos años oscuros. Pero hay un loop en mi memoria que lo tengo casi encallado. Cuando mi amigo me invitaba a comer, generalmente a la madrugada, cuando sus padres dormían, llegábamos nosotros como cucarachas a comernos los restos de la cena. Mirábamos la televisión. El hijo de George Bush estaba de presidente de los Estados Unidos. Y acá empieza el loop: cada vez que mirábamos un noticiero, Bush bajaba de un avión, se dirigía a unos micrófonos y siempre le enfocaban la cara. Ya se sabe en los estados alterados de consciencia en los que andaba. Siempre me detenía en la expresión de su mirada. Y notaba que algo de siniestro se filtraba. Todavía no lo puedo explicar bien. La adicción es como comer todo el tiempo y nunca hacer la digestión. Recién llevo digerido una tercera parte de todo lo consumido. Pero de lo que estoy seguro es que acá empezó mi aversión al Poder y a los políticos. Soy incapaz de confiar. 
    Me crió mi abuela. A mi padre lo conocí recién a los dieciocho años. Mi madre ejerció la prostitución muchos años para que nada me falté, en lo material. En lo afectivo nos costó mucho y desde el amamantamiento. La figuras paternas que adopté fueron dos tíos. La pareja que mi madre elijió  cuando yo tenía doce años no la pude reconocer como tal hasta que tuve 33 años. Ahora vivimos juntos. Desde que salí a la calle no respeté ninguna norma social ni siquiera judicial. Cuando tenía problemas con la justicia y mi madre veía que no me encarrilaba decía que no le tenia miedo a nada, ni al juez. Por eso mi paso por la calle era algo que tenía que pasar naturalmente: nada de Estado, propiedad privada, trabajo, jefes, reglas, normas, madres sermoneando, nada.
    Lo bueno de todo esto es que nací por parto natural. Mi madre y yo hicimos fuerza para que yo conozca este mundo absurdo y doloroso. También me dijo que había tenido abortos antes que yo (por eso me llamo Leandro, Ezequiel) y se había quedado con el peor hijo. Esa es la inmunidad más grande que me ha dado. Creo que no hay nada más doloroso que saber esto. Mi madre ya era una parresiastes. Esta es mi verdad y hay que bancársela: la verdad libera pero primero duele. Haberlo comprendido con su cáncer de colon es lo que me mantiene sano físicamente y espiritualmente. Y aunque ella ya no esté en esta plano sé que está bien y en paz. Estamos en paz. 
    Todo este embrollo desde el dulce de leche, la falopa, el sexo compulsivo con adictas infectadas de h.i.v fue para darme cuenta de que todo ese tiempo lo que yo estaba buscando era el amor de mi madre y que haber crecido sin un figura paterna fuerte es la raíz de mi aversión a los políticos y al Poder. 
    Soy símbolos y habito símbolos.


Cruzo las mismas calles desérticas
De siempre.

La ciudad-laberinto
Se mantiene inmutable.

En una esquina espero a que
Se produzca el milagro.

La mariposa que bate sus alas
En Shangai, Burato
La Máciel o Estocolmo
Espera a que yo, bata
Mis alas,
Para que mi milagro la alcance
Y ya no ser
Víctimas ni victimarios
En este mundo hostil.

La televisión está apagada
Mi deseo profundo de autodestrucción
Se ha detenido.

Todas las veces que mentí
Y lastimé
Fue por ignorancia:
Estaba más preocupado
Por cambiar al mundo
Que a mí.

Pero aprendí la lección con dolor,
Como cuando mi abuela
Me azotó con un cable trenzado
Para que vaya al jardín.

Y ahora quiero ese milagro
Que espera por mí;
Quiero batir mis alas
Destruir este laberinto-ciudad
Y descansar en Shangai, Burato,
La Máciel o Estocolmo.

Espero sentado el próximo
Batir de alas de la mariposa.
Ella espera lo mismo de mí.

Finalmente pude cambiarme;
Al mundo no:
Sigue siendo hostil
Como la poesía escribo.





Parresía, tomo 5: Apuntes sobre ética y estética. 
    





    

Una navidad diferente

  “Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti” Friedrich Nietzsche        Pasó por la puerta principa...