lunes, 15 de mayo de 2017

Villa Albertina

   Me senté en el colchón mientras sentía el rugir de mi panza. Miré hacia la pieza de papá y vi el colchón vacío. Otra noche en que no volvía a dormir a casa. Fui hasta la heladera y no encontré nada para comer. Lo único que la ocupaba eran dos botellas de vino y una de cerveza. Me subí a la mesada y tomé agua de la canilla. Me dieron ganas de mear. Siempre meaba en la rejilla que está entre el inodoro y el bidet. El pozo del baño no se desagotaba desde que mamá cayó en cana. Con lo cual la mierda llegaba hasta el borde del inodoro. Los amigos de papá meaban de lejos para no salpicarse, algunos puteaban y le reclamaban por qué no desagotaba el pozo. Él siempre decía “mañana”. Capaz que lo desagote el día que vuelva mamá, pensaba yo. Y justo que pensaba en mamá, justo en que recordaba cuando la casa tenía muchos muebles y la habitaba mucha gente, sonó el teléfono: era ella llamando desde el penal. Me saludó con cariñó y me preguntó cómo estaba. Le dije” bien,pero tengo hambre". Se hizo un silencio y me preguntó por papá con la voz quebrada, quizá llorando. Le dije que estaba en la esquina con los pibes, que hacía una semana que estaban festejando el laburo que le habían hecho a un camión de caudales. Le dije también que papá no me dejaba tomar merca, que le había prohibido a los tranzas que me vendieran; y no solo a mí sino a todos los que patean conmigo. Mamá me dijo que me quedara tranquilo, que pronto iba a salir e íbamos a tomar juntos. Me iba a enseñar a cocinarla para fumar, pero eso sí: Nada de agujas. Me volvió a repetir el mismo sermón de siempre. Ella no quiere que yo pase por lo mismo que tuvo que pasar ella con las agujas. Antes de despedirse, me dijo que mañana iba a volver a llamarme para saludarme por mi cumpleaños. Le pregunté cuántos años cumplía. Me dijo que cumpliría nueve años.
    Fui hasta la esquina donde estaba papá con todos los vagos. Cuando llegue a donde estaban, Garrincha me saludo revolviéndome el pelo. “Y guachín, ¿Qué onda?”, me dijo. Tenía los ojos derramados en sangre. Todos estaban igual. Una semana entera hacia que estaban escabiando y tomando merca. Papá al verme largó la botella de cerveza que estaba empinando, me alzó en sus brazos y me dio un beso en las mejillas. El olor a alcohol se mezclaba con el olor a cocaína que tenía en la nariz. Me preguntó si necesitaba algo y le dije que tenía hambre. Me dejó en el suelo y metió la mano en el bolsillo. Sacó un fajo de billetes y me dio uno. Me dijo que vaya a comer y volvió a empinar la cerveza.
   En el camino hacia el almacén lo crucé al Dengue. Le dije que iba a comprar para comer. Él del bolsillo saco un porro que le había dado el hermano. Yo le dije que tenía un vino en mi casa.
    Yo me comí tres sandwiches de mortadela, el Dengue uno solo. Con el vino y el porro fuimos hasta el campito. Justo cuando lo prendíamos apareció el Nico y el Cesar. Estaban re-locos, venían aspirando pegamento. El Nico me pasó su bolsa y el Cesar se la pasó al Dengue. Mientras ellos fumaban, nosotros bolseábamos. Al rato de aspirar quedé tirado en el pasto, alucinando con las nubes y pensando en mamá. Les dije al resto que mañana era mi cumpleaños. Alguien preguntó cuántos años cumplía. Nueve, dije.
    Al otro día me despertó el sonido del teléfono: Era mamá. Noté que estaba contenta. Me preguntó si había comido. Le dije que sí, que había comprado para comer ayer y había dejado algo para hoy. En ningún momento me preguntó por papá. Charlamos un rato sobre su proceso, que su abogado le había dicho que si todo salía bien en seis meses estaría en casa. Luego me dijo que me quería mucho y que la pase bien.  Nos despedimos y ahora sí se noté que lloraba. Colgué y me quedé mirando a la heladera. Otra vez pensaba en los muebles que alguna vez tuvimos. Ahora solo quedaba la heladera para enfriar el escabio, el teléfono para que papá llamara a los tranzas o arreglar algún laburo ,y, debés en cuando llamar a mamá al penal. Pero lo cierto es que eran más la veces que ella  llamaba. Me quedé pensando en sí los colchones formarían parte de los muebles, pero dejé de pensar cuando el Dengue entró pateando la puerta con una lata de fortex de dos kilos. “¡Feliz cumpleaños guacho!”, dijo levantando la lata. Salimos a la calle a buscar algunas bolsas para preparar el pegamento. Justo en eso venían el Cesar y el Nico. Me saludaron con patadas en el culo. El Nico tenía un bagullo de porro pero ninguno de nosotros  sabía armar. Fuimos hasta la esquina para que el Garrincha los armara. El Garrincha tenía buena onda con nosotros, siempre nos armaba los porros. Siempre nos enseñaba, pero todavía no podíamos armarlos bien, con lo cual tirábamos la mitad en el intento.
    A pesar de la caravana que tenía encima, papá se acordó de mi cumpleaños. Me alzó y me llenó de besos. Les decía a todos que yo era la razón de su vida, que cuando yo crezca y él ya no esté, yo me iba a quedar como capo de la rancheada. Mientras tanto el Nico le había dado al Garrincha el bagullo. Armó cuatro. Al último, sin que papá lo viera, lo nevó con bastante cocaína. Ese porro me lo pasó a mí. Me dijo: Feliz cumpleaños guachín, y me guiñó el ojo. Nos hizo una seña para que lo vayamos a fumar al campito. Antes de irnos papá me paso un par de billetes.
    En el campito, mientras fumábamos y bolseábamos, se nos ocurrió ir hasta el Bajo Flores a comprar merca. Fumamos un porro más y preparamos bolsas chicas para meter adentro de la manga del buzo; para poder ir bolseando en el colectivo. Escondimos la lata de fortex y nos fuimos tomar el 101. Nos fuimos cagando de risa durante todo el viaje.
    En la villa nadie nos quiso vender. Los que andaban comprando en la villa tampoco nos quisieron comprar. Al final nos tuvimos que ir sin poder comprar merca, solo compramos algunos fasos armados. En la última línea a la que fuimos el Dengue se puso tan cargoso que el tranza nos sacó el fierro y amenazó con darnos un tiro. Así que volvimos a tomar el 101 para volver al barrio y darle duro a la lata de fortex.
    Apenas bajamosm del colectivo compramos 4 cajas de vino. Buscamos bolsas nuevas para el pegamento y fuimos al campito. Pasamos toda la tarde jalando, tomando vino y fumando porro hasta que el pegamento se acabó. También se estaba acabando el vino y el porro. Les dije a los demás que me acompañen a pedirle más plata a papá para comprar un par de bagullos más. Estábamos totalmente locos. El piso se me movía, alucinaba y me caí un par de veces. Todavía no habíamos salido del campito cuando caí sobre el pastizal que crece al lado del arroyo. El Dengue me levantó y el Nico vio que había caído sobre una mochila. Abrió la mochila y saco una 9 milímetros. Todos pensamos que estábamos alucinando pero no. La mochila estaba llena de fierros. Ocho fierros había.  Tres 9 milímetros, dos 38 largo, tres 22 corto y dos cajas de balas. El Nico sabía de fierros y los revisó. Todos estaban cargados. Seguramente alguien los había descartado o los habían dejado acovachados para algún laburo. Nos calzamos dos fierros cada uno en la cintura como si fuéramos altos pistoleros; y fuimos hasta la esquina. Yo sabía que esto le iba a caer bien a papá, ya que siempre andaba a la búsqueda de fierros para los laburos. Sabía que esto nos merecería el respeto debido para poder parar en la esquina con todos los demás.
    Antes de llegar a la esquina vi que había dos autos. Por un momento creí que estaba alucinando, pero no. Era uno de los socios de papá y no estaban  de joda: Estaban discutiendo. Yo no entendía nada, solamente escuchaba que se gritaban y el ambiente estaba denso. A mí y a los demás no nos preocupó, estábamos acostumbrados a los gritos, peleas y tiroteos en el barrio. Nos habíamos quedado al costado del resto, expectantes a lo que pudiera llegar a pasar. Los gritos seguían, se amenazaban. El Garrincha quiso saltar en defensa de papá y uno de la otra banda sacó el fierro y le dio un cañazo en la cabeza. El Garrincha empezó a sangrar y noté como puteaba por lo bajo. Los de la otra banda empezaron a irse. Prometían volver. Prometían tiros para todos. El que le rompió la cabeza al Garrincha tiró dos tiros al piso cuando se iba. Papa preguntó si alguien estaba enfierrado. Esa tarde nadie traía los fierros encima. Yo me adelanté, saqué los dos fierros que tenía y uno se lo pasé a papá y el otro al Garrincha. Papá me miró asombrado al ver que yo le pasaba un fierro, pero dejó el asombro de lado y empezó a tirarle a los autos. El Dengue, el Nico y el Cesar también les pasaron los fierros a los demás  y de pronto se armó terrible balacera contra los autos. Rechinaron las cubiertas contra el asfalto al ser sorprendidos por semejante tiroteo. La luneta de uno de los autos explotó en la huida y no pudieron devolver el ataque. Todos los cargadores se vaciaron. Papá volvió al asombro y me preguntó de dónde habíamos sacado lo fierros. Mientras le explicaba se largó a llorar. Me abrazaba y besaba. Todos se pusieron contentos. Todos abrían sus bolsas, gritaban y tomaban. Papá mandó a uno de sus soldados a comprar cervezas. El Garrincha abrió su bolsa y con una moneda nos convido un saque a cada uno. Él se tomó 3 saques seguidos, cargó el fierro y descargó todo el cargador contra una pared, como si estuviera ejecutando al gil que le rompió la cabeza.
    Esa fue la primera noche que pasamos y amanecimos con los pibes de la esquina. Una y mil veces comentaban la secuencia de la tarde. A todos los que pasaban por la esquina les contaban de nuestra  hazaña. Esa tarde ellos se ganaron el respeto con los de la otra banda. Esa tarde nosotros también nos ganamos el respeto con los pibes de la esquina y, especialmente, con papá. Esa tarde empezamos a tomar merca piola, de la que bajaba papá de Ingeniero Budge.






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