domingo, 4 de septiembre de 2016

Cabo Polonio

    La madrugada del 12 de abril de 1753, Joseph Polloni, capitán del galeón español Nuestra Señora del Rosario, despertó sobresaltado en su camarote. El galeón español con mercaderías que debían ser descargadas en el puerto de Buenos Aires había empezado a zozobrar al llegar a la costa norte del Virreinato del Perú. Polloni y su comandante, esa noche bebieron más de lo acostumbrado, y era costumbre beber en exceso cada vez que llegaban  a destino. Ninguno de los dos lo confesó, pero los dos tenían miedo. Sabían que esas aguas estaban malditas, sabían de todos los naufragios que habían ocurrido en esa zona, sabían de todas las historias que circulaban entre los marineros y (al principio) no hicieron caso e incluso profirieron burlas contra aquellos que las difundían.
  Al incorporarse de su cama, Polloni, observó su brújula de bolsillo: las agujas oscilaban de manera alocada como si el mundo se moviera y el galeón no. Salió apresurado y con vértigo en su corazón hacia la cubierta. El océano estaba embravecido como si fuera una fiera, como una fiera  que a toda costa quiere llevar al fondo de sus entrañas a su presa; y esa presa era el galeón de Polloni. El bajel se hamacaba entre paredes de agua de más de cuatro metros.  La tempestad era insoportable, sofocante; el manto de la noche oscura, tétrica y agónica no dejaba pasar el mínino luz de estrellas. Polloni sintió que la muerte lo estaba confrontando. Parado en medio de la cubierta, Joseph Polloni, con el corazón agitado vio a la locura también confrontarlo. Lo que sus ojos vieron (él creyó hasta el final de su vida que lo que vio fue real y no una especie de delírium tremens  a causa de su alcoholismo) en esa noche nunca pudo borrarlo de su espíritu hasta el final de su días.
  Un instinto de supervivencia, a pesar de todo, lo condujo a Polloni hasta los camarotes y despertar a su tripulación y dar las ordenes pertinentes a los oficiales. En la oscilación de la zozobra vio que la costa estaba a una distancia razonable para sobrevivir pero peligroso si el galeón se estrellaba contra las afilada piedras. Polloni fue a buscar a su comandante al puente y lo encontró totalmente borracho, tirado en el piso. Lo abofeteó más de tres veces hasta que consiguió despertarlo y ponerlo al tanto de la situación. En ese momento escucharon una especie de latigazo y el crujir de la madera de la embarcación: se había partido en dos. El agua empezó a inundar el puente. Los gritos de los tripulantes se mezclaban con las ráfagas violentas de la tormenta. Polloni y su tripulación como pudieron trataron de aferrarse a pedazos de madera, barriles, cadáveres; el capitán gritaba a los sobrevivientes que nadaran a la costa. Con esfuerzo sobrehumano llegaron a la costa de piedras afiladas. Más de la mitad de la tripulación pereció en el naufragio. Polloni sintió que había vuelto a nacer.
   El resto de los días de Joseph Polloni transcurrieron en la paz y armonía de alguien que ha pasado por la experiencia de haber visto a  la muerte cara a cara. La vida o quizás la muerte le habían dado otra oportunidad. Y aprovechó esa oportunidad hasta que la muerte sí se lo llevo a su morada definitivamente, pero él ya había pagado la oportunidad  que había recibido. Nunca más volvió a beber después de esa noche.
   A pesar de la tranquilidad que rigió en la vida de Joseph Polloni después de aquella fatídica noche, todas las madrugadas de todos los 12 de abril del resto de su vida volvió a revivir la noche del naufragio. En su sueño vuelve a ver, una y otra vez, la imagen de los tentáculos del calamar gigante agitando las aguas del océano.

Bahía Blanca        4/9/2016          18:45

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