domingo, 7 de agosto de 2016

El hombre cabeza de reptil





       El hombre cabeza
de reptil habló de manera suave y pausada. Si no fuera por la cabeza de reptil
se podría decir que era un ángel, un manto de pureza y serenidad cubrían todo
su cuerpo. Pero no: era un hombre con cabeza de reptil que hablaba de manera
suave y pausada, y a través de sus palabras transmitía seguridad y confianza a
todo aquel que lo escuchaba. El hombre cabeza de reptil manejaba de manera precisa
y fluida las técnicas de la oratoria; si hasta parecía que el espíritu de
Demóstenes habitaba en él, o quizás el alma (de Demóstenes) trasmigró hasta
llegar al cuerpo del hombre con cabeza de reptil. Todos lo escuchaban con
atención. No volaba una mosca en la sala de conferencias, o tal vez las moscas
se sentían cautivadas por la dulce voz del hombre cabeza de reptil y se
dispusieron a escuchar las propuestas y acciones de su futura gestión
presidencial. Todos escuchaban con atención, el público y las moscas y yo.


    
Por mí parte me preguntaba como este hombre (con cabeza de reptil) había
podido llegar a la presidencia, porque más allá de todo, su cuerpo era de un
hombre común y corriente y donde debería haber un rostro humano había un rostro
de reptil ¿Cuáles fueron las instituciones que lo educaron? Seguramente su
familia también compartía estas singulares características ¿Sus amigos serían
hombres con cabeza de reptil? No lo sé, en realidad nadie lo sabía, y en
realidad a nadie le importaba. Sólo se sabía que su voz era cautivadora. Y es
que era imposible no caer en la tentación de escuchar y dejarse seducir por la
dulce voz de este repugnante-dulce ser. Y este repugnante-dulce ser había
llegado a ser nuestro presidente. En el resto del mundo se preguntaban como un
país había votado a este hombre con cabeza de reptil como presidente. Como no
votarlo con esa agradable voz con la que hacía sus promesas; acaso importaba si
cumplía; acaso importa si robaba para él y sus amigos. Creo que yo y todos los
que lo votamos pensáb
amos lo mismo. Lo seguiríamos hasta la muerte, mataríamos
por él, cortaríamos las calles por él, hasta acamparíamos en la Plaza de Mayo
para defender a nuestro presidente con cabeza de reptil de cualquier ataque
opositor. De aquellos que quisieran descalificarlo, nosotros lo defenderíamos.




     
Toda esta predisposición, incluso la de dar la vida, era consecuencia de
la agradable voz del hombre cabeza de reptil, que nos sumergió en un mundo
ideal (para nosotros) y no para él. Porque más allá de todo, nosotros, sabíamos
que había ganado las elecciones prometiendo cosas que no cumpliría, sabíamos que
este hombre cabeza de reptil, su único objetivo era aumentar su patrimonio de
manera obscena y durante su gestión acumularía infinidad de causas por
corrupción, él y sus funcionarios. Pero los que estábamos esa noche en la sala
de conferencias sabíamos de sus manipulaciones y mentiras, y aunque parezca
increíble no nos importaba. Lo único que nos importaba era seguirlo hasta las
últimas consecuencias, con pasión, con desinterés ¿Qué importaba si aumentaba
la canasta familiar, los impuestos, los servicios, la nafta? ¿Qué importaba si
cada vez ganábamos menos? No. No nos importaba. Nos importaba escuchar su dulce
voz. Sí, eso era lo único que nos importaba.





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