domingo, 9 de octubre de 2016

La gomería del Turco

  El perro no era un perro común y corriente. Eso lo supe después.
  Cruzando las vías del ferrocarril, pasando el antiguo barrio cervecero, regularmente se encontraba apostado el perro. Y el perro se dedicaba a hacer cosas de perro: ladrar y correr a los autos, romper bolsas de basura, buscar alguna caricia humana y perruna también.
  Luego de la cuarta vez que tuve que recurrir a la gomería que quedaba pasando las vías empecé a tener el presentimiento: el presentimiento de que algo no andaba bien en estas vías. La primera vez que llegué a la gomería del turco Omar me encontré con la sorpresa de que el perro que siempre estaba en las vías era, en efecto, del turco Omar.
  Esa primera vez que conocí la gomería del Turco, luego de llegar con mi automóvil, llegó el perro. Se acercó hasta el Turco y recibió una caricia de éste. Ya satisfecho se alejo rumbo al patio de la gomería moviendo la cola. Escenas como estas son tan normales en las gomerías como los posters de modelos sensuales. El Turco era un tipo agradable. Hacía un año que había abierto la gomería luego haberse jubilado tras haber manejado camiones por mas de 20 años. Su poblada barba canosa me hacía acordar a papa pitufo. Alguna vez al verlo trabajar, en mi imaginación podía verlo con el gorro rojo del patriarca de los pitufos, y también con la piel azul. Solamente hacía falta estos dos elementos para que el turco fuera papa pitufo ya que siempre se lo encontraba con el torso desnudo.
  Antes de la revelación tuve el presentimiento. Un presentimiento, en ese momento tan ridículo que que solté un a carcajada al llegar a las vías, ver al perro acercarse a mi auto ladrando como siempre. Pero al  notar otra vez que el neumático delantero del lado derecho nuevamente estaba desinflado, la carcajada paso a ser una  intuición. Una intuición detectivesca. Las vías del tren, el perro y la gomería del Turco pasaron a formar parte del triangulo de las bermudas del cual yo debía resolver para volver a pasar por las vías sin tener que recurrir a la gomería, y sin tener que gastar dinero. Tácitamente, pasar por las vías, para mí, se había convertido en un peaje obligado, y el Turco era el que se estaba beneficiando con la remuneración de este falso peaje.
  Esa tarde decidí voluntariamente pasar por las vías para poder atar todos los cabos sueltos que rondaban mi cabeza. Al ir llegando a las vías el perro ya estaba apostado esperándome. Como siempre, el perro, llegó hasta mi auto ladrando. Yo trataba de analizar al mejor estilo Sherlok Holmes la escena y las evidencias para poder cerrar mi caso. Hasta ese día no lo había advertido. La gente del barrio cervecero había sacado uno de los rieles de las vías, para venderlo, lo cual dejaba un importante hueco en la calzada y obligaba a frenar y pasar muy lento para no romper el tren delantero. Sentí que el circulo se empezaba a cerrar. Luego la rutina era la misma: el perro corriendo y ladrando por unos 10 metros hasta darse por vencido. Otra vez el neumático desinflado. Otra vez ir a lo del Turco. Otra vez ir a pagar el peaje.
   El Turco ya me estaba esperando, como siempre, mascando coca y tomando mate. Mientras el Turco empezaba a trabajar vi al perro que pasó directamente al patio. Sentí adrenalina caliente recorrer mi espina dorsal y quemarme la cara. Pedí permiso al Turco para pasar al baño. Fui, simulé usar el baño, tiré la cadena y al salir, en vez de dirigirme hacía donde el Turco estaba trabajando, fui directamente al patio. El circulo se había cerrado. Un neumático con mas de un millón de agujeros eran el instrumento de adiestramiento para el perro. En ese momento, en el que me presenté en el patio, el perro estaba perfeccionando su mordida profesional sobre el neumático, tan profesional como la mano de obra del Turco. Una pequeña empresa formada únicamente por el Turco y su perro: el perro es el mejor amigo del hombre, y ahora le debía sumar el mejor socio. Al darse cuenta el perro de mi presencia en su lugar de trabajo gruño y me enseñó dos colmillos largos y afiladísimos: una especie de nosferatu perruno que daba la impresión de ser alguna criatura rescatada de los relatos de las mitologías del campo.
  Al volver a la gomería el Turco ya estaba inflando el neumático. Intercambiamos unas cuantas palabras, le pagué y me despedí. Al ir saliendo marcha atrás de la gomería, como si fuera una postal, el perro se sentó sobre sus patas traseras al lado del Turco. Antes de que se pierdan completamente de mi campo visual el perro me enseñó de manera siniestra sus dos colmillos. Entendí perfectamente el mensaje que me envió el perro.
  Hace más de 4 años que no paso por las vías del barrio cervecero.
 

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