domingo, 27 de junio de 2021

Pessoa

 Voy caminando por las calles de Lisboa

De edificios  grises y tejados naranjas

De adoquines y rieles tristes

Que saludan con gracia al Río Tejo.


Entro en una tabaquería 

Y conozco a un tal Álvaro de Campos.


Fumamos y charlamos sobre el ser nada

La lucidez antes de morir 

Los genios que viven en buhardillas 

En fin, el desasosiego en general.


Sigo caminando 

En la Plaza de los Restauradores hay un poeta

Se llama Alberto Caeiro 

Dice que el poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
Que hasta finge que es dolor
El dolor que verdaderamente siente.

Lo despido

En una taberna

El marinero Ricardo Reis alaba 

La soledad de los mares 

Y yo deseo esa soledad y esos mares.


La biblioteca Nacional fue el lugar 

Para hablar con Bernardo Soares 

Del Dios que nuestros padres adoraron 

Sin saber por qué y del mismo sin saber

Por lo que se lo ha abandonado.


Y en el opiario 

Fumando mi alma en una pipa 

Viendo a los que me rodeaban 

Tuve esa revelación lúcida de la locura.


Todos los rostros que fui conociendo

Desde que llegué al puerto de Lisboa 

Eran de la misma Persona;

Y esa misma Persona 

Se fue presentando en distintas formas:

Banquero, amarrador, oficinista, traductor,

Músico, pordiosero, rey... quizás hasta yo mismo

Porté con su rostro en las calles de Lisboa.


Antes de zarpar hacia Bizancio 

Pregunté a un camarero,

Ya que me encontraba en una especie 

De ensoñación de la que me costaba despertar,

En qué ciudad nos encontrábamos: 

El rostro que me acompañó 

Durante toda mi estadía en Lisboa 

Y que ahora mi miraba en su forma de camarero;

Miró primero hacia la ciudad

Luego hacía las aguas del Río Tejo,

Con aplomo en el tono de su voz 

Dijo sonriendo

Fernando Pessoa se llama la ciudad. 







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