jueves, 16 de febrero de 2017

Adele

     Despierto solo. A mi lado ha quedado el espacio vacío y revuelto de una noche de pasión descontrola. Me dispongo a ducharme y luego prepararle un buen desayuno para planear nuestras vacaciones.

     Ya en la ducha escucho el sonido de su piano. Está inspirada. Se nota en la manera de tocar. Está enamorada y yo me siento el hombre más afortunado del planeta. Imagino la canción terminada, el videoclip, ella recibiendo algún premio y buscando mi mirada entre el público para hacerme saber que el premio está dedicado especialmente a mí. Percibo que algunos acordes son menores, sostenidos y aumentados. Oscilan entre cuartas y novenas; mientras me afeito escucho como arranca el fraseo. Se detiene (Quizás esté susurrando la letra), vuelve a arrancar y con más fuerza (Seguro ya esté escribiendo la letra).

   Duchado, afeitado y usando la loción que me regalo para mi cumpleaños llego a la cocina. Pava, café, tostadas, manteca y dulce de leche son mis acordes. Mi piano es la cocina y soy el mejor ejecutor de ese instrumento en toda Sudamérica. Todavía no se ha dado cuenta de que me ha levantado. Está abstraída en su música y yo en la cocina. Mientras bato el café en el desayunador nuestras miradas se cruzan y sonríen. Ella sigue tocando y susurrando su nueva canción. Toma notas sobre letras y la armonía. Detrás de ella el ventanal recibe con furia silenciosa el abrazado verde del jardín recién regado y salpicado por gorriones y una que otra paloma tomando agua de la fuente. El amor pareciera reverberar por todos los lugares de nuestra casa.

  Vuelvo a buscar su mirada y al encontrarla levanto la taza para indicarle que ya está listo el desayuno. Baja la tapa del piano y viene hacia mí sonriendo y excitada. Sin mediar palabras, uno a cada lado del desayunador, nos besamos con tanta pasión que nos tomaríamos mutuamente arriba del desayunador, luego de barrer con nuestros brazos todos lo elementos que nos dificulten la comodidad, pero necesitamos reponer energías y en este momento el placer por la comida reemplaza al placer de nuestros cuerpos.

   Y ahí nos encontramos. Riéndonos como dos niños que no tiene ninguna preocupación en el mundo. Disfrutando de un amor tan puro como el sonido de los acordes que flotan por nuestra  casa a la espera de llevarlos por el camino de la armonía musical. La tomo de la mano y nos desparramamos sobre el sillón. Ya que el placer por la comida ha sido saciado, lentamente el placer de nuestros cuerpos va

tomándonos; y nos dejamos llevar.



Ensayo sobre la depresión. Ira congelada perpetuada en el tiempo. Metafísica del dolor emocional e irracional ¿Son las publicidades lisérgicas?












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