viernes, 30 de junio de 2017

La boca del lobo

      El calor y la humedad invaden Buenos Aires. Es sábado a la noche y el Chaqueño me propone ir hasta la Isla Maciel a comprar un par de bagullos de 4 pesos. El faso de la Maciel tiene la particularidad de que se diferencia de todas las demás líneas que hay en Capital, incluida La 21 y el Bajo Flores. Con lo cual la excursión hasta la Isla bien merece el esfuerzo. Después de todo que más queda por hacer un sábado a la noche salvo fumar porro, tomar vino tinto barato y buscar alguna nueva aventura en la noche porteña entre peleas y cocaína barata.
     La decisión la tomamos en el Obelisco. Pasamos por Monserrat, San Telmo, Parque Lezama, luego bajar por Almirante Brown, girar hacia Wenseslao Villafañe y volver a girar hacia el sur por Necochea. Hay que pasar por La Boca, y la parte más densa de La Boca para así llegar al Puente Nicolás Avellaneda. La Boca sigue siendo un barrio de malevaje, como siempre ha sido. Drogadictos, alcohólicos, delincuentes de poca y mucha monta, tranzas, violines, rastreros, cartoneros, despojos humanos durmiendo en la calle o dentro de contenedores de basura, adictas desesperadas teniendo sexo en cualquier lugar por una dosis más de pasta base, estas, son las tonalidades que ilustran en la actualidad el legendario barrio de La Boca, fuente de inspiración de Benito Quinquela Martín.
   Al ir dejando atrás las caricaturas más grotescas y bajas de la condición humana vamos llegando a la avenida Pedro de Mendoza. Ahora se puede vislumbrar el imponente puente conector entre Capital Federal y la provincia de Buenos Aires. Del otro lado La Isla Maciel nos espera ansiosa y agitada.
   Debajo del puente se encuentra la alta y ancha abertura que conduce a las abandonadas y viejas escaleras mecánicas  de madera que alguna vez en el pasado fue un paso seguro para los habitantes de La Boca y La Isla Maciel, y con el tiempo y sucesivos robos, violaciones y asesinatos se dejó de usar. En la actualidad este paso solamente es usado para ir a comprar droga a La Isla. Creo que "La boca del lobo “es la mejor expresión para referenciar lo que se siente pasar por este lugar cubierto por un manto de oscuridad tan espeso que se puede cortar con un cuchillo. Siempre me llamó la atención de que nadie rancheara ahí habiendo lugar de sobra, pero este puente tiene algo, la evidencia es el escalofrió que recorre la espalda al ir subiendo las escaleras en medio de la oscuridad y que de a poco se va disipando al ver la luz artificial de la ciudad. La pasarela peatonal al costado del puente muestra una magnifica visión, a un lado el viejo puente Avellaneda y de contraste el Puente Pueyrredón, sobre el agua aceitosa y carente de vida orgánica descansan viejas y oxidadas embarcaciones, postales estancadas en el tiempo como el recuerdo de una época que nunca pasa. Al otro lado la modernidad ha ganado el Rio de la Plata, el enjambre de contenedores con sus nombres de compañías  internacionales muestra un  imponente Puerto de Buenos aires. En la mitad de la pasarela nos encontramos con dos pintas que vienen de La Isla. Al encontrarnos se susurran saludos. Ellos no saben quiénes somos, nosotros tampoco. Cualquiera puede estar enfierrado, pero el miedo arriba del puente no deja que ninguno lo averigüe.
    Finalmente cruzamos al otro lado. Llegamos a provincia, a Avellaneda. Ahora solamente queda llegar a la línea, caminar entre conventillos de chapa, cruzar por la plaza principal y llegar a lo del tranza.
    Como en  todo barrio de provincia siempre hay chacota los sábados. En casi todas las cuadras, cumpleaños, casamientos, bautismos son la excusa perfecta y si no las hay se inventan. En lo del tranza están de joda. Éste y unos cuantos secuaces están en la vereda con la música al palo, escabiando y tomando menezunda. Todo es parte de la tertulia. A medida que nos acercamos con el Chaqueño uno de los tantos que están en la vereda se levanta para ir a atendernos por la ventanita que está en el patio de la casa. Nosotros llegamos, saludamos y entramos a la casa por un pasillo lateral que va directo al patio y a la ventanita.  La ventanita se abre:
    -¿Cuánto querés?, dice el soldado del tranza al abrir la ventana.
    - Dame tres, dice el Chaqueño y le pasa la plata.
    Salimos por el pasillo hasta la vereda. Saludamos nuevamente al gente que está en la vereda alrededor del tranza. La misión ahora es volver a Capital. Al ir quedando en desuso el puente ,los boteros  fueron ganado terreno en el transporte de pasajeros honrados, ya que la gente que cruza de capital a Provincia y viceversa usan habitualmente este servicio que consta de un pequeño bote madera y un remero que por una poca suma de dinero hacen la travesía a través del viscoso líquido. De niño, mi tío Sebastián me hizo cruzar en uno de los botes. Le comento al Chaqueño que quiero cruzar en el bote fumando  un faso. Pero mi fantasía se ve frustrada al ver que hay un puesto de Prefectura Naval  y un par de agentes antes de llegar al bote.
    Subimos al bote con tres personas más. El remero inicia el viaje de vuelta a Capital. El bote se zamarrea levemente y yo vuelvo a tener seis años en mi memoria. Pienso en todas las cosas que viví desde ese viaje hasta hoy.

   Antes de volver a tocar tierra le dedico una última mirada a “La boca del lobo”, silencioso, siniestro y encantador.





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