lunes, 18 de febrero de 2019

Virgen de Itatí

   Graciela despierta en la madrugada. Prende el velador para mirar a su bebé. Está agitado y tiene mucha fiebre; le cuesta respirar. Se levanta, se pone las ojotas y se dirige a la pieza de su madre. La toca suavemente y le habla despacio para no asustarla. Su madre despierta, la mira extrañada. Le dice que su bebé está agitado y tiene mucha fiebre. Su madre le dice que vaya a avisarle a su marido. Le vuelve a reprochar y hacerle acordar que haberse casado con ese vago y borracho fue un error. Graciela no tiene ganas de pelear, solo le preocupa la salud de su bebé. Se viste, se abriga y sale a buscar a su marido, que seguro está tomando en la casa del padre.
   El frío es cortante y hay neblina. Tiene que caminar dos cuadras para llegar a donde está su marido encerrado, tomando hace unos días. Lo último que supo de él, es que lo habían hechado de la fábrica de vidrio. Que cobró la indemnización y no aportó nada para ella y su bebé. Ahora solo quiere que la acompañe al hospital.
   En la esquina hay un par de vagos, la conocen, no le dicen nada. Ellos siguen escabiando al pie de un fuego que hicieron para estar mas cómodos en el frío. Ella ni siquiera los mira. Solo quiere encontrar a su marido y llevar al bebé al hospital. Llega a la casa de su suegro. Golpea las manos, se siente música desde adentro de la casa.
   Su suegro sale a recibirla, está totalmente borracho. La mira con desprecio, con repugnancia. "Qué querés paraguaya", le dice y luego escupe al suelo. Ella le pregunta por Rodolfo, le dice que el bebé está enfermo y hay que llevarlo al hospital. El suegro le dice que Rodolfo está ocupado y que no va a ir a ningún lado, menos con una paraguaya como ella. Graciela comienza a llorar, le pregunta por qué Rodolfo volvió a perder un trabajo."¡No se da cuenta de que ahora tiene un hijo, por qué no sale a dar la cara!". Grita fuerte para que su marido la escuche y salga. Pero no sale. El viejo le dice que se vaya. Ella le dice que tiene que conseguir otro trabajo, que ella no se puede hacer cargo sola del bebé. "¡Rodolfo no necesita trabajar. Mientras yo esté vivo Rodolfo no va trabajar". El vieja la hecha. Desde adentro de la casa los borrachos lo llaman al viejo para que siga la joda. Ella se va llorando. Vuelve a arrepentirse de haberse casado. Vuelve a arrepentirse de no haber escuchado a su madre. Antes de entrar a su casa se limpia las lágrimas.
   Su madre tiene al bebé en brazos. No le pregunta nada. Ya sabe lo que pasó, no es el momento de reproches. Sus ojos hinchados y cristalinos lo dicen todo. Su madre la acompaña hasta la parada del colectivo. Antes de subir le da un beso a ella y al bebé.


   Por suerte la guardia del Hospital de niños no se encuentra abarrotada como otros días. Espera medía hora y la atienden con su bebé. Un doctor le pregunta por los síntomas. Ella le dice que está muy agitado, que tiene fiebre y le silba el pecho. El doctor lo examina con el estetóscopio. Luego una enfermera se lleva al bebé para otra sala y el doctor sale con ella para el pasillo. El doctor le explica que puede ser un soplo en el corazón, algo congénito, que hay que evaluarlo para ver el grado y si es necesario otro tratamiento, o quizás, cirugía. La conjunción de esas tres palabras, soplo-corazón-cirugía la devastan. Llora frente al doctor, se siente avergonzada y dolida a la vez. El doctor trata de calmarla, le dice que no se adelante, que deje que se hagan los estudios y que si es benigno con el trascurso de los años el soplo desaparecerá. Deja de llorar, el médico la deja. Ella se sienta en un banco. Se siente mal. Lo único que quiere es estar con su bebé y tenerlos en sus brazos. Mira al piso. Cerca de ella hay un papel. Llama su atención. Lo levanta y descubre que es una estampilla de la virgen de Itatí. La toma entre sus dos manos y vuelve a llorar con la imagen de la virgen. Le hace una promesa. Le promete ir a Corrientes si lo que tiene su hijo no es nada grave o puede corregirse con los años. Le promete una y otra vez entre llanto y llanto en la soledad del pasillo. Finalmente se duerme sobre el banco con la estampilla.

   La despierta la mano del médico. Se sienta a su lado, está sonriendo. Le dice que el soplo es benigno, que con el tiempo se va a corregir solo, que no hay de que preocuparse por ahora pero se va a tener que quedar con el bebé un día para hacer otras observaciones. Ella sonríe y llora, pero ahora de alegría. "¡Gracias doctor!", le dice ella. El doctor le dice que no hay nada que agradecer. Luego la hacen pasar para estar con el bebé. Ella en ningún momento suelta la estampilla de su mano.


   Graciela no pudo cumplir con su promesa de ir a Corrientes para agradecerle a la virgen. El cáncer no se lo permitió. A su hijo cuando creció le contó más de una vez de esa noche y de esa promesa. Ese bebé que ha crecido y que recuerda la promesa que hizo su madre, hoy está a punto de cumplirla.


















No hay comentarios.:

Una navidad diferente

  “Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti” Friedrich Nietzsche        Pasó por la puerta principa...