lunes, 8 de abril de 2019

"Yo los pierdo por un camino de tierra
La lancha no me alcanza, está hecha mierda
Algo se baja y me empieza a correr
Pero no van agarrarme porque sé que hacer"
Una vela, Intoxicados


    De Boedo hasta el Bajo Flores hicimos casi todos los semáforos. Como teníamos un solo devil stick nos turnamos un semáforo cada uno con el Duende. En algunos no pasó nada. En 3 semáforos de la avenida Castañares hicimos para un par de piedras. El Duende dice que ya fue, que pegemos una birra y vayamos directamente a la villa. No se habló más, guardamos la herramienta en la mochila y encaramos duro y parejo por la Castañares con dos birras adentro de una botella de plástico.
   A la mitad de la botella llegamos a Curapaligüe. Cuando la botella se acabó ya estábamos en la Cobos. Enfilamos para el Barrio Rivadavia. Los puesteros de la feria de la Avenida Bonorino estaban volviendo. Había poco fisura en el barrio. Solo nos cruzamos a uno que venía recontra desesperado y le dimos un peso para que se compre un paco. El fisura salió corriendo a la linea a pegar. Nosotros seguimos para adentro bien de la Cobos, a la cancha de los paraguayos. Ahí teníamos una buena linea de faso piola. Pero primero había que atravesar la maraña de pasillos angostos y laberínticos de la villa. Hasta que finalmente llegamos.
   En la cancha había tres peruanos. Uno se adelantó:"Ven causa, ven. Qué andas buscando causa. Habla causa", decía el peruano con entusiasmo. El Duende le pidió dos piedras de faso. El Peruano le hizo señas al otro peruano que sacó las dos piedras de una bolsa de consorcio. Tenían 3. Una para cada droga: cocaína, pasta base y faso. Yo le pagué al peruano y nos pusimos a armar un  faso con la mitad de una de la piedras. Terminado el trámite, lo siguiente fue arrancarlo. Hicimos el camino de vuelta por los pasillos angostos de la Cobos. Nos había quedado unos billetes para tomar una birra en una de las parillas de la Bonorino. Antes de llegar a la parrilla el tronchón había muerto. El tronchón había muerto pero la locura nos devolvió a la vida. Ganamos una mesa en una de las parrillas de Peruanos. Desde adentro se sentía la música peruana y el sabor a pollo frito. Nos atendió un peruano que estaba bastante duro. Mandibuleaba a más no poder. Cuando trajo la birra y contamos la plata vimos que nos sobraba para un par de empanadas. Creo que nunca había comido una empanada tan picante. Lo cual hizo que la cerveza se disfrutara mucho más.
    Mientras yo me había quedado colgado en algún flash; el Duende se armó otro faso con una servilleta. No hay vida más bacan que esto. Sentados en la villa, fumando, escabiando y comiendo las empanadas más picantes del condado. Y así el tiempo pasaba, se iba entre el humo dulce y prensado paraguayo. Y nosotros también nos teníamos que ir. Había que seguir caminando, haciendo semáforos, plata, villa y villa.
   Decidimos encarar por el lado de la avenida Eva Perón. El Duende quería volver por la Castañares pero lo convencí. "Vamos por la Perón que la gorra no anda por esos lados", le dije al Duende mientras ya se estaba quemando lo último del porro."¡La concha de Perón!", dijo el Duende al ver a los dos efectivos de la Brigada que venían de frente con todo esa pinta de brigada que no pueden disimular aunque quieran. Ya nos habían visto que veíamos fumando. Ya sabían que podríamos tener más droga. Ya sabían que nos íbamos a comer los mocos. No hice ningún esfuerzo por esconder lo que quedaba del porro. El Duende al verlos descartó la piedra que teníamos cerca de un tarro de basura. Los giles nos pusieron todo mal contra la pared. Palparon buscando fierros, facas y falopa. "No tienen nada che. Mirá que nos le creo"; decía uno de los bigotes. Le dijimos que no teníamos nada, solo lo que veníamos fumando. "Tómenselas", dijo el gil y nos largó. Mientras subíamos por la Bonorino hacia la Perón, el Duende me dijo que volviéramos a buscar la piedra. Entonces llegamos a la esquina y rodeamos toda la manzana hasta volver a pasar por la parrilla. El Duende había descartado al lado de tarro de basura. Y cuando estábamos cerca de la piedra, aparecieron otra vez los mismos brigadas que salían de un pasillo. "¿Qué onda con ustedes", decía el milico. "No le dije que se fueran". Estábamos cerca del tarro de basura. "Volvimos a buscar el faso que descartamos", le dijo al Duende al Cobani. "¿Y dónde descartaron?", decía el gil mirando al piso. El compañero también se puso a buscar. "Allá", le dijo el Duende señalando hacia adentro del pasillo. Mientras los giles buscaban, el Duende se adelantó un paso y pisó la piedra que estaba al lado del tarro de basura. "¿Estás seguro que acá descartaste", decía el imbécil. "Si, si", le decía el Duende. El Duende me miró, se agachó, tomó la piedra y salimos corriendo hasta la esquina. Doblamos y nos metimos en el primer pasillo. El Duende se conocía de memoria la red de laberintos de la villa. Así que en un toque estábamos otra vez en el Barrio Rivadavia. Los milicos quedaron pagando. No sé si nos corrieron. Lo importante era rescatar la piedra. Y la rescatamos.
   Luego del salir del Bario Rivadavia pintó tomar una birra. Volví a desenfundar la herramienta para hacer plata. En un semáforo, de una auto, nos regalaron un paquete con una docena de empanadas. Juntamos las monedas, compramos unas birras y fuimos a una plaza. Antes de comer arrancamos la piedra rescatada. Fumanos la mitad y encaramos las empanadas. Eran ricas, pero no tan ricas ni tan picantes como las de la villa.
 


 

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