miércoles, 8 de mayo de 2019

Carta abierta a la tía de Flannery O´Connor

 


"Tengo una tía que piensa que nada sucede en un cuento a menos que al final alguien se case o se pegue un tiro. Escribí un cuento acerca de un vago que se casa con la hija idiota de una vieja solo para adueñarse del automóvil. Luego del casorio se van en el auto de viaje de novios, abandona a la muchacha en un merendero y continúa solo el viaje. Ese es un cuento completo. Todo lo que puede decirse acerca del misterio de la personalidad de ese hombre, está mostrado mediante esta particular dramatización. Sin embargo nunca pude convencer a mi tía de que ese es un cuento completo. Ella quiere saber qué sucedió después con la hija idiota." 
Flannery O’Connor.











La tía de Flannery tiene razón: qué pasa con la hija idiota; qué pasa. Qué pasa después, aún con los cuentos perfectos y finales cerrados y solemnes. Qué pasó con Rascolnicov, con los hermanos Karamazov, qué paso con Martín después de orinar al lado del camionero. Cómo fue la primera mateada de Cruz con fierro, luego de haber pasado toda la noche entre puñalada y puñalada. Dónde enterró el cuerpo de Gregorio Samsa su familia. El mago, cuando el fuego muerde su carne y se da cuenta de que lo están soñando:cómo siguió ese sueño. Qué, cómo, dónde y cuándo. Y La gallina degollada cómo siguió.

    Recuerdo que me sentí indignado cuando leí Hernán de Abelardo Castillo (Las otras puertas). Como no sentir compasión por la señorita Eugenia en el desenlace del cuento. Para Flannery O´Connor ese es también un ejemplo de cuento completo. Quién lo dudaría: nadie. Sin embargo el sabor amargo de ese final a mí me persiguió un tiempo. Un día (creo que en la casa de mi madre, con ella al lado tomando mate) comencé a escribir un cuento que hablaba de una maestra. Soy del 80 así que crecí mirando la serie Señorita maestra con Cristina Lemercier. El cuento se empezaba a poblar. En el momento en el que lo escribía no sabía para dónde iba. El cuento se terminó cerrando como la gustaba a la tía de Flannery: con muertes. El cuento lo llevé a la EAPP. La señorita maestra hacía una torta y en un momento va a buscar un ingrediente al cuartucho que estaba abajo de la escalera. Era más que obvio hacia donde se dirigía el relato. Yo había visto La soga de Alfred Hitchcock y quería hacer complice al lector. En La soga se sabe todo el tiempo que hubo un crimen y que el banquete que se sirve en el baúl; dentro del baúl está el cuerpo de David. Marcelo Díaz en los encuentros de la EAPP me sugirió que sacara el dato del ingrediente tomado del cuartucho debajo de la escalera. Cuando volví al cuento un par de años después le saqué todas las marcas de intención de la Señorita maestra. El cuento se define en las últimas dos oraciones. Lo leí en público en el ciclo Birra y letra y tuvo buenos comentarios. Lección: no soy Hitchcock y la onda era y es que yo, a mí manera, continué el relato de Castillo. Es la venganza de la señorita Eugenia. También lo hice en un poema que se podría llamar La venganza de Baby doll, la protagonista de Sucher punch. En el poema es una rubia doctora la que le realiza la lobotomía a un hombre x.

   Entonces, pienso, que con la reacción fisiológica que nos provoca la literatura algo hay que hacer. O bien leer más, escribir, estudiar letras, hacerse crítico, dar talleres, hacer una editorial o un blog,etc, etc.

   Reconozco que cuando quiero escribir un cuento recurro a los libros de Abelardo Castillo. Julio Cortázar dice que Castillo escribe sistemas cerrados y es cierto. Todo lo que hay que saber para escribir cuentos en estos lados del planeta está en los cuentos de Abelardo. Por algo fue un gran formador de escritores en los últimos 30 años y, según me dicen, la posta para escribir cuentos la tiene ahora Samanta Schweblin. Reconozco que también quiero escribir Las ruinas circulares. León Giego dice en Los salieris de Charly."Somos del grupo Los salieris de Charly/ y le robamos melodías a él". Yo soy del grupo Los salieris de Borges/ y le robamos ideas a él. Vos; de qué grupo sos: de Borges, Sabato, Marechal, Martínez Estrada, Ramos, Cucurto, Woolf, Uhart, Kafka. A quién le robás ideas.

   Antes de leer Fahrenheit 451 me topé con una antología de cuentos fantásticos en donde estaba El lago de Bradbury. Todos sabemos que es una gran cuento. Bradbury dice en un ensayo escrito por él que ese fue el primer gran cuento que escribió  después de años de intentos e intentos, escribiendo, leyendo, y mandando sus cuentos a las revistas y ser rechazado muchas veces. En lo personal reconocí que esa es la manera de escribir un gran cuento. Me pasó lo que a Borges cuando leyó, por Croce, la suerte de ese bárbaro que murió por la ciudad que una vez había asediado. Borges reconoce que ahí había algo que era de él. Lo encuentra en su familia, especialmente en su abuela. ¿Estaremos buscando algo que es nuestro en la literatura? Yo viví dos años en Río Gallegos. El barrio en el que vivía con mi tía quedaba casi al final de la ciudad. Finalizada la ciudad hay una laguna; la Laguna Ortiz. Una laguna que en el invierno se congela y se puede andar en trineo o patines. Es el lugar de encuentro y de diversión de niños y grandes. No hay nada más divertido. Yo también sentí algo que era mío en El lago de Bradbury. Inmediatamente comencé a pensar una historia en la Laguna Ortiz. El cuento apareció mucho tiempo después. Mientras tanto se iba poblando. Cada vez que lo observaba era como mirar el ensayo de una obra de teatro. Cuando sentí que estaba completo me puse a escribirlo. Empecé a escribirlo con un asidero de verdad. Las razones por las cuales mi mamá me llevó para allá, la casa de mi tía, el barrio, la calle 3 lagos 660 planta baja b, los hijos de los patrones de mi tía, mi amor platónico de esa época: Florencia. Hasta ahí todo es verdad, los hechos son verdaderos, luego empieza la ficción. El cuento al compartirlo e la redes tuvo buena repercusión. Pablo Duca hasta escribió un poema sobre el cuento y alguien me preguntó si los hechos me habían ocurrido a mí. Una locura.

   De esa estancia en Río Gallegos; cuando cursaba el quinto grado, tuve una maestra que era de Tucumán y le gustaba contarnos historias de Mandinga ( así se le llama al diablo en ciertos lugares del norte). Una de esas historias me quedó marcada a fuego por el impacto que tiene en el final. Cuando comienzo a tantear este mundo de la literatura esa historia volvía una y otra vez. Pero no sabía como encararla. La historia es la de un baqueano que encuentra un bebé en los pastizales. Más allá de no conocer Tucumán y sentirme incapaz de recrear una escena en el campo; o por lo menos en esos campos, ya que conozco Pedro Luro, Ascasubi y gran parte de las estancias de Santa Cruz; algo me decía que ese cuento, si es que algún día iba a contarlo, no podía transcurrir en el campo. Entonces esperé y esperé. De a poco la escena principal se fue poblando en los lugares que mas conozco: Buenos Aires. Un día me decidí y en vez de un baqueano hice un enroque por un cartonero. Los dos son baqueanos y conocen mejor que nadie el lugar en donde habitan. Así que le metí con todo. Describí todo el recorrido que hacía yo cuando me dedicaba al cartoneo. Todo es verdad hasta el último párrafo. Todas las experiencias y las cosas que hay que hacer en la calle son las descritas en el cuento. Como el cuento es un cuento de un cartonero, le había dicho a Gustavo López si se lo podía pasar a Washintong Cucurto (Eloísa Cartonera). Gustavo López me dijo que lo leyó hasta el momento en el que el cartonero encuentra al bebé en la basura. No pudo seguirlo. Le tuve que hacer un spoliller y explicarle lo que estaba intentando, y así pudo llegar al final del cuento. El tema es que la forma de ese cuento tuvo que esperar más de 25 años para escribirse. Ya venía circulando en Tucumán, lo llevó a Rió Gallegos mi maestra, y yo lo conjugé  con mis experiencias. Ahí también hay algo que es mío. No es el bebé encontrado en la basura. Son las noches y los días tirando de una carro fumando porro y revolviendo basura.

 



 Vuelvo a la tía de Flannery. Por lo visto en el proceso se conjugan muchas cosas y no hay una teoría que pueda unificar la manera de escribir cuentos. La música en ese sentido está más avanzada. Así y todo no se garantiza que el saber todas las teorías musicales se consiga ser un gran músico o escribir una obra maestra. A priori todos nos damos cuento de cuando un instrumento está desafinado o si la obra es carente de sentiemiento. Gusta o no gusta: el resto es baladí.

   Guillermo Martínez en la contratapa de El sistema del silencio de Valeria Tentoni dice que Argentina es un país de cuentistas. Con semejante afirmación la pregunta es qué escribir. Y acá es donde la tía de Flannery acierta. En que momento Borges se dio cuanta de que la historia del sargento cruz era digna de ser contada y de manera magistral. Cuántos manuscritos quemó Sabato para llegar a Sobre héroes y tumbas. Qué habrá visto Quiroga para escibrir La gallina degollada. Cómo trabajó Martínez Estrada sus Tres cuentos sin amor. Cómo se le ocurrió el título Fahrenheit 451 a Bradbury. Borge habrá visto el aleph. Cómo sería ese cuarto en donde escribía Nathaniel Hawthorne y en donde se presentaban los espíritus de sus antepasados y se preguntaban entre ellos qué es lo que hacía Nathaniel. Qué cuentos no habrá escrito Abelardo Castillo. Qué diría Kafka de su obra publicada y hasta sus listas de supermercado.



     Desde que Cludio Dobal Publicó Covers (Hemisferio derecho ediciones) se cristalizó definitivamente en el mundo de las letras la idea de cover literario. Él mismo dice que reescribió El marido rural de Cheever. Entonces no es de extrañar que lo que se hace en el momento de escribir es darle otra forma u homenajear a esa historia que se viene contando de muchas maneras o está pre-existiendo (Borges) y espera a que el escribiente la encuentre. Mi primer cover deliberado fue con la historia de la mancha de café. Un chico, una noche se encuentra con una chica, se conocen y van a tomar un café. La chica tiene un vestido blanco y en un momento se mancha el vestido con café. El chico la acompaña en un taxi (en este momento hay varia versiones. En la mía yo la llevo en moto) la deja en la casa y ella olvida (supongamos) un saquito. El chico vuelve al otro día y la familia le comenta que la chica está muerta haca varios años. Exhuman el cuerpo y la sorpresa es que el vestido del cadáver está manchado con café. Punto. Esta leyenda urbana está diseminada por todo el mundo y hasta se la encuentra en Hotel California de los Eagles. La versión que escribí es bastante fiel a la popular pero le agregue otro giro en la última oración. En las primeras versiones le había puesto La mancha de café, pero como la protagonista se llama Gisela opté por titularla Gisela. La historia me gusta tanto que le escribí una continuación que a la tía de Flannery seguramente le habría encantado. Como el protagonista sabe que Gisela es un espectro y que aparece una vez por año; él la espera y comparten toda la noche hasta que amanece.



   Y acá me encuentro respondiéndole  a la tía de Flannery. Dándome cuenta de que soy incapaz, por ahora, de escribir cuentos de amor. Lo intento pero no hay caso. El último intento fue con La lluvia. Lo bueno de ese relato es que hasta la mitad no sabía que era lo que iba a ocurrir y cómo se iba a cerrar. Flannery O´Connor cuenta algo parecido con un cuento sobre una doctora en filosofía que tiene una pierna de palo y un vendedor de biblias le roba la pierna. Los hechos se iban presentando mientras escribía. En La lluvia el personaje es un poeta y escribe un poema en una servilleta. En ese punto me di cuenta de que el poema estaba cerrando el relato y

 sabía que era un cuento completo. La mitad del relato hasta el final está condicionado por el poema y el final quedó bien. Golazo.

   Algo hay que hacer con las diferentes sensaciones fisiológicas que producen la lectura de cuentos. De alguna manera hay que armarse un sistema para continuar, refutar, elogiar, plagiar, tomar prestado, bastardear, ese cuento o los cuentos. Y hay que armarse el sistema porque hasta ahora nadie puede acertar con la manera de escribir buenas cuentos. La única certeza, y estos lo dicen todos, es escribir.

   Así que tía de Flannery O´Connor, la hija idiota, la historia, si no fue escrita, alguien la va a escribir.

Quién dice que de acá a unos años. Después de  varias lecturas de Flannery pueda continuar con esa historia y satisfacer a la tía. Si eso llegase a suceder será dedicado a ella.








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