miércoles, 8 de mayo de 2019

Toxi taxi


"Un toque por si las moscas van
y otro toque por si vas detrás"
Toxi taxi, Patricio Rey




     La mina está insoportable, no me deja tomar tranquilo. Desde que se levantó que está rompiendo la pelotas. Voy al baño a preparar la última bolsa para ir hasta lo del Rengo a llevarle el ladrillote. Me golpea la puerta y se me cae la gilada justo en el momento crucial. Le digo que ya voy a salir, que aguante un toque. Preparo otro sartenazo. Levanto. Me miro al espejo y con una gota de agua me limpio los restos del delito. Me zumban los oídos. Me siento en el inodoro y agradezco al zumbido que tape por un momento esa voz que me taladra los tímpanos. Que bueno, me digo con los ojos cerrados. Estoy llegando al nirvana. Falta poco, 3 o 4 segundos. Y cuando parece que estoy ahí, que voy a atravesar el umbral; el corazón se me detiene y una puntada en el pecho me parte en dos cuando la gila golpea con mas furia la puerta. Guardo la bolsa en la parte de adentro de la lengüeta de la zapatilla. Antes de las 12 tengo que llegar a lo del Rengo. 
   Salgo del baño recontrarreduro. La veo a la gila como agita los brazos y abre la boca pero no escucho nada. Todavía sigue el silbido en mis oídos. Voy para la pieza con la mina pegada a mis espaladas. No quiere parar, no sé lo que quiere y si supiera no sabría como complacerla con esta dureza. Miro el reloj, se esta acercando la hora, el encuentro con el Rengo y la plata que tanto necesito. 

-¿Me estás escuchando la puta que te parió?-, dice la gila con la cara más desencajada que yo.- Hace media hora que te estoy hablando. No ves que se nos hace tarde. 
-Bueno-, le digo como puedo. Trato de decirle algo más pero no me sale nada.

  La mina se da vuelta y se mete al baño. Me grita que al salir del baño nos vamos. Aprovecho para agarrar el ladrillote y taparlo con una campera. Algo me dice que puede pintar la gorra. Me preparo para levantar otra punta antes de que salga y ya salir bien puesto a la calle. Ella sale desaforada del baño, agarra su bolso y la campera y yo agarro la campera con el secuestro adentro. Parece a propósito. En el pasillo, en el ascensor y en la portería nos cruzamos a todo el edificio. Ella se encarga de dar los saludos con su cara angelada y cínica. Cuando estamos en la calle me pregunta que mierda me pasa. Nada, le digo; y otra vez intento querer decirle algo pero estoy incapacitado para articular cuatro palabras de corrido. Ella se da vuelta, levanta la mano y para un taxi. Subimos.

   -México y Dean Funes-, le indico al tachero y siento que gasté energías como si hubiera corrido un maratón.

   La mina se pone a hablar con el tachero. Le quema la cabeza, lo taladra, le dice 100 palabras por minuto, le hace preguntas que ella misma contesta, y sigue y sigue sin parar. En un semáforo nos cruzamos las miradas con el tachero por el espejo retrovisor. Su mirada es de compasión. Y sí, le digo con la mirada; es lo que hay. Yo mientras tanto, mientras la mina dispara sin parar palabras y el tachero está ocupado en el tránsito; voy abriendo la campera sobre mis rodillas y voy metiendo el ladrillote abajo del asiento del taxi. Tengo un presentimiento. Seguimos cruzando calles, avenidas, el monólogo interminable de la percanta, el hastío del tachero, y yo que tengo la mandíbula dura como una tabla. Finalmente se confirma. 
   Dos cuadras antes de Dean Funes se nos cruza de frente dos autos y dos por atrás. El tachero se quiere matar. La mina no entiende nada y yo entiendo todo. La bueno es que la paranoia me hizo descartar el ladrillote. Espero que no lo encuentren; y si lo encuentran algo se me va a ocurrir. Uno de los cobanis grita con la 9 en la mano. Miro para atrás y alcanzo a contar, con lo que hay adelante, por lo menos 11 bigotes con sus fierros apuntándonos con sus cargadores llenos: al menos 110 balas dispuestas a salir de los cañones. El gil, a los gritos, nos dice que salgamos con las manos en alto. Lo hacemos lo más lento posible. La gila se ve que está asustada porque no dice nada. Ojala nos pare todos lo días la gorra, pienso, por lo menos está callada. Al salir del taxi, el gorrudo nos dice que nos alejemos. Cuando ya estamos bastante alejados del taxi se nos abalanza el resto de los cobanis. A mí me esposan: al tachero y a la gila no. El que parece ser el jefe del operativo se me acerca. El corazón se me está por salir por la boca. 

  -¿Dónde está?, me dice el brigada.
  -¿Dónde está qué?-, le digo.
  -No te hagas el pelotudo. 

   Un cobani me revisa todo y en espacial los huevos. Es el único lugar en donde puedo llevar un kilo de marihuana. El cobani le dice al jefe brigada que no tengo nada. El jefe me mira con cara de 3, 8. Dos milicos se ponen a revisar el taxi. En eso traen un testigo para que mire todo el procedimiento. Hasta que lo encuentran. Uno de los milicos levanta el ladrillo con gesto de triunfo. 

   -¿Y ahora?-, me dice el bigotón con la mirada de creer haber ganado.
   -No sé que es eso-, le digo desde la dureza que tengo. 
    
El jefe del operativo se caga de risa. A la percanta y a mí nos suben a un auto, al tachero en otro. Se quiere matar matar el tachero. Encima que se tuvo que fumar 20 minutos de monólogo insoportable, ahora lo llevan en cana y le secuestran el taxi. 
  En la trulla la mina se despabila y comienza con su ametralladora de palabras y descansos a los cobanis. Le dice que nosotros somo gente de laburo, que no andamos en nada raro, que ya van a ver cuando lleguemos a la taquería y llame al boga. Así 20 minutos hasta que llegamos a Drogas peligrosas. 20 minutos estuvimos en una habitación con un par de uniformados que también se querían matar. Yo sigo estando estando duro. Tanto insistió la percanta que la dejaron llamar por teléfono.
   A la hora llegó nuestro abogado. Estuvo una hora en tratativas con la brigada y el juez que ordenó el allanamiento sobre el taxi. No nos pudieron hacer ninguna causa. La brigada me tenía marcado. Sabían que llevaba un kilo de faso, sabía que era para el Rengo y yo sabía que alguno de sus secuaces vendió la nota a la brigada. Lo que la brigada no sabía, y lo aprovechó nuestro boga, era el hecho de que al poner el ladrillo abajo de asiento no se podía comprobar que el faso era mío. Al ser el taxi un trasporte público cualquiera podía haberlo dejado ahí abajo. Pero ellos sabían que yo lo había puesto ahí. Bendita paranoia. 
  Nos largan a la noche. En la entrada nos cruzamos con el jefe del operativo. Su mirada de desafío dijo que ya me iba a enganchar. Seguro, pero hoy no. Tomamos un taxi y la escena es calcada. La diferencia era que ya no hay faso y tampoco paranoia. Manija sí. Hace como 4 horas que no tomo. Y la percanta dale que da con sus monólogos interminables con el dato de que nos habían metido en cana. Este tachero también se compadeció de mí a través del espejo retrovisor. 
  Al llegar a casa me meto directo al baño para sacar la bolsa que había acobachado en la lengüeta de la zapatilla. Me tomo la mitad de un saque y me siento en el inodoro. Repaso todo mientras estoy llegando al nirvana con los ojos cerrados. Pero me produce un pre-infarto los golpes desquiciados de la gila en la puerta. Otra vez lo mismo, me digo. Salgo y la vuelvo a ver como en la mañana, con los brazos agitados y la boca que se mueve. Sigo de largo para ir a la cama. Ella me sige. Al Rengo le veo mañana, pienso mientras me desparramo en la cama. Ella; ella sigue insoportable, sigue rompiendo las pelotas. 



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