miércoles, 28 de diciembre de 2016

El sueño de la presa

   Desde que llegue al barrio, esa casa, me pareció inquietante. Los pibes de la esquina no decían nada cada vez que veíamos pasar al propietario, tan bien inquietamente y un tanto sospechoso, en su camioneta elegante de doble cabina. Todos le esquivaban la mirada menos yo. Las veces que pregunté si alguien le había a dado a esa casa reinaba un silencio absoluto y todos se querían desentender cambiando el tema de conversación o simplemente no hablaban. Insistí tanto que un día me dijeron que me dejara de romper la pelotas, que nadie le daba al viejo de la esquina y listo. Definitivamente algo pasaba con esa casa. No podía ser que en una esquina donde se jactaban de altos delincuentes, salideras, escruchantes y extorsionadores le tuvieran miedo a este viejo. Y en efecto era miedo lo que irradiaba este viejo con su alta camioneta y su lujosa casa sin rejas, alarmas o algún sistema de seguridad. Era miedo y no respeto.

   Llegué a la esquina como todas las noches. Me pareció raro no encontrar a nadie. Había tenido un día productivo vendiendo oro y justo había encontrado al tranza cortando un lote de alita de mosca. Así que me hice de 10 gramos de alita sin cortes que te rompan la nariz. Luego del cuarto virulazo quedé totalmente atrapado en la lúgubre esquina. Paranoico, transpirado y mandibuleando me preguntaba como es que no llegaba nadie para rescatarme.

   Luego de una hora pude bajar. Un par de cervezas no le vendrían mal a este torturado cuerpo y pude disfrutar de la bebida hasta que lo vi al viejo llegar. Nos cruzamos las miradas; la de el serena, la mía llena de malicia. Espere a que guardara la camioneta. Dejé pasar unos minutos. Cargué media moneda de alita y tras llevarla a mi nariz luego de la violenta aspiración, dejé que goteara en mi garganta hasta alcanzar el punto justo de dureza. Tras limpiarme la nariz me dirigí a la inviolable casa.

   Regalada, pensé al ir llegando. Sin rejas, alarmas, sin perros, nada. Pasé derecho al patio y fue tal la indignación que me lleve al encontrar la puerta sin llave. Esta casa iba en contra de la ética criminal. Al entrar por la cocina supuse que el viejo estaría en la planta alta o quizás en el living. Mi mirada iba barriendo con todos los objetos visibles poniéndole precio e imaginándome el efectivo que tendría este viejo acobachado por ahí. Llegué hasta una sala enorme con una alfombra también enorme con el dibujo de un tigre en el medio. Me paré en medio de la alfombra para mirar al tigre y creí estar en uno de esos sueños en que siente el vértigo de estar cayendo o que desaparezca el suelo. Pero no estaba en un sueño, el piso se había abierto y yo caí en un trampa, un calabozo oscuro debajo de la casa del inquietante viejo. En ese momento comprendí todo. La mirada de las pibes, el silencio, el miedo; todo se me pasó por la mente en ese momento.

  A oscuras solamente pude sentir un olor putrefacto, como a perro muerto. El escalofrío me desgarró todo el sistema nervioso. Lentamente se fue prendiendo una luz; lentamente pude ver que el olor putrefacto provenía de unas cuantas osamentas, y no eran de perros; eran osamentas humanas, entonces supe que estaba condenado y cual sería mi final. De la parte inferior de las paredes laterales se abrieron unas rendijas y de estas comenzaron a salir un centenar de serpientes que irradiaban su ponzoña desde sus minúsculos ojos de alfiler. Podía ver como se deslizaban por los huesos de los desgraciados que encontraron la muerte en el calabozo del viejo. Las serpientes que pasaban por los cuencos oculares vacíos de los cráneos parecían darles vida. El final era inminente. Como pude me resguarde en el poco espacio que quedaba. La pared que quedaba libre comenzó a aclararse hasta que su transparencia me dejó ver que el viejo se encontraba del otro sentado con una bebida en su mano y la serenidad en su mirada totalmente templada. Sentí muchas agujas calientes en mis piernas. Sentí el calor recorrer mi cuerpo. Lo miré al viejo mientras disfrutaba su bebida. Pude ver mis extremidades infladas como un globo de color violeta. Luego perdí la conciencia.





Uno de los tantos experimentos del poeta. Escrito en cuero de chancho, estos manuscritos fueron descubiertos veinte años después en la caja de seguridad de un banco tailandes.









 

 

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