miércoles, 12 de julio de 2017

Diarios del Poeta


   Mi
psiquiatra me ha pedido que comience a registrar por escrito mis sueños para
poder purgar los demonios que conviven en mi interior. La idea no me gusta pero
algo de razón encuentro en su propuesta. El hecho de que deba enfrentarme por
escrito a mí mismo ha hecho que en las últimas noches en este hospital, mi
inconsciente no haya dejado de arrojarme los más dolorosos símbolos, de los
cuales me resisto con gran energía a llevarlos al papel. Sin embargo ya me he
decido a comenzar con la propuesta.


   Recordé un
ejercicio literario que practicaba en mi adolescencia para ejercitar mi
escritura y trabajar en la búsqueda de mi voz. El ejercicio consistía en tomar
el comienzo de un cuento y el final de otro distinto, y llenar en el medio con
mi propia narración. Este ejercicio me servirá para comenzar con mi purgatorio
interno.


    En primera
instancia voy a transcribir un viejo y recurrente sueño, luego voy a narrar lo
que sigue de manera automática y anexarlo con el último sueño que he tenido y
del cual no dejo de pensar.








    Estoy parado frente a un amanecer con la
luna y el sol juntos, ambos están saliendo a la misma vez. A mi lado se
encuentra Mariano. Esta fumando un cigarrillo de marihuana enorme. Al verlo de
soslayo, noto como traga el humo y lo retiene. Yo vuelvo al amanecer. Pienso en
qué lugar de mi vasta interioridad me encontraré para estar siendo testigo de
esto. Ahí estático, observando, pareciera 
que los dos astros cada vez toman más dimensión. Me siento sofocado con
la observación.


   Sé perfectamente que estos sueños tan
nítidos, casi reales, son efectos directos de la carmabazepina. Sé
perfectamente que también puedo perderme para siempre dentro de estas galerías
subterráneas de la conciencia.


   La fuerte luz de la mañana es contrarrestada
por el zarpazo de una hembra leona. No sé porque es hembra, lo intuyo nada más.
Estoy parado frente a ella y me ruge e intenta darme otro zarpazo. La luz de la
escena me hace doler los cuencos oculares, es demasiada luz. Cierro los ojos y
la escena termina.


   Camino por las mismas calles conocidas, pero
la oscuridad es perpetua. No es una noche común. Es una noche de luz azulada,
intensa, cortante. Estoy perdido sin saber qué hacer o a dónde ir. Camino y
camino. Me encuentro recordando viejo sueños, de mi infancia incluso. En uno de
ellos estoy en una de las piezas de la casa de mi abuela. Estoy en la oscuridad
y trato de ir hacia el comedor donde hay luz, pero no puedo o no quiero. Quizás
me sienta cómodo en esta oscura habitación. Noto que estoy acompañado de
alguien pero no podría acertar quién es. Podría seguir enumerando pero los
registros siguientes son, también, recurrentes. Sensación de caer, correr y no
disponer de fuerzas, gritar en el sueño, verme a mí mismo durmiendo, quererme
mover y no poder. Estar en presencia de una luz cegadora que no me deja abrir
los ojos.


   Reconozco la casa de mi tía en Avellaneda.
Hay unas cuantas personas en el comedor. Salgo al patio y camino hasta la
última habitación. Sé que hay se encuentra mi mamá. Entró directamente. Ella se
está preparando para la noche, para trabajar, pero todavía es temprano. Está
bien arreglada, como siempre. Me pide que la ayude con una prenda que no se
puede sacar. Noto que debajo de las ropas tiene su bolsa de colostomía. Me doy cuenta
del anacronismo. Trato de que no se rompa o despegue la bolsa. Si no se va a
tener que bañar otra vez y cambiarse la ropa y la bolsa. Como siempre que sueño
con ella, ella habla y habla sin parar; todavía no se dio cuenta de que está
muerta, y yo no quiero decírselo. Salgo al patio  vuelvo al comedor. Todavía siguen todos ahí.
Yo pienso en mi mamá y vuelvo a salir al patio con dirección a la pieza
trasera. El patio ya está lleno de gente. Parece que hay una fiesta. Me
distraigo y me encuentro haciendo algo divertido que no sé bien que es.
Recuerdo que iba rumbo a la pieza donde se encuentra mi mamá. Al entrar me doy
cuenta de que ya empezó la noche, la fiesta. Ya hay tres hombres desnudos. Uno
es un viejo gordo con pelos blancos en la espalda y los hombros encorvados. El
otro es más atlético y fornido con anchos bigotes sobre su labio superior. Lo
veo de frente con su enorme pene dantesco mirarme a los ojos. El tercero ya
está penetrando a mi mamá, no lo veo pero sé que es así. Sé que por lo que dura
la noche mi mama le pertenece a ellos. Sé que la van a penetrar más de una vez
cada uno. Sé que a ellos no les importa que sea mi mamá. No les importa que
tenga una bolsa de colostomía puesta. No les importa que yo mismo participe en
la fiesta sabiendo que soy su hijo. Pienso en todo eso y me invade la
vergüenza. Me retiro a esperar el amanecer y que mi mamá vuelva conmigo.


   En el comedor ya se han ido todos. Me
preparo una cama en el sofá que está frente al televisor y comienzo a hacer
zapping. Ya no pienso en mi mamá. Me distraigo con un documental y registro un
montón de cosas que las voy perdiendo porque 
comienzo a despertar. Trato de retener los detalles pero sé que es en
vano, ya me ha pasado infinidad de veces.




    Despierto en la cama, en la oscuridad.
Espero un momento y prendo el televisor. Recorro todos los canales hasta que
doy con El planeta de los simios, la de Tim Burton. La dejo porque en la mañana
había leído un informe en internet sobre las peores remakes de la historia, y
entre ellas se encontraba esta versión de El Planeta de los simios. Recuerdo el
informe y pienso que es basura. Esta versión es una gran película. Al finalizar
la película apago el televisor y lentamente me voy durmiendo. Lentamente vuelvo
a mi centro. 











      Cumplí
con la tarea que me encomendó mi psiquiatra. Mañana, antes de la sesión,
volveré a leer lo escrito. Mañana, antes de la sesión decidiré si le entrego el
escrito a la psiquiatra. Ahora lo que más me preocupa es terminar con esto
antes de que la carmabazepina comience
a hacer efecto y no pueda terminar de escribir. Hoy seguramente tendré un sueño
más que reparador.















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