viernes, 21 de julio de 2017

Historia universal del resentimiento y la bilis negra


     Mi padre de sangre no tiene casa, nunca la
tuvo. Tampoco sabe leer ni escribir. Mi madre trabajó toda la
vida. Tuvo casas pero ninguna a su nombre. Luis, mi padrastro tiene dos casas
pero ninguna está a su nombre. Mi abuela tuvo la casa a su nombre. Después, creo
que nadie, del lado de mi madre y de mi padre, tiene casas o terrenos a su
nombre.


    En alguno
de los años entre 2005 y 2009 llego a la casa de mi tío en Claypole, casa que
tampoco esta a su nombre, luego de andar por las villas de Capital Federal.
Está enojado. Estuvo viendo todo el día la noticia de la Masacre de la
procesión de la virgen de los milagros ocurrida en el Bajo Flores. Me dice que
me deje de hinchar las pelotas con la calle y la falopa, que voy a terminar mal
si sigo con esa vida. Me dice que quiere verme bien, trabajando, que tenga un
terreno y una familia. Tiene razón. Por un rato no dice nada. Le pido permiso
para bañarme. Él sale a comprar algo para comer. Sabe que mis visitas son para
bañarme y comer algo. Es más que evidente que vengo atrasado con la olla y el
jabón.


     En esa
casa que no está a su nombre, él no puede ver a su propia hija que está en el
mismo terreno por resentimientos mutuos con la madre. Las dos casas, la de él y
la de su hija están divididas por un muro. Por esos resentimientos mi tío se va
a cortar el brazo izquierdo con un cuchillo de carnicero. Me va a tocar verlo muerto
en su cama, con el brazo cortado y desangrado. Él se va a ir de este mundo
creyendo que me voy a morir en la calle muerto por sobredosis, por h.i.v, o me
van a matar en alguna villa.


    En la
secundaria mi profesora de literatura nos dio a leer Tacuara Mansión de Horacio
Quiroga. Me encanta el cuento y ese nombre: Tacuara Mansión. En mi cuento Fasistas, conversando con el Chaqueño,
mi compañero de la calle, le comento acerca de Horacio Quiroga y Leopoldo
Lugones. Le digo que el día que tenga una casa le voy a poner de nombre Tacuara
mansión.


   Hoy, en la
actualidad, en la parte delantera de mi casa hay una placa de madera que reza: Tacuara Mansión.


    Cada vez
que me encuentro en mi casa cortando el pasto o caminando por el patio se me
viene automáticamente la voz de mi tío, ese sermón que me dijo antes de
cortarse el brazo. Si su voz me encuentra caminando de noche por el patio,
busco la estrella que más brille y le sonrío. También busco la estrella de mi
tía. Ella, de quién me abuse mintiéndole que tenía h.i.v para compadecerme,
escribió en su cuaderno que le hacía escribir su psicóloga, que estaba contenta
por mí, por haber vuelto de Buenos Aires, dejar las drogas y estar construyendo
mi casa. Mi prima conserva el manuscrito de ella escrito con el brazo
izquierdo, porque el tumor estaba alojado entre la mama derecha y el brazo, lo
cual le dificultaba la escritura con la mano derecha.




    Luis, mi
padrastro, me dijo luego de sepultar a mi madre, que me quede tranquilo, que
ella se fue bien conmigo. El terreno en donde vivo lo pagó ella con Luis, pero
está a mi nombre por viejos resentimientos. 















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