domingo, 22 de julio de 2018

Gisela

   Toma un sobre de azúcar, lo sacude y arroja el contenido dentro de la taza de café. Mira la hora en su reloj y lo constata con el reloj que está encima del mostrador. No hay mucha diferencia ente los dos. Repasa visualmente todo el local por enésima vez. El mozo deja un tostado en una mesa y en otra un jugo de naranja; levanta en la bandeja vacía los restos de la última mesa que se ha desocupado. El encargado esta absorto en el diario. Solo levanta la mirada para abrir la caja y cobrar. Un par de moscas revolotean sobre la mesa y de vez en cuando chocan contra el vidrio. Revuelve la cuchara en su taza mientras entra un chico a vender flores. Pasa por todas las mesas. Antes de que el chico llegue a su mesa no tiene ninguna intención en comprar flores. Pero al ver a la pareja que está a tres mesas de él comprarle un ramo de rosas al chico, se dice que podría ser una buena idea. El chico lo saluda amablemente y le ofrece ramos de rosas, jazmines, claveles y fresias. No duda mucho y se decide por las rosas rojas. Las mismas que compró el muchacho de la otra mesa para su novia. Le paga y le dice al chico que no se preocupe, que se quede con el vuelto. Deja el ramo frente a él y sigue con el café, mirando su reloj y el otro. Se dice a sí mismo que ya llegará mientras vuelve a mirar en los dos relojes.
    Se distrae con el tránsito, con el canilita, con la gente que lleva a sus perros a la plaza, con las veredas salpicas de hojas, con los baches en el asfalto, con las baldosas flojas en las veredas, con el cielo gris y sus múltiples formas, con el canto de algún pájaro, con una sirena que se escucha a lo lejos. Se distrae tanto que un hilo de pensamientos lo llevan tan al extremo en sus abstractas reflexiones que se olvida de la conclusión en la que estaba. Hace un esfuerzo pero no hay caso, es como querer tratar de acordarse de un sueño cuando se despierta de sobresalto. Se recuesta sobre la silla y mira la borra de la taza vacía. Ya no tiene ganas de pensar, de esperar, de mirar otra vez el reloj. Se siente triste, frustrado.
    Todavía no ha declinado del todo el día cuando se prenden las luces del alumbrado público.  Justo en el instante que llama al mozo para pagar su cuenta la ve entrar por la puerta marrón desgastada y crujiente. La envuelve un aura que no sabe si es imaginaria o sus desesperadas ganas de verla lo hacen distorsionar la realidad. Llegan a su mesa juntos ella y el mozo. Los dos se miran sonriendo con el mozo de espectador. Él pide otro café, ella también. Se siguen mirando, él toma su mano y la besa; y comienzan a conversar. Mientras ella habla él toma el ramo que está escondido en la silla lateral oculta por la mesa. Ella desborda al sonreír, se toman de la mano con más fuerza, sus bocas se acercan para besarse con pasión. El ramo de rosas ha vuelto a quedar oculto en la silla lateral. Los interrumpe el mozo. Deja los cafés y se retira. Él ya no mira los relojes. Ya no mira las letras que están al revés en el vidrio y que dicen “Café Faenza”. Ya dejó de preocuparse. Lo único que le importa es ella y todo lo que le haga recordar a ella.
   La noche ya ha usurpado todo.  Le propone ir a otro lugar. Ella, en el último sorbo derrama unas gotas del café sobre su vestido.  Se miran con miradas cómplices y estallan en una carcajada seca. El mozo regresa con el vuelto, desea buenas noches y se retira entre las risas de ellos.

   Tomados de la mano recorren la costanera como es costumbre en ellos. La rutina es calcada al año anterior y al anterior. La luna los acompaña como testigo. El mar también los sigue a cada paso y de vez en cuando arroja un rumor calmo, sereno. Al llegar a la escollera se acomodan en la baranda para seguir conversando de frente al mar y la luna. La conversación dura casi una hora; y al finalizar esa hora, los dos, se dan cuenta de que ya es hora de regresar. Ella arroja el ramo de rosas al agua.
    Toman un taxi hasta la casa de él. Durante el viaje no hablan.  Solo escuchan la agradable música que escucha el taxista. No hay nada en el mundo que los preocupe, o por lo menos el resto de esta noche. El taxi sigue cruzando calles, la música sigue sonando, el clima es más que agradable, ellos de vez en cuando se miran y sonríen. Ya no hace falta palabras o artilugios para pasarla bien. Cada uno se siente bien con la presencia del otro. Todo está justificado esta noche. Lo que cada uno, por su lado, esperó. Y lo que cada uno esperó fue al otro.
    Los neumáticos del taxi repiquetean sobre los adoquines. Es indicio de que ya están cerca. Cinco minutos después ya están descendiendo del taxi. Cinco minutos después, él prepara dos tazas de té. Diez minutos después ya han acabado con el té y vuelven sus labios a degustarse sobre el sofá. Mientras él la besa mira el reloj que está en el comedor. Se da cuenta de que le queda poco tiempo; y en el arrebato de pasión, sus cuerpos van tomándose por el living, el pasillo y concluyen en la habitación.
    Los dos se encuentran relajados. La luz de la luna llena que entra por el ventanal baña con luz lechosa a los amantes y a todo los muebles. Ella le susurra algo al oído. Él sonríe y acto seguido ella se incorpora sobre el cuerpo de él. Sus bocas vuelven a corresponderse. Y como todos los años, la luz lechosa de la habitación comienza a aclararse. Los dos ya conocen la rutina. Mientras la luz del día comienza su sigilosa actividad, ellos, se besan con más pasión.  Él, con los ojos cerrados la besa hasta que deja de sentir la humedad de su boca. Cuando deja de sentir el tacto y la humedad de ella, con los ojos cerrados, se acomoda en la cama con los brazos extendidos y una amplia sonrisa. La espera ha valido la pena, la noche ha valido la pena, toda su vida ha valido la pena; todo por estar una noche con ella, una noche por año.

      Ya con  el sol del día presente en su ventana, abre los ojos y toma el almohadón con el perfume que ella ha dejado. Lo toma como si fuera ella y abraza el almohadón. Sabe que tendrá que esperar un año. Lo sabe desde hace unos cuantos años; y como hace tantos años, ya empieza a esperar que esa noche, la del próximo año, llegue lo más pronto posible. 




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